martes, 1 de mayo de 2007

El Costello de Los infiltrados

Ya fue escrito que “a partir de los años 1920 no es posible mantener clandestina una organización ciudadana por mucho tiempo, sin estar en connivencia con el poder o destruirlo. Si el dinero del delito no va a parar a ninguna de las organizaciones controladas de algún modo por el sistema, ya nadie puede confrontar a un poder medianamente informado, porque –esté en condiciones de probarlo o no– el poder sabe en dónde se mueve cada quien, en qué negocio, en qué banda. Por eso, desde hace ochenta años, ilegalizar un negocio es mafiosizarlo y es entregarlo a las arcas de los mandantes de los aparatos represivos” (Gardel antes de Gardel). En ese presupuesto sobre la incidencia del desarrollo tecnológico en la información de las organizaciones se basa la peli Los infiltrados, a partir de la revelación, por desclasificación de archivos oficiales en USA, de que Frank Costello trabajaba para el FBI.

El tratamiento que da Scorsese a la imagen de Costello va contra voluminosa parte de la mitología yanqui sobre los gangs, la de Al Capone en Chicago durante la ley seca, con las destilerías clandestinas, la extorsión, el afortunado Luchiano con los lupanares, el calabrés Costello con la timba y luego las drogas clandestinizadas tras el levantamiento de la ley seca (“cualquier cosa que sea ilegal la vamos a vender” había dicho Costello cuando otras familias cuestionaron las posibilidades de éxito de un polvito sin olor, sin sabor, sin cultura, que en ese momento no mataba tanto como el alcohol adulterado), la del juego entre liberal y fascista, según la cara que tocase de la moneda, que entrelazaba a los gans con el Estado.

Otras secuencias míticas: Costello en Los Angeles después de la alianza con Eisenhower para el desembarco en Italia, cuando se terminaron de derrumbar las bestias estilo Capone, mientras los “caballeros” como Luchy y Frank salían adelante. Capone transformando Chicago en un baño de sangre y viviendo algunos años dorados, porque era hombre de organización, no un frontera solitario tipo Dillinger, pero Costello y Luchiano superándolo en todo. Frank acordando con el Pentágono la libertad de Luchy a cambio de cooperar en la caída de Mussolini. Capone no podía. Era fascista. Su gente en la península y en Sicilia trabajó con el Duce. Así que soltaron a Luchy Luchiano. Lo pusieron en un avión para Casablanca o Marruecos, mientras los alemanes emitían una declaración del servicio de propaganda de Goebbels que decía: “Desde hace unos días se encuentra entre las filas del ejército de intervención de USA el conocido gangster americano Humphrey Bogart. Esa es la baja moral de nuestros enemigos, los aliados”.

“Claro que hablo con el FBI” dice Jack Nicholson, en un Costello cruel hasta rebasar la imagen de Capone y racista hasta odiar a Kennedy por irlandés y "negro", un Costello aggiornado con celulares de última generación, ajusticiado al final de la película. Ese cierre nos remite a la pregunta que le hace al niño al inicio del film: “entre la banda y la policía ¿cuál es la diferencia?”. Al final todos son infiltrados porque sencillamente no hay infiltrados; es simplemente la manera de controlar el mismo negocio, el del sistema. Ni siquiera el delegado del gobierno chino que aparece en la transa de los microprocesadores es realmente un infiltrado. Tan si acaso un intruso.