jueves, 5 de julio de 2007

Hola Che

Hoy llegó a mis manos el nuevo libro de Antonio Larreta, Hola che, una novela que releí en cuatro horas. La había leído en originales –tomándome dos días–, gracias a que una colaboración en un guión televisivo me tuvo cerca de su autor cuando la estaba terminando. Así que para mí las novedades de estas últimas cuatro horas fueron el diseño de tapa, la contratapa, la encuadernación, el tipo y tamaño de letra, los detalles de impresión, las erratas que hubiesen escapado a las correcciones y miles de intenciones y acentos que no había leído la primera vez –seguro que la próxima descubrirá para mí otros miles-.
Sobre su realización puedo contarles una anécdota. Este verano yo estaba cansado, había acumulado proyectos y trabajos y colapsé. Hablé con uno de los amigos con quienes estaba trabajando y le expliqué mi necesidad de parar por completo y tomarme un par de semanas de vacaciones. Me alentó a tomar la decisión. Así lo hice, salí en licencia de mi empleo, corté todos los otros compromisos, detuve mis proyectos personales –algunos todavía no los he retomado– y solo me quedaba hablar con Larreta para pedirle licencia también a él. 

Pero el lunes que fui a su casa decidido a pedírsela, tenía sobre su mesa montones de hojas con capítulos de Hola che y otra cantidad de apuntes muy diversos, páginas de diarios y libros abiertos. Esa misma semana yo había leído su columna sobre cine en El País, una doble página sobre Alsina en el Cultural con su firma, sabía que estaba preparando otra sobre Marai, escribiendo un guión para una obra con Beatriz Massons y quién sabe cuánto más aparte del libreto para TVE sobre Artigas en el que yo lo ayudaba a completar la más exhaustiva bibliografía para informarse rigurosamente antes de empezar a escribir la escaleta. 

Dejé la petición para la despedida, porque nos pusimos a hablar del Artigas. Pero cuando llegó el momento de irme, me dijo que estaba trabajando sobre el último capítulo de Hola che y asociado a eso me contó que cuando terminó de escribir Volaverunt, la novela con que ganó el Premio Planeta en España, le sobrevino una tremenda depresión que lo tuvo veinte días sin hacer absolutamente nada. “Fueron los únicos días que no trabajé en mi vida”, me confesó. 

Me quedé pensando, “cómo hago para decirle a este pibe que me dobla la edad (tenía 85 años), trabaja dos veces más que yo y rinde diez veces más y encima está bastante sordo (es decir que algunas cosas tengo que reiterárselas esforzándome por modular bien para que me oiga)...”, ¿cómo hacía -digo- para que me oyera que yo estaba cansado antes de que se me disolviese la cara de vergüenza? Me fui sin decírselo, por supuesto. Me fui renovado.

En la edición que hoy llegó a mis manos constato que Hola che fue tratada como lo que es, el libro más importante de Larreta. Probablemente no tiene la audacia erótica de El guante ni una reconstrucción de época tan interesante como la de Volavérunt ni el mejor sabor a Proust de toda la narrativa uruguaya como El jardín de invierno. Pero su trama es aún más envolvente que la que le valió el Planeta, la sordidez de su protagonista está más humanizada que la del de Ningún Max, su elegancia alcanza por momentos el nivel con que sublimó al tosco Blanes y, aunque su personaje principal es un marchand que vive en Madrid más relacionado con el exilio dorado que con el político-económico y no le interesa la política a pesar de tener una hija presa de la dictadura en Uruguay, ésta es la novela más política de Larreta, incluso por omisión, porque está perfectamente medido lo que dice y lo que deja de decir sobre un tiempo que fue desgarrador para la vida del país y para la suya propia, cada cual a su manera. 

Además Hola che tiene todo el refinamiento, la impronta de la prosa de Larreta, sus frases tan terribles como amables y personajes exquisitos, la atractiva y repulsiva Berta Carreras, el entrañable Tito, un brillante René Lafone, en ambientes muy variados, con tipos y arquetipos perfectamente caracterizados. Y para quien sepa descifrar códigos no deja de ser un legado. ¿Iba a decir una despedida?

Hola, che.