viernes, 10 de abril de 2020

La última gran guerra






La “Primera Guerra Mundial” Uruguay fue el primero en tratar de evitarla. En 1907, Batlle y Ordónez propuso la primera sociedad de las naciones, que sólo se logró plasmar después de la guerra. Estuvimos del lado acertado, contra la guerra interimperialista. Por resultado, en paz, consolidamos, entre casi todos, “El Pequeño País Modelo”.

La “Tercera Guerra Mundial” nos agarra en el bando equivocado, parecido a la “Segunda”, pero en la “Segunda” estábamos tan lejos del epicentro de la guerra, que al mundo mucho no le importaba si nos declarábamos neutrales. El mundo, igual que ahora, se militarizó, aunque en la guerra actual las trincheras no son pozos de zorro.

En Uruguay, el presidente Gabriel Terra dio un golpe de Estado con la policía, el 31 de marzo de 1933, mientras Hitler ascendía en Alemania. Terra simpatizaba con los nazis. Se le llamó “La dictablanda”, pero hubo bastante más represión en los hechos que en lo que se construyó por relato.

El único militar que participó de aquel golpe del 33 fue un cuñado de Terra, Alfredo Baldomir, Ministro de Gobierno, futuro Presidente y luego General golpista a favor de “los aliados”, (“El golpe bueno”, se le llamó, del 21 de febrero de 1942), cuando hacía seis meses que Hitler sitiaba Leningrado sin poder tomarla, para cinco meses después terminar de hundirse al sitiar Stalingrado, que en cinco meses más (setiembre del 42-enero del 43) revirtió la guerra, fue la batalla decisiva para la derrota del nazismo. El sitio a Leningrado terminó el 27 de enero de1944, 362 días después de la victoria soviética en Stalingrado y Hitler empezó a retroceder hasta Berlín. Uruguay había panquequeado a tiempo.

Con el retorno del exilio de Luis Batlle y de los blancos independientes y de los socialistas, comunistas, anarquistas… empezó el “segundo Batllismo”, “La Rusia de América”, nombre que se le dio al “Primer Batllismo” pasó a ser “La Suiza de América”, siempre “tacita del Plata”. Los filo fascistas del 33 se hicieron demócratas y hasta republicanos, incluso y especialmente Herrera, quien mantuvo su antiimperialismo yanqui para el juegueo de Luis, que le decía al embajador gringo que el batllismo gobernaba medio país, pero la otra mitad la gobernaba Herrera, así que había que acordar con él, por lo tanto aquí no se podía aceptar bases militares yanquis ni firmar con el FMI. Fue la época de “vacas gordas”.

En el 58 perdió Batlle, en el 59 murió Herrera, un mes después de la asunción del gobierno blanco e ipso facto, el Ministro de Finanzas, Eduardo Azzini, firmó el primer stand by con el Fondo. Con los blancos se vivió peor…

… y después con los colorados y después con los milicos y después otra vez con colorados y blancos, hasta que llegó “El Tercer Populismo”, el Frente Amplio al gobierno y se vivió mejor…

…pero el bloque popular careció esta vez de poder mediático, adoleció de relato secreto, duró menos, nadie lo comparó con ningún país de otro continente y la guerra nos encuentra con el bloque terrista gobernando, dilecto seguidor de Pompeo y de Bolsonaro, similar a aquel primer terrista de Hitler y de Mussolini. Una tragedia repetida como farsa que no deja de ser trágica, terriblemente trágica.

Aquella “Segunda Guerra Mundial” fue menos mundial que ésta. Ésta comenzó regional Asia occidental tras el inducido, en definitiva de falsa bandera, atentado a las torres gemelas en USA. Fue extendiéndose desde Afganistán, Iraq, todo el mundo árabe con la llamada “primavera”, Libia, Siria, donde participó Rusia, Turquía, varios países de la OTAN, Irán, Estados Unidos imperando el caos por doquier, pero se hizo mundial a partir de Obama, con el “Pivot hacia el Este”, con el cerco militar a China. Nunca antes hubo una guerra literalmente mundial hasta que el predominio actual de la guerra biológica en la guerra irregular, híbrida, que la antecede y continúa, sumió a todo el mundo en pandemia.

¿DÓNDE ESTÁ OCCIDENTE?

Occidente está en China. Quítese de la cabeza el mapamundi con el Atlántico en el centro. El mundo actual pasa muy poquito por ahí. Despliegue un mapamundi con el Pacífico en el centro y estúdielo, este es el mapa que importa hoy, memorícelo, acostúmbrese. Aquí, para los chinos, USA está en el “oriente” y es a través del Pacífico que envía sus calamidades, entre ellas los dos sars, fabricados en Fort Detrick, según versión de cancillería china.

Cuando algunos opinan que ayer, en la Bolsa de Shangai, con la imposición del Petro-Yuan, China, ya prácticamente libre del virus, ganó “La Tercera Guerra Mundial” sin disparar un misil, se equivocan.

La post guerra no está a la vuelta de la esquina. El contraataque chino en la guerra financiera, la decisión del gigante asiático de no comprar más bonos de deuda usamericanos, es bélica primaria, es logística. Es un avance de la retaguardia acorde con el despegue de la vanguardia en el triunfo ante el Coronavirus. Logística mayor para apuntalar mejor las próximas batallas. No es un canto de victoria.

