viernes, 13 de mayo de 2016

Sader y la vías electorales en Brasil

El viernes, en La Huella de Seregni, dio una conferencia el profesor universitario brasileño Emir Sader, cuyo pensamiento, desde hace unos cuantos años, más coincide con el mío entre cuantos teóricos he podido leer.

Sader marca como eje "neoliberilismo-postneoliberalismo". Aísla de ese modo al enemigo principal del desarrollo de las fuerzas productivas, el capital financierista, especculativo, que hoy se hace un poco más visible cuando se revelan fugas de capitales con cifras astronómicas de dinero en paraísos fiscales y el altísimo y creciente porcentaje de dinero bancario sin relación alguna con la producción, capital financiero que es el único beneficiario de la recesión mundial que ha provocado.

Y se hace visible, además, en las opciones reales entre proyectos políticos en disputa en todos los países. La alternativa a los gobiernos "progresistas", "democrático avanzados", "democráticos sobre nuevas bases", de amplios frentes populares o "populistas" como les llama la derecha con afán peyorativo de dudosa eficacia, no es la ultraizquierda que no alcanza generalmente ni siquiera a testimoniar en el escenario de los hechos, no es tampoco un nacional reformismo antipopular y antiobrero de alguna burguesía nacional que pudiera todavía heredar junto al programa del APRA, alguna capacidad de aplicarlo. Es y sólo es el llamado "neoliberalismo", que sólo favorece a la banca endeudadora, que frena todo desarrollo productivo y ataca a los estados incluso en lo que estos puedan dar de cierto respaldo a las burguesías nacionales.

Sin embargo, se preguntó en La Huella, Emir Sader, sin retórica ni respuesta, "¿Por qué las burguesías nacionales brasileñas quieren voltear al gobierno de Dilma si éste hizo todo lo que ellas querían?". En la misma reunión el compañero Roberto Conde, candidato a la Presidencia del Frente Amplio, expresó con decepción: "es evidente que las burguesías nacionales no están confiando en nosotros".

La conferencia se tituló "Las vías abiertas de América Latína". Hace muchos posteos escribí en este blog que el de las vías y el de las burguesías nacionales -estrechamente relacionados- son desde fines del siglo diecinueve -desde que se hizo evidencia política la concentración capitalista en su fase imperialista en camino hacia fases de cada vez mayor concentración de capitales- los más complejos y decisivos temas de la revolución mundial y de nuestra revolución continental en particular.

El eje de Sader incluye teóricamente a tales burguesías en el bloque histórico de las fuerzas políticas que construimos para las vías electorales del cambio en América Latina. Ya las incluían, problematizándolas lúcidamente, Rodney Arismendi y Vivian Trías en polémicas que sostuvieron desde principios de los años sesenta. "Incluirlas o al menos anularlas" decía Arismendi cuando todavía la opción no era tan recíproca: hoy las burguesías nacionales sólo tienen esa alternativa: incluirse en nuestros bloques o anularse. Tal cual.

Trías, adelantándose, ya las consideraba prácticamente inexistentes como clase para sí en países como Uruguay, pero -entiendo hoy- no sólo las burguesías productivas; también algunas financieras ligadas a la producción. Yo no designaría el eje, como lo hace Sader, con el nombre -falso, además, porque debería llamarse "noliberalismo"- del proyecto económico, social y político de ese capital financierista que hoy es propiedad de menos del uno por ciento de la población del planeta, que se adueña especulativamente hasta de los recursos naturales mientras crece escandalosa la desigualdad con las enormes mayorías.

Porque cuando un gobierno noliberal desobedece un mandato militar de Washington -el de Merkel respecto a Ucrania, pongamos por caso-, tenemos ahí una contradicción ante la que no debemos ser indiferentes, por muy matizada que sea. No es la economía la que todo lo determina según la ciencia revolucionaria. El ser social determina la conciencia pero lo que decide, la vía fundamental -determinante- de los cambios, ha sido históricamente en la práctica -y en la teoría de los clásicos-, sigue siendo como sostén de las otras vías ahora, cuando no había elecciones de ningún tipo, la lucha armada. El factor militar no es desdeñable -como parecería en todos los análisis políticos de moda-; por el contrario; sigue siendo primerísima razón de Estado. Fue factotum del colonialismo y lo es del neocolonialismo y del imperialismo.

Otro caso, bien diferente, en la amplitud de contradicciones que afectan a ese enemigo principal: Cuando Piñera se integra como cofundador de la CELAC, trabajamos con él por ultra noliberal que era, trabajó Mujica muy bien. "Tenemos que trabajar con todos, de todo signo, para la integración" sentenció Conde en La Huella (compañero que anduvo ese camino en su práctica diplomática como Vicecanciller). Lógicamente, Piñera, Macri, con sus políticas noliberales a favor de los fondos buitres del capital financiero especulativo y judicialista yanqui de los Paul Singer, les dan a sus burguesías nacionales la durabilidad de un gramo de manteca en el hocico de un perro. Ellas lo saben. El Presidente de la cámara empresarial metalúrgica argentina lo dijo en 2005, "con Menem salíamos esquilmados y aprendimos que nuestro principal aliado es el sector obrero". ¿Por qué entonces no confían hoy en nosotros?

No es que pretendan que los sigamos en un programa que ya no tienen, porque el único programa alternativo al nuestro, en los hechos definitorios y categóricos, es el noliberalismo, es el programa de los grandes medios corporativos (las verdaderas oposiciones a los gobiernos populares en nuestra América) es el de los partidos que alguna vez se pretendieron de centro derecha o reformistas y hoy están completamente alineados al imperialismo y al proyecto del capital financiero; al punto, señalaba Sader, que desde los años setenta ya no hablan de "desarrollismo".

No sólo ya no es posible seguir a los burgueses nacionales como clase sino que es imposible cortarlos como clase si se enfrenta al imperialismo. Por ejemplo, en los varios proyectos de desarrollo que se discutieron en Uruguay en estos años, unos sectores de esas burguesías salían beneficiados y otros no. En el del tren, pongamos por caso, algunos productores veían reducidos sus costos de transportes significativamente contra las compañías de ómnibus, de camiones y a favor y en contra de los respectivos lobbys, porque capitales invertidos en esos sectores podían afectar otros ámbitos de la economía en caso de tomar represalias. Aratirí lo mismo. El puerto de aguas profundas lo mismo...

No llegué a formar una opinión sobre la conveniencia en concreto de cada uno de esos proyecto (eran muchas variables a estudiar) pero sí comprendíamos todos, que los sectores de esas burguesías que salieran perdiendo, no se harían peligrosos por sí mismos, sino porque el imperialismo pondrían todas sus baterías -principalmente propagandísticas- usando cualquier disputa contra el gobierno soberano para exacerbarla y boicotear -a la manera en que lo hizo y hace en Venezuela, en Eduador, en Bolivia...- Incluso cometiendo errores, cualquiera de esos escenarios neodesarrollistas audaces y populares hubiera dado la pauta de que se estaba en condiciones de enfrentar al Imperio, con un bloque de poder bien dirigido para perjudicar determinados planes de burgueses nacionales, pero, especialmente, llegado el caso, para defender y fortalecer otros como hubiese sido imposible antes y sería imposible hacerlo en cualquier época bajo el noliberalismo.

Porque para temer a las campañas mediáticas del imperialismo ya están las burguesías nacionales, se bastan a sí mismas, aunque ya carezcan de capacidad de dirigir e incluso de funcionar como partido. Al menos tienen ese laminado imperialístico de sus subjetividades imperializadas que les hace parecer un poco menos indignas las claudicaciones antipatrióticas.

Esas burguesías esperan de nosotros otra cosa: que no hagamos lo que ellas quieren, sino lo que necesitan, el papel que genialmente interpreta Dick Bogarde en El Sirviente de Joseph Losey. Necesitan al pueblo en el proscenio y lo necesitan organizado, confrontativo y dirigiendo el bloque que ellas ya no pueden dirigir, haciéndolo bloque de poder (aunque se quejen doloridas de que "los aeropuertos los fines de semana se transformaron en rodoviarias, llenos de negros y de chusma").

En Brasil, según Sader -y según Lula-, el gran error del gobierno de Dilma fue el ajuste fiscal antipopular que pedía el rugir de las campañas mediáticas.

Todo Brasil necesitaba que Lula saliera a atacar a Red Globo como lo hizo, haciéndole daño. Ante los políticos parlamentarios golpistas marionetas de la corporación mediática imperial, las vías electorales garantizan la continuidad democrática, con la resistencia de Dilma al golpe, con Lula en elecciones anticipadas o con Lula 2018, en todas las variables posibles y en todo caso con el regreso del PT fortalecido al gobierno y fortalecido el gobierno mismo. "La gente añora el gobierno de Lula; no el de Fernando Henrique Cardoso", dijo Sader recordando los logros del primer decenio petista.

Y si los golpistas quieren cerrar esas vías, tendrán que medir bien en qué parte las armas estarán de su lado y en qué parte las tropas se suman al pueblo en las calles como ya se suman en las urnas, como ya se sumaron en las urnas en Uruguay en 2014. Por cierto que puede pasarles como en Venezuela el 13 de abril de 2002, cuando Globovisión salió a filmar el desalojo de Canal 8 y terminó registrando la resurrección eterna de Chávez.

Fidel Castro, que fue teórico hace sesenta años, dijo en la clausura del séptimo congreso del Partido Comnunista cubano, que no deberán pasar sesenta años desde la implosión de la URSS (o sea treintipocos años desde hoy) para que una revolución social tan vasta como la de Octubre salve al planeta seriamente amenazado de muerte y citó, en cifras, las condiciones de concentración extrema de la riqueza en tan pocas manos como nunca antes en contradicción con todos los otros intereses.

Del avance de las vías democráticas depende esa revolución global y llegado el caso, también de sustituciones de burguesías nacionales.

Después de todo, sus contradicciones con el capital financierista, especulativo, no son personales (incluso personalmente suelen ser entreguistas, oligarcas, rosqueros o parte de "la casta" -como dicen en España- "con el bolsillo acá pero con el corazón en Washington" como decía Arismendi) sino que son contradicciones de sectores de clase y sistémicas.

Al fin y al cabo de tantos aprendizajes, de pruebas y errores y crímenes y realizaciones fantásticas, las revoluciones atrincheradas en estados, que no pudieron ser globales, devinieron en sustitución de burgueses nacionales por burocráticos primero y luego surgidos del riñón de aquellas burocracias o de los partidos revolucionarios, dirigidos por los pueblos, en la necesaria ofensiva económica -porque el pueblo solo con el Estado era un desgaste defensivo a la larga insostenible; incluso Cuba, con su imprescindible heroísmo para defenderse bloqueada a tres pasos del Imperio, tuvo que pasar, cuidadosamente, a cierta ofensiva económica. Y decimos burgueses y no burguesías porque ya en 1978, Deng, precursor, advertía la incapacidad de éstos para funcionar como clase para sí en esta época (más allá de que en China no se les permitiera ni se les permite hacerlo).

Ni siquiera el partido Rusia Unida (que nació con la pretensión de serlo de los privatizadores del momento) pudo crear una burguesía nacional orgánica en los hechos. O fue un partido imperialista (socialimperialista en la reivindicación de Yeltsin) o fue nacional popular con Putin, cumpliendo, tras una deriva extravagante, ciertos objetivos de la NEP, que tenían que ver precisamente con los nuevos ejes de las contradicciones fundamentales en el mundo de la economía.

Hasta los países con grandes economías están tensados por el eje casi bien definido pero mal denominado por Sader. Incluso Estados Unidos y Gran Bretaña, que tienen además expresiones políticas de crecientes y elocuentes polarizaciones sobre ese eje. La paradoja del momento es que nunca estuvo el mundo tan cerca del holocausto (ése por múltiples vías; nucleares, ambientales, climáticas...) y nunca tuvimos condiciones objetivas tan simplificadoras para poder cambiarlo de base.