miércoles, 25 de noviembre de 2020

Maradona: uno siempre está muriendo

 



 

... y sin embargo, así seguirá abriéndose, muriendo, hinchándose y flotando, mientras dure en la noche, su belleza infantil de ingeniería...

Alfredo Zitarrosa

 

 

“Me acuerdo que cuando tenía doce años, había un canchero de Argentinos Juniors que, cuando yo entraba a la cancha, paraba un rato de trabajar, para sentarse en la platea a verme”, le dijo Maradona a El Gráfico, en Italia, en 1987, cuando él era la imagen más vista del mundo. La frase causó tal impacto global, que ese canchero tuvo sus diez minutos de fama internacional, televisión, radio, revistas. Uno de los periodistas que llegó hasta su modesta vivienda a preguntarle, para un video, si se daba cuenta que Maradona lo veía verlo -quizá el recuerdo más reciente que Maradona tuvo de una mirada pública sobre su imagen verdaderamente propia, la de sus doce años, la de su belleza infantil de ingeniería; acaso por eso lo mencionó en El Gráfico-. “No –contestó el canchero-; nunca me di cuenta; yo lo veía a él”.

“¿Y él nunca se acordó de usted para ayudarlo?”, preguntó el periodista.

Entonces el canchero le devolvió a Maradona su última imagen pública verdaderamente propia.

“¿Si me dio plata querés decir? Noooooo… Mi vida está paga por haberlo visto”.

 

Uno está muriendo y naciendo siempre, pero cuando alguien nos pagó la vida por haberlo visto, es mentira que esa imagen se murió y, sin embargo, andan diciendo que murió Maradona.

 

Que digan lo que quieran. Fontevechia, de Perfil, publicó la muerte de Maradona en tapa de la revista Noticias, ya en 1993. Y desde entonces, con mayor o menor verosimilitud, estuvieron matándolo siempre. Yo recuerdo que durante el Mundial 2010 leí  que Maradona había dicho en la conferencia de prensa "¿quién es Uruguay? ¿vino al Mundial?". Durante tres días lo leí ochenta veces en Facebook y en correos y lo escuché ochocientas en todos lados a donde fui, siempre en medio de descargas furibundas de uruguayos contra Maradona. Cuando se enteró, Diego dijo que no lo dijo y los periodistas se pusieron a buscar en todas las conferencias de prensa del mundial, más allá de la indicada, y en todas las entrevistas que dio y hasta en lo que mandó por Internet y no está. Si tengo que medir a Maradona por quiénes lo odian y cómo lo odian, por quiénes lo aman y cómo lo aman, no puedo dejar de recordar la página más esclarecedora de toda nuestra historia: el libelo de Cavia contra Artigas. No hay un tercer rioplatense al que hayan odiado tan expresamente así las oligarquías. Ninguno. Ni el Che al que Diego lleva tatuado en el hombro.

 

Y hasta ahí nomás llega la comparación, pero no deja de tener lo suyo y voy a recordar una, a cuenta de un par más, de las varias buenas, muy buenas apiladas de Artigas (y en cuestiones bastante más cruentas que el fútbol) que a Maradona, como gambeteador, lo dejan hecho un poroto. Digo "hasta ahí" porque el Diego tuvo buenas y malas. Don José, en mi opinión, una sola mala, que fue en cuestión amorosa.

 

En 1812, Francisco Javier de Viana, al servicio del gobierno de Buenos Aires, está colaborando estrechamente con Manuel de Sarratea en sus hostilidades burocráticas contra Artigas. Dentro de ese clima, Viana le escribe a Artigas: ‘El excelentísimo señor general en jefe (Sarratea) me encarga diga a V.S. que hace 25 días salió de Paysandú, conduciendo pliegos para el general (Diego de) Souza, un teniente de dragones de la Patria y 25 soldados del propio regimiento. Y como no ha regresado aquel oficial, le tiene cuidadoso por su tardanza. Espera (por tanto), que al paso que V.S. dirija sus marchas, (averigüe) por medio de sus partidas avanzadas y trato con los indios, alguna noticia que pueda tranquilizar las sospechas a que ha dado lugar la demora del expresado oficial’.

 

La contestación de Artigas, después de haberle indicado al Caciquillo que retuviera a ese piquete, cabe en estas pocas líneas: ‘Ya lo he hecho averiguar entre los indios, pero ellos sólo me dicen que han (matado) muchos portugueses galoneados, pero sin advertir (sin fijarse) si tienen el uniforme de nuestros dragones…’.

 

“Yo les pido a los napolitanos que mañana (en la semifinal mundial en Nápoles Italia-Argentina) hinchen por Italia; pero que exijan que los otros 364 días del año también los consideren italianos”. Por cierto que al día siguiente los napolitanos no le hicieron caso; llenaron el estadio de banderas argentinas y del Nápoles, con la leyenda “forza, Diego” y gritaron a rabiar el gol de penal, sobrando, con el que Maradona dejó a Italia afuera de la final de su Mundial en Roma. Nunca nadie le hizo perder tanta plata a la FIFA, que ya tenía vendido Italia-Alemania sin parangón.

