viernes, 25 de febrero de 2022

Oscar Andrade, garantía de ganar el debate

Lamento que para definir gobierno y mayorías, el absurdo de los debates televisivos preelectorales, resulte decisivo. Favorezcan a quienes favorezcan. No me parecen una herramienta democrática inmanente y todo ese blablaje circulante al respecto. La democracia es muy anterior a la televisión y el lenguaje televisivo, sus tiempos y sus formas histriónicas no son democráticos. La historia de la libertad y de la democracia es la historia de las asambleas, dijo Pepe Batlle y el lenguaje televisivo está en sus antípodas. No reviste las mismas características alguien entrenado para la escena televisiva que un buen presidente. A la prueba Trump y Reagan, pero si hemos logrado, con tanto sacrificio, que haya elecciones, tenemos que ganarlas y si, para ello, son decisivos los debates televisivos, tenemos que ganarlos también. O como decía el profe De León: si no podés ganar, tratá de no perder. Contra la creencia de que los debates inciden en un porcentaje ínfimo del electorado, tengo visto y comprobado que, prácticamente sin excepción, quien gana el debate, gana la elección. Todos los ejemplos que doy los registré antes de cada elección en comentarios sobre cada debate. Lacalle se lo ganó a Martínez y ganó, Castillo se lo ganó a Fujimori y ganó, Macri se lo ganó a Scioli y ganó, Fernández se lo ganó a Macri y ganó, Lasso se lo ganó a Arauz y ganó… En Chile, Jadue era favorito en las encuestas, pero el debate con Boric lo quitó de la primera vuelta. LAS SORPRESAS Y LAS SOSPECHAS En Chile Lavín era el favorito de la derecha en las encuestas previas a los debatas. Lavín salió a empatar el debate porque tenía harta ventaja previa, pero en el Chile de la Constituyente bien zurda, del abajo que se mueve y se mueve, pensó que los candidatos de derecha tenían que parecer de izquierda. El ex ministro de Pinochet se comió el cuento del “centro”. Se declaró “socialdemócrata”. Perdió por derecha. El debate interno en la izquierda no jugó al “centro”, se desvistió de pasillos gubernamentales. Ni Jadue ni Boric hablaron de “administrar”, ni siquiera de “gestionar”. “Las grandes transformaciones” fue lo más dicho. Nada de abril, todo era octubre. Hablaron hasta del carácter “de clase” del Estado y lo hablaron para millones de votantes, para “las grandes mayorías”. El viejo topo asomó por la cordillera; “si Chile fue la cuna del neoliberalismo, ahora va a ser su tumba”, sentenció Boric, y “nos reverbera el Compañero Presidente”, entre la paráfrasis y la cita textual a Allende: “en todas las regiones de Chile se abrirán las anchas alamedas, por donde pase el hombre libre y la mujer libre para construir una sociedad mejor”. A Daniel Jadue, el alcalde comunista de recoleta, constructor de Chile Digno, en el debate con Boric por la candidatura de Apruebo Dignidad, entre tanta acelerada, se le fue la moto. Propuso legalizar hasta la pasta base. Después se rectificó, pero quedó dicho en el debate y sorprendió muchísimo. Puedo estar de acuerdo con la medida de legalizar la cocaína, porque a la mafia del narcotráfico ilegal, sólo se la combate de dos formas: impidiendo el lavado –cuando el Estado controla el aparato represivo y la banca (china, Vietnam, Cuba…)– o quitándole espacio clandestino para el negociado (aunque no está exitosamente probado en ningún lugar), pero legalizar la pasta base es demasiado inexplicable a las masas. Decía Lenin, “no hay mejor manera de desprestigiar una causa que llevarla hasta sus últimas consecuencias”. El maximalismo de Jadue, considerando que Boric doblegó a Jadue en la interna, por guarismos parecidos a los que el Partido Comunista doblegó al Frente Amplio en las generales (donde Boric jugó al “centro” y la derecha ganó mayoría parlamentaria) e implantación territorial, pareció una maniobra del PC para presentar un candidato presidencial vicario o, sencillamente, le falló el cuadro. En Perú, Pedro Castillo se negó a debatir con Keiko Fujimori, su rival en el balotaje, la candidata de Vargas Llosa, en los términos que pretendían los canales (querían cuatro debates moderados por ellos, ir midiendo, en encuestas diarias, el mejor perfil de Fujimori debate a debate). Pedro Castillo respondió que sólo (y una sola vez) debatiría en Lima si previamente lo hacían en Chota, su pueblo, en la plaza. Fujimori no tuvo más remedio que ir a Chota. Se puso una camiseta de la selección peruana, como cualquier hija de rico para ir a ver las eliminatorias en el Estadio Nacional de Lima, se puso a gritar y a pitorrear prepotente, como buena hija de rico y admitió fastidiada, no más empezar el debate: “tuve que venirme hasta Chota”. La plaza la silbó y ella no entendió por qué, como tonta hija de rico. Perdió el debate y las elecciones. Pedro Castillo dijo que su gobierno iba a beneficiar a todos los trabajadores, incluso a Keiko Fujimori, aunque no sabía de qué ni en dónde había trabajado ella. Me hizo acordar a otro candidato hijo de rico, que no necesitó bastante para estar menos estructurado que Daniel Martínez. No es un encantador de