El día siguiente de la pandemia es otro día de guerra irregular y sería bueno que nos encontrara del lado y del bando acertado, pero el actual Ministro de Gobierno, Jorge (siempre banqué a Larry, yo detestaba a Mou), está más lejos de Baldomir que de Wilson, que ya es mucho decir.   
  
Sin embargo, aunque se demore, la salida de esta guerra va a ser, a dominante, por izquierda, porque la paz está a la izquierda siempre.

Todas las guerras del imperialismo han salido con revoluciones de los que se opusieron a las guerras y todas han sucedido a profundas crisis económicas. Ya vimos de qué modo salió Uruguay de las anteriores. Ahora veamos qué pasó en el mundo.

De la “Primera” se salió con la Revolución Rusa. Los bolcheviques, que habían militado a muerte contra “la guerra interimperialista”, se hicieron con el poder en donde Lenin había definido “el eslabón más débil de la cadena Imperialista”.  Fue en el centro territorial de la isla global definida por Mackinder, el padre de la geopolítica, fue en tiempos de dominio marítimo de la guerra, de la periferia mundial sobre el centro, cuando dominaba el mundo quien dominaba los mares y se sucedieron en el rol imperial principal, España (hasta que “un viento sopló y desvaneció a la ‘Armada Invencible’”), Inglaterra (hasta que “su filial tonta de este lado del Atlántico” la sobrepasó en portaaviones) y USA.

Lo que puede llamarse «análisis geopolítico clásico» sólo apareció entre la primera y la segunda guerra mundial. Su principal teórico fue el británico Halford Mackinder, ex director de la Escuela de Economía de Londres. Este miembro del Parlamento de Glasgow escribió en su libro Ideales Democráticos y Realidad: «Las grandes guerras de la historia son el resultado, directo o indirecto, de un crecimiento desigual de las naciones», por tanto, el objetivo de la geopolítica será promover «el crecimiento de los imperios», para conformar «un gran imperio mundial».

La geopolítica del «Heartland» de Mackínder sostenía que el control de todo el mundo, sólo podría lograrse, dominando el Heartland –la enorme masa de tierra transcontinental que abarca Europa del Este, Rusia y Asia central–. El Heartland afirmaba es «la mayor fortaleza natural en la tierra, debido a que es inaccesible desde el mar.

Según Mackinder, Eurasia dominaría el mundo porque las potencias marítimas ya no serían decisivas en los nuevos tiempos. Resumió su teoría en una frase; ¿Quién manda en Europa Oriental? manda el Heartland. Quien domina el Heartland domina el mundo.” (Bellamuy Foster, 2019).

Hoy el concepto de Heartland es más amplio. La isla global centroterritorial abarcable por ruta terrestre va desde Vladivostok hasta Ciudad del Cabo y el centro de la isla global es Eurasia, aunque culturalmente pueda parecérnoslo Berlín.

Con la revolución rusa, los gobiernos burgueses de los países europeos occidentales tuvieron que responder abriendo los grifos de la presión social, aceptando reivindicaciones de los trabajadores antes que éstos replicaran la revolución en países más desarrollados que Rusia. Nació, determinado por la revolución rusa,  un conjunto de “Estados de bienestar”. Aún con menos recursos que antes de la revolución, porque la guerra los había menguado, hubo cierta redistribución de ingresos, presionados los poderes burgueses por la persistencia del poder soviético.

La “Segunda” fue una guerra imperialista contra la URSS. No alcanzó con la intervención de trece ejércitos mercenarios y de potencias “occidentales” para tumbar al Ejército Rojo conducido por León Trotsky y comandado por Lenin en la “Primera” posguerra. “Occidente” tuvo que armar la implacable maquinaria nazi. París siguió cotizando al alza los bonos de deuda zarista que Moscú repudió en enero de 1918 y financiaron industria bélica alemana junto a los Krupp y socios de todo el Imperio. Después le dieron tiempo a Hitler con el pacto de Munich y se sumó al tiempo que le dieron los propios errores criminales de Stalin. A Rusia, en particular, le costó 26 millones de muertos derrotar la invasión imperialista final, en “La Gran Guerra Patria”, una generación de niños de la guerra y otra de niños de huérfanos. Otros pueblos soviéticos ganaron sin tanto costo y hoy son ruta de la seda en el centro de la isla global, pero especialmente a la postre, ganó la guerra el Partido Comunista Chino, junto al Kuomingtang, y contra el entreguismo de Chiang Kai-shek, ganó la posición Mao Zedong para organizar otra revolución comunista. 

En Europa Central y del Este otros diez países formaban bloque socialista. En Europa Occidental, plan Marshall, salvataje económico de Alemania indispensable por su sitio geoestratégico y otra vez cierto sacrificio de un pedazo de la torta económica para aflojar presión obrera. Keynesianismo. 

Tras la guerra, comienza a desmoronarse el sistema colonial en el “Tercer Mundo” y EEUU se aferra al expolio de su “patio trasero”, Latinoamérica, que en muchos casos transita carriles reformistas, con dirigencia burguesa nacional que poco podía durar, pero ninguno salió de la guerra por derecha. Incluso USA salió con new deal (nuevo trato) de Franklin Roossevelt. 

