La “Primera
Guerra Mundial” Uruguay fue el primero en tratar de evitarla. En 1907, Batlle y
Ordónez propuso la primera sociedad de las naciones, que sólo se logró plasmar
después de la guerra. Estuvimos del lado acertado, contra la guerra
interimperialista. Por resultado, en paz, consolidamos, entre casi todos, “El
Pequeño País Modelo”.
La “Tercera
Guerra Mundial” nos agarra en el bando equivocado, parecido a la “Segunda”,
pero en la “Segunda” estábamos tan lejos del epicentro de la guerra, que al
mundo mucho no le importaba si nos declarábamos neutrales. El mundo, igual que
ahora, se militarizó, aunque en la guerra actual las trincheras no son pozos de
zorro.
En Uruguay,
el presidente Gabriel Terra dio un golpe de Estado con la policía, el 31 de
marzo de 1933, mientras Hitler ascendía en Alemania. Terra simpatizaba con los
nazis. Se le llamó “La dictablanda”, pero hubo bastante más represión en los
hechos que en lo que se construyó por relato.
El único
militar que participó de aquel golpe del 33 fue un cuñado de Terra, Alfredo
Baldomir, Ministro de Gobierno, futuro Presidente y luego General golpista a
favor de “los aliados”, (“El golpe bueno”, se le llamó, del 21 de febrero de
1942), cuando hacía seis meses que Hitler sitiaba Leningrado sin poder tomarla,
para cinco meses después terminar de hundirse al sitiar Stalingrado, que en
cinco meses más (setiembre del 42-enero del 43) revirtió la guerra, fue la
batalla decisiva para la derrota del nazismo. El sitio a Leningrado terminó el
27 de enero de1944, 362 días después de la victoria soviética en Stalingrado y
Hitler empezó a retroceder hasta Berlín. Uruguay había panquequeado a tiempo.
Con el
retorno del exilio de Luis Batlle y de los blancos independientes y de los
socialistas, comunistas, anarquistas… empezó el “segundo Batllismo”, “La Rusia
de América”, nombre que se le dio al “Primer Batllismo” pasó a ser “La Suiza de
América”, siempre “tacita del Plata”. Los filo fascistas del 33 se hicieron
demócratas y hasta republicanos, incluso y especialmente Herrera, quien mantuvo
su antiimperialismo yanqui para el juegueo de Luis, que le decía al embajador gringo
que el batllismo gobernaba medio país, pero la otra mitad la gobernaba Herrera,
así que había que acordar con él, por lo tanto aquí no se podía aceptar bases
militares yanquis ni firmar con el FMI. Fue la época de “vacas gordas”.
En el 58
perdió Batlle, en el 59 murió Herrera, un mes después de la asunción del
gobierno blanco e ipso facto, el Ministro de Finanzas, Eduardo Azzini, firmó el
primer stand by con el Fondo. Con los blancos se vivió peor…
… y después
con los colorados y después con los milicos y después otra vez con colorados y
blancos, hasta que llegó “El Tercer Populismo”, el Frente Amplio al gobierno y
se vivió mejor…
…pero el
bloque popular careció esta vez de poder mediático, adoleció de relato
secreto, duró menos, nadie lo comparó con ningún país de otro continente y la
guerra nos encuentra con el bloque terrista gobernando, dilecto seguidor de
Pompeo y de Bolsonaro, similar a aquel primer terrista de Hitler y de
Mussolini. Una tragedia repetida como farsa que no deja de ser trágica,
terriblemente trágica.
Aquella “Segunda
Guerra Mundial” fue menos mundial que ésta. Ésta comenzó regional Asia
occidental tras el inducido, en definitiva de falsa bandera, atentado a las
torres gemelas en USA. Fue extendiéndose desde Afganistán, Iraq, todo el mundo
árabe con la llamada “primavera”, Libia, Siria, donde participó Rusia, Turquía,
varios países de la OTAN, Irán, Estados Unidos imperando el caos por doquier,
pero se hizo mundial a partir de Obama, con el “Pivot hacia el Este”, con el
cerco militar a China. Nunca antes hubo una guerra literalmente mundial hasta
que el predominio actual de la guerra biológica en la guerra irregular, híbrida,
que la antecede y continúa, sumió a todo el mundo en pandemia.
¿DÓNDE ESTÁ OCCIDENTE?
Occidente
está en China. Quítese de la cabeza el mapamundi con el Atlántico en el centro.
El mundo actual pasa muy poquito por ahí. Despliegue un mapamundi con el
Pacífico en el centro y estúdielo, este es el mapa que importa hoy, memorícelo,
acostúmbrese. Aquí, para los chinos, USA está en el “oriente” y es a través del
Pacífico que envía sus calamidades, entre ellas los dos sars, fabricados en
Fort Detrick, según versión de cancillería china.
Cuando
algunos opinan que ayer, en la Bolsa de Shangai, con la imposición del
Petro-Yuan, China, ya prácticamente libre del virus, ganó “La Tercera Guerra
Mundial” sin disparar un misil, se equivocan.
La post
guerra no está a la vuelta de la esquina. El contraataque chino en la guerra
financiera, la decisión del gigante asiático de no comprar más bonos de deuda
usamericanos, es bélica primaria, es logística. Es un avance de la retaguardia
acorde con el despegue de la vanguardia en el triunfo ante el Coronavirus.
Logística mayor para apuntalar mejor las próximas batallas. No es un canto de
victoria.
