jueves, 12 de julio de 2007

Morir en Bangkok

La semana pasada en la contratapa de Búsqueda, Valentín Trujillo escribe sobre la muerte de Vázquez Montalbán en Bangkok, explotando la impresionante causalidad de que allí ocurriera esa muerte. Un buen relato. 

También a mí me involucran esas causalidades. A Montalbán jamás lo vi personalmente. Conozco su aspecto solo por los libros, las fotos y las caricaturas. Dice su caricatura que era gordo, petiso y que caminaba inclinado hacia atrás, con esa simpática tiesura de los que llevan la barriga por delante. Sin embargo, aunque en el dibujo parece distante, coinciden sus biógrafos en que Manuel Vázquez Montalbán siempre estaba atento al resto de la humanidad y doy fe. Cierta tarde montevideana de una mañana barcelonesa de 2001, recibí en mi correo electrónico, como por arte de encantamiento, un e-mail que decía: “Vázquez Montalbán trajo en manos propias a nuestra agencia la novela suya de usted, tras leerla como jurado del Premio Planeta. Nos complace anunciarle que haremos gestiones para que se edite”.

Sin embargo el día que me enteré de su muerte en Bangkok, por esa extraña ley de asociaciones que explica Cortazar, sentí que yo lo había matado. Absurdo, ¿no?

¿Por qué iba yo a matarlo si Motalbán fue para mí una constatación de la existencia de los milagros y de los dioses o del adelanto del hombre nuevo? El gordo de la caricatura, con su habano incendiario y su bigotito racimo, tan parecido a un vecino de mi calle que se sienta sobre dos almohadones en la platea del estadio Palermo, había hecho su gestión despidiéndose de mí. Nunca me escribió una línea. A decir verdad, nunca supe cuál de los jurados me hizo finalista ni cuál me negó el premio –ni si hubo discrepancias–; jamás hablé con ninguno de ellos; de haberlo hecho, hubiese preferido empezar por Terenci Moix, pero sigo pensando que fue mi compatriota Carmen Posadas la que más disfrutó de aquella versión de una novela que pretendía ser onettiana (y debería titularse La mirada de Onetti y el otro). Sin embargo los milagros y los dioses o el hombre nuevo existen. Vázquez Montalbán, desde la cúspide de su fama, se tomó el trabajo de leer a un total desconocido, que vivía en la noche de su día. Y no solo eso; cuando mi novela quedó entre las doce finalistas sin recibir premio, se tomó el trabajo mayor de llevarla a la agencia Balcells. ¿Por qué iba yo, precisamente yo a ser su verdugo? ¡Qué disparate! Pero algo me decía:

–Lo mataste. Fuiste vos.

Al enterarme de la muerte de Montalbán, inmediatamente recordé el acápite de mi novela más reciente: “'El temor creciente de no vivir dos veces', Montalbán". Soy amigo de Francisco Cordeiro, uno de los neurolingüistas más afamados del Río de la Plata. Él diría que programé esa muerte. Pero yo solamente lo sentía y lo negaba racionalmente.

Estimo las novedades teóricas y la neurolingüistica me parece especialmente interesante. Pero eso no alcanzaba para culparme. Era como decir que se mató él mismo desde Pero el viajero que huye, el título del poema donde escribió estos versos: "El cartero ha traído el Bangkok Post/ el Thailandia Travel/ una carta sellada/ la muerte de un ser querido”.

Pero resulta que están en el capítulo 2 de la versión final de mi novela, acompañados del siguiente comentario. Vázquez Montalbán murió en Bangkok, en una accidental escala de sus viajes. Misteriosa casualidad. “Causalidad, querido –me había corregido otro amigo al comentarla–. Escribir esos versos fue condenarse a esa muerte”.

A mí seguía pareciéndome una tontería. Era lo mismo decir que lo mató Visconti –me defendía–, porque prefiguró una situación de artista muriendo en la soledad de un viaje en Muerte en Venecia. O que lo mató Sabina cuando escribió solo como un poeta en el aeropuerto...

Pero eran casos bien diferentes. Sabina se refiere a sí mismo en relación a una mujer. Visconti adapta una novela de Thomas Mann sobre Gustav Malher. Montalbán habla de un ser querido que puede ser él mismo. Ya sabemos que, a su modo, era un suicida, como todos los que realizan un trabajo apasionante. Pero yo hablaba de él. Había intencionalidad en mi cita. Era “su asesino”. Además había otras causalidades todavía. Una novela que publiqué el mismo año que él su poema, se titula, verso de por medio, con la misma paráfrasis del mismo tema de Gardel y Lepera, “Pero el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar, y aunque el olvido...”.

