miércoles, 7 de noviembre de 2007

Finales cerrados

Leí sobre El león ciego que está dando La Comedia en el Solís, una crítica que considera poca la fuerza que da la puesta en escena al mensaje final de la obra. Se trata del grito antibélico “¡Basta, basta!” del personaje que interpreta con acierto Isabel Legarra.

Creo que la debilidad del mensaje no está en la puesta ni en la actriz sino en el texto. Es un drama vigente en muchos aspectos y la actual versión de Ruben Yánez lo representa con sobriedad y buen rendimiento de todo el elenco (cabe resaltar a Caterina Pascale). Pero el final es de cuarta pared para un mensaje que rendiría mucho más si quedase abierto al bajar a la sala.

Esa última frase de Legarra debería reservarse para que la pronuncie el espectador en el mundo.

Yánez respeta al autor (Ernesto Herrera), a su época, a su teatro. Pero el final es débil precisamente desde la indicación del autor, que hace un teatro político anterior a Bertold Bretch.

Fue Bretch quien cambió para ese teatro las relaciones entre la escena, la sala, nosotros y el mundo.

En mi comentario de El pintor de madonas critico el final retórico de Marc Bouchard, que produce el mismo efecto: deduce en lugar del público cuando ya le ha dado todos los elementos para que sea éste quien deduzca.

Creo que ambos directores (Yánez de El león y Álvaro Correa de El pintor) no solo respetan a los autores sino que son fieles al tipo de teatro que cada uno de éstos eligió, que tiene sus reglas y su estilo. La fórmula de Herrera es el naturalismo y Bouchard recurre estructuralmente a las alegorías propias de un auto sacramental (El doctor perfectamente podría haberse llamado La Ciencia en un auto de Calderón –y el religioso, La Fe-; con muy mala reputación para la ciencia, por cierto).

Finalmente, en ambas obras es El Poder quien corrompe con anillos de oro extraídos de los dedos de los muertos. Esto podría deducirlo usted al salir del Solís o del Circular, pero esta nota, para estar a tono, requería un final cerrado.