martes, 23 de septiembre de 2008

Reina: Helen Mirren

Fue bien merecido el Oscar a mejor actriz de la Academia de Hollywood de 2007, que correspondió a la actuación de Helen Mirren desde la oquedad vital de un personaje con varios matices bien contenidos y algún ligero y refrescante desborde en La Reina, interpretando a Isabel de Inglaterra.

La película revela una verdad histórica. Cuando murió Lady D, Isabel de Inglaterra no quiso dar a conocer públicamente sus sentimientos. El Primer Ministro Tony Blair la obligó a hacerlo (en la medida de lo posible) y después de cumplir con la obligación, Isabel le dijo a Tony: "Hemos vulnerado la causa por la cual todo el mundo nos admira". Lo cual en parte es cierto. No todo el mundo los admira, pero cierta parte del mundo que los admira es por esa causa: cosas que no se dan a conocer. Yo admiro a varios británicos, desde Shakespeare a Lennon, pasando por el quinteto de Cambridge y Chaplin, pero la Corona Británica no es la institución que más admiro y su victoriano fair play con que nos mandaron a Suárez lesionado tampoco.

Recuerdo, por ejemplo, que antes del partido Uruguay-Inglaterra que inauguró el mundial de Wembley en 1966, Isabel de Inglaterra saludó a los futbolistas alineados en el centro del campo y Ladislao Mazurkiewickz, que tenía sus propias ideas, le dijo alguna cosa un poco fuerte que no reveló en detalle on the record. Pero el único mensaje que por carecer totalmente de ideología escapa a la defensa del reyentismo, fue el del capitán de la selección argentina, Osvaldo Rattín, cuando en ese mismo campeonato un juez alemán le "robó" a su equipo el partido eliminatorio a favor de Inglaterra (mientras uno inglés le "robaba" a Uruguay a favor de Alemania). Rattín fue expulsado y al salir de la cancha le enseñó con gestos ostensibles al palco de Isabel, tomándoselo entre las manos, el "paquete genital". Aquel mensaje gestual de Rattín (que además era el 5 de Boca Juniors) no fue más sexista que la vida de Carlos de Gales (que de azul solo tuvo algún estado etílico) pero acaso resultará mas célebre, cuando pasen los siglos: El ogro Rattín servirá para un buen cuento de hadas.

Yo, en literatura como en el cine, soy monárquico, no concibo el mundo sin reyes. Las obras de Shakespeare no pueden ser protagonizadas por presidentes. Lo mismo en los cuentos para niños: reyes, ogros y príncipe azul. La princesa Helen y Ladislao, el hijo del zar Yazim. Aquel año que yo vi por primera vez un Mundial, tenían ella y él los mismos veinte años. Fue crimen de lesa literatura que no se hayan conocido.

Matar a todos, ficción y realidad

La película logra lo que se propone, que no es contar la historia del asesinato de Eugenio Berríos, sino un relato de ficción sobre la vida de una actuaria, que para liberar cuentas pendientes de su pasado, se enfrenta a su padre y a su hermano, militares procesistas.

Técnicamente, Matar a todos es correctísima. Cuenta en su reparto con la excelente actuación de María Izquierdo, notable actriz chilena que con un monólogo se roba la película.

En cambio no consiguen lucir los excelentes actores uruguayos Walter Reyno y Jorge Bolani, porque sus muy buenas actuaciones alcanzan apenas para matizar personajes que del guión resultan muy maniqueos. El general nostálgico y el juez corrupto hubiesen sido malos de cuarta sin contar con esos actores. El general fascista Gudari (como si dijéramos, el general fascista Partisano), recibe de Walter Reyno una credibilidad que sus parlamentos no le otorgan y Jorge Bolani construye un pusilánime cortado con las suficientes gotas de rapacidad que lo alejan del arquetipo.

En cambio Darío Grandinetti hace de su “hueso” un papel de intensidad, aún mal marcado hasta la exageración (por ejemplo, en el mutis por los canteros del cementerio) y Patricio Contreras, César Troncoso y Arturo Fleitas sacan con oficio sus papeles que hacen a la trama política del caso Berríos.

El tema central de la película, que atrapa, está narrado con creciente intensidad y es la intimidad de la hija de criminal de guerra, que se va rebelando en toda su verdad como en la maravillosa La caja de música de Costa-Gavras, donde Jessica Lange hace uno de los papeles más memorables del cine. 