China era otro eslabón débil en la cadena imperialista. ¿Cuáles serían los próximos? De una hipótesis para responder esta pregunta, surge el título “La última gran guerra”. Fracasado en la guerra biológica con Vietnam, con Cuba, en Asia occidental, ¿qué le queda a Estados Unidos?

EL VIRAJE GEOPOLÍTICO

Paul Kraig Roberts, es un analista económico y político estadounidense, del Partido Republicano. Secretario del Tesoro durante la Presidencia de Ronald Reagan, editor del Wall Street Journal, Kraig es uno de los pensadores más lúcidos en un país donde el desarrollo del pensamiento crítico en distintas universidades ha crecido bastante últimamente.

“¿Quién autorizó los preparativos de una guerra contra China?” Se preguntaba Craig hace siete años. “Nos vemos confrontados con militares estadounidenses fuera de control influenciados por los neoconservadores que ponen en peligro a los estadounidenses y al resto del mundo. (…) Es obvio que China sabe que Washington se prepara para una guerra contra ella. Si el Yale Journal lo sabe, China lo sabe. Si el gobierno chino es realista, sabe que Washington planifica un ataque nuclear preventivo contra China. Ningún otro tipo de guerra tiene sentido desde el punto de vista de Washington.”

Tenía razón. Acaba de demostrarse con el fracaso en China de la guerra biológica. Ningún otro tipo de guerra tiene sentido.

“La «superpotencia» nunca pudo ocupar Bagdad, y después de 11 años de guerra ha sido derrotada en Afganistán por unos pocos miles de talibanes con armamento ligero. Involucrarse en una guerra convencional con China sería el fin de Washington”.

Una guerra irregular, híbrida, biológica, evita la convencional de momento. Puede agregarse que USA había perdido la guerra biológica con el sars 1 y la pierde con el 2, pero volvamos a Craig.

“Cuando China era un primitivo país del Tercer Mundo, combatió a EE.UU. en Corea hasta llegar a un punto muerto. Hoy China es la segunda economía del mundo y supera rápidamente la endeble economía de EE.UU. destruida por la deslocalización de puestos de trabajo, el fraude de los «banksteres» y la traición corporativa y del Congreso.

El plan de guerra del Pentágono contra China se denomina «Batalla AireMar». Se describe como «fuerzas aéreas y navales interoperativas que pueden ejecutar ataques en profundidad en red, integrados, para deteriorar, destruir y derrocar capacidades enemigas contra el acceso de capacidades de negación de área».

Sí, ¿pero qué significa eso? Significa muchos miles de millones de dólares de beneficios adicionales para el complejo militar/seguridad mientras el 99% sufre bajo la bota. También es obvio que esa jerga insensata no puede derrotar a un ejército chino. Pero ese tipo de ruidos de sables puede llevar a la guerra, y si los cretinos de Washington inician una guerra, la única manera en que Washington puede imponerse es mediante armas nucleares. La radiación, por supuesto, también matará estadounidenses.”

No le quepa duda. La radiación es respuesta letal global, por pequeñas que sean las bombas y muchos tiros que resulten, pero detengámonos un poco en la mención que hace Kraig a los portaviones nucleares. Estados Unidos tiene veinte por el mundo, un par de ellos acusando COVID-19 entre su tripulación. Es la adaptación de la guerra naval que Mackinder pronosticaba perimida, en guerra de aviación con ojivas nucleares. Dicen los chinos que a los portaviones se los destruye por saturación misilística. La cuestión del desembarco y la ocupación sigue pendiente y caduca. Los colonialistas e imperialistas lo hicieron seiscientos años, hasta que la disuasión nuclear los recluyó en los portaviones.

Dos años después, en 2015, Kraig añadía esto:

“El conservador inglés Edmund Borke decía que la vía del progreso pasaba por la reforma, no por la revolución. La élite inglesa, aunque arrastrando los pies, aceptó las reformas para evitar la revolución, justificando a Burke. Pero hoy, con la izquierda totalmente vencida, no es de esperar que el 1% acepte las reformas. La única opción es someterse a su poder.”

EL ANIQUILAMIENTO DE LOS BIENES COMUNES DEL SIGLO XXI

“La guerra nuclear está en la agenda de Washington. El ascenso de los nazis neoconservadores ha negado los acuerdos de desarme nuclear de Reagan y Gorbachov. El extraordinario libro publicado en 2012, en su mayor parte verídico, About the Untold History of the United States de Oliver Stone y Peter Kuznick, describe el estallido post Reagan del ataque preventivo nuclear como la primera opción de Washington.

Durante la Guerra Fría las armas nucleares tenían un propósito defensivo. El propósito era impedir la guerra nuclear porque EE.UU. y la URSS tenían suficiente poder de represalia para garantizar la «destrucción mutua». MAD, como la llamaban, significa que las armas nucleares no ofrecían una ventaja ofensiva a ninguno de los dos lados.

(…) La «Batalla AireMar» del Pentágono y el artículo de Lieber y Press en Foreign Affairs han informado a China y Rusia de que Washington está considerando la posibilidad de ataques nucleares contra ambos países. Para asegurar la incapacidad de Rusia de tomar represalias, Washington está colocando misiles antibalísticos en las fronteras de Rusia en violación del acuerdo EE.UU.-URSS.

