domingo, 1 de junio de 2008

Cambio de firma

Soy un tipo tan inseguro que la pedantería me jugó muchas malas pasadas.

En diciembre del 94, Fasano me encargó escribir y editar sin firma un suplemento sobre las personalidades más importantes del año. Puse en tapa una gran foto de Onetti y titulé En 1994 murió el mejor escritor uruguayo de todas épocas. Se publicó sin que él lo viera antes; me tenía demasiada confianza.

Después me hizo llamar a su despacho. Estaba sentado a su escritorio con Alonso Fernández de un lado y del otro, parado, el editor de internacionales, que sigue siéndolo, mi amigo José Luis Martínez. Fasano puso sobre la mesa el suplemento, señaló la tapa y tan furioso como un felpudo blanco (que es su manera de estar enojado) me dijo: ¿Estás seguro de esto que escribiste?.

Así es y ha de ser hasta que yo empiece a publicar”, le contesté.

José Luis me miró como diciendo “estás loco”. Alonso comentó: “no sé qué es más grave”. Fasano sonrió. "Lo primero", dijo.

Cuando salimos José Luis me alentó, “qué bien que estuviste”. Pero en realidad yo no había contestado de audaz sino del pánico que me daba la duda. Porque podía ocurrir que Fasano me argumentara con Herrera y Reissig, por ejemplo, de quien yo ignoraba buena parte de su obra.

Estaba lleno de dudas e igual a todos los que no saben, recurrí a la soberbia.

Otra vez, Raúl Legnani me echó de una revista. Yo había escrito un artículo muy polémico y dijo que para poder publicarlo necesitaba hacerlo junto a otro tan convincente pero de signo opuesto.

Le contesté que la única manera era que lo escribiese yo con seudónimo.

"Te vas
–me dijo–, te echo –éste sí furioso y crispado–. ¡Te echo...!"

"Lo dije en broma, Raúl."

"No –había trascendido mi anécdota con Fasano–. ¡Lo creés de verdad! ¡Te echo! ¡Estás despedido!"

Pero yo no lo creía de verdad, yo quería volver a escribirlo con signo opuesto porque no sabía si no estaba completamente equivocado.

Además tenía práctica para eso. Hubo un tiempo en que firmaba Joselo González mis artículos en Postada, mientras en Brecha usaba el seudónimo Borja Olascuaga y en La República, Ricardo Fuentes. Llegué a polemizar vehementemente conmigo mismo sobre el carácter democratizador o claustrofóbico de Internet, valiéndome de argumentos de Guattari o de Virilio, según la línea editorial de cada medio.

Un día llamó a Brecha un señor de una librería que organizaba eventos culturales y pidió para hablar con Borja Olascuaga. Le dieron mi teléfono y se comunicó conmigo. Quería hacer un debate público sobre el tema y pensaba invitar, entre otros, como disertantes, a Joselo González y a Ricardo Fuentes.

Me recordó a aquel animador mozambiqueño que presentó al dúo Numa y Moraes y entró al escenario el Numita con su guitarra, más chiquito que siempre.

No pudimos asistir.

Tras siete heterónimos periodísticos (los seis que aparecen en este post más Joselo Abelenda -mi tercer apellido- con que firmé en El Deportivo cuando González y Olascuaga se ocupaban de otros temas) y tres identidades distintas que había usado en la clandestinidad, apareció completo mi nombre verdadero cuando el cincuentenario del Premio Planeta en Barcelona me permitió publicar una novela que había sido seleccionada entre las doce finalistas. Usé en el concurso Luis González Olascuaga (porque las bases pedían los dos apellidos en sobre cerrado) y mantuve los dos apellidos en la firma de cuatro libros. Pero ahora, en junio, voy a presentar una nueva novela que, ateniéndonos a requerimientos de Internet (para facilitar los buscadores y demás) definimos con el editor, Edmundo Canalda, firmar José Luis Olascuaga.

De ahí el cambio de firma en el diseño del blog.

Pero sigo siendo un tembladeral cada vez que subo una nota.

Y también los nombres, todos los nombres, me resultan inseguros.

Decía el poeta:

Llegan mis cosas esenciales
son estribillos de estribillos
entre los juntos y la baja tarde
qué raro que me llame Federico.