Nunca
hice teorías conspirativas para explicar los hechos, porque el alma
de los hechos está siempre más honda que las conspiraciones que
puedan ocasionarlos, pero esos “expertos” que hablan con desdén
de las teorías conspirativas –y son muchos, son casi todos los que
posan de analistas de prestigio y trabajan en los grandes medios–,
muy sueltos de cuerpo con el consabido "Robert Kennedy Juniors
es un conspiranoico”, entre despreciativos y cansadamente enojados
o decepcionados de la condición humana tan ficcionadora ella, esos
“sensatos”, han de estar muy seguros de que al Maine lo hundió
España, de que a John Fitzgerald Kennedy lo mató Oswald, de que al
Reichstag le prendieron fuego los comunistas, de que el 15 M fue ETA,
de que, entre tantas otras, la de Girodano y Galileo fue una teoría
conspirativa sin el menor asidero en la realidad...
Pero
da la causalidad, que, salvo aquellos hechos incontrovertibles, como
que la batalla de Las Piedras fue en Las Piedras, o que el caballo
blanco de Napoleón era blanco, hechos que nadie controvirtió,
muchos sucesos pasibles de crónica han sido controvertidos por
"teorías de la conspiración" y resultó años, a veces
décadas, a veces siglos después, que eran la realidad de la
conspiración. Lisa, llana, sencilla, simple y contundente.
En
este mundo se opera, se conspira, se encubre mediáticamente y se
hacen campañas propagandísticas constantes. Cientos de miles de
profesionales lo hacen. Están para eso y no son el Superagente 86.
Juegan de verdad con caballos de Troya, quintas y sextas columnas,
información, desinformación, contrainformación, en algo más
oscuro que gris a lo que llaman servicios de información e
inteligencia. Cobran sueldos por hacerlo, viven de y para eso y
algunos se hacen millonarios cobrándolos, o vendiéndose a otro
postor. El que lo oculta haciéndose el superado de las "teorías
conspirativas" es generalmente un periodista conspirador, menos
o más consciente de que lo es, que pretende que la gente no dude de
las versiones de sus medios.
Pero
el público tiene suficientes motivos y nunca suficiente tino para
dudar de todo.
¿QUIÉN
NO MATÓ A KENNEDY?
Podría
escribirse más libros documentales sobre conspiraciones que todas
las novelas de espías que se ha escrito y si faltaba algo para
demostrarlo, ahí están los cables de Wikileaks y el tormentoso
proceso de difusión que tuvieron.
No
más, por citar un caso cercano, el caso Nisman, en Argentina,
evidenció últimamente el cajoneado de los cables importantes que
ocultaron los medios "alternativos" a los que en primera
instancia recurrió Assange (El País, Le Monde… (¿alterna…
qué?) e incluso de algunos de los medios “de izquierda”, más
creíblemente alternativos, a los que recurrió después (Página 12
entre ellos), cuando vio que los medios más prestigiosos son los que
esconden más.
Y
también se conspira con los relatos de la historia. Tal lo demuestra
genialmente Osvado Soriano en "El ojo de la patria".
Conspira
el canciller polaco cuando dibuja que a Auchswitz lo liberaron los
nazis ucranianos del Banderastán, no el Ejército Rojo con rusos,
bielorrusos y ciudadanos de otras naciones, que respondían todos al
Estado soviético.
Conspira
la FIFA cada vez que organiza un Mundial.
Conspiran
los conspiranoicos cuando acusan de conspiración a todo lo que les
perjudica.
Por
eso ante todo, empiezo por declarar mi respeto por la realidad de las
conspiraciones y por los teóricos que las estudian, por aquellos a
los que les llevó cuarenta años demostrar de forma fehaciente la
vasta red de mafias y servicios estatales yanquis que estuvo detrás
del asesinato de John Kennedy y de Robert Kennedy (tío y padre,
respectivamente, del actual candidato demócrata Robert Kennedy
Junior), mi respeto por aquellos que a mensajes de textos en las
concentraciones de Puerta del Sol derrumbaron las patrañas del
gobierno de Aznar, por los que reunieron las pruebas para demostrar
que el Reichstag fue una operación de Hitler con bandera falsa,
porque todos ellos y Galilei y Bruno y tantos otros, antes de
documentar necesitaron formular la teoría, luchar contra sus
descalificadores y soportarles las burlas.
