lunes, 10 de marzo de 2008

Bardem el Aceitoso

Con Bardem comprendí que el verdadero psicópata soy yo. Me fastidió verlo todo el tiempo cargando un tanque de oxígeno para hacer saltar cerraduras y resolverle problemas al guión proporcionando cadáveres. Además con ese corte de pelo que se hizo, traté todo el tiempo de recordar a quién conocí con ese aire de Beatle envejecido. Nunca me pareció temible, pero cuando me acordé de Carlitos Balá fue en el momento que Bardem mostró la cara mientras mataba a otro mexicano después de correr la cortina de un duchero en un hotel. 

Largué la carcajada. Ya después no pude tomármelo en serio. Su personaje pretende ser a la vez un psicópata criminal serial y capo solitario por sobre los capos de la mafia de narcotraficantes, un robocop, un terminator, una especie de Lecter pero compuesto a contrapelo (en mi opinión Hopkins estaba a pelo en El silencio de los inocentes y demostró en películas como Lo que queda del día que es uno de los actores de composición mas versátiles). Y aún así, Bardem con su caracterización de zombi es lo mejor de la película que ganó el Oscar.

Ya he escrito que prefiero el thriller de Ferrara y el de Ford Cópola, el argumento más trabajado y sin el facilismo de matar por el solo motivo de proporcionar más cadáveres con más sangre. Cuenta Chandler que los escritores de pulps tenían una fórmula: “en caso de duda, haz aparecer a un hombre con un revólver”. Los últimos Oscar a mejor película están llenos de dudas y hombres con revólveres. Se miden en tiros por minuto y litros de sangre por toma. Como no son para recomendar boca a boca, Hollywood optó por promocionarlos con premios.

Cuando la intención es estremecer más acá de la verosimilitud, suele usarse demasiada violencia para decir bien poco. Que Costello era un infiltrado del FBI (Scorsese, Los infiltrados) o que la policía no puede parar la violencia (Coen, Sin lugar para los débiles). Además, cuando personajes y trama son tan forzados que no resultan creíbles, lo que queda es la obligada diversión por el ruido de los disparos.

Sin lugar para los débiles (“No es país para los viejos”, en su título original) presume de reflexiva por un final críptico fuera del tema que propuso.

El tema de la película parecía ser lo inexplicable del crimen actual y para eso montó mafias chicanas en desiertos de Texas, cuando si lo que les preocupaba era la violencia, los Coen no estaban tan forzados a buscar hispánicos en la frontera.

Ese tema está expresado con mucha mayor verdad en American Me, una película que igual que Ciudad de Dios devolvió el crimen organizado a quienes lo cometen en la realidad. 

El personaje de Bardem, experto en romper cerraduras con una máquina de aire comprimido, tiene la lógica de Boggie el Aceitoso cuando mata a su vecino que tocaba el violín, porque: “el único instrumento que soporto es la horca”, pero la pelí no va de cómic.