viernes, 17 de agosto de 2007

Una nueva novela gardeliana

En 2003 inicié en Laondadigital una novela policial por entregas titulada Asesinato en el Congreso Gardeliano.

Aquel plan de obra en capítulos semanales no pude cumplirlo. La trama se me complicó a tal punto que era imposible atar los cabos. Un año después empecé otra sobre Gardel, ésta por donde se deben empezar las policiales, por el final. Se llama El código Gardel. Está en librerías.

Para esa versión me impresionó mucho el paralelismo entre la vida del Jesús Cristo de El Código Da Vinci y la de Gardel.

Ya está escrito en La Biblia qué ocurre con los ángeles insurrectos y la historia cuenta de varios príncipes bastardos que fueron preferidos por sus pueblos. ¿Pero qué ocurre con los príncipes insurrectos? Gardel en Tacuarembó era de sangreal, bastardo del que mandaba. Pero nos legó la idea de que el padre no existe o en todo caso, si existe está en el cielo.

Así que todos somos sus hermanos, todos de algún modo somos él y todos le decimos al Coronel, con él, en la película El día que me quieras: “Yo también creo que no soy su hijo. ¡Cuántas miserias se precisan para hacer una gran fortuna!”.

Descarto algún día largarme aquí con una policial, empezando esta vez por el último capítulo, sobre aquel otro príncipe insurrecto, el de Galilea (aquel descendiente de reyes judíos que se metió a hippy). Después de todo, también aquello fue un thriller de gansters. “Oh, señor, ¿por qué me has abandonado?”, dicen que dijo en la cruz, dejando entrever que Dios dejó que lo crucificaran, bajándole el pulgar. Hay modelos temáticos en el género: Scorsese, Ferrara.

Por cierto: estos chistes tan brutales, en Occidente hay que hacerlos sobre Mahoma. Pero yo escribo de lo mío.

No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.

Gardel puso melodías insuperables a Lepera, a Celedonio, a Contursi, a Cadícamo, a Discepolín... Le faltó Malena y esta plegaria anónima del siglo XVI.

Es cierto que era ateo. Pero cantó Al pie de la santa cruz, que Aparicio Méndez nos hizo el honor de prohibir. Así que bien pudo, de haberlo conocido, cantar este soneto.

Decía que descarto largarme con otra policial, porque por experiencia entendí aquello que decía Onetti (gran lector de policiales que escribiendo apenas incursionó en el género). "Cuando escribo una novela no sé cómo va a terminar. Si supiera cómo va a terminar no escribiría".