domingo, 30 de diciembre de 2007

La picaresca de Chavarría

En su más reciente novela Adiós muchachos, el uruguayo cubano Daniel Chavarría vuelve a demostrar que el formato y los tics de la novela policial, bien pueden ser trasvasados a otros géneros. Ya lo había hecho hacia la novela histórica y en el caso de Adiós muchachos, el género que se beneficia del suspenso y la tensión propias del hard boyled es la picaresca, la tan española y cubana tradición de humor y aventuras que tuvo en Cervantes uno de sus más conspicuos y lascivos cultores.

La protagonista de Adiós muchachos es una discreta y creativa “jinetera” cubana que ejerce la prostitución en bicicleta basándose en un guión muy ingenioso. Las múltiples vueltas de tuerca del argumento sirven para sazonar las aventuras de esta “Lazarilla de Tormes” de los tiempos del llamado “período especial” de la revolución cubana, cuando más escaseaban en la isla bienes de consumo. La acción transcurre entre 1996 y 1998, mientras se lanza un nuevo proyecto de empresa mixta entre capital privado extranjero y estatal cubano, a instancias de unos inversores holandeses que proponen al gobierno de Fidel hacer turismo submarino en busca de galeones bucaneros hundidos siglos atrás. Algo de espiral cíclica de los pitagóricos hay en ese argumento.

Chavarría es un maestro en el manejo del tiempo narrativo, apreta el relato hasta lograr el efecto de atrapar a su lector por la nuca sin permitirle quitar los ojos del libro hasta la última página.

Por cierto, la novela admite también lecturas menos morbosas que las que surgen del manipuleo del cadáver de un acaudalado ejecutivo holandés para cobrar un rescate. Se puede intuir cierta connotación de personal despedida en el título elegido por el escritor cubano de origen uruguayo, para un libro tan descarnadamente realista y explícito sobre los privilegios de los dirigentes de la revolución cubana.

En cualquier caso, resulta preciso, creíble, y siendo cierta la proclama del Che, “la verdad es siempre revolucionaria”, estas divertidas viñetas son de lo mejor que Chavarría puede ir haciendo. Sobre todo porque van insertas en una estructura novelística muy sólida y se deslizan en prosa cautivante.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Ironía roja

Cuando Marx en El 18 Brumario... ironizó que la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa, no podía ni siquiera sospechar el bochorno farsesco de la derrota bolchevique en Europa con la caída del muro de Berlín, que Esteban Valenti aborda en su novela de título irónico Las viudas rojas. El mayor mérito de la estructura de la novela es el cierre desopilante de la creciente tensión de la trama. Se trata de un final que resume en imágenes de ficción lo que ocurrió en la realidad, un inesperado “aquelarre” donde todo se resuelve sin disparar un tiro, sin que corra sangre, mientras el mundo festeja, los servicios de inteligencia quedan de improviso sin el enemigo a capturar y los medios disparan sus fhashes sobre un sorpresivo circo. Pero si el desenlace y el remate son lo más importante en una novela de espionaje (audaz incursión de Valenti en un género donde otro oriental se ha destacado con excelencia, Daniel Chavarría, pero desde Cuba), Las viudas rojas tiene una apertura pautada por una frase de Onetti en el acápite: “El que pretende dirigirse a la humanidad, o es un tramposo o está equivocado. La pretendida comunicación se cumple o no; el autor no es responsables, cuando ella se da es por añadidura. El que quiera enviar mensajes –como se ha dicho tantas veces- que encargue la tarea a una mensajería”. Con este encabezamiento, Esteban Valenti nos tranquiliza: no habrá “bajada de línea” ni cosa que se le parezca. A la tercera página Las viudas rojas ya es una novela de suspenso. 

El estilo de la narración tiene la cadencia y los tics propios del género duro y en ebullición, con párrafos que secuencian la acción terminanado en frases bofetada. Pero la intriga se estanca a veces en lagunas de detalles muy especializados. Por largos momentos, la erudición demostrada por el autor sobre servicios de espionaje es excesiva (si el valor de una novela “policial” consistiera en la cantidad de información que contiene, como pretendía Julian Semionov, Las viudas rojas merecería el Premio Chandler). Hay capítulos que acumulan indicios sin ninguna funcionalidad. Hay otros, sin embargo, especialmente los iniciales, donde se integra con una función narrativa cada copa de oporto y cada dato de la coyuntura política internacional. Porque aunque no nos de mensajes, esta primera novela de Esteban Valenti es una novela política –no podía no serlo-. Su temática y su operativa lo son. Opera en el plano de diversos orgullos políticos y nacionales. La vindicación de un orgullo tiene sentido artístico (disconforme con la realidad) cuando se trata de un desagravio. El orgullo gay, por ejemplo, adquiere su sentido irreverente de la discriminación y del escarnio seculares. Establecer un "día mundial del orgullo machista" no tendría sentido porque ese son todos los días del año, con sus violencias domésticas y sus despliegues militares. Valenti reivindica un orgullo rojo que ha sido humillado por la historia de estas últimas décadas. Por eso su operación tiene sentido. La realiza en concreto sobre cada nacionalidad que aparece implicada en el relato por los nueve protagonistas de esta versión “Le Carré” del planteamiento de Arlt en Los siete locos, un plan secreto y a la vez desesperado y divertido para, de alguna manera, conmover al mundo y darle a un “Vázquez Montalbán” la oportunidad de otra crónica brillante ("Gorvachev con batuta y sin partitura"). 

Así el orgullo ruso se reinvindica para la izquierda con las desmitificadas acciones de la resistencia del coronel soviético Vladimir Tujmeniev (el personaje que juega el rol principal en el hilo conductor de la novela y acaso el mejor retratado y el más carismático) a la invasión alemana, mientras se critica el actual (y tan antiguo) orgullo imperialista ruso de los herederos de Yeltsin y de los Romanoff. 

Así se recuerda que el serbio fue un pueblo invadido y valiente antes que invasor, mientras se ridiculiza a los jefes de la atractiva periodista y agente Slava (que aporta el romance imprescindible para esta novela de espionaje). 

Y muy especialmente se desagravia al checoslovaco Otakar, el patético títere de una guerra más sucia que fría. No así con el italiano Neddo ni con el judío Samuel, dos “locos” que por carácter nacional se implican sin excusas de honor en la opereta y en el solemne acto de “el gran golpe” final. 

El español Sánchez del Valle y el inglés David Poole son cálidos homenajes a los dos mayores cultores europeos de la novela política del siglo XX. La portuguesa María le permite al autor insertar buenos momentos de aventura en África, a la vez que informar, entreteniendo, sobre la revolución en Angola y la participación allí de los cubanos. Finalmente –aunque aparezca desde la firma y sea su alter ego- el uruguayo Ernesto Rinaldi, ¿qué mayor pretensión de orgullo que un protagonista uruguayo y comunista en una novela de espionaje universal? Yo solo pude haber imaginado algo así sobre Rodney Arismendi en la crisis de los misiles del año 62. 

El vodevil de remate, el divertimento que finalmente Las viudas rojas es, la gran farsa, ocurre precisamente por el contraste con un mundo donde todavía cabe preguntarse cuáles serán en definitiva los peores y por contraste con la historia de la derrota de los comunistas en Europa cuando ocurrió ésta como tragedia, a sangre y fuego, con millones de rojos masacrados por el stalinismo en las purgas, incluido el ochenta por ciento del ejército rojo y la totalidad del Comité Central bolchevique del año 17 fusilado, salvo Lenin –secuestrado y momificado- y Troksky –asesinado en México por el sicario de Stalin, Ramón Mercader. (Son hechos que no admiten paliativo en nada que las víctimas puedan haber influido en sus asesinos). 

Otra de las pocas frases de Onetti con cierta dudosa intención de constituir novelística es: “El pasado depende de la dosis de presente que le demos; podemos darle mucha, poca y hasta podemos no darle ninguna”. Que en Las viudas rojas tres de los cuatro partisanos fusilados por los nazis mueran gritando “¡Viva Stalin!” es injusto con los nazis, con Stalin y con los partisanos. Hay quienes creen que atendiendo a ese dato, para no deshonrar a quienes más dieron en la lucha antifascista, a los rojos, conviene mitigar las críticas al stalinismo. Valenti no es de esa opinión. Su novela es tajante sobre la santa inquisición roja ante las flexibilidades heréticas. Vale su testimonio. Después de todo resulta un buen plato donde el comunismo se cuece en su propia salsa. 

Al partisano que murió por lo que en su momento le representaba Stalin, le bastaría un poco nomás de información para dar la vida por que Stalin no hubiese existido, aunque la trágica derrota de la revolución en Europa pudo haber ocurrido igual de otras muy diversas formas. Valenti al respecto hace lo más apropiado. A los héroes de esta época stalinista los describe con infinita piedad y conmiseración. Porque aunque la irretocable historia del stalinismo dice lo contrario, la piedad es el más humano de los sentimientos. Y sí... después de la farsa, Ernesto Rinaldi queda derrotado. Más derrotado que antes, cuando estaba trágicamente derrotado y no lo sabía.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Un Florencio casi sueco

Muchas veces tuve la sensación de que a Florencio Sánchez lo consideramos un gran tipo pero no nos gusta hacer sus obras.

Últimamente vi distintas experiencias con las obras de Florencio, desde el Barranca abajo de la Comedia en el Victoria hasta Los muertos de Tabaré Rivero en El Circular. El más interesante me pareció este que dirige Ferreira en el Espacio Salvo con el título “Un hombre bueno en una historia terrible” (que incluye Nuestros hijos y Los derechos de la salud).

Más susurros que gritos, cara a cara; es como si Ferreira hubiera pensado su trabajo caminando en círculos concéntricos sobre las rocas de una isla escandinava.

Son dos Sánchez del mismo año (1907), pero pasan perfectamente por uno solo (con temas que no dan respiro y demasiado extenso para la incomodidad de los asientos de la sala del primer piso del Salvo). No todo lo que plantea está vigente, pero lo que no lo está es testimonio de cambios importantes que se produjeron en el correr de exactamente un siglo.

Donde no hay desperdicio ni caducidad es en las emociones de los personajes, muy cercanos, no solo porque el ámbito escénico del Salvo los deja cerca del público, sino también por la adaptación del lenguaje (tarea que el programa acredita a todo el elenco con supervisión de Elisa Contreras). Los tonos, las intenciones, los silencios, los contrastes, son profundos, intensos y sin la menor afectación. A veces Sánchez, por momentos, era el mejor Strindberg.