 

Después de eso a Maradona lo echaron de Italia. Fueron a buscarlo con las cámaras del Lawfare hasta una cama de un apartamento en Caballito, lo que no le han hecho ni a Cristina Kirchner y, cuatro años después, el imperialismo escenificó un tribunal orwelliano para ocultar que Diego ganó el mejor de sus mundiales, en USA.

 

A Maradona le aplicaron siempre el doble rasero clásico de la FIFA. Todos los que están en el juego saben que aquella orwellliana conferencia de prensa con que la FIFA escenificó la expulsión de Maradona del Mundial de Estados Unidos como si fuese la Asamblea de las Naciones Unidas anunciando la paz definitiva en el mundo, fue una terrible farsa.

 

No porque Maradona no se haya dopado para mejorar su rendimiento. No se sabe, no se puede asegurar, ni de él ni de ningún deportista, de ninguna persona, en ninguna circunstancia, en ninguna competencia de este mundo. Ya que es lógico pensar (pongámoslo así) que la droga está diez años por delante del antidoping (el doping paga más). Sino porque sí se sabe, y se puede asegurar, que para mejorar su rendimiento deportivo no se drogó con efedrina. Se puede demostrar que la FIFA aplicó doble rasero, cuando en otra instancia de ese mismo Mundial por “positivos” similares, a otros dos futbolistas, uno de ellos brasileño, ni siquiera los amonestó y en el Mundial 86, a un español lo suspendió por un partido. A Maradona lo suspendió por un año y medio.

 

Por eso soy de los que no podía escuchar el programa de Ricardo Piñeyrúa, 13 a 0, porque cuando oía en su cortina de apertura que “los que admiran a Maradona por lo que hizo adentro de la cancha y no afuera, tienen el decodificador para escuchar este programa” yo tenía que correr el dial, porque expresamente no tengo el decodificador. Y no solo ni tanto por las opciones explícitamente políticas que hizo Diego (que tampoco le salieron gratis), sino porque formó un sindicato internacional de futbolistas, denunció a Havelange por tráfico de armas, pleiteó contra la superexplotación económica de los jugadores por la televisión que los hacía jugar al mediodía con cuarenta grados y ganó. Y fue el único famoso que cuando cayó preso por drogas junto a dos desconocidos, declaró que la había cortado él y a la postre, ha salido constantemente en los medios de comunicación contando el perjuicio que le causaron las drogas.

 

Si sigue habiendo derecho a soñar con un mundo donde ni siquiera en el fútbol las cosas valgan más que los seres humanos que las producen, se lo debemos también, en parte, a Maradona. Pero no es por eso que lo considero el mejor futbolista que vi. Para mí, los mejores técnicos de los mundiales filmados son Rinus Mitchels y Carlos Salvador Bilardo y no coincido, en casi nada, con ninguno de ambos afuera de la cancha.

 

Se dice que Pelé fue más completo que Maradona. Pero si por eso, Zidane fue más completo que Pelé. No solo fue ambidiestro, hábil, técnico, cabeceador, pasador, elegante, excelente lector del partido, sino que además marcó con una técnica de marca casi tan depurada como la de Thuran o Makelele o Cannavaro. Pero yo creo que Maradona fue mejor que Zidane porque Maradona es un genio. Y si el fútbol es, como lo definió Dante Panzeri, “la dinámica de lo imprevisto”, el mejor futbolista que quedó filmado es el Pelusa. Consta.

 

Los mundiales están filmados íntegros desde 1958 hasta hoy. De antes solo pude ver algunas secuencias del 54 y la película del mundial del 50 que exhiben en el Museo del Fútbol, que alcanza a recopilar unos treinta minutos de filmación. A mí también me juraron por todos los dioses que el mejor futbolista de cualquier época fue Scarone (don Osvaldo Heber Lorenzo me lo aseguró de un modo tan categórico, que no me animé a pedirle que lo argumentara). Pero yo tampoco vi jugar a Scarone y sobre si fue mejor el fútbol de antes o el de ahora, opino lo mismo que Obdulio Jacinto Varela. “Era mucho mejor el fútbol de antes”, dijo Obdulio. “¿Por qué?”, le preguntaron. “Porque yo era más joven”, contestó.

 

El que me dijeron Óscar Omar Míguez y Julio Pérez que fue el mejor jugador del equipo de Obdulio, Juan Alberto Schiaffino, me explicó que cuando él llegó a Italia, en 1954, el técnico del Milan medía lo que corría cada jugador por partido, que esas mediciones se siguieron haciendo y daban que, promedialmente, un jugador de 1994 corría cinco veces más que el de 1954. Hoy debe correr, por lo menos, ocho veces más (por su mejor preparación física, pero sobre todo porque se lo requieren las actuales tácticas. Es decir que las canchas son ocho veces más chicas. Es decir que el jugador tiene ocho veces menos espacio y menos tiempo para ejercer y lucir sus habilidades. Esas jugadas de bordadora que le vemos a Maradona en sus mundiales no tienen comparación entre las que están filmadas. Lo más parecido son los sucesivos regates de Garrincha, siempre en su punta. Pero Maradona las hizo en espacios mucho más reducidos. Y Zidane, Forlán, Messi y Griesman lo superaron en eso. Messi definitivamente.