El día
siguiente de la pandemia es otro día de guerra irregular y sería bueno que nos
encontrara del lado y del bando acertado, pero el actual Ministro de Gobierno,
Jorge (siempre banqué a Larry, yo detestaba a Mou), está más lejos de Baldomir
que de Wilson, que ya es mucho decir.
Sin embargo,
aunque se demore, la salida de esta guerra va a ser, a dominante, por
izquierda, porque la paz está a la izquierda siempre.
Todas las
guerras del imperialismo han salido con revoluciones de los que se opusieron a
las guerras y todas han sucedido a profundas crisis económicas. Ya vimos de qué
modo salió Uruguay de las anteriores. Ahora veamos qué pasó en el mundo.
De la “Primera” se salió con la Revolución Rusa. Los bolcheviques, que habían militado a muerte contra
“la guerra interimperialista”, se hicieron con el poder en donde Lenin había
definido “el eslabón más débil de la cadena Imperialista”. Fue en el centro territorial de la isla
global definida por Mackinder, el padre de la geopolítica, fue en tiempos de
dominio marítimo de la guerra, de la periferia mundial sobre el centro, cuando
dominaba el mundo quien dominaba los mares y se sucedieron en el rol imperial
principal, España (hasta que “un viento sopló y desvaneció a la ‘Armada
Invencible’”), Inglaterra (hasta que “su filial tonta de este lado del
Atlántico” la sobrepasó en portaaviones) y USA.
Lo que
puede llamarse «análisis geopolítico clásico» sólo apareció entre la primera y
la segunda guerra mundial. Su principal teórico fue el británico Halford Mackinder,
ex director de la Escuela de Economía de Londres. Este miembro del Parlamento de
Glasgow escribió en su libro Ideales
Democráticos y Realidad: «Las grandes guerras de la historia son el
resultado, directo o indirecto, de un crecimiento desigual de las naciones»,
por tanto, el objetivo de la geopolítica será promover «el crecimiento de los
imperios», para conformar «un gran imperio mundial».
La geopolítica
del «Heartland» de Mackínder sostenía que el control de todo el mundo, sólo
podría lograrse, dominando el Heartland –la enorme masa de tierra
transcontinental que abarca Europa del Este, Rusia y Asia central–. El
Heartland afirmaba es «la mayor fortaleza natural en la tierra, debido a que es
inaccesible desde el mar.
Según
Mackinder, Eurasia dominaría el mundo porque las potencias marítimas ya no serían
decisivas en los nuevos tiempos. Resumió su teoría en una frase; ¿Quién manda
en Europa Oriental? manda el Heartland. Quien domina el Heartland domina el
mundo.” (Bellamuy Foster, 2019).
Hoy el concepto
de Heartland es más amplio. La isla global centroterritorial abarcable por ruta
terrestre va desde Vladivostok hasta Ciudad del Cabo y el centro de la isla
global es Eurasia, aunque culturalmente pueda parecérnoslo Berlín.
Con la
revolución rusa, los gobiernos burgueses de los países europeos occidentales
tuvieron que responder abriendo los grifos de la presión social, aceptando reivindicaciones
de los trabajadores antes que éstos replicaran la revolución en países más
desarrollados que Rusia. Nació, determinado por la revolución rusa, un conjunto de “Estados de bienestar”. Aún
con menos recursos que antes de la revolución, porque la guerra los había
menguado, hubo cierta redistribución de ingresos, presionados los poderes
burgueses por la persistencia del poder soviético.
La “Segunda”
fue una guerra imperialista contra la URSS. No alcanzó con la intervención de
trece ejércitos mercenarios y de potencias “occidentales” para tumbar al
Ejército Rojo conducido por León Trotsky y comandado por Lenin en la “Primera”
posguerra. “Occidente” tuvo que armar la implacable maquinaria nazi. París
siguió cotizando al alza los bonos de deuda zarista que Moscú repudió en enero
de 1918 y financiaron industria bélica alemana junto a los Krupp y socios de
todo el Imperio. Después le dieron tiempo a Hitler con el pacto de Munich y se
sumó al tiempo que le dieron los propios errores criminales de Stalin. A Rusia,
en particular, le costó 26 millones de muertos derrotar la invasión
imperialista final, en “La Gran Guerra Patria”, una generación de niños de la
guerra y otra de niños de huérfanos. Otros pueblos soviéticos ganaron sin tanto
costo y hoy son ruta de la seda en el centro de la isla global, pero especialmente
a la postre, ganó la guerra el Partido Comunista Chino, junto al Kuomingtang, y contra el entreguismo de Chiang Kai-shek, ganó la posición Mao Zedong para organizar otra revolución comunista.
En
Europa Central y del Este otros diez países formaban bloque socialista. En
Europa Occidental, plan Marshall, salvataje económico de Alemania indispensable
por su sitio geoestratégico y otra vez cierto sacrificio de un pedazo de la
torta económica para aflojar presión obrera. Keynesianismo.
Tras la guerra, comienza a
desmoronarse el sistema colonial en el “Tercer Mundo” y EEUU se aferra al
expolio de su “patio trasero”, Latinoamérica, que en muchos casos transita carriles
reformistas, con dirigencia burguesa nacional que poco podía durar, pero
ninguno salió de la guerra por derecha. Incluso USA salió con new deal (nuevo trato) de
Franklin Roossevelt.