Con todo, con la formidable representación que hace Alejandra Wolf, con la solvencia de un elenco sin defecciones, las miniaturas del grandote Worobiov, la verdad indudable de Sandra Américo, el crecimiento de Fabricio Galbiatti y especialmente Varrailhon, la precisión de Gentile, Pinto y Contreras y el parlamento que da título a la obra bastándole a Calcagno para diferenciar con sobriedad su energía, lo mejor de la obra es el artículo de Onetti en la contratapa del programa.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Grotesco en El Tinglado

Un día de estos se llama la obra del argentino Carlos Vitorello que ocupa los horarios centrales de la cartelera del remozado y siempre pintoresco teatro El Tinglado, en sus sesenta años de vida, que muy justamente ha denominado Temporada Alfredo De la Peña.

Se trata de un grotesco para nada agradable, que tras algunas risas nos espanta con la fuerza de una realidad espeluznante. Está tan bien hecho en todos los rubros (dirección, actuaciones, rubros técnicos) que uno sale de la sala realmente mal, golpeado por la sordidez que descubre la historia.

Es un género con gloriosos antecedentes en el Río de la Plata; el más célebre y con justicia, Armando Discépolo (Stéfano, Babilonia...). En aquellos países que levantaban cabeza (Argentina y Uruguay promediando el siglo pasado) había quizá menos tendencia al escapismo. La música más popular en todo sentido no era la cumbia sino el tango y en el teatro había un auge del género grotesco. Es curioso (pero no alcanza para plantear una tesis sobre los vaivenes económicos de los pueblos y sus gustos artísticos) que en el Japón del crecimiento económico haya tanta preferencia por el tango. Lo cierto es que para momentos como los que estamos viviendo, una obra como Un día de estos puede ser un espejo duro de sobrellevar, incluso cruel, mucho más cruel que el teatro de Antonín Artaud.

Depende de la convicción que transmitan la puesta y los actores. En este caso la dirección de González Urtiaga no desperdicia ni una sola intención del texto ni sus connotaciones alegóricas ni los contrastes entre los personajes (cuatro arquetípicos y La inválida de muy difícil solución) mientras sostiene el ritmo adecuado a cada momento del desarrollo de la historia. Los cuatro actores de carácter están a pelo en sus papeles y los resuelven con solvencia y precisión en los detalles, Teresa González, Marta Vidal, Luis Lage y José María Novo (rendimientos muy parejos y sin embargo, Teresa González destaca su maestría). Paola Vega logra el patetismo necesario para el suyo.

Bienvenido un repertorio de obras importantes a El Tinglado, ya que anuncian otros títulos del actual teatro argentino y se ha notado en éste el profesionalismo de la producción.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Dos Molière

Supongamos que elegí ver anoche una película francesa como íntima revancha ante tantas muestras que oí en estos días de admiración al Borbón por haberle dicho a Chávez “Por qué no te callas”. Supongamos que pensé, “a qué no le dice eso a un francés en una cumbre de la Unión Europea, qué viene a decirlo en Chile en una Iberoamericana”; porque después de todo (y de todo lo que Chávez habla), hubo unos republicanos españoles que tuvieron para la ‘aristocracia’ española un programa histórico similar que para la francesa. Fui a ver Moliére, de Laurent Tirard. Es una película fantástica, pero más brillosa que brillante. En parte es un símil francés de Shakespeare apasionado y a mí Shakespeare apasionado me había encantado al punto que denosté a Polanski por su Mackbeth que pretendía una realista reconstrucción de época. “Es Hollywood en Europa”, me dije ante Shakespeare apasionado, casi Walt Disney, tanto brillo, tanta acción, un relato tan ágil, y sin embargo -o en realidad, por eso- Shakespeare. El Moliere de Tirard logra el mismo ritmo indeclinable, magníficas actuaciones (especialmente Fabrice Luchini en burgués gentilhombre pero también el protagonista en Tartufo), se vale de la obra de Molière, desempolvando pasajes de sus comedias y mostrándolo humano, creíble. 

Pero, luego de un comienzo que describe con atractivo la llegada de la troupe de Jean Baptiste y Madelaine a París, la trama se encierra en otra historia que brilla demasiado en el enfoque de época. Quizás este reparo mínimo a la fantástica Molière de Laurent Tirard provenga de que yo había vuelto a ver dos meses antes el Molière de Arianne Mouchkine en Cinemateca, las seis horas de rigurosa biografía que te hacen vivir la vida de Molière en su propia época, cuando tenía razones y daba motivos para ser perseguido por la iglesia y recelado por la corte. La de Tirard es una película con menos ambiciones. No se puede decir que el Molière de Tirard sea el de la Francia de Sarkozy. Tiene crítica de las clases que Molière criticaba y un abordaje libre y desprejuiciado de la sicología de sus personajes. Pero sí que es de Sarkozy la Francia de este Molière y de estos tiempos de globalización. 

Uno sale del cine pensando “qué lindo sería vivir en el siglo de Molière en el Reino de Francia”, como aquella multimillonaria yanqui que a la salida de Lady sing the blues declaró que si volviera a nacer, querría nacer negra y en el barrio de Billy Holliday. Yo había ido al cine buscando el lado romántico de la boutade de Woody Allen cuando tras filmar una película ciego, los críticos de Francia descubren que es un genio: “Suerte que existen los franceses”. Pero no. Ya no siempre existen en tanto tales. 

Se las recomiendo. Después de todo, Moliére (no por calidad, pero sí por género) hubiese terminado filmando ésta película y no la de Moutchine. Aunque se las hubiese ingeniado para molestar a quienes en el teatro, donde suele ser el que fue, todavía sigue molestando. Era para eso que hacía concesiones y no para contar una historia simplemente entretenida.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Finales cerrados

Leí sobre El león ciego que está dando La Comedia en el Solís, una crítica que considera poca la fuerza que da la puesta en escena al mensaje final de la obra. Se trata del grito antibélico “¡Basta, basta!” del personaje que interpreta con acierto Isabel Legarra.

Creo que la debilidad del mensaje no está en la puesta ni en la actriz sino en el texto. Es un drama vigente en muchos aspectos y la actual versión de Ruben Yánez lo representa con sobriedad y buen rendimiento de todo el elenco (cabe resaltar a Caterina Pascale). Pero el final es de cuarta pared para un mensaje que rendiría mucho más si quedase abierto al bajar a la sala.

Esa última frase de Legarra debería reservarse para que la pronuncie el espectador en el mundo.

Yánez respeta al autor (Ernesto Herrera), a su época, a su teatro. Pero el final es débil precisamente desde la indicación del autor, que hace un teatro político anterior a Bertold Bretch.

Fue Bretch quien cambió para ese teatro las relaciones entre la escena, la sala, nosotros y el mundo.

En mi comentario de El pintor de madonas critico el final retórico de Marc Bouchard, que produce el mismo efecto: deduce en lugar del público cuando ya le ha dado todos los elementos para que sea éste quien deduzca.

Creo que ambos directores (Yánez de El león y Álvaro Correa de El pintor) no solo respetan a los autores sino que son fieles al tipo de teatro que cada uno de éstos eligió, que tiene sus reglas y su estilo. La fórmula de Herrera es el naturalismo y Bouchard recurre estructuralmente a las alegorías propias de un auto sacramental (El doctor perfectamente podría haberse llamado La Ciencia en un auto de Calderón –y el religioso, La Fe-; con muy mala reputación para la ciencia, por cierto).

Finalmente, en ambas obras es El Poder quien corrompe con anillos de oro extraídos de los dedos de los muertos. Esto podría deducirlo usted al salir del Solís o del Circular, pero esta nota, para estar a tono, requería un final cerrado.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Madona en El Circular

Quebec, 1910. Represión sexual, ambiente opresivo. La guerra ha traído una epidemia y al pueblo del lago San Juan llega un cura nuevo con la intención de conjurar el mal ofreciendo a los dioses un fresco de la ascensión de la Madona Santa. Presenta su idea al poderoso del pueblo, un médico sádico y éste acepta contratar a un artista italiano para que pinte a la Madona. La anécdota de El pintor de madonas de Michel Marc Bouchard, es así de sencilla.

La obra no lo es.

Es una compleja alegoría que admite varias lecturas. Pero todas las connotaciones y elipsis del texto se entrecruzan sin dejar cabos sueltos, sin que pierda intensidad la historia y mucho menos decline la calidad poética de Bouchard, hasta perderse en un remate excesivamente retórico.

La dirección de Álvaro Correa soslaya la lectura religiosa (sin perder la riqueza de las citas bíblicas bien escogidas por Bouchard) para montar un espectáculo de sugerente erotismo sobre la inocencia y la corrupción, el arte y el poder.

Un elenco de pareja actuación completa lo requerido para lograr una puesta en escena impecable, un acierto de Teatro Circular que nos hace resentir nuestro tiempo y sus tintes y resonancias apocalípticos.

lunes, 22 de octubre de 2007

El libro de Bardanca

El primer mérito editorial de Sudamericana con el libro de Mario Bardanca titulado Yo, Paco es precisamente el título, que opera como llamador eficaz desde que todos recibimos el mensaje de que el contenido será "anti Casal" y contiene una entrevista exclusiva con él. La imagen de tapa (Francisco Casal de lentes oscuros) completa este primer gran acierto editorial, a la manera de la tapa de un libro de Ana Ribeiro El caudillo y el dictador con el solo retrato de José Artigas. Son tapas que venden más porque llaman a confusiones que ya en contratapa desmienten, pero son confusiones atractivas para el público.

El último mérito editorial del libro de Sudamericana Yo, Paco es que dice de Casal todo y solamente lo que la sociedad quiere leer y ya ha leído (salvo el capitulito de la entrevista). Es como los hits musicales; pegan más cuanto más se parecen a los anteriores porque ya tienen ganado el oído del público.

Bardanca no necesita demostrar que es bueno (aunque desde el prólogo plantea una historia maniquea de buenos y malos) ni que Sánchez Padilla es bueno ni que son buenos sus otros patrones. Él solo tiene que demostrar que es enemigo del peor o (lo que no es lo mismo pero es igual) que el peor es su enemigo, en su caso: Paco Casal.
Lo consigue fácilmente con la sorprendente e inapreciable ayuda final de su enemigo (para semejante libro, con enemigos como ese no precisaría amigos y los tiene poderosos en apreciable cantidad).

Casal, por su parte, tampoco tendría que demostrar que es bueno sino que sus enemigos son peores o (lo que es igual pero no es lo mismo) que es el mal menor de este fútbol uruguayo que no puede sobrevivir si no vende jugadores. Por supuesto, eso no puede demostrarlo en un libro de Bardanca, así hable ocho, ochenta u ochocientas horas. Entre otras cosas porque, lógicamente, un libro escrito en su contra solo incluye (descontextualizando) cinco minutos de las ocho horas que duró la entrevista.