 

El formalismo truculento que queda es que Pelé ganó más mundiales. Pero mal.

 

En el 70 Uruguay bajó a Guadalajara cuando le tocaba a Brasil, por calendario prefijado, subir al Azteca. El Brasil de Pelé nos “robó” ese mundial en la FIFA. En el 90 lo robaron a Maradona. Ya en la Liga italiana, donde Diego, como no hay nada comparable, sacó con diez más, tres veces campeón (y campeón de Europa), a un cuadro chico del Sur, que nunca más figuró. A Diego aquel año, lo estaban matando a patadas en Italia para sacarlo del Mundial. Entonces se escapó del campeonato italiano y se escondió en Corrientes hasta que empezara el Campeonato Mundial. Igual lo machacaron y tuvo que jugar casi todo el torneo con el pie izquierdo más grande que el zapato, porque no había con qué deshincharlo. Calzó un número más y desatado y aun así fue el decisivo para llegar a la final, con el apile y el pase de gol contra Brasil y la definición contra Italia (sobrando, como que era de Buenos Aires, esa cueva de napolitanos y los napolitanos deliraban y Garibaldi se revolvía en su tumba), comiéndole el hígado a Havelange y a la televisión italiana (Pelé jugaba en el cuadro de Havelange; ganar con el caballo del comisario es fácil; el tema es cuando te echan hasta al kinesiólogo como a Argentina en aquel Mundial y Codesal tiene que inventar un penal, porque si no, deshecho, con diez suplentes y Maradona rengo, Argentina lo ganaba por penales).

 

Y llegó el Gran Mundial de Maradona, el de la efedrina. El jugador decisivo fue Romario, el crack brasileño que se animó a decirle a la BBC que Maradona fue mejor que Pelé. Y el propio Romario sabe que alcanza con mirar los dos partidos que jugó Diego y hacer la proyección lógica para comprender que estábamos ante el mejor mundial del Pelusa. Pero el show de ese mundial, lo que le hizo ganar la televisión norteamericana (negocio supremo del mismo, en un país donde el fútbol ni fu ni fa), fue precisamente la sustancia hallada en la orina de Diego. Schumacher, el golero de una selección alemana campeona del mundo, declaró que a todo el equipo lo “pinchaban” (no salía en el control). Lo mismo declaró Julio Jiménez de todos los clubes con que jugó la Libertadores. Tampoco salía el esteroide anabolizante que se daba Ben Johnson, según confesó, desde diez años antes que el antidoping lo detectara en Seúl. Y le habían hecho controles en Estados Unidos y en todo el mundo. Al contrario: Si alguien resistió “que me sigan tratando como a las máquinas de Fórmula Uno que son los futbolistas en Europa” se llama Diego Armando Maradona. No le cortaron las piernas porque no lo alcanzaron –Maradona vivió siempre en otro cielo y en otro infierno–. Pero si le hubieran impedido a Hemingway seguir escribiendo después del desarrollo de París era una fiesta, todos hubiésemos sabido, con leer los primeros capítulos, que nos habían robado el final de su mejor novela.

 

En comparación con Pelé, un par de definiciones bellas dentro del área, nada más. El mejor jugador de los mundiales 58 y 62 fue Garrincha. Que en el segundo Pelé no haya podido jugar no incidió en el resultado. Sí incidió que en el 58 no jugaran los mejores futbolistas de aquel año, Sívori, Angelillo, Schiaffino y Abaddie. En el 66 nos robaron a todos, es verdad, a Brasil también. Pero yo dirimo por las competencias entre nosotros. Uruguay fue campeón sudamericano de ese bienio y Peñarol de América (y del Mundo) de ese año. A Pelé en el Centenario lo borramos como siempre. Ese año Santos no llegó a definir la Copa. Dicen que el mejor equipo era el River Plate de Ermindo Onega, pero el mejor fue el Peñarol de Rocha porque le ganó bien la final. El año anterior, el 65, sí llegó Santos a definir en semifinal con Peñarol y el partido decisivo fue en el monumental de Núñez. Ganó Peñarol y la tapa de El Gráfico fue con Pelé de espaldas y Sasía de frente: “Fuimos a ver un a 10 y terminamos viendo a otro”. En el 70, en mi opinión, en la de Rivelino y en la de Maradona, el mejor jugador brasileño era Rivelino y el decisivo fue Jair. En cambio cuando Maradona ganó, ninguno de sus compañeros puso en duda que el equipo era Diego y diez más. A menos que tomemos en serio la genial broma que le hizo el Negro Enríque cuando fue a festejar con Maradona el gol a los ingleses con la mano (el segundo; el primero fue con el puño), “¡qué pase que te di, Pelu!”.

 

Se la había dado en la mitad de la cancha y de toque corto.