China era
otro eslabón débil en la cadena imperialista. ¿Cuáles serían los próximos? De
una hipótesis para responder esta pregunta, surge el título “La última gran
guerra”. Fracasado en la guerra biológica con Vietnam, con Cuba, en Asia occidental, ¿qué le queda a Estados Unidos?
EL VIRAJE GEOPOLÍTICO
Paul Kraig
Roberts, es un analista económico y político estadounidense, del Partido
Republicano. Secretario del Tesoro durante la Presidencia de Ronald Reagan,
editor del Wall Street Journal, Kraig
es uno de los pensadores más lúcidos en un país donde el desarrollo del
pensamiento crítico en distintas universidades ha crecido bastante últimamente.
“¿Quién
autorizó los preparativos de una guerra contra China?” Se preguntaba Craig hace
siete años. “Nos vemos confrontados con militares estadounidenses fuera de
control influenciados por los neoconservadores que ponen en peligro a los
estadounidenses y al resto del mundo. (…) Es obvio que China sabe que
Washington se prepara para una guerra contra ella. Si el Yale Journal lo sabe, China lo sabe. Si el gobierno chino es
realista, sabe que Washington planifica un ataque nuclear preventivo contra
China. Ningún otro tipo de guerra tiene sentido desde el punto de vista de
Washington.”
Tenía razón.
Acaba de demostrarse con el fracaso en China de la guerra biológica. Ningún otro tipo de guerra tiene sentido.
“La
«superpotencia» nunca pudo ocupar Bagdad, y después de 11 años de guerra ha
sido derrotada en Afganistán por unos pocos miles de talibanes con armamento
ligero. Involucrarse en una guerra convencional con China sería el fin de
Washington”.
Una
guerra irregular, híbrida, biológica, evita la convencional de momento. Puede agregarse que USA había
perdido la guerra biológica con el sars 1 y la pierde con el 2, pero volvamos a
Craig.
“Cuando
China era un primitivo país del Tercer Mundo, combatió a EE.UU. en Corea hasta
llegar a un punto muerto. Hoy China es la segunda economía del mundo y supera
rápidamente la endeble economía de EE.UU. destruida por la deslocalización de
puestos de trabajo, el fraude de los «banksteres» y la traición corporativa y
del Congreso.
El plan de
guerra del Pentágono contra China se denomina «Batalla AireMar». Se describe
como «fuerzas aéreas y navales interoperativas que pueden ejecutar ataques en
profundidad en red, integrados, para deteriorar, destruir y derrocar
capacidades enemigas contra el acceso de capacidades de negación de área».
Sí, ¿pero
qué significa eso? Significa muchos miles de millones de dólares de beneficios
adicionales para el complejo militar/seguridad mientras el 99% sufre bajo la
bota. También es obvio que esa jerga insensata no puede derrotar a un ejército
chino. Pero ese tipo de ruidos de sables puede llevar a la guerra, y si los
cretinos de Washington inician una guerra, la única manera en que Washington
puede imponerse es mediante armas nucleares. La radiación, por supuesto,
también matará estadounidenses.”
No le quepa
duda. La radiación es respuesta letal global, por pequeñas que sean las bombas
y muchos tiros que resulten, pero detengámonos un poco en la mención que hace
Kraig a los portaviones nucleares. Estados Unidos tiene veinte por el mundo, un
par de ellos acusando COVID-19 entre su tripulación. Es la adaptación de la
guerra naval que Mackinder pronosticaba perimida, en guerra de aviación con
ojivas nucleares. Dicen los chinos que a los portaviones se los destruye por
saturación misilística. La cuestión del desembarco y la ocupación sigue
pendiente y caduca. Los colonialistas e imperialistas lo hicieron seiscientos
años, hasta que la disuasión nuclear los recluyó en los portaviones.
Dos años
después, en 2015, Kraig añadía esto:
“El
conservador inglés Edmund Borke decía que la vía del progreso pasaba por la
reforma, no por la revolución. La élite inglesa, aunque arrastrando los pies,
aceptó las reformas para evitar la revolución, justificando a Burke. Pero hoy,
con la izquierda totalmente vencida, no es de esperar que el 1% acepte las
reformas. La única opción es someterse a su poder.”
EL ANIQUILAMIENTO DE LOS BIENES
COMUNES DEL SIGLO XXI
“La guerra
nuclear está en la agenda de Washington. El ascenso de los nazis neoconservadores
ha negado los acuerdos de desarme nuclear de Reagan y Gorbachov. El
extraordinario libro publicado en 2012, en su mayor parte verídico, About the Untold History of the United
States de Oliver Stone y Peter Kuznick, describe el estallido post Reagan
del ataque preventivo nuclear como la primera opción de Washington.
Durante la
Guerra Fría las armas nucleares tenían un propósito defensivo. El propósito era
impedir la guerra nuclear porque EE.UU. y la URSS tenían suficiente poder de
represalia para garantizar la «destrucción mutua». MAD, como la llamaban,
significa que las armas nucleares no ofrecían una ventaja ofensiva a ninguno de
los dos lados.
(…) La
«Batalla AireMar» del Pentágono y el artículo de Lieber y Press en Foreign
Affairs han informado a China y Rusia de que Washington está considerando la
posibilidad de ataques nucleares contra ambos países. Para asegurar la
incapacidad de Rusia de tomar represalias, Washington está colocando misiles
antibalísticos en las fronteras de Rusia en violación del acuerdo EE.UU.-URSS.
