martes, 23 de septiembre de 2008

Un film Vacío, vacío

El programa de la película Nido vacío, dice que se trata de la reconstrucción de un matrimonio entre un exitoso escritor (Oscar Martínez) y una mujer estudiante e hiperactiva (Cecilia Roth), una vez que sus hijos emprenden su propio camino fuera de su hogar. Pero en realidad es una crónica soterrada de la separación de una pareja, del abandono del amor y de los avatares de la memoria y la imaginación en el intento por recuperarlo.

Cecilia Roth es ella misma y con eso llena un papel que no sostiene la centralidad de la historia. Esta pasa por los sentimientos del auténtico narrador en primera persona, Oscar Martínez, que llena de matices los paisajes interiores del autor.

La película, con ritmo de jazz, muestra, a través de sugerentes primeros planos, miradas, gestos, detalles de la intimidad de un desencuentro, el entorno cotidiano de una Buenos Aires generalmente agobiante. Luego el paisaje es Israel, el Mar Muerto, la calma, la roca y el desierto, a veces la bruma y la notable actriz de XXY, Inés Efrón, que en Nido vacío no aporta nada, lo que subraya la pericia de Lucía Puenzo en aquella película.

Daniel Burman es fiel a sus antecedentes como directo, Derecho de familia y El abrazo partido. Es un verdadero autor que intenta con Nido vacío dirigirse a la vez al público y a alguna persona en particular. Lo hace con inteligencia, con picardía, con humor, con sensibilidad. Los rubros técnicos están bien cuidados y especialmente la música resulta regocijante.

Un film en tono menor que abreva en lugares comunes y medra de las expectativas que un poco tramposamente crea su programa para un sector interesante del mercado, las parejas con hijos veinteañeros, una franja de público con poder adquisitivo.

Si uno repara con atención en el trasfondo de la película, la evocación del pasado y los recuerdos de errores con su carga de angustia, puede ver en el intento de Martínez por entregarse a una imaginación inútil, el drama existencial de lo irremediable. Pero la narración está construida con tanta preocupación por la ligereza y la liviandad que hacen digerible la historia, que lo que queda es una sensación de comodidad y el recuerdo de los mejores toques de humor.

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