 

Sinceramente, esa de “Pelé o Maradona” ya es una polémica vieja. Como aquella que muchos planteaban en los años cuarenta, “¿Gardel o Magaldi?”. Dentro de sesenta años, a lo sumo se seguirá discutiendo si Maradona nació en Toulousse o en Tacuarembó.

 

Así que no me vengan con que se murió. Cientos de miles de personas están en la calle en plena pandemia. No lloran, no bajan la cabeza, no se persignan. Cantan "y ya lo ven, y ya lo ven, el que no salta, es un inglés". "Olé, olé, olé, Diego, Diego". Llenan las plazas, las inmediaciones del Obelisco porteño, rodean las casas de Diego, la de Fiorito, la de la Paternal y la de Devoto. Gritan para que despierte. Rezan para que se recupere. Nadie lo llora. Encienden velas frente a los sanatorios donde alguna vez se recuperó. Rodean la morguera que lo lleva a la casa fúnebre. Demoran su llegada. No sea cosa que en realidad lo empiecen a velar y entonces Diego se les muera, se nos muera, y tengamos, después de doce horas, que ponernos todos a llorar.

 

Vamo’ arriba. Este es un juego de equipo.

 

El menos dotado del equipo campeón en México 86 se llama José Luis Brown, el “Tata”. Hace dos años contó en entrevista con Víctor Hugo Morales, que, saliendo a la cancha para jugar la final, se detuvo a subirse las tobilleras y al pasar, Maradona le tocó un hombro y le dijo, “vamo arriba, Tata, que si vos jugás bien yo juego bien”.

 

No le dijo “si vos jugás bien yo la descoso”. Le dijo la verdad. Porque si Brown o cualquiera no jugaba bien, no ganaba el equipo y si el equipo no hubiese ganado, Maradona no hubiese jugado bien por mucho que la descosía. ¿Sorprende que Fidel, el peor del mundo, el que sacó del bolsillo alto de una guayabera que llevaba puesta, su mano vacía para mostrarla diciendo “éste es todo mi patrimonio”, haya confiado tanto en Maradona, al punto de regalarle su chaqueta de Comandante en Jefe? 

 

Vamo’arriba, que si nosotros jugamos bien, el Diego juega bien... o sea: le ganamos a todo.

sábado, 21 de noviembre de 2020

Se desgasta Gramsci en nuestra América

 



Ayer, 17 de noviembre de 2020, Luis Arce Catacora posecionó a los nuevos comandantes de las Fuerzas Armadas de Bolivia.

 

Los oficiales ocuparon sus asientos del salón de la Casa Grande del Pueblo, frente a la mesa que presidía el acto, con Arce en su investidura de Presidente de la República, David Choquehuanca en la suya de Vicepresidente, Andrónico Rodríguez, Presidente del Senado y Freddy Mamani, Presidente de la Cámara de Diputados. En los flancos, dirigentes de los movimientos sociales, de la Central Obrera Boliviana, de los campesinos e indígenas y de partidos políticos con representación parlamentaria.

 

Estaban todos. Todos menos quien no es ya “todos” en Bolivia. Arturo Murillo había huído a Miami.


Todos y el Presidente del MAS, Evo Morales, desde el Trópico de Cochabamba. 


Contó Leandro Grille en Legítima Defensa, que hace un año en El Chapare, Evo tuvo presente la llamada de Fidel Castro Ruz a Hugo Chávez Frías, el 11 de abril de 2002 cuando los golpista de PRISA tenían secuestrado al Presidente de Venezuela. "Tenemos poco tiempo para hablar -le dijo Fidel a Chávez-. Sólo te digo que no te inmoles. Confía ciegamente en el pueblo". El 13 de abril el pueblo venezolano recató a su comandante Chávez y comenzó a afianzar su poder. Creer o reventar.


Aquella fe ciega del "confía ciegamente" que profirió Fidel es clarividente y científica, por paradoja. Lenin explica que, en última instancia, la energía desatada de las masas revolucionarias en movimiento, no puede ser dimensionada por cerebro alguno. 

 

¿QUIÉN ES “TODOS”? ¿QUIÉN ES “LA UNIDAD”?

 

Antonio Gramsci, sardo muerto en Roma en 1937 pocas semanas después de haber sido liberado de una cárcel de Mussolini en Turín, que padeció desde 1926, escribió bastante sobre la cuestión de la hegemonía cultural y de la dirección política. Nos dio categorías para pensar. Entre ellas, la que llamaba “guerra de posiciones”, en término eufemístico, militar, que burlaba la censura en sus Cuadernos de la Cárcel, contra “guerra de movimiento”, “bloques históricos”, “bloque de poder”, en los flujos y reflujos de la sociedad civil. O sea: poderes blandos sobre los que había anticipado estudios  ya en El Nuevo Príncipe, considerando, con preocupación, que la entonces reciente Revolución Rusa se había dado sin una previa hegemonía sobre la sociedad civil, “y ese cambio de hegemonía precisa de la acción cultural en varios ámbitos: en la escuela, en la prensa, en las asociaciones culturales…”

 

En el exacto momento de la Revolución de Octubre, Gramsci había titulado atrevido, osado, genial, La Revoluvión contra El Capilal. La revolución contra el libro de Marx, El Capital, así, con mayúsculas iniciales y en cursiva propia.  Fue un título provocador que Lenin celebró proponiendo poco después a Gramsci a la Presidencia de la Internacional Comunista. El juego de asociaciones connotativas nos lleva del libro más célebre de Marx, a su autor y de éste a “La revolución contra el imperialismo” (que es el subtexto del título). El texto describe, sin medias tintas, que Lenin hizo la revolución en un eslabón débil de la cadena imperialista, cuando Marx la había previsto inicial en los países más desarrollados por el capitalismo.

