viernes, 30 de diciembre de 2022

Estar con Lula

 


Para un pregresista supersticioso es preocupante que Luis Lacalle Pou esté el domingo en la asunción de Lula, pero más preocupante sería que estuviesen Macri y el propio Bolsonaro. Macri estuvo sentado junto a Lothar Matteus en el palco oficial del estadio de Doha viendo a la por él denominada “raza superior, Alemania” (por él y por Hitler) quedar eliminada en primera fase y Bolsonaro, en palabras de Geraldo Alckmin, vicepresidente centroderechista, coordinador de la transición presidencial, “en cuatro años el karma Bolsonaro provocó un agujero negro de pérdidas financieras inexplicables y de datos fundamentales para el funcionamiento de estado”. Es imposible determinar el alcance de la corrupción porque simplemente no hay nada en los libros: los sistemas de registro gubernamentales no se han alimentado desde 2020. “El gobierno de Bolsonaro nos llevó a la Edad de Piedra, donde no había palabras ni números”, resumió Alckmin.


Nada mucho mejor puede decirse de Luis, pero al menos no fue a Catar. Sus derroteros por el Golfo ya le habían ocasionado suficientes marsetreos y, para distraer de su peor momento en el gobierno, se llevó a Brasilia a los ex presidentes Julio María Sanguinetti y José Mujica. A los ojos del mundo va estar el Pepe escoltado por los otros dos.


Tan nutrida e inédita representación de presidentes de Uruguay, país vecino y socio del Mercosur, es buena para Lula. Si es buena para Lula, es buena para CFK (gorrito de festejo electoral de por medio) y si es buena para ambos, es buena para el Frente Amplio, contrarrestando con creces el precio de rescatarlo a Luis por un día de su abismal depresión política.


Un progresista supersticioso y además científico, recuerda que fue después que Lula ganó en Brasil y Kirchner en Argentina, que ganó Vázquez en Uruguay. Y que después que cayó el gobierno kirchnerista en Argentina y el petista en Brasil, cayó el del Frente en Uruguay. Nunca salimos precisamente indemnes de los avatares de nuestros dos grandes vecinos. Especialmente de los de Brasil y muy especialmente ha de ser en este momento histórico global.


EL AUTO BLINDADO


Un intento de atentado en el aeropuerto de Brasilia, perpetrado por el empresario amazónico bolsonarista George Washington (sic), “para impedir que asuma el comunismo” (otro sic), puso en alerta máxima (si había una máxima a la que ya estaba) a la seguridad de Lula. Sugirió que para asumir por tercera vez la presidencia de Brasil, el recorrido entre la multitud Luis Ignacio Da Silva lo haga en auto cerrado y blindado.


Tienen que transportar al único jugador global que en este momento puede pivotear entre todos sus iguales, bien visto por todos ellos, para consolidar el avance de África, el Caribe y América Latina en el mundo multipolar, el conductor político que ya está haciendo equilibrio entre EEUU y China, entre Jake Sullivan, que lo visitó en noviembre y Wang Yi, que lo espera en febrero (primero Lula va a ir a Washington para enseguida arribar a destino: Beijing) y lo está haciendo muy bien. Ya ganó el presupuesto, el destrabe fiscal para hacer realidad el nuevo programa Bolsa Familia, su buque insignia de justicia social y ya logró confinar a Bolsonaro en la extrema derecha, restándole base política, según todas las más recientes encuestas.


Pero son tantos los desafíos de problemas que le resta resolver y tan fácil dejarlos en suspenso de un balazo, que el milagroso Lula, salido de la cárcel del lawfare y resucitado en campaña electoral contra el mimísimo aparato del Estado descaradamente utilizado por Bolsonaro, va a tener Lula que hacer nuevos milagros, para sobrevivir en el gobierno.


Y luego para recuperar la economía que Bolsonaro devastó (para eso Lula nombró ministro de finanzas a Fernando Haddad, figura copular del Partido de los Trabajadores, dando a entender que el propio Lula está ahora mismo al frente de la economía del país más rico de Ámérica Latina, que el crecimiento va a ser con redistribución, que las burguesías nacionales vuelven a tener garantías jurídicas, tan cacareadas hace décadas por la prensa de las corporaciones imperialistas y tan vulneradas por ellas en definitiva. Brasil vuelve a industralizarse y a desarrollar toda la ganancia de ser fundador de los BRICS (Lula estuvo entre sus fundadores en 2006) e integrar ahora los BRICS plus.


Lula no está solo en el intento. Aunque la oposición bolsonarista alcanzó mayorías de parlamentarios y de gobernadores, ese telar tuvo tanto de tejido clientelista mal anudado y cortes de rutas de camioneros y reclamos ante los cuarteles militares para que dieran un golpe y el propio Bolsonaro negándose a reconocer el gobierno de Lula, que sectores medios del electorado conservador quedaron en falsa escuadra. Porque les perjudicó el caos de los cortes y porque hasta el momento los medios corporativos (incluidos Globo, Bandeirantes y CNN) hicieron vista gorda a los intentos golpistas, restándoles clima catastrófico que los visibilizara en toda su potencia.


