martes, 23 de septiembre de 2008

Matar a todos, ficción y realidad

La película logra lo que se propone, que no es contar la historia del asesinato de Eugenio Berríos, sino un relato de ficción sobre la vida de una actuaria, que para liberar cuentas pendientes de su pasado, se enfrenta a su padre y a su hermano, militares procesistas.

Técnicamente, Matar a todos es correctísima. Cuenta en su reparto con la excelente actuación de María Izquierdo, notable actriz chilena que con un monólogo se roba la película.

En cambio no consiguen lucir los excelentes actores uruguayos Walter Reyno y Jorge Bolani, porque sus muy buenas actuaciones alcanzan apenas para matizar personajes que del guión resultan muy maniqueos. El general nostálgico y el juez corrupto hubiesen sido malos de cuarta sin contar con esos actores. El general fascista Gudari (como si dijéramos, el general fascista Partisano), recibe de Walter Reyno una credibilidad que sus parlamentos no le otorgan y Jorge Bolani construye un pusilánime cortado con las suficientes gotas de rapacidad que lo alejan del arquetipo.

En cambio Darío Grandinetti hace de su “hueso” un papel de intensidad, aún mal marcado hasta la exageración (por ejemplo, en el mutis por los canteros del cementerio) y Patricio Contreras, César Troncoso y Arturo Fleitas sacan con oficio sus papeles que hacen a la trama política del caso Berríos.

El tema central de la película, que atrapa, está narrado con creciente intensidad y es la intimidad de la hija de criminal de guerra, que se va rebelando en toda su verdad como en la maravillosa La caja de música de Costa-Gavras, donde Jessica Lange hace uno de los papeles más memorables del cine. 

Roxana Blanco, en todo caso estaba mejor en Alma Mater. Por alguna curiosa causa que desconozco es Alvaro Buela quien ha logrado sacar más de sus actores (desde el Leonardo Lorenzo de Una forma de bailar hasta Roxana Blanco). La dirección de actores es en general un déficit de nuestros directores de cine.

Lo cierto es que Esteban Schoeder filma lo que sabe y está bien. Supera su performance de El viñedo. Pero que nadie espere un tratamiento profundo del tema como el de La historia oficial de Luís Puenzo, aunque sí una historia en parte bien contada.

Sin embargo insisto en que se está transformando en un condicionamiento del medio, esa exigencia de corrección conformista, contra los tratamientos más ambiciosos, que a excepción de en Polvo nuestro que estás en los cielos, están siendo rigurosamente evitados.

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