jueves, 11 de junio de 2020

Je suis Los galanes






 

Primero tomar partido por los humoristas a quienes los fascistas corrientes agreden con denuncian penales.

 

Tomar partido por Rafael Cotelo y sus colegas de radiodifusión, que es tomar partido también por el carnaval, objetivo por elevación de la violencia fascista contra Cotelo en el marco de una campaña que se hizo virulenta en febrero y va a seguir creciendo, porque el carnaval es el pueblo censurando y Nunca Más a la televisión censurando al pueblo y milicos censurando al carnaval.

 

Cantaba La Mezcolanza, murga antecesora de la Falta, “un día nos dieron un juego en que había que elegir/ y hoy el juego terminó/ que cante la murga yo elijo/ elijo al trabajador”.

 

En muy segundísimo término, tranquilos, meditar sobre el humor y su oficio, el humor y sus bemoles.

 

Quienes nos hemos autohomenajeado con títulos de Roberto Fontanarrosa, podemos recordar que a Fontanarrosa le sorprendió primero y luego le molestó, que mucha gente se identificara, no con su reírse de Boogie el aceitoso sino, con el desprecio a quienes Boogie el aceitoso despreciaba. Descubrió, porque así se lo hacían saber por cartas y comentarios en la calle, que muchos no se reían de Boogie sino que se reían de sus víctimas. Al punto que dejó de dibujarlo. No se rindió. Siguió riéndose de las bestias sanguinarias de las películas yanquis pero atendió seriamente a los contextos de sus personajes. En Best Seller, por ejemplo, magistral creación igual que Boogie, el público, me consta, de la sala llevaba al mundo un pensamiento, un texto propio, lúcido.

 

Porque Fontanarrosa tiene y son muy pocos quienes lo comparten, el don de escribir en el idioma que la gente piensa, pero no para que la gente siga pensando las mismas pelotudeces, sino para que pueda pensarse a sí misma con mayor lucidez.

 

El pensamiento es lenguaje y según Bernard Dord, en Tendencias del teatro actual, los textos de una obra, del tipo que sea, son varios: el del autor, que trabaja millones de combinaciones de palabras para seleccionar siempre un pequeño porcentaje de las que piensa, el del director que aporta otros millones de combinaciones diferentes para el texto dicho y no dicho y las acciones e impulsos de otras innumerables palabras conscientes e inconscientes, que irradian en escena con mayor o menor energía, e incorporan más millones de palabras combinadas en los pensamientos también conscientes e inconscientes para impulsos y movimientos subtextuales o de inflexiones textuales de los intérpretes o del intérprete y finalmente, los innumerables millones de palabras combinadas en las emociones y los pensamientos del público, que es el que va de la sala al mundo, operando transformaciones, en nuestra valiosísima infinitesimal posibilidad, haciendo del teatro “palabra viva” como quiere Federico.

 

Fontanarrosa escribe la palabra ya viva en el lenguaje, en el pensamiento de la gente y lo hace con la más temible seriedad de un humorista de oficio.

 

EL GÉNESIS DE LA GASTRITIS

 

Al Negro Fontanarrosa lo conocí en el teatro Circular la noche que festejamos los cinco años de ¡Ah, Machos! en cartel. Él no había visto la obra y llegó a Montevideo solo por esa noche y para verla, comer algo después en lo de Cervieri y enseguida salir de vuelta a Rosario, porque era sábado y el domingo jugaba Central en el Gigante de Arroyito.

 

Me senté en la platea opuesta a la que él ocupó en el teatro. Al lado suyo estaba Divinski, al lado mío Gustavo Fuentes. Nunca transpiré tanto como en la primera mitad de esa función. Yo había adaptado, tomándome muchas libertades, el cuento de Fontanarrosa que ocupaba esa mitad, El ocho era Moacyr, y mientras todo el teatro se desternillaba de risa, yo miraba al rosarino que, impávido, impasible, no esbozó ninguna sonrisa durante toda la representación del cuento. "Este tipo me manda preso" pensaba yo, viéndole la cara de enojo o de inquisición. Pero siguió el espectáculo y Fontanarrosa siguió sin reírse. De lo cual deduje que no le había gustado nada o que mi atrevimiento lo había predispuesto contra toda la obra. Después, en lo de Cervieri, siguió serio conversando con todos y en determinado momento, Fernando Toja me señaló y le dijo:" Él es el adaptador del Sobrecogines" (que así le habíamos puesto al cuento). Mi garganta sintió al instante el primer síntoma de la gastritis que desde entonces no me ha abandonado. "Está muy bien" me dijo Fontanarrosa. Comprendí que se trataba simplemente de que el humor es cosa seria.

 

Cotelo y los otros compañeros que tomaron para titular su programa radial “La mesa de los galanes”, título icónico de Fontanarrosa, encaran la seriedad del contexto. “El humor depende del contexto”, dice Pedro Saborido, del dúo Píter Capusotto, él y Diego Capusotto supieron hacer a Micky Vainilla, por ejemplo, tan inconfundible como el Hitler de Chaplin. Nadie se ríe de lo que se ríe Micky Vainilla porque Micky Vainilla no se ríe y no se ríe Hitler cuando Chaplin se ríe de él. Bertold Brecht, amigo de Chaplin, en la Alemania donde Hitler surgía, definió que el humor es un mecanismo de distanciamiento.

 

En otro contexto, en la Francia invadida por los nazis, Jean Louis Barrault hacía humor catártico nacionalista francés. Porque los contextos de Brecht y de Barrault eran opuestos, ambos se complementaban.

 

Barrault decía: “pase usted primero, interventor, que yo soy el anfitrión".  Brecht decía: “el hombre es muy útil, General, puede matar; pero tiene un defecto, General, el hombre puede pensar”.

 

HUMOR Y VIOLENCIA POLÍTICA

 

La Revolución Francesa empezó con un chiste. Cuando le informaron a la reina María Antonieta que el pueblo no tenía pan, contestó: “¿no tienen pan? ¡que coman pasteles!”. Hoy Susana Giménez le dice al pueblo argentino, “¿no tienen pan? ¡que críen gallinas!”. Atenti.

 

Nada de Francia es más vasto que su revolución. Ni siquiera su idioma. Ni siquiera el Louvre. Ni siquiera el perimido mapamundi donde su imperio colonial es gigantesco. La revolución francesa está en todas las que la sucedieron, problematizada en Rusia, fidelizada en Cuba, paradójica en Vietman, cartesianamente distanciada en China, más o menos central en todos los idiomas de todas las historias de todos los países. Desde que María Antonieta dijo aquello de "¿no tienen pan? ¡que coman pasteles!", el humor es tan indivisible de la política como de esa vastedad.

 

En enero de 2015, la revista humorística francesa Charlie Hebdo sufrió un atentado mortal. A mí su línea editorial no me gustaba del todo, digamos, pero una de las tapas que esa línea produjo, cargaba algunas tintas de fascinación revolucionaria.

 

Ante el atentado dije "je suis Charlie" y de inmediato agregué: "Y la portada de mi próxima edición será con una caricatura de Stephane Charbonnier acribillado por las balas que agujerean un Charlie y dice: "masacre en París, Charlie también es de la mierda, tampoco esto puede detener las balas", parafraseando la del hermano musulmán acribillado en tapa del Charlie por las balas de la dictadura militar egipcia, apoyada por la OTAN, que agujerean un Corán: "masacre en Egipto. El Corán c'est de la merde. No puede detener las balas". Charb no dejó de dibujarle al árabe de Los Hermanos Musulmanes una semisonrisa de signo tragicómico y estoy seguro que el camarada Charbonnier se reiría de sí mismo y de su muerte y de la coincidencia, con esa exacta semisonrisa.

 

El de Antonieta fue tan buen chiste de humor negro, que se convirtió en un clásico y en refrán, pero sólo lo rió una corte que en gran parte terminó guillotinada, incluido su esposo, el Borbón Rey de Francia. Todos quienes después rieron con aquel episodio no rieron del chiste de los pasteles sino de María Antonieta.

 

También rió de ella Charbonnier cuando asistió a la fiesta de L'Humanité donde se representó la farsesca "1789" de Teatre du Soleil dirigida por Ariane Mnouchkine, que no sólo hizo la sátira de María Antonieta, sino también del relato que sobre la huida a Varennes se hacía hasta entonces. Porque en definitiva el humor también es un relato.