 

Del mismo modo, hoy Gramsci connota poder blando hegemónico o dirigente y bloque de poder histórico y cultural. Titular “El desgaste de Gramsci” es copiar su ardid provocativo; en este caso para referir específicamente al desgaste de la hegemonía del lawfare en nuestro continente, pero los propios conceptos de este enunciado son inentendibles sin Gramsci. Al igual que Lenin con su teoría del imperialismo es inconcebible sin El Capital de Marx y el propio Gramsci sin Lenin es medio mudo (Rodney Arismendi dedicó uno de sus últimos editoriales de la revista Estudios a demostrar fehacientemente que fue con Lenin con quien más conversó Gramsci en sus Cuadernos de la Cárcel, aquellos que, en edición de Nueva Visión, tomados de la de Valentino Guerratana, leíamos gracias a Mirta, encargada  de la librería Ruben, de Tristán Narvaja, a fines de los 70, cuando tener ese libro y no tan escondido que lo ofrecía en secreto a los jóvenes que comprábamos González Tuñón o Falco, podía costarle la vida.

 

“Por la unidad de Bolivia” dijo el nuevo comandante en jefe de las Fuerzas Armadas bolivianas, Jaime Zabala. El fantasma de la dirección política ablandaba el poder. "Ya es tiempo de dar oportunidad a nuestra patria; hemos sido atacados por la naturaleza con los incendios de 2019, hemos estado inmersos en una inestabilidad política, social y económica (eufemismos para referir a la dictadura), y seguimos atacados por la covid-19". "La unidad nacional, la estabilidad, el interés colectivo y la integración son la vía para dejar atrás el odio y la intolerancia". “La organización de las Fuerzas Armadas descansa en su jerarquía y disciplina militar, están sujetas a sus leyes y reglamentos militares y como organismo fundamental e institucional no realiza acción política en el Estado".

 

Asistimos así al poder duro construyendo poder blando, ambiguo y oblicuo, porque el Poder es poder, obvio, tautológico, pero el Poder también es que el enemigo no pueda.

 

En su libro Evo, el líder indígena Presidente del Movimiento al Socialismo-Instrumento para la Soberanía de los Pueblos, Evo Morales Ayma, cuenta que “la embajada” (yanqui) quería que enviase las Fuerzas Armadas contra los policías que cercaban la Casa Grande del Pueblo en La Paz en noviembre del año pasado. Eso hubiese provocado un baño de sangre que la embajada hubiese utilizado de relato para el golpe tal cual quería darlo pocos meses después. Evo se negó a la confrontación armada en esas circunstancias y le quitó así a la embajada el relato, le quitó un poder que resultaría decisivo.

 

El comandante Zabala no pronunció “pueblo” ni “democracia” en su discurso., Recurrió a la argucia de una neutralidad que las fuerzas armadas nunca tuvieron ni pueden tener, porque su “acción política en el Estado”, depende de quién las esté neutralizando, dirigiendo. En la ocasión, el presidente Arce, Capitán General de las Fuerzas Armadas de Bolivia, a turno seguido, le reclamó a Zabaja bloque de poder y bloque histórico, en términos bien precisos y categóricos.

 

Abogó por unas Fuerzas Armadas "cohesionadas con el pueblo" y capaces de "garantizar la estabilidad de nuestro gobierno elegido por voluntad soberana". "Hoy tenemos el gran desafío de que el pueblo boliviano vuelva a confiar en las Fuerzas Armadas –dijo Arce enfático–. Estamos seguros que, trabajando juntos, vamos a lograr ese objetivo y avanzar para salir de la crisis y devolverle al pueblo boliviano la esperanza" (bloque de poder estable). Y también trajo a la memoria los nombres de David Toro, Germán Busch y Gualberto Villarroel, a quienes definió: "grandes líderes militares cuya participación fue determinante porque surcaron profundos procesos de cambio estructural que quedan en la memoria colectiva del pueblo" (bloque histórico actuante).

 

Arce cambió a todos los comandantes de las Fuerzas Armadas y de la Policía. Ya el Ministro de Gobierno de Evo, Carlos Romero, quien estuvo preso durante la dictadura de Añez, había publicado listas de los policías traidores a la patria que se amotinaron (especialmente de Santa Cruz) y denunciado la alta traición de Yuri Calderón, el Jefe de Policía del golpe.

