miércoles, 29 de abril de 2009

Presentación

El lunes 4 de mayo a las 19 y 30 horas, en el Museo del Fútbol (Estadio Centenario debajo de la tribuna Olímpica), el Presidente del Museo, Mario Romano, presentará Vayan Pelando las Chauchas. Once historias de vida (Luis Garisto, Milton Viera, Loncha García, Tito Goncálvez, Luis Ubiña, Daniel Marsiscano, Héctor Núñez, Alcides Silveira, Beethoven Javier, Pedro Graffigna y Pablo Forlán). Julio Calcagno leerá pasajes del libro.

El humor es patrimonio tan genuino del fútbol uruguayo, que ya está en el primer himno de la celeste, Vayan pelando las chauchas. La comicidad restalla en las anécdotas de estas once historias de vida, pero también la emotividad, la autenticidad de los momentos amargos o dolorosos.
Un libro para hinchas de fútbol y para quienes no lo son, un libro sobre nuestras vidas, más acá del juego, más allá de la derrota o de la victoria.

lunes, 20 de abril de 2009

El jardín de los solos y juntos

¡Cómo ha cambiado Chejov! Hace diez días Leila Macor me hizo recordar que Bertold Brecht se ponía colorado y se decía: “¡qué vergüenza!”, cuando alguien lo saludaba diciéndole: “¡qué bien estás; no has cambiado nada!”. Antón Paulovich Chejov no tiene nada de qué avergonzarse. Lo comprobé anoche en el estreno de El jardín de los cerezos por el elenco de El Galpón.

Cuando yo era más joven me acostumbré a ver los Chejov de “clima Chejov”, aquellos que después ensayábamos en las escuelas para incorporar el método Stanivslaski del actor sobre su personaje y sobre sí mismo.

El primero que vi fue El Tío Vania que representó La Comedia Nacional en el año 76 o 77 (bueno… cuando yo era más niño, en realidad), del que recuerdo la escenografía no figurativa que intentaba no encerrar la lectura en la Rusia del 900 y el tono castrense con que Alexandre nos ordenaba: “¡Trabajen, trabajen fuerte, trabajen siempre!”. El público se identificaba con el tío Vania, claro, nos sentíamos muy Sonia. Alexandre vivía de nosotros, venía de afuera y usaba ese tono militar para dirigirnos. Estábamos en el Uruguay de la dictadura, con Vehg Villegas de ministro. Chejov andaba enfáticamente politizado y su lectura desde la platea estaba “cantada”.

El primero que hice fue precisamente El jardín de los cerezos Es un texto que adoro. Lo hicimos en la Sala Verdi para una prueba de egreso de la EMAD con dirección de Elena Zuasti y desde entonces, cada vez que veo la obra mi memoria se adelanta a varios parlamentos ensayados noventa mañanas de hace treinta años. Pero anoche no pude reconocerlo en los diálogos. Solo en los monólogos “identitarios” de los personajes sabiamente recreados por Guido, por Gleijer, por Calcagno…

No tengo ninguna conciencia crítica de aquella puesta de la EMAD y vi las siguientes sin la menor pretensión de comentario. Recuerdo más de una muestra de escuela (una de El Circular) y sé que siempre El jardín de los cerezos me pareció grandiosa, independientemente de su realización. Pero cuando me tocó comentar un Chejov, El tío Vania, en la Alianza, dirigido por Imilce Viñas, año 2000, Antón Paulovich andaba sacado de Stanislavski y El Tío Vania se había vuelto una comedia. La escenografía nos traía, fidedigna, el olor a abedules mojados (que vaya a saber cómo es, pero uno se lo imaginaba) y cuando Alexandre decía: “trabajen, trabajen fuerte, trabajen siempre” era una suave recomendación que hasta se compadecía con la resignación de los aconsejados. Chejov aparecía (como se consideraba a sí mismo) extravagante, preocupado por el más actual de los problemas, el impacto ambiental de la contaminación. Y a quienes arrastrábamos la lectura del 76 nos quedaba la sensación de que también el país había cambiado. Para ser precisos, apenas un tono.

Yo me había dado cuenta desde antes, desde que El Galpón puso los cuentos de Chejov, en la misma sala donde hoy va El jardín de los cerezos, que Antón era también comediante, que es sobre todo comediante y no obliga a fumigar a los actores con un vaporizador de bromuro. Pero en la Alianza me pregunté: Aún así, ¿alguna de sus comedias escapa al clima único de Chejov, ese que se instala, más risueño que indolente, entre el tedio y la brillantez? ¿Y también El jardín de los cerezos es una comedia?

Derby Vilas nos propone en esta puesta de El Galpón una solución ecléctica. Vestuario de época, luces para un trasfondo impresionista de clima chejoviano, pero escenografía no figurativa, contradictoria, el vuelo de los sueños simbolizado en el centro y entorno la barrera de troncos, solos y juntos como en el monte los árboles crecen. En este Chejov el jardín está en escena, no fuera. Los actores no se comunican por método Stanislavski porque los personajes de El jardín de los cerezos no se comunican entre ellos. Ninguno, ni siquiera el eterno estudiante y su amante que se propondrán cambiar el mundo, nadie se comunica. Aquí no es el terrateniente Alexandre, sino que es Lopajin, el nieto de siervos (como Chejov), el resentido y agresivo empresario triunfador (resentir es volver a sentir y él no olvida sus orígenes) quien dice a su modo: “trabajen, trabajen fuerte, trabajen siempre”. Lo dice a la aristocracia decadente para ser desoído. Todos hablan para ser, en realidad, desoídos. El cambiante Chejov se nos presenta otra vez con el tema de mayor actualidad, que siempre es distinto y, sin embargo, a mí me pareció por momentos que usa el mismo texto, pero debo haber oído mal.

Aparte de que las últimas palabras del mayordomo, “la vida se fue, parece que no hubieras vivido, en fin… que torpe eres”, anoche me pesaron más que cuando yo era menos viejo.