El
22 de noviembre de 1963, en Dallas, Texas, la mediática gringa que
señaló al solitario Oswald, debió preguntarse en realidad, ¿quién
no conspiró? Y al nombre que encontrase probablemente JFK le hubiese
hecho el mismo reproche agónico que, en la antigua Roma, Julio César
hizo al recibir del menos pensado de los conspiradores la última
puñalada, ¿tú también, Brutus?
Hasta
Manuel Vázquez Montalbán confesó que mató a Kennedy.
Si
el sobrino de JFK, hijo de RFK, heredero de dos magnicidios
probadamente conspirativos, a los que, además, la conspiración
mantuvo treinta años ocultos en su verdadera trama, no fuese al
menos un poquito conspiranoico, no sería normal.
Y
en tanto y en cuanto se presenta a las internas del Partido Demócrata
que su padre ganó y fue asesinado en 1968 a nada de la Presidencia
que a su hermano le había costado la vida, que sea un poco
conspiranoico le va a ser útil. No hay paranoico mejor que el que de
verdad está siendo perseguido.
Sobre
todo si accede a su “viejo gobierno de difuntos y flores”.
ISIS
Y AZOV
Que
le reconozca a Robert Francis Kennedy Junior derecho a ser
conspiranoico, no significa que concuerde con su teoría de la
conspiración acerca de la génesis de la COVID-19. Sobre ese tema
recuerdo que Donald Trump reiteró en dos tuits que el COVID-19 “no
lo llevó el ejército de Estados Unidos a Wuham, como sugiere la
cancillería china”?
Convengamos
que, si alguien en el mundo no se había enterado de las
declaraciones del portavoz de la Cancillería china Shao Lijian al
respecto, con dos tuits de Trump no quedo nadie sin enterarse.
En
comunicación la palabra “no” al principio de una frase, sirve
principalmente para llamar la atención sobre lo que le sigue en la
frase. Lo aprendí de niño, mucho antes de fungir de columnista, en
el viaje de egreso de la escuela Venezuela de Montevideo a Santiago
Vázquez. Todos mis compañeros y compañeras iban jugando a las
cartas o charlando. El único que iba concentrado mirando por la
ventanilla era yo. Vi un caballo montando una yegua al costado del
camino y grité “¡No miren!”. Todos miraron. Si hubiese dicho
“miren” no hubiese mirado nadie, hubiesen seguido con las cartas
y las charlas. Lo mismo cuando Martínez le dio a El Observador el
título 1 de tapa "no soy un baba fría".
Pero
sobre la conspiración que señaló Kennedy en Boston en su acto de
postulación a la Presidencia, que reiteró en con entrevista de
Tucker Carlson en Fox News y que éste, el periodista de más raiting
en USA, de alguna forma avaló y luego fue despedido, “nosotros
creamos ISIS”, también estoy de acuerdo con que existió su
corolario lógico, la preparación de una yihad neonazi por si Putin
cometía el error de avanzar hacia Kiev en lugar de hacia Odesa.
“Debemos
terminar con la guerra perpetua”, dice Kennedy y, ésa, la guerra
perpetua, es la mayor conspiración de nuestra época.
El
tufillo despectivo contra la "teorías de la conspiración",
puede llevarte a creer que el alma de los hechos no está bastante
más honda que la realidad y, ni que hablar, bien alejada, de los
mentideros de falsimendia. Antecedentes conspiratorios vigentes
sobran. El mundo está en guerra, en guerra irregular (supramilitar),
Toda guerra es una conspiración contra la paz, y las guerras en
curso son de urdimbre múltiple.
Treinta
años después del asesinato de John Ftzgeral Kennedy, la película
de Oliver Stone JFK acumuló pruebas irrefutables de que el informe
Warren –de la comisión nombrada por el presidente Johnson para
investigar el crimen– mintió. Y aunque Galilei y Bruno se tomaron
siglos para imponerse, hoy sigue tratándolos de teóricos de la
conspiración el terraplanista Jair Bolsonaro, pero los pueblos saben
que a Olof Palme, a Torrijos, a Arafat y a Chávez (por ejemplos),
los mataron igual que a Rabín, a Allende y a Gadafi, por mucho que
tarden o nunca aparezcan las evidencias. Y son demasiados
antecedentes todos en la misma dirección. ¿Querés agregar el de
Nisman? Agregálo.