domingo, 26 de agosto de 2007

El mejor Casablanca

Vengo de ver una película admirable, La vida de los otros.

Lo primero que debo decir para opinar es que me conmovió. Porque para estar autorizado a opinar de una película alcanza con verla, sí, como para saber que el estadio Charrúa está mal hecho alcanza con verlo o como con leerlo alcanza para poder opinar de un libro, pero hay construcciones que requieren que ocurran otras cosas para mejor opinar de ellas. Por ejemplo, uno puede decir que el estadio Centenario está magníficamente construido y no hace falta ser ingeniero para darse cuenta. Pero se necesita saber que desde cualquier localidad del mismo se aprecia toda la cancha sin la menor dificultad y que desde hace ochenta años se llena de hasta ochenta mil personas saltando sobre sus gradas y apenas han tenido que reforzarle una juntura de una cabecera. Para opinar sobre La vida de los otros es necesario ver salir a la gente del cine, masivamente conmovida, conmoverse uno mismo con esa historia de lealtades y deslealtades, sencilla, guionada con extrema precisión y realizada con excelencia.

Es una película política, pero su estrategia narrativa es propia de una novela romántica, como lo es la de La lista de Schindler, es el bueno entre los malos irredimibles, que se salva por su dignidad individual. Es el modelo “Casablanca” de guión. Bogart se sacrifica por los valores del héroe francés y el amor de la Bergman. Es un derrotado con aura romántica, como el agente de la Stasi de esta película alemana.

Para que el gesto individual de un derrotado, en los relatos sobre victorias históricas tanga valor romántico, hace falta que la causa que traiciona no tenga futuro. Por eso se puede glorificar literariamente a los protagonistas sureños derrotados como hizo Faulkner o a Schidler como hizo Spielberg.

Los estados policiales perpetrados por el stalinismo en Europa oriental y central no tienen ningún futuro y por eso el agente relegado en la Stasi (policía secreta de la RDA) es un héroe romántico. El gran mérito del guión consiste en apuntar con la “Appassionata” de Beethoven y un poema de Bertold Brecht la transformación del agente.

En cierto momento le hace decir a Lenin, resumiendo una frase suya con bastante supresión y un poco de tergiversación, "si escucho la Appassionata no hago la revolución. No se puede escucharla y ser malo". Lo que dijo más concreta y textualmente Lenin es que cuando la escuchaba le daban ganas de acariciar a los hombres capaces de crear cosas tan hermosas y “en estos tiempos no puedes acariciar a nadie porque te cortan la mano”.

Vaya a saber qué revolución hubiera hecho o no Lenin si se hubiese pasado escuchado la Passionata, pero lo que fuese que hubiese hecho le habría salido mucho mejor acariciando a Beethoven, ya que por ahí le iba el deseo, que es ley más científica que la de las condiciones objetivas.

Sin embargo organizó la revolución acariciando a Krupskaia, a Armand, a tantos, viendo a Chagall, a Einsenstein, a Meyerhold, leyendo a Maiakoski… “un hombre ha pasado por la tierra/ la ha dejado tibia para siempre”. 

Bajo el zarismo era ley, no ya el corte de la mano, sino la pena de muerte a los homosexuales. La revolución que hizo el malo Lenin derogó todas las leyes contra los homosexuales. Fue el primero en la historia en legislar expresamente a favor de las uniones libres en general y homosexuales en particular. La legislación de la Rusia soviética, eliminó las leyes zaristas represoras de la homosexualidad por ser “contradictorias con la conciencia y la legalidad revolucionaria”, promovió además la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. (sobre estos temas leer, entre otros, La revolución sexual en la URSS, del terapeuta alemán Wilhem Reich y La mujer, el Estado y la revolución, de la historiadora norteamericana Wendy Goldman).

Stalin conectó más con el sustrato zarista de la sociedad rusa, que los compañeros de Lenin que Stalin fusiló. En los hechos, con la dirección de Stalin, Rusia volvió al pasado y en el pasado quedaron los países que Stalin liberó del milenio nazi, un futuro aún peor. Aunque leve, no deja de ser un avance que hoy Putin, quien fue agente de la KGB precisamente en la RDA, diga; "los adultos que hagan lo que quieran; en la vida privada no nos metemos".

Aunque Putin tiene un aire más a James Bond que a Humphrey Bogart.


viernes, 17 de agosto de 2007

Una nueva novela gardeliana

En 2003 inicié en Laondadigital una novela policial por entregas titulada Asesinato en el Congreso Gardeliano.

Aquel plan de obra en capítulos semanales no pude cumplirlo. La trama se me complicó a tal punto que era imposible atar los cabos. Un año después empecé otra sobre Gardel, ésta por donde se deben empezar las policiales, por el final. Se llama El código Gardel. Está en librerías.

Para esa versión me impresionó mucho el paralelismo entre la vida del Jesús Cristo de El Código Da Vinci y la de Gardel.

Ya está escrito en La Biblia qué ocurre con los ángeles insurrectos y la historia cuenta de varios príncipes bastardos que fueron preferidos por sus pueblos. ¿Pero qué ocurre con los príncipes insurrectos? Gardel en Tacuarembó era de sangreal, bastardo del que mandaba. Pero nos legó la idea de que el padre no existe o en todo caso, si existe está en el cielo.

Así que todos somos sus hermanos, todos de algún modo somos él y todos le decimos al Coronel, con él, en la película El día que me quieras: “Yo también creo que no soy su hijo. ¡Cuántas miserias se precisan para hacer una gran fortuna!”.

Descarto algún día largarme aquí con una policial, empezando esta vez por el último capítulo, sobre aquel otro príncipe insurrecto, el de Galilea (aquel descendiente de reyes judíos que se metió a hippy). Después de todo, también aquello fue un thriller de gansters. “Oh, señor, ¿por qué me has abandonado?”, dicen que dijo en la cruz, dejando entrever que Dios dejó que lo crucificaran, bajándole el pulgar. Hay modelos temáticos en el género: Scorsese, Ferrara.

Por cierto: estos chistes tan brutales, en Occidente hay que hacerlos sobre Mahoma. Pero yo escribo de lo mío.

No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.

Gardel puso melodías insuperables a Lepera, a Celedonio, a Contursi, a Cadícamo, a Discepolín... Le faltó Malena y esta plegaria anónima del siglo XVI.

Es cierto que era ateo. Pero cantó Al pie de la santa cruz, que Aparicio Méndez nos hizo el honor de prohibir. Así que bien pudo, de haberlo conocido, cantar este soneto.

Decía que descarto largarme con otra policial, porque por experiencia entendí aquello que decía Onetti (gran lector de policiales que escribiendo apenas incursionó en el género). "Cuando escribo una novela no sé cómo va a terminar. Si supiera cómo va a terminar no escribiría".