viernes, 14 de enero de 2022

Kazajistán, el geoenfoque y el político

 



La verdadera política es la política mundial, pero eso no significa que la verdadera política sea necesariamente la geopolítica. Generalmente lo es. Pero existen tendencias mundiales de la política que escapan a todo determinismo geográfico. En nuestra época, por ejemplo, desde hace varios años, acentuado durante y posterior a la experiencia COVID-19, la política mundial tiende a castigar al neoliberalismo y a premiar a los gobiernos que aumentan la protección del Estado a la población. Voy a dar datos duros.

Esta tendencia coexiste con la guerra híbrida, con las áreas de influencia, con la proclamada estabilidad trilateral y con el indetenible multilateralismo.

Las “revolución de color” en Kazajistán comenzó con protestas populares por un motivo legítimo, acorde a la tendencia mundial actual: La quita de parte del subsidio del Estado al gas natural licuado, que es de uso generalizado en los hogares kazajos.

Al ciudadano de Almaty, la mayor ciudad de Kazajistán, donde se extremaron las protestas en cuestión de horas, no le importa la guerra híbrida, ni siquiera le importan demasiado los negociados del gobierno con Chevron, por el gas licuado. Le importa encender la estufa, la cocina, el coche y la luz…

Pero a la guerra híbrida sí le importa el ciudadano de Almaty, al punto que éste puede terminar por no encender la luz para que nadie vea que mora gente y no le asalten la casa o el comercio o el hospital.

Hace treinta años, en los 90, una vez independizada de la URSS, kazajistán definió una “política exterior multivectorial” (así la denominó): Buenas relaciones con sus vecinos Rusia, otros países ex soviéticos y China, a la vez que con Estados Unidos e Inglaterra. Hoy el gobierno paga asesores del Deep State para no pocas áreas, incluidas la poderosa producción petrolera. Al menos los pagaba hasta hoy, hasta que les fue tal cual había anunciado el Departamento de Estado -no a través de asesores privados, sino en sus propósitos declarados, sin cobrarles nada por la información-. Primer objetivo: desestabilizar en lo posible a Rusia. Segundo: generarle tensión en sus fronteras. Tercero: cambio de régimen en Ucrania, en Bielorrusia, en Kazajistán, Moldavia, etc. El coste económico de lo que pierden las empresas transnacionales, no cuenta para una divisa respaldada en armas (Paul Krugman dice), que tiene su propia agenda de aparato industrial armamentista, financierista, académico y coorporativo mediático, agenda que no se negocia en las cumbres ni en el llano. Ni Biden-Putin, ni Blinken-Patruchev, ni, mucho menos, Rusia-OTAN, pueden llegar a acuerdos que impliquen al Pentágono y, en el caso particular de Kazajistán, además, al servicio de información e inteligencia inglés MI6 y a Turquía.

La información e inteligencia rusa sabía que el próximo paso era en los stans ex soviéticos (estaba escrito por los tanques de pensamiento yanqui y prefigurado por el corredor de Idlib, vía Turquía, de salafistas yihadistas, que no lograban operatividad en el Afganistán de los talibanes. Por eso la kazaja fue la “revolución de color” -“intento de golpe de Estado”, la denominó el presidente kazajo, Tokajev-, más vertiginosa en su desarrollo, desenlace y final, de cuantas han ocurrido. 48 horas para romper y quemar instalaciones del Estado por valor de unos 3.000 millones de dólares, y 48 horas para que el gobierno, con asistencia del la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) que integra con Rusia, Bielorrusia, Armenia, Kirguistán, Tayikistán, recupere y controle todos los resortes del Estado.



¿QUÉ ES UNA REVOLUCIÓN DE COLOR?