Debido a que
la prensa estadounidense es un corrupto ministerio de propaganda gubernamental,
el pueblo de EE.UU. no tiene la menor idea de que Washington influenciado por
los neoconservadores está planeando una guerra nuclear. Los estadounidenses no
son conscientes de este hecho tal como ignoran la reciente declaración del
expresidente Jimmy Carter, de la que se informó solo en Alemania, de que EE.UU.
ya no funciona como una democracia.
La
posibilidad de que EE.UU. iniciase una guerra nuclear surgió hace 11 años
cuando el presidente George W. Bush, a instancias de Dick Cheney y de los
neoconservadores que dominaban su régimen, aprobó la «Revisión de la Postura
Nuclear 2002».
Ese
documento neoconservador, aprobado por el presidente más cretino de EE.UU.,
provocó consternación y condena en el resto del mundo y lanzó una nueva carrera
armamentista. El presidente ruso Putin anunció inmediatamente que Rusia
gastaría todas las sumas necesarias para mantener su capacidad de represalias
nucleares. Los chinos demostraron su habilidad al destruir un satélite en el
espacio con un misil. El alcalde de Hiroshima, la ciudad víctima de un enorme
crimen de guerra estadounidense, declaró: «El Tratado de No Proliferación
Nuclear, el acuerdo internacional central que guía la eliminación de las armas
nucleares, está al borde del colapso. La causa principal es la política nuclear
de EE.UU. que, al declarar abiertamente la posibilidad de un primer ataque
nuclear preventivo y al pedir la reanudación de la investigación de minibombas
nucleares y otras denominadas ‘armas nucleares utilizables’, parece adorar las
armas nucleares como si fueran Dios».
Los sondeos
en todo el mundo muestran claramente que Israel y EE.UU. aparecen como las dos
mayores amenazas a la paz y la vida en el planeta. No obstante, estos dos gobiernos
del todo ilegales se pavonean pretendiendo que son las «mayores democracias del
mundo». Ninguno de los dos acepta ninguna responsabilidad ante el derecho
internacional, los derechos humanos, las Convenciones de Ginebra o ante su
propio derecho estatutario. EE.UU. e Israel son Gobiernos canallas, regresos a
la era de Hitler y Stalin.”
Hasta aquí
Paul Kraig Robert hace cinco años. Continúa en la actualidad. “Ningún otro
país (que USA) tiene ambiciones imperiales expansionistas. El gobierno chino no ha
ocupado Taiwán, lo que podría hacer si quisiera. El Gobierno ruso no ha ocupado
antiguas partes constitutivas de Rusia como Georgia, la cual llevada por
Washington a lanzar un ataque, fue instantáneamente superada por el Ejército
ruso. Putin podría haber colgado al títere georgiano de Washington y
reincorporado Georgia a Rusia, de la que formó parte durante varios siglos y a
la que muchos consideran que pertenece.”
Aquí voy a
detenerme. Putin no se quedó en Georgia porque, a pesar de haber dicho en 2017
que “la URSS implosionó por culpa de una bomba de tiempo que le puso Lenin en
la Constitución”, Putin ha ido entendiendo cada día más los principios
leninistas y también algunos derivados.
Efectivamente,
el 31 de diciembre de 1922, Lenin escribió un informe en el que criticó las
bases del acuerdo que constituyó a la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas, elaborado y aprobado un día antes por los dirigentes de Rusia,
Ucrania, Transcaucasia y Bielorrusia, y ampliamente defendido por Stalin.
Escribió
entonces Lenin: una cosa es "la necesidad de agruparse contra los
imperialistas de Occidente y otra cosa es cuando nosotros mismos caemos, aunque
sea en pequeñeces, en actitudes imperialistas hacia naciones oprimidas
quebrantando por ello nuestra sinceridad de principios".
Lenin se
oponía al artículo 24 del acuerdo, que decía "Las repúblicas de la Unión
modifican sus constituciones en consonancia con el presente acuerdo", lo
que transfería todos los poderes constituyentes de las repúblicas a la Unión,
de las soberanías nacionales y populares a la dirección multinacional
centralizada. Ese artículo dejaba de lado el numeral 26 que decía "Cada
una de las repúblicas de la Unión conserva el derecho a salir libremente",
numeral 26 exigido por Lenin desde el primer momento de la discusión, pues
consideraba que el acuerdo que establecía la URSS era, de otro modo, un
"oportunismo" del Partido Comunista y de las repúblicas más
poderosas, porque se realizaba en el momento que varios movimientos revolucionarios
estaban por triunfar en repúblicas asiáticas y era una forma de obligarlos a
entrar en la Unión, dejando de lado su soberanía. A eso llamaba Lenin
"quebranto de principios".
Putin
entiende que el oportunismo es un error y entiende otro de los principios
leninistas: ganar.
EL TRIUNFALISMO USAMERICANO
Por su parte
Tom Engelhart, autor de «The End of Victory Culture» (University of
Massachussetts Press), en “La vida a través de la negación de la realidad en
EE.UU.” señalaba, en 2008, “Dudo que los estadounidenses hayan llegado a
comprender la verdadera significación de esta frase: Guerra Mundial –como la
maquinaria industrial de devastación total que envolvió gran parte del planeta
durante el último siglo–.