Debido a que la prensa estadounidense es un corrupto ministerio de propaganda gubernamental, el pueblo de EE.UU. no tiene la menor idea de que Washington influenciado por los neoconservadores está planeando una guerra nuclear. Los estadounidenses no son conscientes de este hecho tal como ignoran la reciente declaración del expresidente Jimmy Carter, de la que se informó solo en Alemania, de que EE.UU. ya no funciona como una democracia.

La posibilidad de que EE.UU. iniciase una guerra nuclear surgió hace 11 años cuando el presidente George W. Bush, a instancias de Dick Cheney y de los neoconservadores que dominaban su régimen, aprobó la «Revisión de la Postura Nuclear 2002».

Ese documento neoconservador, aprobado por el presidente más cretino de EE.UU., provocó consternación y condena en el resto del mundo y lanzó una nueva carrera armamentista. El presidente ruso Putin anunció inmediatamente que Rusia gastaría todas las sumas necesarias para mantener su capacidad de represalias nucleares. Los chinos demostraron su habilidad al destruir un satélite en el espacio con un misil. El alcalde de Hiroshima, la ciudad víctima de un enorme crimen de guerra estadounidense, declaró: «El Tratado de No Proliferación Nuclear, el acuerdo internacional central que guía la eliminación de las armas nucleares, está al borde del colapso. La causa principal es la política nuclear de EE.UU. que, al declarar abiertamente la posibilidad de un primer ataque nuclear preventivo y al pedir la reanudación de la investigación de minibombas nucleares y otras denominadas ‘armas nucleares utilizables’, parece adorar las armas nucleares como si fueran Dios».

Los sondeos en todo el mundo muestran claramente que Israel y EE.UU. aparecen como las dos mayores amenazas a la paz y la vida en el planeta. No obstante, estos dos gobiernos del todo ilegales se pavonean pretendiendo que son las «mayores democracias del mundo». Ninguno de los dos acepta ninguna responsabilidad ante el derecho internacional, los derechos humanos, las Convenciones de Ginebra o ante su propio derecho estatutario. EE.UU. e Israel son Gobiernos canallas, regresos a la era de Hitler y Stalin.”

Hasta aquí Paul Kraig Robert hace cinco años. Continúa en la actualidad. “Ningún otro país (que USA) tiene ambiciones imperiales expansionistas. El gobierno chino no ha ocupado Taiwán, lo que podría hacer si quisiera. El Gobierno ruso no ha ocupado antiguas partes constitutivas de Rusia como Georgia, la cual llevada por Washington a lanzar un ataque, fue instantáneamente superada por el Ejército ruso. Putin podría haber colgado al títere georgiano de Washington y reincorporado Georgia a Rusia, de la que formó parte durante varios siglos y a la que muchos consideran que pertenece.”

Aquí voy a detenerme. Putin no se quedó en Georgia porque, a pesar de haber dicho en 2017 que “la URSS implosionó por culpa de una bomba de tiempo que le puso Lenin en la Constitución”, Putin ha ido entendiendo cada día más los principios leninistas y también algunos derivados.

Efectivamente, el 31 de diciembre de 1922, Lenin escribió un informe en el que criticó las bases del acuerdo que constituyó a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, elaborado y aprobado un día antes por los dirigentes de Rusia, Ucrania, Transcaucasia y Bielorrusia, y ampliamente defendido por Stalin.

Escribió entonces Lenin: una cosa es "la necesidad de agruparse contra los imperialistas de Occidente y otra cosa es cuando nosotros mismos caemos, aunque sea en pequeñeces, en actitudes imperialistas hacia naciones oprimidas quebrantando por ello nuestra sinceridad de principios".

Lenin se oponía al artículo 24 del acuerdo, que decía "Las repúblicas de la Unión modifican sus constituciones en consonancia con el presente acuerdo", lo que transfería todos los poderes constituyentes de las repúblicas a la Unión, de las soberanías nacionales y populares a la dirección multinacional centralizada. Ese artículo dejaba de lado el numeral 26 que decía "Cada una de las repúblicas de la Unión conserva el derecho a salir libremente", numeral 26 exigido por Lenin desde el primer momento de la discusión, pues consideraba que el acuerdo que establecía la URSS era, de otro modo, un "oportunismo" del Partido Comunista y de las repúblicas más poderosas, porque se realizaba en el momento que varios movimientos revolucionarios estaban por triunfar en repúblicas asiáticas y era una forma de obligarlos a entrar en la Unión, dejando de lado su soberanía. A eso llamaba Lenin "quebranto de principios".

Putin entiende que el oportunismo es un error y entiende otro de los principios leninistas: ganar.

EL TRIUNFALISMO USAMERICANO

Por su parte Tom Engelhart, autor de «The End of Victory Culture» (University of Massachussetts Press), en “La vida a través de la negación de la realidad en EE.UU.” señalaba, en 2008, “Dudo que los estadounidenses hayan llegado a comprender la verdadera significación de esta frase: Guerra Mundial –como la maquinaria industrial de devastación total que envolvió gran parte del planeta durante el último siglo–.

