Es una obra que sólo expresa a través del sonido. Paz Encina pone dos actores a trescientos metros de la platea donde el público no puede verlos.
El cine es específicamente todo lo contrario a “La hamaca paraguaya”. Sea narrativa o plástica, en todo caso es también acción, movimiento de imágenes. Uno sale de la sala de Cinemateca añorando los productos de la industria Hollywoodense donde generalmente, por mediocre que sea, existe un director que sabe contar una historia.
Todo el cine artesanal y especialmente aquel que busca crear climas con movimientos escasos o lentísimo, se perjudica con la exhibición de películas como la de Paz Encina, como se perjudica la causa árabe con los atentados de Alkaida o la vasca con los de ETA. Un director extravagante, con pose de experimentador originalísimo, sólo quiere decirnos “soy un genio y me cago en ustedes”, hasta hacernos renegar incluso de “El árbol de los suecos” y de “El año pasado el Marienbad” (tuve que dejar pasar unas horas para volver a adorarlas). “La hamaca paraguaya” me alineó con la Metro Goldwyn Meyer como a otros una bomba en un super los alineó con la monarquía franquista o la caída de las torres gemelas con la CIA.
Acaso fue ésa la intención.
La película se refiere a la guerra del Chaco que los paraguayos le ganaron a los bolivianos y ni siquiera permite otra lectura por su enfoque histórico. Su única virtud, si no fuera un intento de sabotaje al amor a ese idioma, sería que está hablada en guaraní,
La película se refiere a la guerra del Chaco que los paraguayos le ganaron a los bolivianos y ni siquiera permite otra lectura por su enfoque histórico. Su única virtud, si no fuera un intento de sabotaje al amor a ese idioma, sería que está hablada en guaraní,