Básicamente, se llama revolución de color, a aquella que en tanto revolución está pintada. Con la excepción del inicio de la primavera árabe en Túnez, que además de “cambio de régimen”, realizó transformaciones e implicó cambio de fuerzas sociales en el poder, la secuencia siguiente, semanas posterior al laboratorio tunecino por fuera del interés geoestratégico, desde Egipto hasta Bielorrusia, no afectó estructuras de poder, más allá del caos y los logros destructivos. En Egipto alcanzó el objetivo de “cambio de régimen” destituyendo a Mubarak, pero apostando a los Hermanos Musulmanes, que, pronto, a los dueños del pincel de estas “revoluciones”, a los yanquis, les parecieron peores que la dictadura militar y devolvieron el gobierno a un general, Al-Sisi, un Mubarak 2.0. En Libia, explotaron todas las contradicciones para hundir el Estado Libio en la anomia (ésa es de fondo la intención imperialista en todas partes, hacer fallar los Estados nacionales para que no estorben a las corporaciones, dinamitar soberanías nacionales (en etapa larvaria, desde dentro, lo vemos aquí: es el plan que está cumpliendo la embajada en Uruguay a través de la coalición de gobierno, desmantelar ANTEL, ANCAP, Mides, UTE y la salud y la enseñanza públicas).

Después, los revolucionarios de color (verde, naranja... según se pinte) fueron a Siria uniformados al mando de Washington, siempre sin que los llamasen los gobiernos soberanos, pero el sirio sí llamó a Rusia. Los yanquis terminaron en idlib, tramando con Turquía cobertura a terroristas, pero sin retirarse de territorio sirio. Tampoco se retiraron de Irak, aunque también el gobierno irakí y su parlamento, igual que el sirio, los expulsó oficialmente.

En Georgia, Ucrania, Bielorrusia, todas las otras ex repúblicas soviéticas, sin excepción, casi toda Eurasia con la excepción de Pakistán, potencia atómica, pero tras veinte años en Afganistán, el imperialismo perdió más de lo que hizo perder. Sus negocios son así, perder-perder, al revés de China.

Y le tocó el turno a Kazajistán, un país rico, el noveno del planeta en extensión territorial pero poco poblado, 18 millones de habitantes, el más laico de los 5 stáns ex soviéticos (Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán), con treinta años de yeltsinización ideológica pero viento a favor en la economía para los oligarcas (el reciente acuerdo con Chevron, revelado por Pepe Escobar, columnista de Asia Times, en entrevista de Brasil247.com.br, fue ominoso para el Estado kazajo y lucrativo para “cuatro vivos” (Cristina Kirchner dice) y para la corporación).



ÚLTIMA VERSIÓN DE “EL GRAN JUEGO” BRITÁNICO

La gran incógnita en esta trama es el papel de Turquía. ¿A qué juega realmente Erdogán? Sin duda a un“espacio túrquico” o “Turkestán” (no confundir con Turkmenistán), que en su despliegue incluiría la provincia occidental china de Xinxiang, con población iugur, musulmana, fronteriza con Kazajistán. Hace un año Turquía desestabilizó la región desde Azerbaiyán, hostigando militarmente a Armenia.

La historia abunda en antecedentes imperiales en la zona del mundo que los británicos consideraban la clave del dominio planetario, Eurasia, el “Heartzland” (Mackinder dice). El imperio británico la asaltó desde el Asia del Sur que controlaba, llegando a Afganistán. El imperio turco otomano precedió al británico en el intento, con mayor éxito. El actual jefe del MI6, Richard Moore, fue durante muchos años, embajador del Reino Unido, “adivinen en dónde” Correcto. En Turquía. El trazo de la pincelada de color de la revuelta en Kazajistán parece antes inglés que de la CIA, la NED, USAID, etc, aunque cada cual haya puesto lo suyo. -incluyendo a un ex ministro kazajo de energía que dice estar controlando la situación por teléfono, desde Ucrania-. Pero el antecedente a la vez más reciente y militarmente exitoso fue antiimperialista, concretamente antinazi.

Kazajistán tiene en común con los otros miembros no rusos del Acuerdo de Seguridad Colectiva, firmando en 1991, haber participado en la “Segunda Guerra Mundial”, sin haber sido destruidos y habiendo jugado un papel decisivo en la victoria final.