Hubo en el pasado, claro está, guerras mundiales, o casi-mundiales, «conocidas como mundiales», incluso si no eran consideradas como tales. (…) aunque la guerra podría haberse estado globalizando, siguió siendo, esencialmente, un asunto local o regionalmente concentrado. Y, por cierto, en las décadas anteriores la Primera Guerra Mundial, fue librada en general, en las periferias globales, por potencias europeas que probaban, poco a poco, la rudimentaria tecnología industrial de matanza masiva –la ametralladora, el avión, el gas tóxico, el campo de concentración– una guerra contra nadie de más importancia que ignorantes «nativos» como en Iraq, Sudán, o África del sudoeste alemana. Esa gente del lugar –y los medios que la mataban– apenas fueron dignos de atención hasta que, en 1914, los europeos, repentina e increíblemente, comenzaron a matar a otros europeos utilizando medios semejantes y en cantidades impresionantes, mientras llevaban la guerra hacia una nueva era de destrucción. (…)

Aunque partes de Rusia zarista fueron devastadas, el estilo de firma más esencial de destrucción fue cualquier cosa excepto mundial. Se concentró –como una lupa para concentrar los rayos solares– en una franja de tierra que iba de la frontera suiza al Océano Atlántico, que pasaba en su mayor parte por Francia, y que casi nunca excedía unos pocos kilómetros de ancho. Allí, en el «Frente Occidental», combatieron ejércitos enemigos durante cuatro años increíbles, –para utilizar un término estadounidense de la Guerra de Vietnam– un «molinillo de carne» de una guerra de un tipo nunca antes visto. «Los combates», sin embargo, apenas describían el evento. Fue un paroxismo de muerte y destrucción.

Ese reducido espacio fue bombardeado por muchos millones de obuses, desgarrado y devastado a fondo. Fue arrasado todo lo construido, o que crecía sobre él y, al hacerlo, fueron despiadadamente masacrados muchos miles en algunos de los días de «guerra de trincheras». Después de esos cuatro insoportables años, la Gran Guerra terminó en 1918 con un quejido y en una amarga paz en el Oeste, mientras, en el Este, en una guerra civil, los bolcheviques llegaban al poder. La semi-paz que siguió resultó ser poco más que un armisticio de dos años entre derramamientos de sangre.”

Me permito corregir a Engelhart. Fue una revolución, un boleto de revolución comparada a las que sobrevendrían en China o Vietnam. La guerra nunca es civil, pero es cierto lo que dice Engelthart, dos años después la intervención imperialista produjo en Rusia un baño de sangre, que hoy no puede producir en Venezuela, que no pudo producir en Cuba, gracias a aquella sangre de la resistencia del Ejército Rojo. Le estamos eternamente agradecidos a la Rusia soviética.

“Estamos hablando, por supuesto –sigue Engelhardt–, de la «guerra para terminar todas las guerras.» Ojalá hubiese sido así.

La Segunda Guerra Mundial (o la sospecha cada vez más fuerte de que ocurriría) puso retrospectivamente ‘Primera’ en la Gran Guerra y la convirtió en la Primera Guerra Mundial. Veinte años después, cuando llego la «Segunda», el mundo estaba industrial y científicamente preparado para nuevos niveles de destrucción. La guerra podía, en cierto sentido, ser imaginada como el paroxismo ampliado, científicamente intensificado, de la violencia en el frente occidental– después de todo, el poder aéreo ya había, para entonces, comenzado a mostrar su utilidad –de modo que la especie de destrucción de tierras arrasadas en esa franja de tierra de trincheras en el Frente Occidental podía ser impuesta ahora a países enteros (Japón), continentes enteros (Europa), espacios casi inconcebibles (toda Rusia desde Moscú a la frontera polaca donde, al llegar 1945, no quedó casi nada en pie). Donde había habido «civilización» poco quedó después del segundo espasmo global de violencia permanente fuera de cadáveres, escombros, y espantapájaros humanos que se esforzaban por sobrevivir en las ruinas. Con la organización del Holocausto por los nazis, incluso el genocidio llegó a ser industrializado…

(…) Si (en la Crisis de Misiles de Cuba) se hubiera seguido la lógica de las guerras anteriores, sólo dos décadas después de la devastación «global», pero todavía algo limitada, de la Segunda Guerra Mundial, la destrucción de la guerra habría sido aumentada exponencialmente una vez más. En ese breve período, la tecnología –en la forma de las bombas A y H, y las flotas aéreas que van con ellas, y de misiles balísticos intercontinentales con ojivas nucleares– ya existía como para transformar a todo el planeta en una versión de esos pocos kilómetros del frente occidental, entre 1914 y 1918. Después de un intercambio nuclear entre las superpotencias, gran parte del mundo habría sido quemado totalmente, muchos cientos de millones o incluso miles de millones de personas destruidas, y –ahora lo sabemos– un invierno global inducido que podría concebiblemente habernos enviado en la dirección de los dinosaurios.

