martes, 14 de mayo de 2013

María Woyceck en Sala Cero

El barbero de Büchner dispara con su secador de pelo. Una valija olvidada en la noche. La más completa manera de expresar en la soledad de un escenario, lo más común y, a la vez, lo mejor sentido.

Como cualquiera dramaturga actriz con decenas de obras premiadas estrenadas y mantenidas en cartel a carne y huesos, Raquel Diana tiene decenas de nombres con apellido y una vida por cada uno.

La vida que le vivimos en el confín de sala 0 de El Galpón estos miércoles de cenicientas se llama, en principio, María Woyzeck.

María es una niña vieja, joven madre marginada, pero no es sólo ella. Es ella menos sus distancias de un Dios desconocido y descocido, lejanísimo y en harapos.

La actriz Raquel Woyzeck nos mete en la poesía de María Diana, en su historial y en la historia nuestra a través de las suyas, discretamente revueltas.

Lo hace todo con pocas palabras, muy honestamente respiradas y en tantísimos silencios. Veinte silencios por cada palabra, silencios breves, veinte veces más breves que las palabras, y superpuestos, silencios que transcurren tan deprisa como dos instantes en que la vida de la protagonista estalla si la reconocemos en la risa.

También baila con dos hombres y en su destino acepta o piensa, no mucho y a su modo. No llora.

En las miradas. Allí está el tiempo, pero en cada mirada el tiempo pasa a capricho del tiempo. Puede durar toda la vida o unos pocos segundo, incluso en una misma mirada.

No sabemos cómo va a terminar la obra hasta que nos damos cuenta de que una buena historia, en realidad, no termina nunca. Es por eso que María Woyzeck es una obra imperdible. Ni siquiera pueden perdérsela los que no vayan a verla, sólo se perderán un sentido propio de la obra.

Tampoco es que la historia se quede en escena cuando se apagan las luces. No, no es por eso que no termina. Es imperdible porque ahí sólo queda Raquel María Woyzeck Diana.

La historia sube a la platea, en esa sala centro en un piso alto y tampoco en la platea se queda.

Enseguida baja a la calle con los espectadores, sin disgregarse y se abre al mundo.

Aunque toma las distancias del Dios ignorado y forastero, la historia sigue, allá lejos de donde vino, en los arrabales de poesía, de realismo apretado donde María Woyzeck y Raquel Diana se juntaron para hacernos las grandes preguntas que ellas no se hacen.

Como ninguna otra dramaturga actriz con decenas de obras premiadas estrenadas y mantenidas en cartel a carne y huesos, María Woyzeck estos miércoles en El Galpón tiene un solo nombre y apellido: Raquel Diana. En absoluto.

Y tiene decenas y cientos de protagonistas por tener, en éste y en otros países, desde hoy hasta que en el mundo queden sólo dos personas y una le haga teatro a la otra. Entre los Woyzeck a compartir entonces, también tenemos ésta.