lunes, 7 de abril de 2008

Autohomenaje con Onetti

Cuando me dieron a elegir el nombre de esta columna semanal, pensé en dos. Apuntes del natural, que es el de la mejor columna diaria escrita en castellano que conozco, la de Javier Ortiz y pensé en Onetti, casi sin pensarlo, así como se piensa en el vino cuando hay olor a asado. Mi veleidad optó entonces por auhomenajearse con el nombre de la columna semanal sobre cultura que Onetti escribía en Marcha, La piedra en el charco.

Tengo una coartada. Puedo aducir que es el más poéticamente hermoso, falsamente humilde y soterradamente provocativo nombre de columna que jamás haya existido.

En Requiem por Faulkner, Onetti recopiló algunas de aquellas columnas. Todas cumplen con la asordinada amenaza que el nombre contiene. A diferencia de Javier Ortiz, el columnista Onetti nunca se dejaba marcar la agenda por los medios. Aunque su columna no era diaria, tampoco era él de los que se dejan atemorizar por la página en blanco. Hay tantas cosas para decir, dice Javier Ortiz y las dice cada día. Cuando a Onetti le preguntan, en la famosa película reportaje que le hicieron en Madrid, por esa angustia que mentan tantos escritores, la de la página en blanco, contesta con un "no" redondo, largo y menor.

En La piedra en el charco fue donde el joven Juan Carlos Onetti dio su escandalosa definición de la identidad nacional: Atrás nuestro no hay nada, un gaucho, dos gauchos, treinta y tres gauchos. Es que esa generación era categórica, rebelde, terrible y crítica. Le llamaron la generación del 45, pero ellos se autodenominaban “la generación crítica”. Aunque Onetti era tan crítico que ni siquiera aceptaba pertenecer a esa generación. Decía que él era “de la generación del 44”.

Viviendo en España, llegó a hacerse decir, en Cuando entonces, “los que tenían razón eran sus charrúas, que hicieron a Solís a las brasas”. Se esté allá o se esté aquí y así no se crea en nada o solo en muy esenciales cosas, la cuestión es que la crítica es la de uno mismo siempre.