Cuenta el novelista húngaro Sandor Marai, en su excelente autobiografía “Memorias de un burgués”, que en 1945 Budapest, ya en parte evacuada de tropas alemanas, esperaba “la llegada de los rusos”, y grande fue la sorpresa de Marai cuando vio que “sólo algunos oficiales tenían aspecto ruso. La mayoría era de rasgos orientales” (no de los que tomamos mate y jugamos mucho al fútbol, sino de los stáns).

El enfoque político planetario que atraviese todas estas coordenadas crono-geo-políticas, debe tener en cuenta la creciente polarización entre derecha e izquierda que tensa los debates en todo el mundo. Es un hecho. María Sajarova reivindica a los héroes de la Ucrania bolchevique. Putin, en respuesta a Diana Magnay, periodista de Sky News, recuerda la consecuencia federalista de Lenin con Ucrania, desde el Tratado y la Constitución de la URSS en 1922. El año pasado, en el discurso al parlamento, Putin elogió la forma de gobierno del Partido Comunista de China. Conversa en su muy fluído alemán (fue agente KGB en la RDA, antes de dirigir la FSB) con el nuevo canciller Olaf Scholz, que, tras las elecciones de 2021, ha formado gobierno de coalición de izquierdas y es de la fracción de Gerard Shörder, socio en Nord Stream 2. Todas las contiendas electorales del año pasado fueron derrotas neoliberales (dicen los politólogos, manipulando groseramente los datos de la realidad, que tras la pandemia perdieron todos los gobiernos. No es cierto. Los de izquierda ganaron, López Obrador las regionales, Ortega Saavedra las generales, Maduro las regionales… El domingo en el Estado Barinas, Venezuela, el Partido Socialista Unificado de Venezuela perdió 55 a 41 la gobernación, pero en total ganó 19 de 23 gobernaciones y ganó la alcaldía de Caracas. Incluso, si se afina en las internas de las izquierdas que volvieron al gobierno en América del Sur fue con votaciones récord a partidos de izquierda radical, Perú Libre 18%, el Partido Comunista de Chile 16%, el Movimiento al Socialismo-Instrumento para la Soberanía de los Pueblos MAS-IPSP, de Bolivia 52%. La derrota de Alberto Fernández en legislativas argentinas también fue un castigo a los ajustes neoliberales, porque mermó el Frente de Todos sin crecimiento de Juntos por el Cambio y la abstención fue principalmente en distritos kirchneristas, mientras creció el Frente de Izquierda a su máximo histórico. También perdió el PSOE, desde Felipe González el partido más filoyanqui de Europa, con Borrell en Bruselas haciendo los mandados a Washington, mientras el ministro del gobierno que encabeza en intención de votos es Yolanda Díaz, del PCE).

Desde el otro polo, las opciones de gobierno del stablishment están siendo de extrema derecha. En Chile Kast (aunque perdió por diez puntos), en Brasil sigue siendo Bolsonaro (aunque las encuestas lo dan 20 puntos debajo de Lula). En Argentina crecen célebremente Milei y Espert, aunque menos que la izquierda silenciada. En EEUU todos los pronósticos apuntan al retorno de Trump en 2024, aunque, y porque, el poder real sigue inalterado. En Francia para este año Marine Le Pen se ha multiplicado por tres, tiene a Éric Zemmour y a Valérie Pécresée hurgando con discursos xenófobos en el electorado lepenista, aunque, en rigor, Macron, de Rochild, está más a la derecha que ellos, pero no habría que descartar a la izquierda de La Francia Insumisa, de Jean-Luc Mélenchon, quien probablemente obtenga bastante más del 12% que propagan las encuestadoras. En Asia occidental y Eurasia, salafismo yihadista, con renovables variantes, a la sombra del Mossad y de la CIA, aunque, de derrota en derrota, han dejado para tapa de Charlie Hebdó, el último punto reivindicativo de su programa en Kazajistán, “romper toda relación con Rusia”.



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