El maniqueísmo de Bardanca es un verdadero estorbo, no para la venta del libro pero sin dudas para el logro del objetivo de su operación política. En un planeta que se autosuicida nadie está en condiciones de adjudicarse la bondad de las reglas del juego impías, simplemente porque no son buenas. En cualquier historia de malos y peores o de no tan malos ni tan buenos -y salvo los cuentos de hadas, todas las historias sociales lo son-, lo que conviene a cada cual es señalar al mayor responsable del desastre y oponérsele. George Bush a Fidel Castro. Fidel a Bush. Cada cual tiene a su cargo demostrar que el otro es "el eje del mal".

Así también ocurre en cada país en crisis (que lo están casi todos cíclicamente). A Zapatero, por ejemplo, le alcanza con señalar a Rajoy y viceversa, nunca a sí mismos y estoy hablando de España, que Aznar dijo que iba bien y así a él le fue mal. Ni que decir de estos países que quedamos del lado jodido del comercio desigual.

También en Uruguay la crisis tiene un culpable mayor y no un salvador providencial, por la sencilla razón de que no estamos ni remotamente salvados. Por eso es absurda e ingenua (propia de un neófito en comunicación) la campaña del gobierno de Tabaré a favor de las "buenas noticias". Lo único que el gobierno tiene que demostrar (si puede) es que el país estaría peor si hubiesen seguido o volvieran los anteriores gobernantes. De "noticias buenas" están llenos los archivos de las televisoras oficiales de Europa oriental.

Y finalmente en el fútbol uruguayo pasa lo mismo. Las victorias tienen mil padres. Las derrotas son huérfanas pero alguien las tiene que cargar. Ocurre la paradoja de que, aunque la madre de las derrotas es la economía del país, se la cargan precisamente a quien ha paliado con fondos genuinos y nuevos la situación del fútbol: Paco Casal. En la prensa nunca la sacó barata. El traje cargado de sombras. Los zapatos de barro.

Porque cuando le han pedido alguno de los huesos, toda la cara, la boquilla, la cartera, la frazada, no se echó atrás, todavía no han podido ganarle. Pero hasta ahí nomás. La entrevista a Bardanca fue una piedra demasiado buena. El enemigo dispara a matar.

Con todo y aunque fiel al lema "contra la patria y el patrón, con razón o sin ella", debo reconocer que lo más humano de esta polémica lo dijo Paco: ¿todo mal hice?.

Según Bardanca, parece que sí.

miércoles, 10 de octubre de 2007

El cantante

Gerard Depardieu está gordo. Hay que hacerle un personaje a pelo, un cantante francés de lo que por aquí se llama “de mala muerte”, que en Uruguay viviría en una pensión, pero en Francia reside en una casa de campo muy confortable, con una cabra por mascota. Ella, Cecile de France, es una atractiva gran actriz con una batería de miradas strimbergrianas formidable, bonita y muy joven; su personaje incluye una relación maternal conflictiva con un niño de cuatro años y bastante misterio. El triángulo lo cierra Mathieu Amalric, que es el jefe de ella en una empresa inmobiliaria. Ella (Cecile-Marion) tiene una noche de sexo con el cantante (Gerard-Alain) y se escabulle del hotel sin dejar rastros. Él la busca. A pretexto de buscar casa para mudarse realiza una paciente trabajo de seducción. Hay varios detalles de la trama que no se entienden muy bien porque los diálogos no sostienen los caracteres de los personajes. Pero el mayor mérito del director (Xavier Giannoli) está en retratar a la perfección el ambiente de los clubes y discotecas donde el cantante hace bailar y tomar champagne a un público más bien veterano. Esas descripciones se apoyan en acertados cortes de las secuencias con tomas muy fugaces de piernas que se cruzan para mostrar medias y faldas típicas, tacones, yesqueros que se encienden, flirteos varios, algún paneo del piso donde está señalizada la ubicación que corresponde a cada instrumento de la orquesta... Es una pena que los subtítulos no incluyan las letras de las canciones que interpreta la orquesta de Alain, porque son a veces correlato y otras contraescena del hilo principal de la historia que narra la película. Para el público francés los temas de repertorio de Alain son una suma de la nostalgia de un par de generaciones, como una orquesta nuestra que basase su repertorio en Los Iracundos. El divo llega a su público, se luce, juega sutil con su máscara siempre versátil y ella lo merece. El objetivo está cumplido y un final feliz como el que ocurre a cámara fija cuando ella se despide del cantante y al minuto regresa, puede resultar a quien anda desilusionado una caricia para el alma.

viernes, 5 de octubre de 2007

El ocaso del pueblo guaraní misionero

"Ocaso de un pueblo indio" (1) es el título de un documentado libro de Oscar Padrón Favre sobre el éxodo de los pueblos guaraníes de las antiguas misiones jesuitas al naciente Estado Oriental en 1828. Se trata de una investigación que el historiador duraznense llevó a cabo a contrapelo de la historia oficial y de los arquetipos grabados en el imaginario colectivo uruguayo acerca de nuestros orígenes e identidad como nación. Es, a la vez, un nuevo punto de vista para enfocar nuestra historia. ¿Qué representaron para los indios nuestros héroes nacionales, los que siguen presentes en los nombres de las calles y plazas de nuestras ciudades?

MATRIA SOLA Y MUDA

Padrón Favre no descuida en ningún momento la relación con la época en que gozaron los guaraníes, en las comunidades jesuitas, de un desarrollo esplendoroso del conocimiento y los bienes materiales, pero las Misiones durante los años veinte del siglo XIX (que son objeto de esta obra), eran una matria desolada, víctima de sucesivos saqueos de ambiciosos invasores. Fue Artigas quien les devolvió a los guaraníes la lealtad y la esperanza que habían depositado antiguamente en los padres de la Compañía de Jesús, según lo documenta el autor de este libro. "Las misiones occidentales se transformaron en el principal soporte bélico con que contaba José Artigas y para derrotarlo era imprescindible destruir ese bastión. Bien lo sabía Francisco Das Chagas, militar del ejército portugués, cuando al dar cuenta de los resultados obtenidos en su campaña sobre las Misiones Occidentales en 1817 afirma que todos los indios están dispuestos a dar la vida por el anarquista Artigas".

Padrón describe detalladamente la historia de saqueos y devastaciones reiterados a que se verán sometidos los guaraníes misioneros o tapes, hasta que en 1928 deciden emigrar con Rivera, tras una nueva traición de Buenos Aires, que entregó al Imperio del Brasil, en una mesa de negociaciones, las Misiones que el antiguo teniente de Artigas había recuperado con su Ejército del Norte.

DON JOSE Y DON FRUTOS

Otro momento crucial en la debacle del poderío misionero fue la batalla de Tacuarembó, de la que Padrón Favre reseña, entre otros detalles: "Después de fracasar una nueva ofensiva sobre las Misiones Orientales y de caer prisionero Andresito, el guaraní Pantaleón Sotelo pasó a ocupar el liderazgo de las fuerzas misioneras. En la infausta batalla de Tacuarembó (enero de 1820) el comandante general de Misiones perdió la vida. (...) "Para los misioneros Tacuarembó significó un verdadero genocidio, no sólo de sus principales elementos combativos, oficiales y milicianos, sino también de la "chusma" que siempre acompañaba a las tropas guaraníes".

Entre los ya escasos jefes misioneros sobrevivientes se eligió al sucesor, siendo designado, como Comandante General de Misiones, Francisco Xavier Sití (marzo de 1820). En ejercicio de dicha investidura suscribió el llamado Pacto de Avalos (abril de 1820) donde se ratificó el liderazgo de José Artigas como "Protector y Director de los pueblos".

Un observador portugués comentaba al respecto: "Ya dije cómo los indios están unidos a Artigas; verdaderamente por esta razón Ramírez (gobernador de Corrientes vendido a Buenos Aires) se declaró enemigo mortal de ellos y como quería exterminarlos a todos, éstos abandonaron a Cambaé, Yapeyú y los otros pueblos que subsistían en Entre Ríos y vinieron a buscar su salvación entre los portugueses".

LOS DOCTORES Y PATRICIOS

Por otro lado, en los capítulos centrales del libro, Padrón Favre relata las fatigosas discusiones que siguieron al asentamiento de los guaraníes en Bella Unión (todos los testimonios coinciden en que la calidad de colonos de aquellos indios era muy superior a la de los blancos y mestizos que habitaban la Banda Oriental). En esas páginas revela documentos de época, actas de la Asamblea Constituyente, artículos periodísticos, de donde surge brutalmente el racismo y los prejuicios de legisladores como Solano Antuña y otros doctores y patricios.

Padrón sigue las huellas de los guaraníes emigrados a nuestro país, y espanta el olvido en que los sepultó una sociedad que no quería ser sino puramente europea y repetir, hasta transformar en un mito al uso que, “los charrúas habían sido exterminados”, en esta tierra no quedaron indios y nada tenemos que ver con ellos.

El mate y el influjo cultural misionero jesuita son, entre otros, aspectos indelebles del decisivo aporte guaraní a nuestra identidad nacional. El libro rastrea, luego de la disolución de La Bella Unión, el paso, ya menos colectivo, del llamado tape por la República Oriental, sus asentamientos en San Borja del Yi, sus campañas con Rivera durante la Guerra Grande, su pervivencia en el Ejército Nacional, en el campo y en los rancheríos, que llega hasta nuestros días. Constata cómo el reglamento de tierras del año 15 y otras medidas del gobierno de Artigas, terminaron en los hechos abolidas completamente. En sus secciones epilogales el libro recoge las vicisitudes de los ya diezmados asentamientos indígenas comandados por la cacica Tiraparé y reproduce expedientes de los litigios en que "los malos europeos y peores americanos" culminan por recuperar, a mediados del siglo pasado, las propiedades que Artigas había devuelto a los cultos, civilizados y laboriosos guaraníes.