 

El humor es un relato de victoria. El humor sube y pervierte. "Vinimos, vimos, murió", fue el chiste de María Antonieta Hilary Clinton en Libia, aunque los que se adelantaron ahí fueron los franceses. Ella llegó al festín. El humorista uruguayo Darwin Desbocatti, en su sátira "El trensito de la muerte", dice que a él, como humorista, los que le interesan son los perdedores (en ese caso blancos y colorados), es sincero. Por mucho que se haya puesto como ejemplo de que en Uruguay se ridiculiza al Presidente o al Primer Senador sin que nadie se ofenda, el famoso cuplé de La Catalina 2005 sobre el Pepe Mujica, en realidad no se ríe de Mujica. Se ríe con Mujica de Talamás y de otros. Otra cosa es cuando el humorista se ríe de sí mismo, porque entonces el relato de victoria es sobre la derrota misma, ya que el derrotado se convierte en triunfador. Groucho Marx.

 

Eso quería yo para Charlie en su tapa siguiente al atentado. Pero no, no se rió de la muerte propia. Rió de la muerte de decenas de miles de hermanos musulmanes durante el golpe de Estado que derrocó a su gobierno democráticamente electo en Egipto, pero reírse de esta otra masacre con la misma viñeta cargada de didáctica revolucionaria hubiese sido una elección política digna de Charb, pero inconveniente para Francia, porque el abuso de la fuerza (y disparar con AK 47 contra portadores de lápices lo es) sólo es legítimo por la propia fuerza, como los bombardeos por la propia superioridad tecnológica, con la justa inocencia de ese piloto maravillado que creía "adornar un árbol de Navidad" mientras dejaba caer sus misiles sobre Bagdad. Micky Vainilla en la airforce.

 

La tapa sobre la masacre de París tenía que problematizar la cuestión de quién gana, de qué perdedor nos reímos y el relato de victoria quedó para interiores: El Profeta recibe a los asesinos echando humo por la cabeza: "tres millones de ejemplares! Ayer era una revista moribunda... Y hoy tiene el mayor tiraje del planeta... A quién se le ocurrió esta idea genial?"

 

El humor señala el fallo, nuestro, de los otros, en nuestra cultura o en la ajena, pero siempre vulnera (los chistes racistas de árabes que circulan en la Europa de hoy son exactamente los mismos de judíos del año 35; apenas si cambió la religión de los burlados, que la raza en parte tampoco, siguen siendo en parte antisemitas). Por eso tal vez no hubo chiste de tapa siguiente. Hubo un mensaje, no un chiste. Nadie la rió. El humor cedió ante la política dominante (nunca utilizo el término "políticamente correcto", porque así, en abstracto, es tan laxo que no quiere decir nada, igual que su contrario "políticamente incorrecto").

 

La tapa siguiente resultó no ser humorística. Fue de fondo verde, donde el profeta Mahoma, llevando por delante un cartel de Je suis Charlie como llevaba por delante el Corán agujereado aquel musulmán, y dejando caer una lágrima, dice: Tout est pardonné (todo queda perdonado). Está bien. En vez de resignificar la masacre, significó el lanzamiento de la campaña contra el racismo para la que estuvo citada la reunión de la redacción masacrada.

 

Después de todo, los mártires de Charlie Hebdo no murieron por humoristas sino por periodistas políticos y como tales, como tantos. Ésa sí que es una broma macabra.

 

También es macabro que los denunciantes del personaje Campiglia de Rafael Cotelo, hagan campaña departamental riverense a ver cuál es el más Campiglia de todos. Porque quien profiere los disparates es el personaje, no el autor; si vivieran en la corte zarista, los politiqueros blancos y cabilldistas en pugna, meterían preso a Dostoiesvsky por los crímenes de Karamazov.

 

En el parlamento ganó Guillermo Domenech. Puntualizó que “en todo el interior del país y especialmente en Rivera, se practica, y eso es promover la patria, la endogamia, no el incesto”.

 

Usted disculpe, Cotelo, pero Domenech es un personaje muy superior a los de usted.  Pa mí que ahí anda el espíritu de Fontanarrosa.

 


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