serpientes ni es un esgrimista que se haya probado contra alguna espada, pero Lacalle Pou ganó el debate y ganó las elecciones. En Ecuador, Andrés Arauz hizo un buen papel (mejor incluso que Scioli en su debate con Macri de 2015), pero en la dinámica de preguntas sin responder en que se transforman esos debates, el mayor golpe fue de Lasso, al comparar su trayectoria de trabajador pre bancario, sacrificado y local, con “los colegios más caros de Ecuador y de Estados Unidos que tu padre pudo pagarte, Andrés”. Durán Barba llegó a tiempo para indicarle a Lasso que no dejara pendiente la pregunta de qué elige entre el país y la banca, pero los asesores de Arauz no prestaron debida atención a un tema en ese caso mayor, de imagen, de sensación. Vázquez había protagonizado un salto del Frente Amplio en el debate que le ganó a Sanguinetti para las elecciones de 1994. El FA pasó de 21 % a 33 %. Y después evitó los debates, por las razones que di al comienzo de esta columna. Pero ahora son obligatorios y el FA es cómplice de semejante disparate, porque votó que así fuese. DIME QUIÉN TE VOTA... Atendiendo a los resultados electorales de América Lanuestra, una parte de la lucha de clases, en algún caso puntual, la están ganando los ricos por el voto de los pobres. Lo nuevo, la marca de tendencia, es que el voto del pobrerío es cada vez más compacto, por sí mismo decisivo. En Ecuador, Arauz perdió la elección en Pichincha, en la Sierra Central y ganó en la costa. El voto del pobrerío rural fue más por Lasso que por Arauz, independientemente del voto en blanco o nulo, Arauz votó mejor en zonas de clases acomodadas. La Revolución Ciudadana de Correa, ganaba por Pichincha, por la Sierra. Mi explicación, al día siguiente al debate televisivo entre los candidatos en balotaje, Lasso y Arauz, fue que triunfó la estrategia de Durán Barba, diseñador de la campaña de Lasso y, antes, la de Macri 2015, de contraponer imágenes y sensaciones. Un mercadeo de Barba, que tuvo presente dónde se están definiendo los comicios actualmente, porque las izquierdas, que antes votaban mejor entre sectores intelectuales de capas medias, alcanzaron gobiernos por el voto del pobrerío en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Nicaragua, Paraguay y el propio Ecuador en su momento. Y esta tendencia se verificó plenamente en el balotaje en Perú y en el fenómeno arrollador de López Obrador en México. El problema de la izquierda empieza cuando gana con el voto de los pobres y después reduce la pobreza sin haber prohibido o al menos limitado los alcances de la burguesía, sino, por el contrario, alimentado a los medios corporativos hegemónicos burgueses. Decía el teórico peronista argentino Arturo Jaruretche que la “clase media” cuando está bien vota mal y cuando está mal vota bien. El kirchnerismo en Argentina, el PT en Brasil, el Frente Amplio en Uruguay, mantuvieron los votos de los pobres y eso es muy importante para volver. Cristina el Conurbano, Lula el Nordeste y el FA las periferias urbanas y suburbanas. Y en los tres países, tras pocos años de gobiernos “neoliberales”, las capas medias ya están de nuevo en condiciones de volver a votar bien. El martes Oscar Andrade debatió con uno de los pocos líderes oficialistas que entiende la tendencia, busca base social en el pobrerío y no es ningún neófito en la dialéctica política. Guido Manini Ríos, siendo Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas uruguayas, hizo en 2016 el mejor discurso político de un uruguayo en aquel año, en la Plaza de Armas de Buenos Aires. Conocedor de su electorado, Manini intentó en todo momento presentar favorables a los “los más vulnerables” y a “los trabajadores” los artículos impugnados de la LUC, llevó los cuatro tópicos pautados para el debate, a la crítica de los quince años de gestión del Frente y, en buena chicana, citó un antiguo comentario del reciente encargado de publicidad del SÍ, Esteban Valenti, atacando a los sindicatos de la enseñanza, pero Andrade fue una máquina de datos duros contra los artículos impugnados, a la vez que se plantó firme en actualizar todos los temas de gestión también con datos duros. No entró en la chicana, defendiendo con solvencia a los sindicatos y en todos los rubros técnicos de la comunicación está despegado. No descarto a otros posibles candidatos y Andrade no es el único del FA que reúne esas capacidades (aunque sí, quien las ha desarrollado más específicamente). Si para que gane el programa del FA recurrimos a la experiencia de miles de asambleas que tiene encima, aún muy joven, Oscar Andrade y a la rapidez con acierto de la dialéctica de su pensamiento, pero también a su expresividad innata nivel Darín e improvisación para el remate (“puede ser que quieran estar a favor de los trabajadores, pero no se les nota”), no vamos a ponernos tristes ni demasiado escrupulosos porque, bien dice Néstor Curbelo Varela, “la televisión transita la avenida de la sensación”. Después de todo, es uno más de los motivos que nos sobran para convencer y, siempre, el principal, “es tener razón” (Unamuno).

No hay comentarios: