Aunque el mundo se lo haya dejado a la mala de Dios, él no quiso nunca mudarse de barrio, perder el lugar donde encontrarse con Juan Mujica, con el Cabeza Puente, con Ramón Cantou, con Willian Martínez, con Sabatell, Durán y Cajías, con el muelle del SOYP donde empezó a jugar al fútbol y con la escuela que no terminó. Algunos pueden pensar que está loco, que debió haber construido en otro lado, que debió adaptarse y dejar atrás un atavismo. Pero el mundo les llama locos a los sensatos. Para los desaprensivos no hay adquisición sin pérdida y es eso lo que conduce a la tremenda locura del que con el ascensor pierde la escalera, con el avión pierde el buque, con los tapones intercambiables de los zapatos de fútbol pierde los clavos que Hugo Bagnulo le hacía afilar y el Peta conserva en un pedestal de su casa.
En 1938 un multimillonario estadounidense se dio el lujo de dar la vuelta al mundo en avión a velocidad récord. Howard Hughes, aviador, productor de cine y magnate, en unas pocas horas pasó por todo el mundo sin detenerse en nada, cumpliendo su máximo sueño de velocidad aeronáutica. El mundo se le hizo más chico que el barrio del Peta. Cuando volvió a Las Vegas, Hughes se encerró en un hotel donde vivió sus últimos años intoxicado. Nadie comprendió por qué murió loco y tan solo. Nadie logró averiguar qué le ocurrió exactamente durante ese vuelo. Hoy el mundo se acerca al mismo final que tuvo Hughes y ya quizá sea tarde, demasiado tarde, para darse cuenta que el Peta tiene razón.