Roxana Blanco, en todo caso estaba mejor en Alma Mater. Por alguna curiosa causa que desconozco es Alvaro Buela quien ha logrado sacar más de sus actores (desde el Leonardo Lorenzo de Una forma de bailar hasta Roxana Blanco). La dirección de actores es en general un déficit de nuestros directores de cine.

Lo cierto es que Esteban Schoeder filma lo que sabe y está bien. Supera su performance de El viñedo. Pero que nadie espere un tratamiento profundo del tema como el de La historia oficial de Luís Puenzo, aunque sí una historia en parte bien contada.

Sin embargo insisto en que se está transformando en un condicionamiento del medio, esa exigencia de corrección conformista, contra los tratamientos más ambiciosos, que a excepción de en Polvo nuestro que estás en los cielos, están siendo rigurosamente evitados.

Los cowboy revisionistas

El tren de las 3:10 a Yuma de James Mangold, 2007, es una de las más punzantes alegorías sobre el mundo de hoy, que bien puede representarse como un “lejano oeste” si se lo resume en los elementos que Mangold elige para su película. 

Y todo a partir de la sencilla trama de un granjero que tiene que trasladar a un bandido hasta una prisión donde éste será ahorcado. La elección no es sencilla, porque el autor de esta película se expresa a través de lo que ya han escrito y dirigido otros y lo hace con lealtad hacia ellos. 

De comienzo es leal a Elmore Leonard, el autor de la novela en la que se basó el western homónimo de Delmer Daves en 1959. La primera escena de aquel western, el asalto a la diligencia, se convierte en éste en una verdadera apertura del Leonard más actual, Dinamita para empezar, y nos invita a creer que estamos ante una película excelentemente realizada. 

Para seguir, esta El tren de las 3:10 a Yuma es una suma de fidelidades al tratamiento del guión y a la dirección de aquella versión primera, que ya apuntaba sin maniqueísmos un mundo de relaciones económica y culturales que se afectan mutuamente, con autoridades mediocres, bandidos sagaces y el amor que todo lo puede cambiar.

Sorprendentemente. Mangold construye una parábola de sentido mas universal que la de los hermanos Cohen en No hay lugar para los débiles. La comparación viene al caso, porque se trata de dos películas con muchísima acción, toneladas de sangre y tiros y estrépito casi constantes. 

Pero El tren de las 3:10 a Yuma sostiene perfectamente esa dinámica, es totalmente verosímil y utiliza el western con todos sus elementos propicios para referirse al fondo humano de la violencia de una historia. Y de la Historia con mayúscula. En Mangold sí hay una denuncia del capitalismo salvaje que pretenden los Cohen, según sus propias declaraciones, del film con que ganaron el Oscar, donde no me parece apreciable. 

Es curioso, en cuanto al uso de la Historia, qué tanto Hollywood ha operado un cambio de orientación casi impúdico en el relato del lejano Oeste. Se dignifica el partido de los indígenas y ya quedan pocos héroes positivos del lado de los blancos. 

Es el caso de esta versión de El tren de las 3:10 a Yuma, que menciona la crueldad de los blancos hacia los indios como no lo hacía la primera. 

Sin embargo, Mangold mantiene de Daves el trazo afeminado de Charlie, el segundo del jefe de los bandidos, en una alusión que ya está en la novela, que juega incluso con la guiñada de la suite nupcial del hotel donde se alojan el jefe y el granjero. 

Mangold agrega algún trazo en ese carácter pero sin sobrecargar las tintas. Cuenta con un elenco que necesariamente sería comparado con el Ben Wade (el jefe de los bandidos) de Glenn Ford y el Dan Evans (el granjero) de Van Heflin. Y ahí están Russell Crowe y Christiam Bale. El primero sin la dureza de fondo ni la picardía de Glen Ford (Crowe apuesta demasiado a la seducción) y el segundo sin deberle nada al notable Van Heflin. Un gran trabajo de Bale. Pero la versión de Mangold tiene otros agregados a la película de Daves, que la aproximan al cine de autor más que muchos films de guión original. 

El protagonista de Mangold es el hombre que ha quedado solo con la Biblia y es hijo de una prostituta. Si Glen Ford era el rey en su película, Crowe es el dios de los hijos de puta en ésta, ambos con justicia y aunque salen victoriosos de sus peripecias (según permiten suponer los distintos finales, a cual más sugerente), el trasfondo temático consigue decir más de lo que aparenta.