(1) "Ocaso de un pueblo indio" (Historia del éxodo guranímisionero al Uruguay), por Oscar Padrón Favre. Editorial Fin de Siglo (Colección Raíces) Pags. 323.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Semana de la Moutchkine

Esta semana en Cinemateca dan cuatro películas de Arianne Moutchkine, empezando por la imperdible 1789. La recomiendo fervorosamente. Es teatro filmado, más específicamente, comedia del arte, jugada entre la gente, en múltiples escenarios, filmada con ingenio. La historia que narra –porque es narrativa a la manera en que Brecht pedía que el teatro narrara– es la de la Revolución Francesa, desde un punto de vista radicalmente gracusiano, incluso cierran el espectáculo con un discurso de Dracus. Pero si tengo en la memoria un pasaje de esa historia por cómo está contada teatralmente, es el reclamo por proscenio (ambulante) de la participación de Jean Paul Marat. Todos los principales actores son verdaderos expertos en el género; en caso de elegir me quedo con los episodios que involucran los cobros de impuestos, la vida de ambiente rural, dibujados con fuerza expresiva, gracia y comicidad, a pura comedia. Políticamente, celebro con especial regocijo, cómo pinta la película lo que sucedía en las colonias francesas de ultramar. Es muy difícil de encontrar a alguien como Arianne Moutchkine. Mario Arregui, aquel que escribió “el colonialista que todo europeo lleva dentro” se hubiese sorprendido. Va el martes en Cinemateca 18 en sólo dos funciones. 

De yapa, el miércoles tenemos Moliere, el Moliere de la Moutchkine, casi un director de murga por la vida trashumante que lleva de tablado en tablado, a marcha carreta, hasta que seduce a Luis XIV, “Oui, Lui, Lui”. Entonces pasa su genio a ser el todavía obsesivo amante de un teatro dedicado a la vida aún entre las intrigas de la corte. Pero no les cuento más. Vayan a verlas.

domingo, 2 de septiembre de 2007

El costumbrismo y La Comedia

En el teatro El Tinglado la Comedia Nacional exhibe una especie de documental sobre Peloduro, con muy poquito teatro y muy poco Peloduro. Para peor homenajeoso y sobrecargado de ternura nostálgica con anotaciones al pie. Cuando lo dejan solo, nomás la lectura de su diccionario del disparate hace reír y harían reír sus personajes si estuviesen bien traducidos al teatro y a la época como el costumbrismo exige.

Como paradigma reciente de buena traducción costumbrista Nuestra vida en familia de El Galpón. Entonces los actores pueden lucirse como lo hizo el avezado tándem Delgado-Fleitas, la minimalista Texeira, entre otros. En Peloduro no hay modo.

Para ver a La Comedia con lucimiento de actores lo mejor es El viento entre los álamos que va en El Notariado, dirigida por Mario Ferreira, quien ya nos tiene acostumbrados a sus aciertos, de actuación y de dirección.

El juego es elegir uno entre Julio Calcagno, Jorge Bolani y Pepe Vázquez, antes y después, pronosticar primero cuál estará mejor y a la salida ir dando con honestidad, sin hacerse trampas, el difícil veredicto.

domingo, 26 de agosto de 2007

El mejor Casablanca

Vengo de ver una película admirable, La vida de los otros.

Lo primero que debo decir para opinar es que me conmovió. Porque para estar autorizado a opinar de una película alcanza con verla, sí, como para saber que el estadio Charrúa está mal hecho alcanza con verlo o como con leerlo alcanza para poder opinar de un libro, pero hay construcciones que requieren que ocurran otras cosas para mejor opinar de ellas. Por ejemplo, uno puede decir que el estadio Centenario está magníficamente construido y no hace falta ser ingeniero para darse cuenta. Pero se necesita saber que desde cualquier localidad del mismo se aprecia toda la cancha sin la menor dificultad y que desde hace ochenta años se llena de hasta ochenta mil personas saltando sobre sus gradas y apenas han tenido que reforzarle una juntura de una cabecera. Para opinar sobre La vida de los otros es necesario ver salir a la gente del cine, masivamente conmovida, conmoverse uno mismo con esa historia de lealtades y deslealtades, sencilla, guionada con extrema precisión y realizada con excelencia.

Es una película política, pero su estrategia narrativa es propia de una novela romántica, como lo es la de La lista de Schindler, es el bueno entre los malos irredimibles, que se salva por su dignidad individual. Es el modelo “Casablanca” de guión. Bogart se sacrifica por los valores del héroe francés y el amor de la Bergman. Es un derrotado con aura romántica, como el agente de la Stasi de esta película alemana.

Para que el gesto individual de un derrotado, en los relatos sobre victorias históricas tanga valor romántico, hace falta que la causa que traiciona no tenga futuro. Por eso se puede glorificar literariamente a los protagonistas sureños derrotados como hizo Faulkner o a Schidler como hizo Spielberg.

Los estados policiales perpetrados por el stalinismo en Europa oriental y central no tienen ningún futuro y por eso el agente relegado en la Stasi (policía secreta de la RDA) es un héroe romántico. El gran mérito del guión consiste en apuntar con la “Appassionata” de Beethoven y un poema de Bertold Brecht la transformación del agente.

En cierto momento le hace decir a Lenin, resumiendo una frase suya con bastante supresión y un poco de tergiversación, "si escucho la Appassionata no hago la revolución. No se puede escucharla y ser malo". Lo que dijo más concreta y textualmente Lenin es que cuando la escuchaba le daban ganas de acariciar a los hombres capaces de crear cosas tan hermosas y “en estos tiempos no puedes acariciar a nadie porque te cortan la mano”.

Vaya a saber qué revolución hubiera hecho o no Lenin si se hubiese pasado escuchado la Passionata, pero lo que fuese que hubiese hecho le habría salido mucho mejor acariciando a Beethoven, ya que por ahí le iba el deseo, que es ley más científica que la de las condiciones objetivas.

Sin embargo organizó la revolución acariciando a Krupskaia, a Armand, a tantos, viendo a Chagall, a Einsenstein, a Meyerhold, leyendo a Maiakoski… “un hombre ha pasado por la tierra/ la ha dejado tibia para siempre”. 

Bajo el zarismo era ley, no ya el corte de la mano, sino la pena de muerte a los homosexuales. La revolución que hizo el malo Lenin derogó todas las leyes contra los homosexuales. Fue el primero en la historia en legislar expresamente a favor de las uniones libres en general y homosexuales en particular. La legislación de la Rusia soviética, eliminó las leyes zaristas represoras de la homosexualidad por ser “contradictorias con la conciencia y la legalidad revolucionaria”, promovió además la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. (sobre estos temas leer, entre otros, La revolución sexual en la URSS, del terapeuta alemán Wilhem Reich y La mujer, el Estado y la revolución, de la historiadora norteamericana Wendy Goldman).

Stalin conectó más con el sustrato zarista de la sociedad rusa, que los compañeros de Lenin que Stalin fusiló. En los hechos, con la dirección de Stalin, Rusia volvió al pasado y en el pasado quedaron los países que Stalin liberó del milenio nazi, un futuro aún peor. Aunque leve, no deja de ser un avance que hoy Putin, quien fue agente de la KGB precisamente en la RDA, diga; "los adultos que hagan lo que quieran; en la vida privada no nos metemos".

Aunque Putin tiene un aire más a James Bond que a Humphrey Bogart.


viernes, 17 de agosto de 2007

Una nueva novela gardeliana

En 2003 inicié en Laondadigital una novela policial por entregas titulada Asesinato en el Congreso Gardeliano.

Aquel plan de obra en capítulos semanales no pude cumplirlo. La trama se me complicó a tal punto que era imposible atar los cabos. Un año después empecé otra sobre Gardel, ésta por donde se deben empezar las policiales, por el final. Se llama El código Gardel. Está en librerías.

Para esa versión me impresionó mucho el paralelismo entre la vida del Jesús Cristo de El Código Da Vinci y la de Gardel.

Ya está escrito en La Biblia qué ocurre con los ángeles insurrectos y la historia cuenta de varios príncipes bastardos que fueron preferidos por sus pueblos. ¿Pero qué ocurre con los príncipes insurrectos? Gardel en Tacuarembó era de sangreal, bastardo del que mandaba. Pero nos legó la idea de que el padre no existe o en todo caso, si existe está en el cielo.

Así que todos somos sus hermanos, todos de algún modo somos él y todos le decimos al Coronel, con él, en la película El día que me quieras: “Yo también creo que no soy su hijo. ¡Cuántas miserias se precisan para hacer una gran fortuna!”.

Descarto algún día largarme aquí con una policial, empezando esta vez por el último capítulo, sobre aquel otro príncipe insurrecto, el de Galilea (aquel descendiente de reyes judíos que se metió a hippy). Después de todo, también aquello fue un thriller de gansters. “Oh, señor, ¿por qué me has abandonado?”, dicen que dijo en la cruz, dejando entrever que Dios dejó que lo crucificaran, bajándole el pulgar. Hay modelos temáticos en el género: Scorsese, Ferrara.

Por cierto: estos chistes tan brutales, en Occidente hay que hacerlos sobre Mahoma. Pero yo escribo de lo mío.

No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.

Gardel puso melodías insuperables a Lepera, a Celedonio, a Contursi, a Cadícamo, a Discepolín... Le faltó Malena y esta plegaria anónima del siglo XVI.

Es cierto que era ateo. Pero cantó Al pie de la santa cruz, que Aparicio Méndez nos hizo el honor de prohibir. Así que bien pudo, de haberlo conocido, cantar este soneto.

Decía que descarto largarme con otra policial, porque por experiencia entendí aquello que decía Onetti (gran lector de policiales que escribiendo apenas incursionó en el género). "Cuando escribo una novela no sé cómo va a terminar. Si supiera cómo va a terminar no escribiría".

viernes, 20 de julio de 2007

El mundo ya no será el mismo, Mendieta

Al Negro Fontanarrosa lo conocí en el teatro Circular la noche que festejamos los cinco años de ¡Ah, Machos! en cartel. Él no había visto la obra y llegó a Montevideo solo por esa noche y para verla, comer algo después en lo de Cervieri y enseguida salir de vuelta a Rosario, porque era sábado y el domingo jugaba Central en el Gigante de Arroyito.

Me senté en la platea opuesta a la que él ocupó en el teatro. Al lado suyo estaba Divinski, al lado mío Gustavo Fuentes. Nunca transpiré tanto como en la primera mitad de esa función. Yo había adaptado, tomándome muchas libertades, el cuento de Fontanarrosa que ocupaba esa mitad, El ocho era Moacyr, y mientras todo el teatro se desternillaba de risa, yo miraba al rosarino que, impávido, impasible, no esbozó ninguna sonrisa durante toda la representación del cuento. "Este tipo me manda preso" pensaba yo, viéndole la cara de enojo o de inquisición. Pero siguió el espectáculo y Fontanarrosa siguió sin reírse. De lo cual deduje que no le había gustado nada o que mi atrevimiento lo había predispuesto contra toda la obra. Después, en lo de Cervieri, siguió serio conversando con todos y en determinado momento, Fernando Toja me señaló y le dijo:" Él es el adaptador del Sobrecogines" (que así le habíamos puesto al cuento). Mi garganta sintió al instante el primer síntoma de la gastritis que desde entonces no me ha abandonado. "Está muy bien" me dijo Fontanarrosa. Entonces comprendí que se trataba simplemente de que el humor es cosa seria.