La lógica de la máquina de desarrollo de la guerra parecía conducir de modo inexorable, precisamente en esa dirección. De otro modo, cómo se podría explicar que EE.UU. y la Unión Soviética, mucho después de que ambas superpotencias tuvieron la capacidad de destruir toda vida humana en el Planeta Tierra, simplemente no hayan podido dejar de actualizar y aumentar a sus arsenales nucleares, hasta que EE.UU. tuvo unas 30.000 armas nucleares cerca de mediados de los años sesenta, y los soviéticos unas 40.000 en los años ochenta. Fue como si las dos potencias se prepararan para destruir numerosos planetas. Una guerra semejante hubiera producido el significado total de «mundial» y ningún océano, ninguna línea de defensa, habría dejado a salvo a algún continente, algún sitio. (…)

Pero los eventos parecían impulsar a la humanidad hacia lo inhumano, hacia la transformación del planeta en un vasto Campo de la Muerte, hacia acontecimientos que ninguna palabra, ni siquiera «guerra mundial», parecía captar.

LLEGADA A LA ERA DE NEGACIÓN DE LA REALIDAD

Fue, ciertamente, de este mundo del que EE.UU. emergió triunfante en 1945. La Gran Depresión de los años treinta no reapareció, a pesar de temores durante la guerra en sentido contrario. En un planeta en el que muchas de sus grandes ciudades se habían convertido en gran parte en escombros, un mundo de campos de refugiados y de privación, un mundo destruido (para apropiarme del título de un libro sobre el lanzamiento de la bomba atómica,) EE.UU. no había sido tocado.

La guerra mundial había, en efecto, demolido a todos sus rivales y convertido a EE.UU. en una fuerza motriz de la expansión económica. Esa guerra y la bomba atómica habían de alguna manera marcado el comienzo de una era dorada de abundancia y consumismo. Todos los sueños y deseos postergados del EE.UU. de la depresión y de tiempos de guerra –la lavadora, el televisor, el tostador, el automóvil, la casa suburbana, lo que quieras– repentinamente estaban a la disposición de considerables cantidades de estadounidenses. Los militares de EE.UU. comenzaron a desmovilizar y los antiguos soldados volvieron no a escombros, sino a nuevas casas en serie y educación por la Ley del Soldado.

(…) el gusto del néctar (o por lo menos de Coca Cola) estaba en los estadounidenses. Y a pesar de ello todo esto quedó ensombrecido por nuestra propia «arma de la victoria», por la oscura línea de pensamiento que condujo rápidamente a escenarios de nuestra propia destrucción en periódicos y revistas, en la radio, en películas, y en la televisión…

(…) A nivel económico y gubernamental, el mundo de asoleado consumismo – abierto las 24 horas, 7 días a la semana -se refundió crecientemente con el mundo infatigable de las oscuras alertas atómicas, de armadas de aviones con armas nucleares en eterna vigilancia listas para despegar al instante para eliminar a los soviéticos. Después de todo, los pacíficos gigantes de la producción del consumo ahora tenían la doble función de gigantes de la producción de armas. Un keynesianismo militar impulsaba la economía de EE.UU. hacia una forma de consumismo en la que el deseo de un coche y de un misil cada vez más grande, de fogones eléctricos y tanques, de consolas de televisión y submarinos atómicos, estaba casado en las mismas entidades corporativas. Las compañías –General Electric, General Motors y Westinghouse, entre otras, que producían los íconos del hogar estadounidense, eran también importantes contratistas en el desarrollo de sistemas de armas que eran el preludio del Pentágono en su propia era de abundancia.”

Era natural entonces, que Charles Wilson, presidente de General Motors, llegara a ser secretario de defensa en el gobierno de Eisenhower, tal como generales y almirantes en retiro consideraran natural que pasaran a ser empleados de corporaciones que habían contratado sólo poco antes por cuenta del gobierno. Washington produjo, pero sólo para el lucro y la guerra “superpotente”, no se privilegió la salud pública ni la educación pública. Que, a sabiendas de los resultados, tampoco lo haga la LUC del gobierno lacayito de Uruguay, en plena crisis de pandemia sanitaria, económica, social y política, cuando a los EE.UU. los llevó al desastre, es insostenible, completamente insostenible. Si pretenden sostenerlo, sólo puede resultar en un enorme quilombo social y, organización mediante, en una revolución política.

“… En 1957, 200 generales y almirantes (usamericanos, N de R), así como 1.300 coroneles u oficiales navales de rango similar, en retiro o con licencia, trabajaron para agencias civiles, y el financiamiento militar pasó a un Congreso que lo redirigió a distritos en todo el país. Hay que pensar en todo esto como el comienzo, no tanto del (medio) Siglo Estadounidense, sino de una Edad Estadounidense de la Negación de la realidad que duró hasta… bueno, pienso que en realidad puedo fijarle una fecha… hasta el 11 de septiembre de 2001, el día que «lo cambió todo.» Bueno, tal vez no «todo» pero, ahora, es mucho más claro precisamente qué cambiaron los ataques de ese día, el colapso de esas torres, el asesinato de miles –y precisamente cuán terrible, cuán cobarde pero, considerando nuestra historia previa, lo poco sorprendente que fue en realidad nuestra reacción a esos hechos –.

(…)

…la «carrera armamentista» nunca declinó, ni siquiera mucho después de que ambas superpotencias tuvieron una capacidad superabundante para destruirse mutuamente. Los armamentos para terminar con el mundo eran «perfeccionados» constantemente – MIRVed, sobre rieles, divididos en «tríadas» terrestres, marítimas, aéreas y, por cierto, cada vez más poderosos y exactos. Sin embargo, los estadounidenses, para utilizar la famosa frase de Herman Kahn, prefirieron casi siempre no pensar demasiado en lo «impensable».