Montalbán publicó su Pero el viajero que huye y yo mi Aunque el olvido, concomitantemente. Sin conocer él nada de mi obra ni yo el poema. Mi novela ganó un concurso de la feria del libro con ese título y se publicó después con el de Gardel antes de Gardel.

Y ambos libros confluyeron diez años después en el mismo episodio. El viajero cuenta de Bangkok y de la muerte, El olvido de una muerte en un aeropuerto, la de Gardel. Pero si yo lo había matado, ¿con qué motivo?, ¿cuál fue el movil del crimen?, ¿quién que no fuera Franco o la CIA podía tener motivos para matar a Montalbán?; 

¡y yo, menos!

Pensé en Volver, el tango citado. Pensé que en su muerte en Bangkok, Montalbán adivinaba el parpadeo de las luces que a lo lejos iban marcando su retorno. Volvía de Sydney, de dar un ciclo de conferencias por Australia y Nueva Zelanda. El avión había hecho escala en Bangkok. El escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán, republicano español, de sesenta y cuatro años, se disponía a tomar un vuelo de la compañía Thai Airlines con destino a Madrid. Su muerte fue cometida en la sala de espera del aeropuerto de Bangkok entre las 23:30 y las 0:00 hora local. Las autoridades aeroportuarias tailandesas tardaron más de cuatro horas en ponerse en contacto con la embajada española.

Al filo de la madrugada, Montalbán no vio a Tazio jugar con otros chicos en la playa de Venecia. Su pensamiento (acostumbrado al dominio del escritor Manuel Vázquez Montalbán; “ese escritor domina el pensamiento”, dijo de él Juan Carlos Onetti –tan mezquino en alabanzas con otros colegas vivos de la España que lo refugió, tan implacable con Cela, por ejemplo–, aunque también dijo que no le gustaba cuando en sus novelas Montalbán se dedicaba a comer), el dominante pensamiento de Vázquez Montalbán sentía ahora el dolor de su corazón. Mi abuelo Olascuaga (parecidísimo a Galíndez, el protagonista de una de las mejores novelas de Motalbán; se confunden las fotos de ambos), que murió del corazón, nos dijo que es mentira que el corazón no duele. Por muy fulminante que resulte un infarto, siempre trae un momento de dolor insoportable.

Entre la tripulación que había ido a reunirse a esa sala de espera, Montalbán acaso no haya dejado de fijarse en ninguno; me consta que atendía a todo el mundo y se sabe que se sintió atraído por la sumamente sensible a todo ridículo literatura de Carmen Posadas y por los ridículos travestis de El Pianista. ¿Le habrá llevado alguien de la tripulación o del personal del aeropuerto el Bangkok Post, el Thailandia Travel o una carta sellada?

Lo que sin duda nadie le llevó fue risso a la brocola ni macarrones con berenjena ni ravioles de remolacha, porque hacía diez años le habían operado el corazón y puesto cuatro marcapasos. Estaba Flaco.

Solo me quedaban dos o tres motivos posibles.

Lo maté por encargo de Tabaré. Para que el catalán no fuera a criticar nuestra revolución desde esa ética voltaireana que ejercía. Pero carece de consistencia porque la crítica de nuestra revolución no la compra ni PRISA.

O lo hice porque me molestaba su gordura, porque soy un gordo reprimido o un flaco fatigado. Desde que hago gimnasia aeróbica soy un consumidor de aire.

O porque me disgustaba su egoísmo puntual, la desconsideración con que trató en la mesa la salud de su corazón impidiendo unos cuantos libros suyos.

Sin embargo era inevitable que Manuel Vázquez Montalbán comiera tanto mientras la humanidad pasase tanta hambre, porque él iba siempre a contracorriente; Carvalho fue la distancia que tomó Vázquez Montalbán con la España de la transición. Carvalho comía a corriente. Creo que la máxima de Marcel Proust, “...écrire un roman ou en vivre un, n’est pas du tout la meme chose, quoi qu’on dise...” no vale para Montalbán; de sus obras sobre Franco adoro tanto la que está en primera persona como la historia sentimental de España, quizás por los momentos en que fueron escritas, para permitirse distanciar; de sus Pepe Carvalho prefiero al más similar a los clásicos de la novela negra, al más personaje, al más distanciado, al de las siete novelas de la serie que siguieron a Yo maté a Kennedy (el hallazgo); de toda su obra, Galíndez y El Pianista; también adoro a su Marcos y a su Dios entrando en La Habana; no hablaba de sí mismo, pintó el friso entero del mundo y la época que vivió, dominando el pensamiento y siempre era distinto a cualquier pensamiento dominante; era un poeta.