 

En entrevista de Freddy Morales para Telesur, Evo narró algunos de los incidentes militares posteriores a la victoria electoral de Lucho Arce. El general Orellana pretendió marchar sobre La Paz y fue detenidos por un general del MAS (cuyo nombre Evo, en la entrevista, se reservó). Orellana en su proclama a los oficiales acusó al MAS de varias falsedades y de algo que, en su comentario, Evo dejó en suspenso: formar milicias comunales. También habló Evo del ingreso a las Fuerzas Armadas de indígenas de El Chapare y de El Alto.

 

Lo cierto es que el poder duro militar y económico (la Presidencia de Lucho, ex Ministro de Economía de Evo, es una garantía de continuidad del Proceso de Cambios) se va a consolidar por y para el pueblo en el centro territorial de América del Sur. Muchas veces insistió esta columna en el eje de la fecha comicial boliviana, porque estaba segura de que el MAS ganaría arrasando, determinando en los procesos periféricos, con todo su peso puesto en el desenlace electoral. El golpe de Almagro había nacido moribundo, sin base social y sin relato, a merced de la contraofensiva, pero ésta, con la actual correlación de fuerzas –y quién sabe luego–, tiene otro problema que resolver tras acabar con la dictadura: desmoronar el poder blando que mantuvo tres horas los resultados de las elecciones ocultos, por orden de los dueños de los canales televisivos, esperando un plan de Arturo Murillo, que no funcionó.

 

Vuelven las radios comunitarios, vuelve el canal público, crece InterBolivia, la red de resistencia en redes, Ecos Latinos y vuelve, con fuerza mayor Telesur, que tuvo el “honor”, cuando combatió el golpe, de que Guaidó se hartara de ser “Presidente Encargado” de Venezuela” y se autoproclamara “Presidente de Telesur”. No es chiste, aunque fue tal cual. Chirolita jugando a Mister Chapman en una trama de Jean Genet.

 

¿Alcanza? No. La democratización de los poderes no electos (mediático y judicial, fácticamente plutocráticos), no debe esperar a que a Lucho le inventen un hijo no reconocido o cualquier otro de los 30 procesos truchos que armaron contra Evo. El 55,1% de los votos y los dos millones de bolivianos que recibieron bajo palio la caravana de Evo, incluyendo al millón o millón y medio (es difícil estimar el número porque la multitud ocupaba tres quilómetros de largo y unos cien metros de ancho ante el estrado en Chimoré, Cochabamba), son fuerza suficiente para asegurar que el lawfare ha fastidiado a nuestros pueblos y corre la misma suerte que enterró al plan Cóndor. Ahora asegurar es que la correlación de medios refleje la de votos.

 

El regreso de Evo fue el más apoteósico de nuestra historia continental. Superó al de Perón. Allí, Andrónico Rodríguez, el sucesor en las seis federaciones del Trópico de Cochabamba, le dio la bienvenida, con una sola línea para el Estado Plurinacional, "la revolución democrática cultural". Si Gramsci estaba en el hermano Álvaro García Linera abrazado al hermano Evo, estaba también en los ecos del discurso de asunción de valor más absoluto y de mayor profundidad filosófica que se haya oído, el de David Choquehuanca, el del saber originario indígena, entendido por el sardo y por las tesis del peruano Mariátegui.

 

PERÚ: NO VENGAN YA CON LAWFERES

 

El desgaste de la estrategia yanqui de la judicialización de la política para operaciones mediáticas en nuestro continente contra los dirigentes ya históricos de los gobiernos de izquierda, se ve en el deshilache de las “causas” contra Cristina Kirchner y contra Lula, se aprecia con el Partido de la Revolución Ciudadana de Rafael Correa encabezando las encuestas en Ecuador, sin credibilidad a las tramoyas mediático judiciales contra Correa, absurdamente proscripto y contra el Vicepresidente Jorge Glas, injustamente preso, se completó en Perú cuando el Congreso manejado por la embajada quiso seguir jugando al lawfare para cambiar presidentes y poner ministros que le extendieron veinte años de contrato a Telefónica, usufructuando una Presidencia provisoria de cinco meses.

 

El pueblo peruano salió a la calle y reafirmó la voluntad de toda nuestra América para no dejarse robar su destino.

 

El domingo Brasil votó contra Bolsonaro. En San Pablo y en Porto Alegre definen candidatos apoyados por Lula. Guillerme Boulos, del Partido Socialismo y Libertad y Manuela Dávila, del Partido Comunista de Brasil, respectivamente. En Chile crece el clamor de que renuncie Piñera, luego del 80 % de votos contra la constitución de Pinochet-Guzmán. En Colombia, Bogotá está tomada por las protestas de estudiantes e indígenas para frenar las matanzas del régimen de Duque. Cada vez más “todos” somos el pueblo y la “unidad nacional” es la unidad popular.  Si por "dejar atrás el odio y la intolerancia" Zabala se refirió a la impunidad de las masacres en Sacaba por francotiradores desde helicópteros, con armas sustraídas del cuartel policial y de Senkata por efectivos policiales y militares, entre otras violaciones a los derechos humanos, se equivoca de "todos" y de "unidad nacional".  


