miércoles, 10 de octubre de 2007

El cantante

Gerard Depardieu está gordo. Hay que hacerle un personaje a pelo, un cantante francés de lo que por aquí se llama “de mala muerte”, que en Uruguay viviría en una pensión, pero en Francia reside en una casa de campo muy confortable, con una cabra por mascota. Ella, Cecile de France, es una atractiva gran actriz con una batería de miradas strimbergrianas formidable, bonita y muy joven; su personaje incluye una relación maternal conflictiva con un niño de cuatro años y bastante misterio. El triángulo lo cierra Mathieu Amalric, que es el jefe de ella en una empresa inmobiliaria. Ella (Cecile-Marion) tiene una noche de sexo con el cantante (Gerard-Alain) y se escabulle del hotel sin dejar rastros. Él la busca. A pretexto de buscar casa para mudarse realiza una paciente trabajo de seducción. Hay varios detalles de la trama que no se entienden muy bien porque los diálogos no sostienen los caracteres de los personajes. Pero el mayor mérito del director (Xavier Giannoli) está en retratar a la perfección el ambiente de los clubes y discotecas donde el cantante hace bailar y tomar champagne a un público más bien veterano. Esas descripciones se apoyan en acertados cortes de las secuencias con tomas muy fugaces de piernas que se cruzan para mostrar medias y faldas típicas, tacones, yesqueros que se encienden, flirteos varios, algún paneo del piso donde está señalizada la ubicación que corresponde a cada instrumento de la orquesta... Es una pena que los subtítulos no incluyan las letras de las canciones que interpreta la orquesta de Alain, porque son a veces correlato y otras contraescena del hilo principal de la historia que narra la película. Para el público francés los temas de repertorio de Alain son una suma de la nostalgia de un par de generaciones, como una orquesta nuestra que basase su repertorio en Los Iracundos. El divo llega a su público, se luce, juega sutil con su máscara siempre versátil y ella lo merece. El objetivo está cumplido y un final feliz como el que ocurre a cámara fija cuando ella se despide del cantante y al minuto regresa, puede resultar a quien anda desilusionado una caricia para el alma.