Cuando el canalla perdido subía apurado al auto -porque, aunque todavía no había amanecido, lo esperaban once camisetas auriazules pintadas por esa energía que es el fútbol, "como la del sol", según lo definió él-, nos dejó un último chiste, dicho "en serio" y con vuelta de tuerca.

-El año que viene les traigo una que se llame "¡Ah, putos!".

Y mientras unos se iban al amague con gestos de pegarle y otros amariconados, el canalla remató:

-¿No vieron que todo escritor termina siendo autobiográfico?

Al año siguiente volvió. Yo había adaptado Best séller, que después hicimos con los Bubys y le pedí que me la autorizara. Me firmó un papel en blanco. Hace un tiempo adapté La Ganzada para Fernando.

El Negro no se volvió autobiográfico, por pudor. Porque la adaptación de esa novela la teníamos que titular "¡Ah, maestro!".

Ante la noticia de su muerte, aparecieron en mi correo un par de recuerdos que me hicieron llegar dos amigos, Juan y Mariela:

Inodoro - Venderemos cara nuestra derrota, Mendieta!!

Mendieta - ¿Quién va a comprar una derrota, don Inodoro...y entuavía cara?...."

Y esto otro:

Mendieta - ¿Y usted cómo se gana la vida?

Inodoro - ¿Ganar? De casualidá estoy sacando un empate.

¿Ganar? A Fontanarrosa le vale el título de su hermano libro sobre futbolistas que admiró: No te vayas, Campeón.

miércoles, 18 de julio de 2007

Ve al baño, Lincoln

En un artículo de El Observador que se titula ¿Maestro, puedo ir al baño?, Lincoln Maiztegui se queja de que el maestro Tabárez “volvió a salvar la cara; ya hay muchos que andan diciendo por ahí:y bueno, ché, estamos entre los cuatro mejores de América, como si eso, para un fútbol con tanta historia y en este campeonatito de morondanga , sea algo a celebrar (...) Si esta es la clase del maestro Tabárez, me dan ganas –y no debo ser el único– de hacerme la rabona, o de pedirle para ir al baño y quedarme por ahí, jugando a la arrimadita con otros que, como yo, estén hartos de tanta mediocridad”.

Es cierto que el nuestro es un fútbol con una larga y gloriosa historia antigua para que un severo profesor como Maiztegui eche en la cara de los que tienen que jugarlo ahora.

Pero en la historia relativamente reciente, pongamos en los últimos treinta o treinta y cinco años de Copas del Mundo (pongamos desde antes, desde que ninguno de nuestros futbolistas era nacido, hace treinta y siete años), el técnico que llegó con la celeste a lo más alto y glorioso de la historia, fue el maestro Oscar Washington Tabárez. ¡hace diesiciete! ¡En el año 90! (lo poco y lo mucho que tenemos, la moneda del pobre). Esos son los hechos. Así que los otros treinta y seis serán para Maiztegui años de tanta historia de recontramorondanga.

También es cierto que es muy común en los ancianos olvidar décadas y décadas recientes, para recordar en detalle su pasado más remoto. Por ejemplo aquel mundo en el que sabíamos jugar al fútbol dos o tres países y los otros estaban aprendiendo y recién empezando a invertir fortunas en el asunto. O incluso antes, cuando los únicos que invertíamos éramos nosotros, en un estadio modelo, y el rival, el único rival que merecía atención, era Argentina.

A veces imagino a este país mitómano como un interminable pasillo de escuela donde viejos profesores de historia, mientras despotrican contra nuestra mediocridad, juegan a la arrimadita con los cartones de aquel primer álbum que registró Disney con fotos de futbolistas.

Mi mediocridad la asumo a pleno. Celebro haberle hecho el partido que se le hizo en semifinales al Campeón de América y haber quedado a dos centímetros (la distancia entre el lugar del caño donde dio la pelota del último penal, el quinto de la serie de desempate, el que tiró Pablo García, para rebotar hacia fuera del arco y el lugar del caño donde hubiese rebotado hacia dentro dándonos la clasificación a la final) de disputarle a Argentina un campeonatazo, que tuvo más de quinientos millones de euros de cotización entre los veintiocho futbolistas que entraron al último partido y justificaron esos números.

Por esos miserables dos centímetros de caño y por los dos metros de pasto que ganó el arquero de Brasil adelantándose groseramente ante la cómplice mirada del juez colombiano Ruiz (que tampoco estos jueces están en la prehistoria), esa cotización no bajó un veinticinco por ciento, o más, al sustituir la linajuda verdeamarelha por la modesta celeste.

Y celebro aún más (ya pensando en las próximas eliminatorias) tener un técnico de mente abierta, que no se ató a ninguna figura táctica inicial y demostró haber trabajado para la ductilidad y no para el dogmatismo.

jueves, 12 de julio de 2007

Morir en Bangkok

La semana pasada en la contratapa de Búsqueda, Valentín Trujillo escribe sobre la muerte de Vázquez Montalbán en Bangkok, explotando la impresionante causalidad de que allí ocurriera esa muerte. Un buen relato. 

También a mí me involucran esas causalidades. A Montalbán jamás lo vi personalmente. Conozco su aspecto solo por los libros, las fotos y las caricaturas. Dice su caricatura que era gordo, petiso y que caminaba inclinado hacia atrás, con esa simpática tiesura de los que llevan la barriga por delante. Sin embargo, aunque en el dibujo parece distante, coinciden sus biógrafos en que Manuel Vázquez Montalbán siempre estaba atento al resto de la humanidad y doy fe. Cierta tarde montevideana de una mañana barcelonesa de 2001, recibí en mi correo electrónico, como por arte de encantamiento, un e-mail que decía: “Vázquez Montalbán trajo en manos propias a nuestra agencia la novela suya de usted, tras leerla como jurado del Premio Planeta. Nos complace anunciarle que haremos gestiones para que se edite”.

Sin embargo el día que me enteré de su muerte en Bangkok, por esa extraña ley de asociaciones que explica Cortazar, sentí que yo lo había matado. Absurdo, ¿no?

¿Por qué iba yo a matarlo si Motalbán fue para mí una constatación de la existencia de los milagros y de los dioses o del adelanto del hombre nuevo? El gordo de la caricatura, con su habano incendiario y su bigotito racimo, tan parecido a un vecino de mi calle que se sienta sobre dos almohadones en la platea del estadio Palermo, había hecho su gestión despidiéndose de mí. Nunca me escribió una línea. A decir verdad, nunca supe cuál de los jurados me hizo finalista ni cuál me negó el premio –ni si hubo discrepancias–; jamás hablé con ninguno de ellos; de haberlo hecho, hubiese preferido empezar por Terenci Moix, pero sigo pensando que fue mi compatriota Carmen Posadas la que más disfrutó de aquella versión de una novela que pretendía ser onettiana (y debería titularse La mirada de Onetti y el otro). Sin embargo los milagros y los dioses o el hombre nuevo existen. Vázquez Montalbán, desde la cúspide de su fama, se tomó el trabajo de leer a un total desconocido, que vivía en la noche de su día. Y no solo eso; cuando mi novela quedó entre las doce finalistas sin recibir premio, se tomó el trabajo mayor de llevarla a la agencia Balcells. ¿Por qué iba yo, precisamente yo a ser su verdugo? ¡Qué disparate! Pero algo me decía:

–Lo mataste. Fuiste vos.

Al enterarme de la muerte de Montalbán, inmediatamente recordé el acápite de mi novela más reciente: “'El temor creciente de no vivir dos veces', Montalbán". Soy amigo de Francisco Cordeiro, uno de los neurolingüistas más afamados del Río de la Plata. Él diría que programé esa muerte. Pero yo solamente lo sentía y lo negaba racionalmente.

Estimo las novedades teóricas y la neurolingüistica me parece especialmente interesante. Pero eso no alcanzaba para culparme. Era como decir que se mató él mismo desde Pero el viajero que huye, el título del poema donde escribió estos versos: "El cartero ha traído el Bangkok Post/ el Thailandia Travel/ una carta sellada/ la muerte de un ser querido”.

Pero resulta que están en el capítulo 2 de la versión final de mi novela, acompañados del siguiente comentario. Vázquez Montalbán murió en Bangkok, en una accidental escala de sus viajes. Misteriosa casualidad. “Causalidad, querido –me había corregido otro amigo al comentarla–. Escribir esos versos fue condenarse a esa muerte”.

A mí seguía pareciéndome una tontería. Era lo mismo decir que lo mató Visconti –me defendía–, porque prefiguró una situación de artista muriendo en la soledad de un viaje en Muerte en Venecia. O que lo mató Sabina cuando escribió solo como un poeta en el aeropuerto...

Pero eran casos bien diferentes. Sabina se refiere a sí mismo en relación a una mujer. Visconti adapta una novela de Thomas Mann sobre Gustav Malher. Montalbán habla de un ser querido que puede ser él mismo. Ya sabemos que, a su modo, era un suicida, como todos los que realizan un trabajo apasionante. Pero yo hablaba de él. Había intencionalidad en mi cita. Era “su asesino”. Además había otras causalidades todavía. Una novela que publiqué el mismo año que él su poema, se titula, verso de por medio, con la misma paráfrasis del mismo tema de Gardel y Lepera, “Pero el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar, y aunque el olvido...”.

Montalbán publicó su Pero el viajero que huye y yo mi Aunque el olvido, concomitantemente. Sin conocer él nada de mi obra ni yo el poema. Mi novela ganó un concurso de la feria del libro con ese título y se publicó después con el de Gardel antes de Gardel.

Y ambos libros confluyeron diez años después en el mismo episodio. El viajero cuenta de Bangkok y de la muerte, El olvido de una muerte en un aeropuerto, la de Gardel. Pero si yo lo había matado, ¿con qué motivo?, ¿cuál fue el movil del crimen?, ¿quién que no fuera Franco o la CIA podía tener motivos para matar a Montalbán?; 

¡y yo, menos!