Hubo en el
pasado, claro está, guerras mundiales, o casi-mundiales, «conocidas como
mundiales», incluso si no eran consideradas como tales. (…) aunque la guerra
podría haberse estado globalizando, siguió siendo, esencialmente, un asunto
local o regionalmente concentrado. Y, por cierto, en las décadas anteriores la
Primera Guerra Mundial, fue librada en general, en las periferias globales, por
potencias europeas que probaban, poco a poco, la rudimentaria tecnología
industrial de matanza masiva –la ametralladora, el avión, el gas tóxico, el
campo de concentración– una guerra contra nadie de más importancia que
ignorantes «nativos» como en Iraq, Sudán, o África del sudoeste alemana. Esa
gente del lugar –y los medios que la mataban– apenas fueron dignos de atención
hasta que, en 1914, los europeos, repentina e increíblemente, comenzaron a
matar a otros europeos utilizando medios semejantes y en cantidades
impresionantes, mientras llevaban la guerra hacia una nueva era de destrucción.
(…)
Aunque
partes de Rusia zarista fueron devastadas, el estilo de firma más esencial de
destrucción fue cualquier cosa excepto mundial. Se concentró –como una lupa
para concentrar los rayos solares– en una franja de tierra que iba de la
frontera suiza al Océano Atlántico, que pasaba en su mayor parte por Francia, y
que casi nunca excedía unos pocos kilómetros de ancho. Allí, en el «Frente
Occidental», combatieron ejércitos enemigos durante cuatro años increíbles, –para
utilizar un término estadounidense de la Guerra de Vietnam– un «molinillo de
carne» de una guerra de un tipo nunca antes visto. «Los combates», sin embargo,
apenas describían el evento. Fue un paroxismo de muerte y destrucción.
Ese reducido
espacio fue bombardeado por muchos millones de obuses, desgarrado y devastado a
fondo. Fue arrasado todo lo construido, o que crecía sobre él y, al hacerlo,
fueron despiadadamente masacrados muchos miles en algunos de los días de
«guerra de trincheras». Después de esos cuatro insoportables años, la Gran
Guerra terminó en 1918 con un quejido y en una amarga paz en el Oeste,
mientras, en el Este, en una guerra civil, los bolcheviques llegaban al poder.
La semi-paz que siguió resultó ser poco más que un armisticio de dos años entre
derramamientos de sangre.”
Me permito
corregir a Engelhart. Fue una revolución, un boleto de revolución comparada a
las que sobrevendrían en China o Vietnam. La guerra nunca es civil, pero es
cierto lo que dice Engelthart, dos años después la intervención imperialista
produjo en Rusia un baño de sangre, que hoy no puede producir en Venezuela, que
no pudo producir en Cuba, gracias a aquella sangre de la resistencia del
Ejército Rojo. Le estamos eternamente agradecidos a la Rusia soviética.
“Estamos
hablando, por supuesto –sigue Engelhardt–, de la «guerra para terminar todas
las guerras.» Ojalá hubiese sido así.
La Segunda
Guerra Mundial (o la sospecha cada vez más fuerte de que ocurriría) puso retrospectivamente
‘Primera’ en la Gran Guerra y la convirtió en la Primera Guerra Mundial. Veinte
años después, cuando llego la «Segunda», el mundo estaba industrial y
científicamente preparado para nuevos niveles de destrucción. La guerra podía,
en cierto sentido, ser imaginada como el paroxismo ampliado, científicamente
intensificado, de la violencia en el frente occidental– después de todo, el
poder aéreo ya había, para entonces, comenzado a mostrar su utilidad –de modo
que la especie de destrucción de tierras arrasadas en esa franja de tierra de
trincheras en el Frente Occidental podía ser impuesta ahora a países enteros
(Japón), continentes enteros (Europa), espacios casi inconcebibles (toda Rusia
desde Moscú a la frontera polaca donde, al llegar 1945, no quedó casi nada en
pie). Donde había habido «civilización» poco quedó después del segundo espasmo
global de violencia permanente fuera de cadáveres, escombros, y espantapájaros
humanos que se esforzaban por sobrevivir en las ruinas. Con la organización del
Holocausto por los nazis, incluso el genocidio llegó a ser industrializado…
(…) Si (en
la Crisis de Misiles de Cuba) se hubiera seguido la lógica de las guerras anteriores,
sólo dos décadas después de la devastación «global», pero todavía algo
limitada, de la Segunda Guerra Mundial, la destrucción de la guerra habría sido
aumentada exponencialmente una vez más. En ese breve período, la tecnología –en
la forma de las bombas A y H, y las flotas aéreas que van con ellas, y de
misiles balísticos intercontinentales con ojivas nucleares– ya existía como
para transformar a todo el planeta en una versión de esos pocos kilómetros del
frente occidental, entre 1914 y 1918. Después de un intercambio nuclear entre
las superpotencias, gran parte del mundo habría sido quemado totalmente, muchos
cientos de millones o incluso miles de millones de personas destruidas, y –ahora
lo sabemos– un invierno global inducido que podría concebiblemente habernos
enviado en la dirección de los dinosaurios.