(…)

No hay que creer que George W. Bush fue el primero en instarnos a «sacrificarnos» gastando nuestro dinero y visitando Disney World. Esa fue la historia de los años noventa y representó la más profunda de todas las denegaciones, un cerrar de los ojos total ante cualquier futuro razonablemente posible. Si el mundo era plano, ¿por qué no íbamos a conducir felices directamente más allá de su borde? El vehículo todo terreno, la hipoteca de alto riesgo, la McMansión en el suburbio distante, el viaje de 160 kilómetros al trabajo… lo que sea, lo hicimos. Pagamos el precio, por así decir.

Y mientras quemábamos petróleo y gastábamos el dinero que a menudo no poseíamos, y en cantidades prodigiosas, la «globalización» iba avanzando lentamente hacia los campos empobrecidos de Afganistán.

Una acción feroz por la negación de la realidad en la retaguardia.

Esto, claro está, casi nos lleva a nuestro propio momento. A los neoconservadores, que se colocan sus salacotes y planean su Proyecto para un Nuevo Siglo Estadounidense (que se quería como el antiguo Siglo XIX, sólo más grande, mejor, y totalmente estadounidense), la única fuerza que realmente importaba en el mundo eran los militares estadounidenses, que dominarían, y el gobierno de Bush, compuesto inicialmente de tantos de ellos, estuvo de acuerdo, lo que no es sorprendente. Resultó ser uno de los grandes errores de interpretación de la naturaleza del poder en nuestro mundo.

(…)

El lema del gobierno de Bush podría haber sido: Paga cualquier precio. O sea: otros pagarían cualquier precio –desaparición, tortura, falso encarcelamiento, muerte desde el aire y por tierra– para que nosotros nos mantengamos en negación de la realidad.

Y APARECE TRUMP

Shakespeare se habría quedado fascinado por la desmedida soberbia de los líderes de Estados Unidos en estos años (y esto fue antes de que el mismísimo Señor Engreído llegara alguna vez a la Casa Blanca). Hoy, no podría ser más claro que el lema ‘las fuerzas armadas primero’ en pos de un planeta completamente estadounidense resultó ser un bocado demasiado grande para Estados Unidos; un error garrafal. Cuando se escriba la historia de la decadencia estadounidense, es posible que se diga que nunca hubo una gran potencia cuyos líderes se hayan hecho tanto daño solo por querer demasiado y de mala manera y por desentrañar mal la naturaleza del poder en este planeta. Para Washington, el impulso de convertir la Tierra en su imperio ha sido el equivalente a un submarino disparando un torpedo hacia su propia proa.

Engelhart resumió así las enseñanzas de esta historia:

“En el siglo XXI, resultó que las fuerzas armadas más grandes del mundo eran incapaces de vencer a fuerzas que ponían unas bombas trampa -que costaban lo mismo que una pizza- en el borde de la carretera. Si el lector quiere, por ejemplo, tener una dimensión de la eficacia de las fuerzas armadas de Estados Unidos, que después de una década y media de que fuese lanzada su «Guerra Total Contra el Terrorismo», al-Qaeda tiene más militantes en más lugares que el 12 de septiembre de 2001; la al-Qaeda original continúa existiendo; otros desprendimientos de al-Qaeda están combatiendo con un moderado éxito en sitios como Siria, Yemen y el norte de África; el Daesh -aunque destruido como estado o «califato»- continúa como organización combatiente en partes de Siria e Iraq y sus ‘franquicias’ se han diseminado a lo largo del antiguo «arco de la inestabilidad», desde Niger y Libia hasta Afganistán y Filipinas. En otras palabras, la guerra contra el terror de Washington se ha transformado en una guerra para la dispersión del terror.

Las fuerzas armadas son ahora una fuerza para el caos. Históricamente, en tiempos de los imperios que precedieron a éste del cual hablamos, esas fuerzas -utilizadas brutal y devastadoramente- podían ser también una forma de mantener el orden en las zonas conquistadas y colonizadas (ahí están, digamos, el imperio británico en India o el control militar francés en Indochina). Esto ya no es así; da la impresión de que eso pasó como consecuencia de las guerras de liberación e independencia del siglo XX en los antiguos territorios coloniales del mundo. En estos momentos, vivimos en un planeta que sencillamente no acepta la conquista y la ocupación militar, no importa bajo qué disfraz se presente (incluyendo el tan extendido de la «democracia»). Entonces, guardémonos de soltarle las riendas al moderno poder militar. Lleva dentro de sí pasmosas fuerzas de disgregación; el mundo no puede permitirse semejante caos.

Al menos en el ámbito de los imperios, el concepto de victoria es una completa antigualla. En las guerras estadounidenses de los últimos años, las fuerzas armadas de este país se han alejado de sus sueños triunfales para acercarse a la aceptación de que los conflictos bélicos pueden ser de naturaleza «generacional» o, más recientemente, «guerras infinitas» (esto es, sin esperanza de un final o un éxito concluyente). De este modo, los comandantes supremos han admitido que, debido a su propia definición, viven en un mundo sin victorias.

