domingo, 30 de diciembre de 2007

La picaresca de Chavarría

En su más reciente novela Adiós muchachos, el uruguayo cubano Daniel Chavarría vuelve a demostrar que el formato y los tics de la novela policial, bien pueden ser trasvasados a otros géneros. Ya lo había hecho hacia la novela histórica y en el caso de Adiós muchachos, el género que se beneficia del suspenso y la tensión propias del hard boyled es la picaresca, la tan española y cubana tradición de humor y aventuras que tuvo en Cervantes uno de sus más conspicuos y lascivos cultores.

La protagonista de Adiós muchachos es una discreta y creativa “jinetera” cubana que ejerce la prostitución en bicicleta basándose en un guión muy ingenioso. Las múltiples vueltas de tuerca del argumento sirven para sazonar las aventuras de esta “Lazarilla de Tormes” de los tiempos del llamado “período especial” de la revolución cubana, cuando más escaseaban en la isla bienes de consumo. La acción transcurre entre 1996 y 1998, mientras se lanza un nuevo proyecto de empresa mixta entre capital privado extranjero y estatal cubano, a instancias de unos inversores holandeses que proponen al gobierno de Fidel hacer turismo submarino en busca de galeones bucaneros hundidos siglos atrás. Algo de espiral cíclica de los pitagóricos hay en ese argumento.

Chavarría es un maestro en el manejo del tiempo narrativo, apreta el relato hasta lograr el efecto de atrapar a su lector por la nuca sin permitirle quitar los ojos del libro hasta la última página.

Por cierto, la novela admite también lecturas menos morbosas que las que surgen del manipuleo del cadáver de un acaudalado ejecutivo holandés para cobrar un rescate. Se puede intuir cierta connotación de personal despedida en el título elegido por el escritor cubano de origen uruguayo, para un libro tan descarnadamente realista y explícito sobre los privilegios de los dirigentes de la revolución cubana.

En cualquier caso, resulta preciso, creíble, y siendo cierta la proclama del Che, “la verdad es siempre revolucionaria”, estas divertidas viñetas son de lo mejor que Chavarría puede ir haciendo. Sobre todo porque van insertas en una estructura novelística muy sólida y se deslizan en prosa cautivante.