La lógica de
la máquina de desarrollo de la guerra parecía conducir de modo inexorable,
precisamente en esa dirección. De otro modo, cómo se podría explicar que EE.UU.
y la Unión Soviética, mucho después de que ambas superpotencias tuvieron la
capacidad de destruir toda vida humana en el Planeta Tierra, simplemente no
hayan podido dejar de actualizar y aumentar a sus arsenales nucleares, hasta
que EE.UU. tuvo unas 30.000 armas nucleares cerca de mediados de los años
sesenta, y los soviéticos unas 40.000 en los años ochenta. Fue como si las dos
potencias se prepararan para destruir numerosos planetas. Una guerra semejante
hubiera producido el significado total de «mundial» y ningún océano, ninguna
línea de defensa, habría dejado a salvo a algún continente, algún sitio. (…)
Pero los
eventos parecían impulsar a la humanidad hacia lo inhumano, hacia la
transformación del planeta en un vasto Campo de la Muerte, hacia
acontecimientos que ninguna palabra, ni siquiera «guerra mundial», parecía
captar.
LLEGADA A LA ERA DE NEGACIÓN DE LA
REALIDAD
Fue,
ciertamente, de este mundo del que EE.UU. emergió triunfante en 1945. La Gran
Depresión de los años treinta no reapareció, a pesar de temores durante la
guerra en sentido contrario. En un planeta en el que muchas de sus grandes
ciudades se habían convertido en gran parte en escombros, un mundo de campos de
refugiados y de privación, un mundo destruido (para apropiarme del título de un
libro sobre el lanzamiento de la bomba atómica,) EE.UU. no había sido tocado.
La guerra
mundial había, en efecto, demolido a todos sus rivales y convertido a EE.UU. en
una fuerza motriz de la expansión económica. Esa guerra y la bomba atómica
habían de alguna manera marcado el comienzo de una era dorada de abundancia y
consumismo. Todos los sueños y deseos postergados del EE.UU. de la depresión y
de tiempos de guerra –la lavadora, el televisor, el tostador, el automóvil, la
casa suburbana, lo que quieras– repentinamente estaban a la disposición de
considerables cantidades de estadounidenses. Los militares de EE.UU. comenzaron
a desmovilizar y los antiguos soldados volvieron no a escombros, sino a nuevas
casas en serie y educación por la Ley del Soldado.
(…) el gusto
del néctar (o por lo menos de Coca Cola) estaba en los estadounidenses. Y a
pesar de ello todo esto quedó ensombrecido por nuestra propia «arma de la
victoria», por la oscura línea de pensamiento que condujo rápidamente a
escenarios de nuestra propia destrucción en periódicos y revistas, en la radio,
en películas, y en la televisión…
(…) A nivel
económico y gubernamental, el mundo de asoleado consumismo – abierto las 24
horas, 7 días a la semana -se refundió crecientemente con el mundo infatigable
de las oscuras alertas atómicas, de armadas de aviones con armas nucleares en
eterna vigilancia listas para despegar al instante para eliminar a los
soviéticos. Después de todo, los pacíficos gigantes de la producción del
consumo ahora tenían la doble función de gigantes de la producción de armas. Un
keynesianismo militar impulsaba la economía de EE.UU. hacia una forma de
consumismo en la que el deseo de un coche y de un misil cada vez más grande, de
fogones eléctricos y tanques, de consolas de televisión y submarinos atómicos,
estaba casado en las mismas entidades corporativas. Las compañías –General
Electric, General Motors y Westinghouse, entre otras, que producían los íconos
del hogar estadounidense, eran también importantes contratistas en el
desarrollo de sistemas de armas que eran el preludio del Pentágono en su propia
era de abundancia.”
Era natural
entonces, que Charles Wilson, presidente de General Motors, llegara a ser
secretario de defensa en el gobierno de Eisenhower, tal como generales y
almirantes en retiro consideraran natural que pasaran a ser empleados de
corporaciones que habían contratado sólo poco antes por cuenta del gobierno.
Washington produjo, pero sólo para el lucro y la guerra “superpotente”, no se
privilegió la salud pública ni la educación pública. Que, a sabiendas de los
resultados, tampoco lo haga la LUC del gobierno lacayito de Uruguay, en plena crisis
de pandemia sanitaria, económica, social y política, cuando a los EE.UU. los
llevó al desastre, es insostenible, completamente insostenible. Si pretenden
sostenerlo, sólo puede resultar en un enorme quilombo social y, organización
mediante, en una revolución política.
“… En 1957,
200 generales y almirantes (usamericanos, N de R), así como 1.300 coroneles u
oficiales navales de rango similar, en retiro o con licencia, trabajaron para
agencias civiles, y el financiamiento militar pasó a un Congreso que lo
redirigió a distritos en todo el país. Hay que pensar en todo esto como el
comienzo, no tanto del (medio) Siglo Estadounidense, sino de una Edad
Estadounidense de la Negación de la realidad que duró hasta… bueno, pienso que
en realidad puedo fijarle una fecha… hasta el 11 de septiembre de 2001, el día
que «lo cambió todo.» Bueno, tal vez no «todo» pero, ahora, es mucho más claro
precisamente qué cambiaron los ataques de ese día, el colapso de esas torres,
el asesinato de miles –y precisamente cuán terrible, cuán cobarde pero,
considerando nuestra historia previa, lo poco sorprendente que fue en realidad
nuestra reacción a esos hechos –.
(…)
…la «carrera
armamentista» nunca declinó, ni siquiera mucho después de que ambas
superpotencias tuvieron una capacidad superabundante para destruirse
mutuamente. Los armamentos para terminar con el mundo eran «perfeccionados»
constantemente – MIRVed, sobre rieles, divididos en «tríadas» terrestres,
marítimas, aéreas y, por cierto, cada vez más poderosos y exactos. Sin embargo,
los estadounidenses, para utilizar la famosa frase de Herman Kahn, prefirieron
casi siempre no pensar demasiado en lo «impensable».