A Bolivia le llegó en noviembre, su 13 de abril bolivariano, su 19 de junio nico, su 26 de julio barbudo. En hora buena, porque América del Sur tuvo varios ciclos de hegemonía popular y nacional sobre la sociedad civil, batllismo, peronismo, Goulart, Allende, Haya, Gaitán, Correa, el propio Evo, entre tantos otros, y hoy es hora de que la hegemonía se dé con la posterior "Revolución contra El Nuevo Príncipe", con el viejo y vigente principio marxista de la esencia del poder del Estado, "destacamentos armados y cárceles", diríamos además ahora el Internet de origen militar, aviones supersónicos, satélites orientadores de coordenadas, drones populares y nacionales de Patria Grande. ¡Jallalla América La Nuestra! ¡Kausachun América La Nuestra!   

 

 

domingo, 8 de noviembre de 2020

Los enfoques sobre Biden

 


Los dos eran peores, pero Biden era más peor para algunos y Trump para otros.

 

Para Putin era más peor Biden. Fue Obama el que empezó con el Maidán, las “sanciones” a Rusia en 2014 y el golpe en Ucrania. Allí Biden jugó un papel protagónico. Mientras Trump contó con el FBI tuvo a Biden contra las cuerdas con el affaire ucraniano. Por su parte, cada vez que el Partido Demócrata sufrió filtraciones de sus negociados culpó a Rusia de haberlo hackeado, mientras el Departamento de Estado USA seguía rodeando a Rusia de más y más misiles. Finalmente, tras la arrolladora victoria electoral de Zelensky en Ucrania, buen vecino de Rusia, Trump consiguió pruebas contra la conspiración del hijo de Biden en Ucrania, pero ni Fox lo levantaba ya con entusiasmo. El poder fáctico, el Estado Profundo estaba dictando sentencia. Siempre y en principio contra Bernie Sanders (por descontado) y en seguida a favor de Biden. Es cierto que el Deep siguió acosando muy especialmente al gasoducto del báltico de Rusia a Alemania en tiempos de Trump, pero Putin sabía que cuando Trump retiró las tropas yanquis de Siria, el Deep las mandó volver. “No es contigo”, le decía Putin a Trump, “es con todos los que ocupen tu lugar y peor que peor Biden”.

 

Para Irán era peor Trump. El disfónico del reality show se retiró del 5 + 1 y le declaró la guerra a Irán al proclamar su autoría del asesinato de Soleimani en Irak. Además tiene lazos filiales con Netanyahu y hasta le inventó un “Acuerdo del siglo” fantasioso. Biden fue el principal operador senaturial demócrata para invadir Irak, pero difícilmente tras la difusión orquestada de las burlas de Obama al teléfono de Macron sobre Netanyahu, Obama hubiese trasladado la embajada a Jerusalén, tal lo hizo Trump.

 

También para Cuba era peor Trump. Obama pensó más en los intereses del Imperio, muy desgastado internacionalmente por el estancado bloqueo a Cuba, que en la cuestión electoral. En cambio Trump se jugó a extremar las “sanciones” a más no poder, impidiendo incluso las remesas, para asegurarse el voto gusano en La Florida, un seis por ciento residente en Miami, pero desde hace un tiempo con algunos puntos más de los escuálidos, que todos juntos no bajaron del 85 % a  favor del Partido Republicano entre esas colectividades, consolidando una holgada vitoria de Trump en un Estado donde en otras ocasiones estuvo reñido.

 

Para China cualquiera de los dos peores le daba lo mismo. Si volvían los globalistas (Biden) volvía a ganar China (más que antes), si seguían los antiglobalistas (Trump) seguía ganando China (también más que antes). No es que les chupen un huevo pero, salvo la militar, las otras amenazas (comercial, financiera…) se las toman con calma. Con enérgica paciencia todas.

 

Para Venezuela también, cualquiera de los dos peores era lo mismo porque cualquiera de los dos es el peor mismo. Desde George W. Bush hasta hoy, cada nuevo Presidente de EEUU fue peor para Venezuela. Eso no va a cambiar. Venezuela es desde la Revolución Bolivariana la mayor piedra en el zapato de USA.

 

LOS ENFOQUES DE LAS CORPORACIONES

 

A Biden lo votó gran parte del capital financiero, casi todas las corporaciones mediáticas, las tecnológicas, las operaciones de las encuestadoras y, crecientemente, sectores del medio oeste y del norte decepcionados con el incumplimiento de Trump de su promesa electoral de volver a poner de pie fuertemente la industria o de colocar sin dificultades los granos (tuvo dificultades con China; se puede hablar de un voto decisivo chino por cautelosos cumplimientos de la fase uno del acuerdo de enero, luego de que en los meses más intensos de campaña electoral, el Deep vendió misiles a Taiwán).

 

A Trump lo votó otra gran parte del capital financiero, el lobby energético, gasífero y petrolero, el lobby del gobierno de Israel y, crecientemente, sectores de la población afro (con más de un 10 por ciento de trasiego de votos hacia los republicanos) y latina (con más de un treinta). Esto se explica, además de por los muy minoritarios grupos ya mencionados conspiradores contra Cuba desde hace sesenta años y contra Venezuela desde hace veinte, por efecto, paradójico, del discurso xenófobo de Trump. Muchos negros y latinos se sienten fundamentalmente ciudadanos yanquis y temen la llegada torrencial de inmigrantes que les disputen puestos laborales.