Las guerras imperiales se trasladan a la propia casa, incluso en formas que resultan difíciles de percibir o descubrir. Ciertamente, las guerras de Estados Unidos del siglo XXI han estado regresando a la patria no como triunfos sino como una especie de derrota, por más que no resulte fácil verla.

Donal Trump es una prueba de ello. Su eslogan «Hagamos que Estados Unidos sea grande otra vez» –implicando que, como ningún otro político de su tiempo se atrevió a hacerlo, este país ya no era grande – hizo sonar la alarma en el país profundo y le ayudó a ganar las elecciones de 2016. De la misma manera, su campaña «Estados Unidos primero» hablaba de una sensibilidad deteriorada, aunque no se reconociese como tal.

Proponiendo una presidencia que pondría (otra vez) a Estados Unidos en el primer lugar, Trump reflejaba lo que, para muchos estadounidenses, era un claro mensaje del siglo XXI. A pesar de los elevados sueños de Washington de un planeta estadounidense, este siglo ha mostrado cualquier cosa menos un ‘Estados Unidos primero’ en el país profundo de los blancos. Mientras los dólares de los ciudadanos se derramaban en el sumidero de esas tierras lejanas, el poder corporativo global del país se ocupaba de crear enormes beneficios y riqueza, sobre todo para el dorado 1 por ciento de la cima de la sociedad. Y así el número de multimillonarios se multiplicó extraordinariamente, abriendo una grieta de desigualdad cada vez más ancha. En esos mismos años, con la ayuda del Tribunal Supremo, el sistema político estadounidense fue dado vuelta, bloqueado, abastecido y movido velozmente por esos mismos multimillonarios y sus super-PAC. Mientras tanto, la inversión real en la infraestructura básica de este país, en todo aquello que una vez hizo que fuera el más avanzado entre los países del primer mundo, ha caído estrepitosamente.”

La pandemia ha venido a verificarlo. Era el 99% restante, el que tira en el pelotón, quien podía enfrentar la emergencia, con un Estado de servicios y bien populares e imponente gravámenes al 1 %. Hoy, Estados Unidos es un eslabón débil en su propia cadena imperialista. De ahí el creciente liderazgo en la opinión pública de Bernie Sanders, autodefinido “socialista”.

LA SITUACIÓN ISRAELÍ

Israel es parte de la isla global que incluye Eurasia (en pleno avance) y el desarrollo del dominio desde el centro en detrimento del dominio desde la periferia que ejercieron los ingleses y legaron a los norteamericanos, ambos en la fase imperialista. Esto ocurre así porque el desarrollo tecnológico de la guerra se hizo excesivo por inútil, ya que los imperialistas no pueden usar la guerra nuclear sin holocausto global, en tanto el desarrollo tecnológico de la resistencia (se generan mutuamente) es ilimitado.

El planteo posible de la guerra sin holocausto es guerra limitada. Entonces una de las dos patas del dominio desde la periferia (el abordaje, la otra pata era el transporte militar marítimo) quedó trunca desde 1947 cuando los científicos (alertas por los crímenes de USA en Hiroshima y Nagasaki) terminaron de distribuir la super bomba entre casi todas las potencias (ese día comenzó la tendencia histórica hacia el postimperialismo, multilateralismo inevitable).

En cambio el transporte terrestre y la construcción. Los trenes bala, la infraestructura comercial y de conectividad en general, no han tenido límite en su desarrollo, conducido por China.

En ese escenario geoestratégico, la situación de Israel es similar a la de Alemania luego de la “Primera” y sobre todo de la “Segunda Gran Guerra”. Es tránsito en la ruta de la seda. Sale de la pandemia con Haifa en su nueva condición de puerto operado por China.  

Alemania hoy no quiere guerra, quiere comercio, porque ve su lugar central en una alianza con Rusia, ve el dominio de la isla global desde el centro (Catalina La Grande es el retrato que tiene Merkel en su despacho). Y Krugman le dice a China que tiene que dejar de invertir en conectividad e infraestructura para empezar a consumir chatarra, como si a China le interesara consumir lo que no necesita sólo para seguir produciéndolo y mucho menos lo que no necesita ni puede sustentar.

Por eso el ataque a Merkel desde los medios norteamericanos, españoles, ingleses, franceses e italianos. Los que participaron de la invasión a Libia, de la total destrucción y del caos en todos los lugares donde han podido (Alemania se hizo la sota todo lo que pudo ante los mandatos de Washington), se dirige también a encubrir la responsabilidad yanqui en la crisis de los refugiados, desde que armaron a los talibanes contra el gobierno comunista electo en aquel Afganistán laico, pasando por el apoyo a Hussein contra Irán, luego por la destrucción de Irak, entre otros motivos porque Hussein negoció petróleo en euros.

Por eso Merkel y Macron (gerente de Rochild pero en definitiva Presidente de un país central) denuncian mundialmente a USA por robarles mascarillas. Triste y cierto.

De ésta, la última gran guerra, se sale con la revolución que dejaría sin sentido otra gran guerra, porque hace muchas décadas que la humanidad ya produce todo lo necesario para dar a cada cual según su necesidad (“Socialismo y comunismo en un solo proceso”, como planteó una vez Fidel); sólo falta destruir la relación de producción o mejor dicho antiproducción, finacierización caótica del imperialismo, o se sale con final nuclear, es decir, no se sale.





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