Lula cuenta con Itamaraty para ejercer su influencia en el mundo y la influencia del mundo a su favor (que es su principal poder para volver a transformar Brasil en potencia protagónica mundial, aparte de su carisma personal, e itamaraty cuenta con Lula para volver a brillar en el escenario diplomático que nos dejó en 2022 dos cancilleres entre los tres triunfadores totales del año: Messi, Lavrov y Wang YI.


Le toca a Mauro Vieira, delfín de Itamaraty, ser el nuevo canciller de Lula. Contará con al menos dos pilares para presentarlo al mundo: Celso Amorim, ex canciller de Lula de 2003 a 2010 y la ex presidenta Dilma Roussef, quienes no tuvieron menos acceso a Xi Jinping y a Putin, que el mismo Lula. Xi era el tercer hombre del Partido Comunista de China, luego de Hu Hintao y Wen Jiabao, en 2003, promovido con expectativas de recambio al Comité Permanente del Buró Político y Wladimir Putin ya era el presidente rescatador de la potencia rusa.


En una conferencia en Sao Paulo , Amorim se refirió a la complejidad del mundo que hereda Lula, en comparación con 2003. Junto con el cambio climático, las principales prioridades en verdadera política, son revivir UNASUR y la relación con África, pero en seguida “buenas relaciones con Estados Unidos y con China”. El gobierno Lula va a ser un sofisticado número circense de equilibrio.


Ya está preparada una visita de Lula a Washington. El presidente chino, Xi Jinping, le envió una afectuosa carta, enfatizando la “asociación estratégica global” entre Brasil y China. El presidente ruso, Vladimir Putin, llamó a Lula para compartir el desarrollo estratégico de los BRICS. Brasil, que estuvo seis años (desde el golpe parlamentario a Dilma) arrastrando su declive de paria por el mundo pese a seguir siendo la octava economía mundial, detrás de China, EEUU., India, Japón, Alemania, Rusia e Indonesia, y por delante del Reino Unido y Francia, hoy es la potencia más codiciada en “el gran juego” y la más necesaria para nuestra América, donde Lula cuenta con el consolidado poder de Andrés Manuel López Obrador, en la segunda economía al sur del río Bravo, México.


El primer problema que tiene que volver a resolver Lula es el hambre y la pobreza. No sólo en Brasil. Lula es trascendente a Perú, a Colombia, a Chile y el continente ha caído al 0,8 de crecimiento, perdiendo el fulgor del primer ciclo progresista ganado que, aún sin paliar suficientemente las desigualdades había encaminado un desarrollo, hoy a retomar.


Abordar este problema (el de la pobreza que con el neoliberalismo volvió en Brasil a los niveles pre Lula) es tan serio como la destrucción de los gigantes brasileños de la ingeniería por la trama de “corrupción” Car Wash . Como resultado: Brasil ahora tiene una increíble cantidad de ingenieros bien calificados en el desempleo. ¿Cómo es posible que todavía no puedan recuperar sus puestos de trabajo? ¿Por qué deberían resignarse a convertirse en conductores de Uber?”, dice el editor general de Asia times, el brasileño Pepe Escobar, tal vez el mayor geopolítico de la actualidad.


ALGUIEN TENÍA QUE DECIRLO


Hoy se tienen sobradas evidencias de que el Lavajato fue un plan del FBI con sus instruidos Moro y Dallagnol para incriminar a Lula con falsas denuncias, armadas y groseramente armadas, de recibo de un dúplex en comisión, pero el Lavajato fue después, además, para encubrir su capítulo Brasil y para sancionar a todos quienes buscaron construir infraestructura que los yanquis no querían que se construyera para que no se generaran economías que pudieran romper su dependencia del imperialismo, o, en caso de tener que hacerlo por coyunturas políticas críticas, que la construyeran las empresas yanquis, a mayor precio y con mayor expolio incluidas las comisiones.


Porque no era que la constructora Trump fuese a competir con Odebrecht. A Trump no le interesaba construir nada que fortaleciese al Sur Global, pero tampoco que burguesías nacionales en regiones dependientes fuesen neutralizadas para jugar un papel por fuera de la rosca financierista (sobreviviendo más de la cuenta).


De paso, pinchar el desarrollo en ciencia, tecnología, innovación, formación de profesionales y empleo de nuestros países en el desarrollo económico.


Fue tal el retroceso de la desindustrialización forzada que trajeron los breves pero contundentes gobiernos reaccionarios del capital financierierista y la mayor parte de los principales medios de comunicación, que hoy en San Pablo neoliberales recalcitrantes y un puñado de rabiosos antipetistas, se muestran entusiasmados con la oportunidad de hacer economía, incluyendo acuerdos con empresas chinas.


La designación de Haddad no fue para ellos una buena noticia. Brasil necesita un impulso sin precedentes de reindustrialización en prácticamente todos los niveles, que se complemente con transferencia de tecnología, inversiones en investigación y desarrollo y formación de mano de obra especializada. La clave para lograrlo es establecer un diálogo estratégico de alto nivel Brasilia-Beijing. Lula, quien irradia un poder blando invaluable, puede establecerlo, y aún con más amplitud que Argentina. Brasilia puede seguir el modelo de asociación iraní: ofrecer petróleo y gas a cambio de construir infraestructura crítica, esta vez directamente, sin intermediación de comisionistas con chantaje Globo.



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