 

Muchos dicen que Trump tuvo una gran votación. Superior a la de 2016 y contra todos los pronósticos y aún mayor oposición del lobby mediático, ya que está vez la única gran cadena que supuestamente lo apoya, Fox, tuvo menos fervor y las tecnológicas censuraron parte de la campaña Steve Bannon. Es discutible. Ciertamente las cinco grandes cadenas, incluida Fox, cortaron el discurso de Trump post electoral denunciando fraude y lo sacaron del aire, o lo vapulearon editorialmente (caso CNN), lo que demuestra, más allá de que que Trump estuviera mintiendo o no con su denuncia (sustancialmente Trump no miente menos que Bush y sucesores cuando transportaron a las cadenas televisivas en sus tanques al invadir Afganistán e Irak), dónde radica el poder real o dónde se expresan en primer término los poderes fácticos de la economía real. El mediático no es el cuarto poder. Es el primero y si quiere mandar “que cierre el culo” al mismísimo Presidente de USA, lo manda.

 

Es así desde hace al menos un siglo, desde los sucesos en que basa Orson Welles su genial Citizen Kane. Por eso es surrealista que se discuta la parte referida al control hegemónico en la nueva Ley de medios en Uruguay, suponiendo “independencias de periodistas y redactores de ‘información’” o canales del interior “alternativos”, o “puede haber líneas editoriales”, entre la ingenuidad y el relativismo kantiano con que lo hicieron en Legítima Defensa. La subordinación del poder político al mediático en Uruguay es tan antigua que ya tallaba, con suficiente antelación para actuar con sentido común, desde hace sesenta años, cuando un gobierno blanco repartió las tres señales de la naciente televisión comercial al aire, entre los dueños de las tres radios hegemónicas, aunque dos de ellos eran colorados y sólo uno blanco.

 

La Ley de medios frenteamplista fue un amague de tocada de hombro, postergado diez años en veremos y cinco en reglamentaciones y no usufructuada en su único aspecto relativo al poder (la concesión de Mujica de un canal al aire al PIT-CNT). la actual Ley del gobierno, es un ataque gravísimo a ANTEL, pero en materia de dominio de mensaje y control de agenda, el oligopolio hizo siempre lo que quiso y lo que ahora expresa, al prestar displicente desatención al tímido dedo con que el Frente gestualizó su “tengo que fingir un poco que quiero tocarte” es un “salí de ahí, sacá de encuadre ese dedito ridículo” ni siquiera dicho, desdeñosamente sonreído con una breve mirada sobre el hombro.  

 

¿QUÉ PUEDE HACER BIDEN?

 

Algunos analistas sugieren que ha nacido el “trumpismo”, porque para 2024 el magnate inmobiliario puede volver a hacer campaña postulándose a Presidente, pero estas ventajas de rivales pusilánimes por el insípido camino del medio, no va a tenerlas siempre. De hecho, fue Sanders, con su exacto pronóstico de lo que Trump haría (declararse ganador y protestar fraude) quien ha hecho nacer algo nuevo en USA desde hace una década, que algún día se va a resumir en victoria.

 

Si es por sus teorías conspirativas protonazis, el “trumpismo” nació en entreguerras del siglo pasado y el auge de esas teorías en el mundo actual son apenas expresión de que no tienen contrapeso de “sociedad de bienestar" imperialista alguna, de que no hay New Deal ni Doctrina Truman, ni Plan Marshall, si siguiera Alianza para el Progreso, que pueda el imperialismo proponer megaendeudado como está, para la neoglobalización que plantea ya un nuevo Bretton Woods pero sin sistema SWIFT. Se anuncia que el Presidente del Tesoro de Biden va a ser el CEO de Black Rock. “Abandonad toda esperanza…”

 

Biden no puede volver a los acuerdos Transpacífico y transatlántico que Trump estropeó, sin hacerse cargo de los arrolladores avances chinos en estos cuatro años en la nueva ruta de la seda, especialmente en este año en que la del gigante asiático es la única gran economía que crece y bastante.

 

Biden no puede, no tiene manera de volver atrás la consolidación de la unidad sino-rusa, los gasoductos hasta Alemania en el Norte y Turquía en el centro, el avance financiero digital chino y el fortalecimiento militar cualitativo ruso y hasta de Corea ante las bravuconadas de Trump.

 

Puede, sí, volver al Pacto Climático de París y al acuerdo con Irán, al desenfreno acrítico del gasto militar y al guerrerismo “excepcionalista” de Obana (no olvidemos que el Partido Demócrata es el gran partido doctrinario imperialista de USA; aunque aparezca un tanto progre y liberal en lo interno no rehúye ninguna posibilidad de invadir otros países), pero su nombre actual no es Bond y Sean Connery ha muerto. Gran actor más allá de fama, la figura de Connery remite a un pasado que no ha de volver.