Pensé en Volver, el tango citado. Pensé que en su muerte en Bangkok, Montalbán adivinaba el parpadeo de las luces que a lo lejos iban marcando su retorno. Volvía de Sydney, de dar un ciclo de conferencias por Australia y Nueva Zelanda. El avión había hecho escala en Bangkok. El escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán, republicano español, de sesenta y cuatro años, se disponía a tomar un vuelo de la compañía Thai Airlines con destino a Madrid. Su muerte fue cometida en la sala de espera del aeropuerto de Bangkok entre las 23:30 y las 0:00 hora local. Las autoridades aeroportuarias tailandesas tardaron más de cuatro horas en ponerse en contacto con la embajada española.

Al filo de la madrugada, Montalbán no vio a Tazio jugar con otros chicos en la playa de Venecia. Su pensamiento (acostumbrado al dominio del escritor Manuel Vázquez Montalbán; “ese escritor domina el pensamiento”, dijo de él Juan Carlos Onetti –tan mezquino en alabanzas con otros colegas vivos de la España que lo refugió, tan implacable con Cela, por ejemplo–, aunque también dijo que no le gustaba cuando en sus novelas Montalbán se dedicaba a comer), el dominante pensamiento de Vázquez Montalbán sentía ahora el dolor de su corazón. Mi abuelo Olascuaga (parecidísimo a Galíndez, el protagonista de una de las mejores novelas de Motalbán; se confunden las fotos de ambos), que murió del corazón, nos dijo que es mentira que el corazón no duele. Por muy fulminante que resulte un infarto, siempre trae un momento de dolor insoportable.

Entre la tripulación que había ido a reunirse a esa sala de espera, Montalbán acaso no haya dejado de fijarse en ninguno; me consta que atendía a todo el mundo y se sabe que se sintió atraído por la sumamente sensible a todo ridículo literatura de Carmen Posadas y por los ridículos travestis de El Pianista. ¿Le habrá llevado alguien de la tripulación o del personal del aeropuerto el Bangkok Post, el Thailandia Travel o una carta sellada?

Lo que sin duda nadie le llevó fue risso a la brocola ni macarrones con berenjena ni ravioles de remolacha, porque hacía diez años le habían operado el corazón y puesto cuatro marcapasos. Estaba Flaco.

Solo me quedaban dos o tres motivos posibles.

Lo maté por encargo de Tabaré. Para que el catalán no fuera a criticar nuestra revolución desde esa ética voltaireana que ejercía. Pero carece de consistencia porque la crítica de nuestra revolución no la compra ni PRISA.

O lo hice porque me molestaba su gordura, porque soy un gordo reprimido o un flaco fatigado. Desde que hago gimnasia aeróbica soy un consumidor de aire.

O porque me disgustaba su egoísmo puntual, la desconsideración con que trató en la mesa la salud de su corazón impidiendo unos cuantos libros suyos.

Sin embargo era inevitable que Manuel Vázquez Montalbán comiera tanto mientras la humanidad pasase tanta hambre, porque él iba siempre a contracorriente; Carvalho fue la distancia que tomó Vázquez Montalbán con la España de la transición. Carvalho comía a corriente. Creo que la máxima de Marcel Proust, “...écrire un roman ou en vivre un, n’est pas du tout la meme chose, quoi qu’on dise...” no vale para Montalbán; de sus obras sobre Franco adoro tanto la que está en primera persona como la historia sentimental de España, quizás por los momentos en que fueron escritas, para permitirse distanciar; de sus Pepe Carvalho prefiero al más similar a los clásicos de la novela negra, al más personaje, al más distanciado, al de las siete novelas de la serie que siguieron a Yo maté a Kennedy (el hallazgo); de toda su obra, Galíndez y El Pianista; también adoro a su Marcos y a su Dios entrando en La Habana; no hablaba de sí mismo, pintó el friso entero del mundo y la época que vivió, dominando el pensamiento y siempre era distinto a cualquier pensamiento dominante; era un poeta.

jueves, 5 de julio de 2007

Hola Che

Hoy llegó a mis manos el nuevo libro de Antonio Larreta, Hola che, una novela que releí en cuatro horas. La había leído en originales –tomándome dos días–, gracias a que una colaboración en un guión televisivo me tuvo cerca de su autor cuando la estaba terminando. Así que para mí las novedades de estas últimas cuatro horas fueron el diseño de tapa, la contratapa, la encuadernación, el tipo y tamaño de letra, los detalles de impresión, las erratas que hubiesen escapado a las correcciones y miles de intenciones y acentos que no había leído la primera vez –seguro que la próxima descubrirá para mí otros miles-.
Sobre su realización puedo contarles una anécdota. Este verano yo estaba cansado, había acumulado proyectos y trabajos y colapsé. Hablé con uno de los amigos con quienes estaba trabajando y le expliqué mi necesidad de parar por completo y tomarme un par de semanas de vacaciones. Me alentó a tomar la decisión. Así lo hice, salí en licencia de mi empleo, corté todos los otros compromisos, detuve mis proyectos personales –algunos todavía no los he retomado– y solo me quedaba hablar con Larreta para pedirle licencia también a él. 

Pero el lunes que fui a su casa decidido a pedírsela, tenía sobre su mesa montones de hojas con capítulos de Hola che y otra cantidad de apuntes muy diversos, páginas de diarios y libros abiertos. Esa misma semana yo había leído su columna sobre cine en El País, una doble página sobre Alsina en el Cultural con su firma, sabía que estaba preparando otra sobre Marai, escribiendo un guión para una obra con Beatriz Massons y quién sabe cuánto más aparte del libreto para TVE sobre Artigas en el que yo lo ayudaba a completar la más exhaustiva bibliografía para informarse rigurosamente antes de empezar a escribir la escaleta. 

Dejé la petición para la despedida, porque nos pusimos a hablar del Artigas. Pero cuando llegó el momento de irme, me dijo que estaba trabajando sobre el último capítulo de Hola che y asociado a eso me contó que cuando terminó de escribir Volaverunt, la novela con que ganó el Premio Planeta en España, le sobrevino una tremenda depresión que lo tuvo veinte días sin hacer absolutamente nada. “Fueron los únicos días que no trabajé en mi vida”, me confesó. 

Me quedé pensando, “cómo hago para decirle a este pibe que me dobla la edad (tenía 85 años), trabaja dos veces más que yo y rinde diez veces más y encima está bastante sordo (es decir que algunas cosas tengo que reiterárselas esforzándome por modular bien para que me oiga)...”, ¿cómo hacía -digo- para que me oyera que yo estaba cansado antes de que se me disolviese la cara de vergüenza? Me fui sin decírselo, por supuesto. Me fui renovado.

En la edición que hoy llegó a mis manos constato que Hola che fue tratada como lo que es, el libro más importante de Larreta. Probablemente no tiene la audacia erótica de El guante ni una reconstrucción de época tan interesante como la de Volavérunt ni el mejor sabor a Proust de toda la narrativa uruguaya como El jardín de invierno. Pero su trama es aún más envolvente que la que le valió el Planeta, la sordidez de su protagonista está más humanizada que la del de Ningún Max, su elegancia alcanza por momentos el nivel con que sublimó al tosco Blanes y, aunque su personaje principal es un marchand que vive en Madrid más relacionado con el exilio dorado que con el político-económico y no le interesa la política a pesar de tener una hija presa de la dictadura en Uruguay, ésta es la novela más política de Larreta, incluso por omisión, porque está perfectamente medido lo que dice y lo que deja de decir sobre un tiempo que fue desgarrador para la vida del país y para la suya propia, cada cual a su manera. 

Además Hola che tiene todo el refinamiento, la impronta de la prosa de Larreta, sus frases tan terribles como amables y personajes exquisitos, la atractiva y repulsiva Berta Carreras, el entrañable Tito, un brillante René Lafone, en ambientes muy variados, con tipos y arquetipos perfectamente caracterizados. Y para quien sepa descifrar códigos no deja de ser un legado. ¿Iba a decir una despedida?

Hola, che.

jueves, 21 de junio de 2007

Gatos y botas

Lope de Vega fue un tipo que se complicó al máximo el resto de su vida, para los momentos de escribir poder disfrutarlos hasta por contraste del resto. Se acostumbró así a escribir muchísimo, riéndose de sí mismo y nombrando siempre al amor y al dolor.

Era un tipo generoso y alzado y resultó demasiado perjudicado por los celos y por esa cuestión etológica del espacio propio –señalizado con orín u otras leyes–. Quizás por eso le gustaba mirarnos en los gatos sobre los tejados. Por eso y porque le gustaban los gatos.

Los gatos son los reyes del contraste, con sus silencios ensimismados y sus maullidos escandalosos, con sus sigilos extremos (a veces quietud y desidia, otras veces calma falsa que acumula ira para la tormenta), con sus alocados movimientos amenazadores que así tan repentinamente como desatan la fuerza, son capaces de contenerla o de ensañarse hasta la crueldad; con sus lomos curvados hasta tocar el cielo o sus panzas estiradas hasta pegar la nuca a la espalda. Elegancia divina, brutalidad maldita. Muerte en la calle y siete vidas.

Un año antes de morir, Lope escribió una novela fabulosa (fabulosa en todos los sentidos de la palabra, también en el literal de género novelesco: todos sus personajes son gatos y aparecen mencionados algunos otros animales inocentes: ratones, aves y uno fatal: el hombre). La fábula se llama Gatomaquia y es una preciosa parodia de la guerra y la cultura, además de una divertidísima comedia sobre el amor y los celos.

Héctor Manuel Vidal la adaptó al teatro (la devolvió al teatro, deberíamos decir tratándose de Lope), eligió a cuatro actores muy jóvenes, ágiles y de buen oído, los dirigió en sus intenciones para moverse como gatos sobre las tejas y luchó –seguramente– contra el tiempo que nos separa tanto del siglo de oro como de la época de Schinca, para hacerles decir versos tan amenos como los de las mejores murgas. De ahí surge la frescura, el ritmo y el desenfado de la versión que podremos presenciar en el teatro Victoria a partir de la semana que viene.

La profundidad ya estaba en Lope y Héctor no es un tipo desatento. Pero además la obra no pierde nunca la ligereza de un cuento para adolescentes (la novela fue escrita por el poeta para su hijo guerrero, de esa edad en que no se sabe que la muerte es la muerte). El despliegue musical y tecnológico (este último depende de cómo se lo opere, claro está) ayuda a distanciar y apreciar el texto. Alcanza excelencias escenográficas y de vestuario.

En definitiva el resultado de las gatomaquias de Marramaskiz y Micifuf sobre las tejas de la Comedia Nacional y la Intendencia Municipal de Montevideo, fue que recuperamos a un director de teatro independiente en un espacio universal, desmarcado de orines y apropiado a su audacia.