(…)
No hay que
creer que George W. Bush fue el primero en instarnos a «sacrificarnos» gastando
nuestro dinero y visitando Disney World. Esa fue la historia de los años
noventa y representó la más profunda de todas las denegaciones, un cerrar de
los ojos total ante cualquier futuro razonablemente posible. Si el mundo era
plano, ¿por qué no íbamos a conducir felices directamente más allá de su borde?
El vehículo todo terreno, la hipoteca de alto riesgo, la McMansión en el
suburbio distante, el viaje de 160 kilómetros al trabajo… lo que sea, lo
hicimos. Pagamos el precio, por así decir.
Y mientras
quemábamos petróleo y gastábamos el dinero que a menudo no poseíamos, y en
cantidades prodigiosas, la «globalización» iba avanzando lentamente hacia los
campos empobrecidos de Afganistán.
Una acción
feroz por la negación de la realidad en la retaguardia.
Esto, claro
está, casi nos lleva a nuestro propio momento. A los neoconservadores, que se
colocan sus salacotes y planean su Proyecto para un Nuevo Siglo Estadounidense
(que se quería como el antiguo Siglo XIX, sólo más grande, mejor, y totalmente
estadounidense), la única fuerza que realmente importaba en el mundo eran los
militares estadounidenses, que dominarían, y el gobierno de Bush, compuesto
inicialmente de tantos de ellos, estuvo de acuerdo, lo que no es sorprendente.
Resultó ser uno de los grandes errores de interpretación de la naturaleza del
poder en nuestro mundo.
(…)
El lema del
gobierno de Bush podría haber sido: Paga cualquier precio. O sea: otros
pagarían cualquier precio –desaparición, tortura, falso encarcelamiento, muerte
desde el aire y por tierra– para que nosotros nos mantengamos en negación de la
realidad.
Y APARECE TRUMP
Shakespeare
se habría quedado fascinado por la desmedida soberbia de los líderes de Estados
Unidos en estos años (y esto fue antes de que el mismísimo Señor Engreído
llegara alguna vez a la Casa Blanca). Hoy, no podría ser más claro que el lema
‘las fuerzas armadas primero’ en pos de un planeta completamente estadounidense
resultó ser un bocado demasiado grande para Estados Unidos; un error garrafal.
Cuando se escriba la historia de la decadencia estadounidense, es posible que
se diga que nunca hubo una gran potencia cuyos líderes se hayan hecho tanto
daño solo por querer demasiado y de mala manera y por desentrañar mal la
naturaleza del poder en este planeta. Para Washington, el impulso de convertir
la Tierra en su imperio ha sido el equivalente a un submarino disparando un
torpedo hacia su propia proa.
Engelhart
resumió así las enseñanzas de esta historia:
“En el siglo
XXI, resultó que las fuerzas armadas más grandes del mundo eran incapaces de
vencer a fuerzas que ponían unas bombas trampa -que costaban lo mismo que una
pizza- en el borde de la carretera. Si el lector quiere, por ejemplo, tener una
dimensión de la eficacia de las fuerzas armadas de Estados Unidos, que después
de una década y media de que fuese lanzada su «Guerra Total Contra el
Terrorismo», al-Qaeda tiene más militantes en más lugares que el 12 de
septiembre de 2001; la al-Qaeda original continúa existiendo; otros
desprendimientos de al-Qaeda están combatiendo con un moderado éxito en sitios
como Siria, Yemen y el norte de África; el Daesh -aunque destruido como estado
o «califato»- continúa como organización combatiente en partes de Siria e Iraq
y sus ‘franquicias’ se han diseminado a lo largo del antiguo «arco de la
inestabilidad», desde Niger y Libia hasta Afganistán y Filipinas. En otras
palabras, la guerra contra el terror de Washington se ha transformado en una
guerra para la dispersión del terror.
Las fuerzas
armadas son ahora una fuerza para el caos. Históricamente, en tiempos de los
imperios que precedieron a éste del cual hablamos, esas fuerzas -utilizadas
brutal y devastadoramente- podían ser también una forma de mantener el orden en
las zonas conquistadas y colonizadas (ahí están, digamos, el imperio británico
en India o el control militar francés en Indochina). Esto ya no es así; da la
impresión de que eso pasó como consecuencia de las guerras de liberación e
independencia del siglo XX en los antiguos territorios coloniales del mundo. En
estos momentos, vivimos en un planeta que sencillamente no acepta la conquista
y la ocupación militar, no importa bajo qué disfraz se presente (incluyendo el
tan extendido de la «democracia»). Entonces, guardémonos de soltarle las
riendas al moderno poder militar. Lleva dentro de sí pasmosas fuerzas de
disgregación; el mundo no puede permitirse semejante caos.
Al menos en
el ámbito de los imperios, el concepto de victoria es una completa antigualla.
En las guerras estadounidenses de los últimos años, las fuerzas armadas de este
país se han alejado de sus sueños triunfales para acercarse a la aceptación de
que los conflictos bélicos pueden ser de naturaleza «generacional» o, más
recientemente, «guerras infinitas» (esto es, sin esperanza de un final o un
éxito concluyente). De este modo, los comandantes supremos han admitido que,
debido a su propia definición, viven en un mundo sin victorias.
Las guerras
imperiales se trasladan a la propia casa, incluso en formas que resultan
difíciles de percibir o descubrir. Ciertamente, las guerras de Estados Unidos
del siglo XXI han estado regresando a la patria no como triunfos sino como una
especie de derrota, por más que no resulte fácil verla.
