viernes, 15 de agosto de 2008

Filoctetes, un espacio ganado

El Puerto de Montevideo por la noche es un espectáculo maravilloso por sí mismo. Las luces de los barcos anclados, de las torres de la caminería portuaria, los hangares, el viejo edificio de la Aduana, algún otro camión con zorra deambulando con sus focos zigzagueantes entre los contenedores. A mí, obligadamente, me recordó mis tiempos de cadete de despachante y era lindo tener catorce años y caminar con expedientes desde la balanza del puerto hasta el último de los hangares y recalar en la “sala de despachantes” que era en realidad par los cadetes y consistía en una pieza robada a los galpones, con una mesa y diez sillas para jugar a las cartas bajo un ventilador de techo, con los colores, las texturas y el olor marineros de una novela de Conrad. Pero aún sin esos recuerdos, el puerto es una maravilla y si se le agrega un buen Teatro, se obtiene un excelente espacio de la escena uruguaya. Eso es lo que logró la Comedia Nacional para estrenar la versión de Marisa Bentancur de Filoctetes de Sófocles.

La realización de la tragedia griega de constante actualidad (porque trata de la veleidad de los hombres puesta a prueba en la disputa entre el poder y la lealtad), estuvo a la altura del acontecimiento de semejante espacio ganado para el teatro.

La solvencia de Delfi Galbiati en el papel protagónico, su cuerda afín a lo clásico, particularmente a la tragedia griega, es ya una garantía. Aunque sigo pensando que el gran personaje a pelo de Galbiati todavía no se lo han dado. Cuando era un galán joven pero todavía no el gran actor que hoy es, se le sacaba todo el partido posible a su seducción. Últimamente su dominio experto de los medios técnicos le permite salvar con honores los protagónicos que le disponen, pero ninguno aprovechó totalmente sus características. Gardel le llegó demasiado pronto y para De las Carreras es tarde. Acaso el Luchy de Chandler que poco tiene que ver con el de Volonté (son actores y textos muy distintos, pero son especialmente diferentes el Lucky de la película y el de la entrevista).

Pablo Varrailón, en cambio, va como anillo al dedo en Neoptólemo. Al personaje más conflictuado de la obra, le da la profundidad austera de un apropiado trabajo minimalista. El hijo de Aquiles es el hilo conductor de la trama y desde su dilema se eleva el suspenso.

Levón hace un Ulises perfecto, exuberante.

Los efectos técnicos producen la bruma y las luces difusas que crean el clima adecuado para la tragedia, aunque sobre el final, cuando ya poco queda del calor de un radiador que previamente entibió el viejo depósito transformado en teatro, el frío invernal nos hace padecerla. Que también en los espectadores es muy veleidosa la probidad de los hombres. Pero esta obra merece lealtad.