Que salimos ganando.

jueves, 31 de mayo de 2007

Estoy con el enemigo

Yo debería alegrarme por mi selección, por Danubio y por Nacional o Peñarol o Defensor o los equipos que eventualmente clasifiquen junto con el de la Curva para la Libertadores. La FIFA ha declarado fuera de juego a La Paz y a Quito. No tendremos que subir a jugar a la altura, en los próximos torneos continentales ni mundiales. 

Tendría que alegrarme por mis amigos, porque varios de los integrantes de los cuerpos técnicos de nuestros equipos son amigos míos o gente con la que me llevo muy bien. Pero resulta que voy a opinar contra sus intereses y contra los sentimientos de nuestras hinchadas y de mis lectores, seguramente y contra mis propias conveniencias. 

 La FIFA aduce que no es saludable jugar en la altura. No voy a discutir el punto. Pero si es así, debería prohibirse a todos que jugaran allí y si lo no saludable es subir a jugar a la altura, resulta una incoherencia que se haga jugar en la altura a los equipos de Santa Cruz, por ejemplo y no a los de Uruguay, Brasil o Europa –suponiendo que algún equipo europeo, de los que ya no venían a jugar a América ni por la Intercontinental, aceptara por algún improbable motivo jugar en Bolivia, con o sin altura–. Pero la incoherencia argumental de la FIFA –¿qué diferencia hay entre la salud de un uruguayo y un cruceño, por ejemplo?– es de una perfecta coherencia comercial. La altura permitida es justo la de México, es decir: la medida del mercado (la ecuación metros por aparatos de televisión). Y esta resolución, que hace cuarenta años que quiere tomarla, la concreta cuando asumen en Bolivia y Ecuador presidentes de Izquierda, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, y el primero de ellos nacionaliza hidrocarburos perjudicando a las grandes transnacionales petroleras, europeas, brasileñas y “argentinas”. 

Nada de esto es casual en una de las transnacionales más lucrativas del mundo, la FIFA, digitadora de mundiales (que a los países con menos poder de consumo nos ha robado unos cuantos), dirigida por décadas por Joao Havelange, denunciado por tráfico de armas y que supo tener de Vicepresidente a Carlos Lacoste, el organizador del Mundial de la dictadura argentina. 

Digamos que es una resolución a la altura de la FIFA y de los sucesores de aquellos, Blatter y Grondona. Tenerlos de amigos es como cuando tuvimos de amigos a Brasil y Argentina en la Triple Alianza. Estoy con el enemigo. 

Estos son los temas en que se nota más que las verdades son siempre concretas y nunca generales. 

Fernando Savater lo resolvería con un “mueran las patrias” a favor de los imperios y John Lennon con la misma frase a favor de Vietnam. Concretamente, entonces: lo siento por mis amigos y por mí. Pero no me vale nada ganarle al Bolívar en Santa Cruz. Al contrario, quiero jugarle en La Paz con los jugadores nuestros que, por experiencias o genética mejor se adapten a la altura. Después de todo es posible adaptarse a la altura o al llano. Ellos lo hacen y nosotros lo hemos hecho (y a veces les hemos ganado). 

En cambio, jugando a cuarenta grados a mediodía en países tropicales como ha hecho jugar la FIFA para la televisión, se mueren jugadores, no hay adaptación posible y también es imposible adaptarse a la insalubridad de las minas que los socios de Havelange y Blatter explotan desde hace quinientos años en Bolivia, donde el promedio de vida de los mineros es de treinta o cuarenta años.

martes, 8 de mayo de 2007

Chico Buarque de Amazonia

Durante un debate en una universidad de Estados Unidos (en el año 2000) le preguntaron al Senador Brasileño, Cristobao Buarque (primo del genial melodista y poeta y muy buen novelista Chico Buarque de Holanda), qué pensaba sobre la internacionalización de la Amazonia. El estadounidense introdujo su pregunta, diciendo que esperaba la respuesta "de un humanista y no de un brasileño".

Ésta fue la respuesta de Cristovão Buarque:

"Realmente, como brasileño, sólo hablaría en contra de la internacionalización de la Amazonia. Por más que nuestros gobiernos no cuiden debidamente ese patrimonio, él es nuestro. Como humanista, sintiendo riesgo de la degradación ambiental que sufre la Amazonia, puedo imaginar su internacionalización, como también de todo lo demás, que es de suma importancia para la humanidad. Si la Amazonia, desde una ética humanista, debe ser internacionalizada, internacionalicemos también las reservas de petróleo del mundo entero. El petróleo es tan importante para el bien de la humanidad como la Amazonia para nuestro futuro. Pese a eso, los dueños de las Reservas creen tener el derecho de aumentar o disminuir la extracción de petróleo, subir su precio. De igual forma, el capital financiero de los países ricos debería ser internacionalizado.

Si Amazonia es una reserva para todos los seres humanos, no se debería quemar solamente por la voluntad de un dueño o un país. Quemar la Amazonia es tan grave como el enorme desempleo provocado por las decisiones arbitrarias de los especuladores globales. Por lo tanto, no podemos permitir que las reservas financieras sirvan para quemar países enteros, con la voluptuosidad de la especulación.

También, y antes que la Amazonia, me gustaría ver la internacionalización de los grandes museos del mundo. El Louvre no debe pertenecer solo a Francia. Cada museo del mundo es el guardián de las piezas más bellas producidas del genio humano. No se puede dejar que ese patrimonio cultural, tanto como es el patrimonio natural amazónico, sea manipulado y destruido por el sólo placer de un propietario o de un país. Hace poco tiempo, un millonario japonés decidió enterrar, junto con él, un cuadro de un gran maestro. Muy por el contrario, ese cuadro tendría que haber sido internacionalizado.

Durante este encuentro, las Naciones Unidas están realizando el Foro Del Milenio, pero algunos presidentes de países tuvieron dificultades para participar, debido a situaciones desagradables surgidas en la frontera de los EE.UU. Por eso, creo que N. York, como sede de las Naciones Unidas, debe ser internacionalizada. Por lo menos Manhatan debería pertenecer a toda la humanidad. De la misma forma que París, Venecia, Roma, Londres, Río de Janeiro, Brasilia, cada ciudad, con su belleza especial e historia del mundo debe pertenecer al mundo entero.

Si EEUU quiere internacionalizar la Amazonia, para no correr el riesgo de dejarla en manos de los brasileños, internacionalicemos todos los arsenales nucleares norteamericanos. Bastará pensar que ellos ya demostraron que "son capaces" de usar esas armas, pues YA LO HICIERON, con destrucción miles de veces mayor que las lamentables quemas realizadas en los bosques de Brasil. En sus discursos, los actuales candidatos a la presidencia de los Estados Unidos han defendido la idea de internacionalizar las reservas forestales del mundo, a cambio de la deuda. Comencemos usando esa deuda, para garantizar que cada niño del mundo tenga la posibilidad de comer, y de ir a la escuela. Internacionalicemos a los niños, tratándolos a todos ellos, sin importar el país donde nacieron, como patrimonio que merecen los cuidados del mundo entero, con tanto más cuidado del que se merece la Amazonia.

Cuando los dirigentes traten a los niños pobres del mundo como "Patrimonio de la Humanidad", no permitirán que trabajen, cuando deberían estudiar; tampoco permitirán que mueran, cuando deberían vivir.

Por eso, como humanista, acepto defender la internacionalización del mundo; pero, mientras el mundo me trate como brasileño, lucharé para que la Amazonia sea nuestra. ¡Solamente nuestra!"

Este discurso me lo envió hoy pidiéndome que lo difundiera, Francisco Cordeiro (atribuyéndolo a Chico Buarque de Holanda, confusión muy frecuente a juzgar por las 144.000 entradas que salen en Google si se busca por Chico Buarque y Amazonia). Lo hago aclarando la identidad de su autor, otro chico, el luego Ministro de Educación de Brasil, Cristovao Buarque. Pero bien pudo haberlo sacado de los versos de su primo:
“¿quién estaba al volante del planeta cuando mi continente capotó?”

domingo, 6 de mayo de 2007

Un lugar en el Cerro

El viernes fui al Cerro a entrevistar a Luis “Peta” Ubiña. Vive en una casa espaciosa, confortable, cálida, cargada de recuerdos de un viaje por el mundo que el Peta hace cada vez más lento, mientras el mundo va cada vez más rápido. En lo del Peta hay un plato, un llavero y una copa por cada lugar del mundo que visitó. Apenas si le alcanzan las paredes, los estantes, las vitrinas de siete u ocho habitaciones de doscientos metros cuadrados de edificación, para sostener o guardar las fotos, los instantes, los campeonatos, los amigos, los países... Pero Peta sabe que su lugar en el mundo es uno solo: el Cerro. 

Aunque el mundo se lo haya dejado a la mala de Dios, él no quiso nunca mudarse de barrio, perder el lugar donde encontrarse con Juan Mujica, con el Cabeza Puente, con Ramón Cantou, con Willian Martínez, con Sabatell, Durán y Cajías, con el muelle del SOYP donde empezó a jugar al fútbol y con la escuela que no terminó. Algunos pueden pensar que está loco, que debió haber construido en otro lado, que debió adaptarse y dejar atrás un atavismo. Pero el mundo les llama locos a los sensatos. Para los desaprensivos no hay adquisición sin pérdida y es eso lo que conduce a la tremenda locura del que con el ascensor pierde la escalera, con el avión pierde el buque, con los tapones intercambiables de los zapatos de fútbol pierde los clavos que Hugo Bagnulo le hacía afilar y el Peta conserva en un pedestal de su casa. 

En 1938 un multimillonario estadounidense se dio el lujo de dar la vuelta al mundo en avión a velocidad récord. Howard Hughes, aviador, productor de cine y magnate, en unas pocas horas pasó por todo el mundo sin detenerse en nada, cumpliendo su máximo sueño de velocidad aeronáutica. El mundo se le hizo más chico que el barrio del Peta. Cuando volvió a Las Vegas, Hughes se encerró en un hotel donde vivió sus últimos años intoxicado. Nadie comprendió por qué murió loco y tan solo. Nadie logró averiguar qué le ocurrió exactamente durante ese vuelo. Hoy el mundo se acerca al mismo final que tuvo Hughes y ya quizá sea tarde, demasiado tarde, para darse cuenta que el Peta tiene razón.

miércoles, 2 de mayo de 2007

Bartolomé de La vereda

El 31 concurrí a la entrega de los Premio Bartolomé Hidalgo en el salón Azul de la Intendencia. Me convocaba la premiación pero también, con especial afecto por mi conocimiento de esas obras desde sus orígenes, La vereda del destino de Tato López, que estaba nominada al Hidalgo revelación y Hola, Che, de Taco Larreta que lo estaba al de narrativa.