Por si fuera poco, desarma, con sutileza, los mitos del relato histórico tradicional de USA. Ni el granjero, ni el bandido, ni el sheriff. Una de las improntas mas anarquistas del cine yanqui. 

Un film Vacío, vacío

El programa de la película Nido vacío, dice que se trata de la reconstrucción de un matrimonio entre un exitoso escritor (Oscar Martínez) y una mujer estudiante e hiperactiva (Cecilia Roth), una vez que sus hijos emprenden su propio camino fuera de su hogar. Pero en realidad es una crónica soterrada de la separación de una pareja, del abandono del amor y de los avatares de la memoria y la imaginación en el intento por recuperarlo.

Cecilia Roth es ella misma y con eso llena un papel que no sostiene la centralidad de la historia. Esta pasa por los sentimientos del auténtico narrador en primera persona, Oscar Martínez, que llena de matices los paisajes interiores del autor.

La película, con ritmo de jazz, muestra, a través de sugerentes primeros planos, miradas, gestos, detalles de la intimidad de un desencuentro, el entorno cotidiano de una Buenos Aires generalmente agobiante. Luego el paisaje es Israel, el Mar Muerto, la calma, la roca y el desierto, a veces la bruma y la notable actriz de XXY, Inés Efrón, que en Nido vacío no aporta nada, lo que subraya la pericia de Lucía Puenzo en aquella película.

Daniel Burman es fiel a sus antecedentes como directo, Derecho de familia y El abrazo partido. Es un verdadero autor que intenta con Nido vacío dirigirse a la vez al público y a alguna persona en particular. Lo hace con inteligencia, con picardía, con humor, con sensibilidad. Los rubros técnicos están bien cuidados y especialmente la música resulta regocijante.

Un film en tono menor que abreva en lugares comunes y medra de las expectativas que un poco tramposamente crea su programa para un sector interesante del mercado, las parejas con hijos veinteañeros, una franja de público con poder adquisitivo.

Si uno repara con atención en el trasfondo de la película, la evocación del pasado y los recuerdos de errores con su carga de angustia, puede ver en el intento de Martínez por entregarse a una imaginación inútil, el drama existencial de lo irremediable. Pero la narración está construida con tanta preocupación por la ligereza y la liviandad que hacen digerible la historia, que lo que queda es una sensación de comodidad y el recuerdo de los mejores toques de humor.

martes, 16 de septiembre de 2008

Dos historias de amor

El único punto de contacto entre ellas es que a una la vi hace un par de semanas en su avant premier montevideana (aquí se llama El sabor de la noche, su verdadero nombre es My blueberry nigth: la cantante Norah Jones protagoniza el primer film en inglés del cineasta chino Wong Kar-Wai -Con ánimo de amar, 2046) y anteayer vi en DVD, Cleopatra, una película argentina. Dos obras que contaron con desiguales recursos, pero más allá de eso, dos historias de amor muy diferentemente encaradas.

La del chino es cine de autor en perfecta sucesión de Con ánimo de amar. Tiene un tratamiento del color y de la forma que evoca a Chagall por sus tonos y a Klimt por su delicado erotismo. Su música es el perfecto correlato de blues y jazz de tres historias encadenadas por una espera. La de una chica que tras un desengaño amoroso viaja de Nueva York a Las Vegas pasando por un par de trabajos de camarera, en bares donde ocurren las otras dos historias, la de un policía que se suicida por un amor turbulento y la de una timbera profesional que devuelve a Norah Jones en su coche al restobar donde se inicia la película. Los personajes son creíbles y el trabajo del director es completamente artesanal, las secuencias están bien resueltas, no solo formuladas, con poco diálogo y mucho contenido.

En cambio en Cleopatra prevalece el cliché. Es una de esas películas que parecen escritas por el productor. Cada personaje está hecho para interpelar a un determinado sector del público y el guión avanza exponiendo fórmulas que resuelve superficialmente. Cuenta con la actuación de Norma Aleandro, que por momentos construye y sostiene buenas miniaturas pero el resultado final es insuficiente. Natalia Oreiro casi nunca está al nivel de su coprotagonista y tampoco Alterio ni Sbaraglia resultan convincentes. Demasiados efectos. Una película que de tan comercial no ha de haber resultado buen negocio.

La diferencia no está en los recursos sino en las intenciones. Aunque ambas son películas de amor, la del chino está hecha con más amor que la otra.