Donal Trump
es una prueba de ello. Su eslogan «Hagamos que Estados Unidos sea grande otra
vez» –implicando que, como ningún otro político de su tiempo se atrevió a hacerlo,
este país ya no era grande – hizo sonar la alarma en el país profundo y le
ayudó a ganar las elecciones de 2016. De la misma manera, su campaña «Estados
Unidos primero» hablaba de una sensibilidad deteriorada, aunque no se
reconociese como tal.
Proponiendo
una presidencia que pondría (otra vez) a Estados Unidos en el primer lugar,
Trump reflejaba lo que, para muchos estadounidenses, era un claro mensaje del
siglo XXI. A pesar de los elevados sueños de Washington de un planeta
estadounidense, este siglo ha mostrado cualquier cosa menos un ‘Estados Unidos
primero’ en el país profundo de los blancos. Mientras los dólares de los
ciudadanos se derramaban en el sumidero de esas tierras lejanas, el poder
corporativo global del país se ocupaba de crear enormes beneficios y riqueza,
sobre todo para el dorado 1 por ciento de la cima de la sociedad. Y así el
número de multimillonarios se multiplicó extraordinariamente, abriendo una
grieta de desigualdad cada vez más ancha. En esos mismos años, con la ayuda del
Tribunal Supremo, el sistema político estadounidense fue dado vuelta,
bloqueado, abastecido y movido velozmente por esos mismos multimillonarios y
sus super-PAC. Mientras tanto, la inversión real en la infraestructura básica
de este país, en todo aquello que una vez hizo que fuera el más avanzado entre
los países del primer mundo, ha caído estrepitosamente.”
La pandemia
ha venido a verificarlo. Era el 99% restante, el que tira en el pelotón, quien
podía enfrentar la emergencia, con un Estado de servicios y bien populares e
imponente gravámenes al 1 %. Hoy, Estados Unidos es un eslabón débil en su
propia cadena imperialista. De ahí el creciente liderazgo en la opinión pública
de Bernie Sanders, autodefinido “socialista”.
LA SITUACIÓN ISRAELÍ
Israel es
parte de la isla global que incluye Eurasia (en pleno avance) y el desarrollo
del dominio desde el centro en detrimento del dominio desde la periferia que
ejercieron los ingleses y legaron a los norteamericanos, ambos en la fase
imperialista. Esto ocurre así porque el desarrollo tecnológico de la guerra se
hizo excesivo por inútil, ya que los imperialistas no pueden usar la guerra
nuclear sin holocausto global, en tanto el desarrollo tecnológico de la
resistencia (se generan mutuamente) es ilimitado.
El planteo
posible de la guerra sin holocausto es guerra limitada. Entonces una de las dos
patas del dominio desde la periferia (el abordaje, la otra pata era el
transporte militar marítimo) quedó trunca desde 1947 cuando los científicos
(alertas por los crímenes de USA en Hiroshima y Nagasaki) terminaron de
distribuir la super bomba entre casi todas las potencias (ese día comenzó la
tendencia histórica hacia el postimperialismo, multilateralismo inevitable).
En cambio el
transporte terrestre y la construcción. Los trenes bala, la infraestructura
comercial y de conectividad en general, no han tenido límite en su desarrollo,
conducido por China.
En ese
escenario geoestratégico, la situación de Israel es similar a la de Alemania
luego de la “Primera” y sobre todo de la “Segunda Gran Guerra”. Es tránsito en
la ruta de la seda. Sale de la pandemia con Haifa en su nueva condición de
puerto operado por China.
Alemania hoy
no quiere guerra, quiere comercio, porque ve su lugar central en una alianza
con Rusia, ve el dominio de la isla global desde el centro (Catalina La Grande
es el retrato que tiene Merkel en su despacho). Y Krugman le dice a China que
tiene que dejar de invertir en conectividad e infraestructura para empezar a
consumir chatarra, como si a China le interesara consumir lo que no necesita
sólo para seguir produciéndolo y mucho menos lo que no necesita ni puede
sustentar.
Por eso el
ataque a Merkel desde los medios norteamericanos, españoles, ingleses,
franceses e italianos. Los que participaron de la invasión a Libia, de la total
destrucción y del caos en todos los lugares donde han podido (Alemania se hizo
la sota todo lo que pudo ante los mandatos de Washington), se dirige también a encubrir
la responsabilidad yanqui en la crisis de los refugiados, desde que armaron a
los talibanes contra el gobierno comunista electo en aquel Afganistán laico,
pasando por el apoyo a Hussein contra Irán, luego por la destrucción de Irak,
entre otros motivos porque Hussein negoció petróleo en euros.
Por eso
Merkel y Macron (gerente de Rochild pero en definitiva Presidente de un país
central) denuncian mundialmente a USA por robarles mascarillas. Triste y
cierto.
De ésta, la
última gran guerra, se sale con la revolución que dejaría sin sentido otra gran
guerra, porque hace muchas décadas que la humanidad ya produce todo lo necesario
para dar a cada cual según su necesidad (“Socialismo y comunismo en un solo
proceso”, como planteó una vez Fidel); sólo falta destruir la relación de
producción o mejor dicho antiproducción, finacierización caótica del
imperialismo, o se sale con final nuclear, es decir, no se sale.
No hay comentarios:
Publicar un comentario