Para mi satisfacción ambos resultaron ganadores y pudimos festejar con la trouppe de Tato un premio que ni soñamos cuando emprendimos el proyecto de La vereda.... Taco no pudo concurrir por hallarse en función teatral.

El politólogo Adolfo Garcé y la historiadora Ana Frega se adjudicaron respectivamente. los Premios Bartolomé Hidalgo en Ensayo Político Histórico y en Ensayo Histórico.
Garcé por Donde hubo fuego, una minuciosa investigación en torno al proceso de inserción política del Movimiento de Liberación Nacional, luego de la recuperación democrática. Ana Frega, por su obra Pueblos y soberanía en la revolución artiguista. En tanto, el poeta Mario Benedetti recibió una distinción por su trayectoria.

Hola, che tiene en esta página un comentario específico. La vereda del destino además de Bartolomé a la revelación es un éxito de ventas sin precedentes en su género. La sexta edición del libro del Tato López ya está agotada en depósitos. Suceso sin par en autobiografías de deportistas uruguayos, con el agregado de que no es estrictamente una autobiografía sino una novela autobiográfica y más, un libro de viajes, un testimonio político, por momentos una humorada, en definitiva un género muy sui generis (valga la comparación con el primer grupo de Charlie García, porque el Tato nos cuenta tanto una etapa gloriosa de nuestro básquetbol como sus confesiones de invierno).

Pero el motivo de esta columna no es hablar de literatura (que bien valdría; sólo un par de cosas me gustan más que hablar de novelas: tratar de hacerlas y el amor), sino compartir un par de características personales que comenté sobre Tato en la presentación del libro. Porque tiene fama de problemático, de zarpado y de soberbio.

Problemático lo es por contradictorio, es decir propiamente humano. Zarpado por sus adicciones y más ahora que ha dejado atrás tantas otras para terminar metiéndose en la peor (este dulce vicio de novelar, no penado por la ley porque no es negocio). Pero niego categóricamente que Tato sea soberbio. Tal infamia se ha levantado sobre algunas guarangadas que ha dicho en la cancha. Por ejemplo aquella vez que llevaba más de cincuenta tantos convertidos y su marcador lo fauleó golpeándolo toscamente, entonces Tato, para terminar de desmoralizarlo, lo alentó: “convencete, sí, tocame que soy real”. Capaz que eso mismo le dijo Michael Jordan al Tato cuando le tocó marcar al genial afro en Los Ángeles. Son cosas que trascienden y hacen fama pero yo, que trabajé con Horacio López (le arrimé algunas teorías para que se encerrara a escribir con la misma disciplina que lo llevó a ser el tremendo basquetbolista que fue), doy fe de que es uno de los tipos más humildes que conozco. Al punto de que yo –con soberbia– me sentí Ruben Bulla (el primer técnico que tuvo en primera división, el uruguayo que él reconoce que lo marcó en su carrera), por la avidez y la pasión con que discutió hasta hacerme caso las más de las veces y que yo se lo hiciera a él las otras, siempre por convicción y por el esmero pródigo que puso, en cuanto estuvimos de acuerdo, en cada ejercicio de cada práctica, sin desaprovechar ni una sola indicación. ¡Aguante La vereda!

Merece el Bartolomé a la Revelación, que es un premio muy justamente denominado en homenaje al “poeta de la patria”, el de los cielitos de la revolución oriental, encargado del teatro patriótico de Montevideo durante el gobierno de Otorgués. Bartolomé murió en Buenos Aires, luego de un penoso exilio al no aceptar (fue uno de los pocos que entonces no traicionaron la causa artiguista) los ofrecimientos lusitanos cuando ocuparon la capital de la Banda Oriental.

La ceremonia de la entrega de los Hidalgo fue el momento cumbre de la 30ª edición de la Feria Internacional del Libro.

La tradicional muestra retornó este año al centro de nuestra capital, localización que resultó determinante en la masiva concurrencia del público y el éxito de las ventas. Según estima la Cámara Uruguaya del libro, organizadora del evento, la asistencia de público, que pudo ingresar en forma gratuita a la muestra instalada en el atrio de la IMM, superó largamente las 100.000 personas.

martes, 1 de mayo de 2007

El Costello de Los infiltrados

Ya fue escrito que “a partir de los años 1920 no es posible mantener clandestina una organización ciudadana por mucho tiempo, sin estar en connivencia con el poder o destruirlo. Si el dinero del delito no va a parar a ninguna de las organizaciones controladas de algún modo por el sistema, ya nadie puede confrontar a un poder medianamente informado, porque –esté en condiciones de probarlo o no– el poder sabe en dónde se mueve cada quien, en qué negocio, en qué banda. Por eso, desde hace ochenta años, ilegalizar un negocio es mafiosizarlo y es entregarlo a las arcas de los mandantes de los aparatos represivos” (Gardel antes de Gardel). En ese presupuesto sobre la incidencia del desarrollo tecnológico en la información de las organizaciones se basa la peli Los infiltrados, a partir de la revelación, por desclasificación de archivos oficiales en USA, de que Frank Costello trabajaba para el FBI.

El tratamiento que da Scorsese a la imagen de Costello va contra voluminosa parte de la mitología yanqui sobre los gangs, la de Al Capone en Chicago durante la ley seca, con las destilerías clandestinas, la extorsión, el afortunado Luchiano con los lupanares, el calabrés Costello con la timba y luego las drogas clandestinizadas tras el levantamiento de la ley seca (“cualquier cosa que sea ilegal la vamos a vender” había dicho Costello cuando otras familias cuestionaron las posibilidades de éxito de un polvito sin olor, sin sabor, sin cultura, que en ese momento no mataba tanto como el alcohol adulterado), la del juego entre liberal y fascista, según la cara que tocase de la moneda, que entrelazaba a los gans con el Estado.

Otras secuencias míticas: Costello en Los Angeles después de la alianza con Eisenhower para el desembarco en Italia, cuando se terminaron de derrumbar las bestias estilo Capone, mientras los “caballeros” como Luchy y Frank salían adelante. Capone transformando Chicago en un baño de sangre y viviendo algunos años dorados, porque era hombre de organización, no un frontera solitario tipo Dillinger, pero Costello y Luchiano superándolo en todo. Frank acordando con el Pentágono la libertad de Luchy a cambio de cooperar en la caída de Mussolini. Capone no podía. Era fascista. Su gente en la península y en Sicilia trabajó con el Duce. Así que soltaron a Luchy Luchiano. Lo pusieron en un avión para Casablanca o Marruecos, mientras los alemanes emitían una declaración del servicio de propaganda de Goebbels que decía: “Desde hace unos días se encuentra entre las filas del ejército de intervención de USA el conocido gangster americano Humphrey Bogart. Esa es la baja moral de nuestros enemigos, los aliados”.

“Claro que hablo con el FBI” dice Jack Nicholson, en un Costello cruel hasta rebasar la imagen de Capone y racista hasta odiar a Kennedy por irlandés y "negro", un Costello aggiornado con celulares de última generación, ajusticiado al final de la película. Ese cierre nos remite a la pregunta que le hace al niño al inicio del film: “entre la banda y la policía ¿cuál es la diferencia?”. Al final todos son infiltrados porque sencillamente no hay infiltrados; es simplemente la manera de controlar el mismo negocio, el del sistema. Ni siquiera el delegado del gobierno chino que aparece en la transa de los microprocesadores es realmente un infiltrado. Tan si acaso un intruso.

sábado, 28 de abril de 2007

Artaud nos recuerda a Mefisto

Desde que publiqué tempranamente un libro por culpa de un concurso literario y desde que vivo la inestabilidad del periodismo, no sé muy bien qué contestar cuando me preguntan por mi profesión. 

Una noche de mayo de 1996, en la Aduana de Colonia, cuando viajaba a presentar un libro mío en la Feria del Libro de Buenos Aires, la funcionaria me preguntó mi profesión para ayudarme a llenar un formulario. 

Me animé a decirle que era escritor (lo que era cierto, ya que de periodista a veces no tenía trabajo y en definitiva lo que hacía era escribir). 

“¿Profesión?” volvió a preguntarme la funcionaria, socarrona, para que no le tomara el pelo. 

“Periodista” rectifiqué y quedamos en paz. 

Me hubiese seguido preguntando, “¿pero de qué trabaja?”, “¿pero de qué vive?”. 

Desde entonces me ahorré complicaciones y dije siempre “periodista” así en el pasaporte como en la cédula. Hasta que vi Mefisto de Itsván Zsabo. Es una pelí sobre un actor clásico, estrella de la alemania nazi, que cuando lo juzgan por su participación en los crímenes del régimen responde con infinita autoconmiseración, “yo solo soy un actor”, con un desprecio por su profesión y por sí mismo, motivado pero lastimoso. 

Salí del cine reparando en que algo de esa modestia culposa había en mis respuestas a “¿profesión?” Un actor, un escritor, un artista tiene que sentir orgullo, amor propio, responsabilidad y compromiso por lo que hace, para no terminar contestando "sólo soy un artista". 

Desde aquel día, cuando me preguntan mi profesión contesto “escritor” sin humildad, sin rubor, con alegría, sabiendo que es una profesión tan responsable como cualquiera otra. Pero ahora vi Artaud recuerda a Hitler y al Romanish café, en el teatro El Galpón con actuación unipersonal de Álvaro Correa. 

Es la historia nazi de otro actor estrella, el francés Antonín Artaud, que teatralmente se ubicaba en las antípodas de Mefisto, por sus concepciones, por su personalidad, por su soberbia tan opuesta a la pusilanimidad del alemán. Sin embargo tenían algo en común: El desprecio por el arte y por el artista. Desde distintas posiciones. Artaud desde fuera y desde encima, desde lo “absoluto” y lo “cruel”, desde lo más alto y tronante del espíritu “antiburgués”. Mefisto desde sí mismo, desde el subsuelo de su espíritu pequeño burgués en un hilo de voz. Artaud no decía “yo solo soy un actor”; él simplemente se ensañaba con la palabra “arrrrrrtista” y en definitiva decía lo mismo en tercera persona: “ellos sólo son unos arrrrrrrtistas”, burlándose, agrediendo, mientras en el Romanish café aconsejaba a Hitler que los masacrara. 

A partir de hoy, cuando me pregunten por mi profesión, así en la cédula como en el pasaporte, voy a contestar “artista”, sencilla y firmemente. “¿Pero de qué trabaja?” me va a preguntar la funcionaria entonces. “De artista”. "¿Y de qué vive? Bueno... en fin... algo siempre habría que poder contestar a eso, ¿no?