“Toda una
vida no será suficiente para agradecer lo que hizo el Ejercito Rojo por la
libertad”. (Ernest Hemingway).
Aquella
guerra que nos contó Figuretti (los yanquis, que se colaron al final para salir en la foto), no terminó cuando sacaron la de de Shukov y
Patton dándose la mano. Tampoco terminó antes, con el fotograma de la bandera de
la URSS en Berlín ni cuando los nazis se rindieron ante el Ejército Rojo el 9
de mayo de 1945, fotograma que fue a la papelera de Hollywood en las
setecientas mil películas que produjo Figuretti sobre aquella guerra.
La guerra
terminó cuando Fuchs le dio a la URSS el plano de la super bomba, poco antes de
que Figuretti pudiera cumplir su plan de exterminio atómico de la URSS.
Desde la
noche nevada cuando al llegar a Stalingrado pararon, los imperialistas no han
hecho otra cosa que seguir perdiendo en términos absolutos. Esa es la verdad,
no lineal, de la historia.
Los actuales
militares rusos, al fin de cuentas, se dejaron 27 millones de abuelos en los
campos de batalla para formar hoy el ejército más avanzado del mundo.
“Ciudad,
Stalingrado, no podemos
llegar a tus
murallas, estamos lejos.
Somos los
mexicanos, somos los araucanos,
somos los
patagones, somos los guaraníes,
somos los
uruguayos, somos los chilenos,
somos
millones de hombres.
Ya tenemos
por suerte deudos en la familia,
pero aún no
llegamos a defenderte, madre.
Ciudad,
ciudad de fuego, resiste hasta que un día
lleguemos,
indios náufragos, a tocar tus murallas
como un beso
de hijos que esperaban llegar.
Stalingrado,
aún no hay Segundo Frente,
pero no
caerás aunque el hierro y el fuego
te muerdan
día y noche.”
Este poema
de Pablo Neruda, le valió denuestos varios, “panfletario”, “pasquinero”, entre
los más empáticos. Entonces, en respuesta, Neruda escribió su Nuevo canto de amor a
Stalingrado:
Yo escribí
sobre el tiempo y sobre el agua,
describí el
luto y su metal morado,
yo escribí
sobre el cielo y la manzana,
ahora
escribo sobre Stalingrado.
Deshechas
van las invasoras manos,
triturados
los ojos del soldado,
están llenos
de sangre los zapatos
que pisaron
tu puerta, Stalingrado.
Tu acero
azul de orgullo construido,
tu pelo de
planetas coronados,
tu baluarte
de panes divididos,
tu frontera
sombría, Stalingrado.
Y a finales
del 44, cuando el Ejército Rojo penetraba en territorio alemán, más
precisamente en la Prusia Oriental, Neruda escribió “Canto al Ejército Rojo a
su llegada a las puertas de Prusia”.
Este es el
canto entre la noche y el alba este
es el canto salido
desde los últimos estertores
como desde
el cuero
golpeado de
un tambor sangriento
brotado de
las primeras alegrías parecidas a la rama
florida en
la nieve y al rayo del sol sobre la rama florida
Estas son
las palabras que empuñaron lo agónico,
y que sílaba
a sílaba estrujaron las lágrimas
como ropa
manchada
Hasta secar las
últimas humedades amargas
del sollozo
y hacer de
todo el llanto la trenza enduredida
La cuerda,
el hilo duro que sostenga la aurora.
Hermanos:
hoy podemos decir, el alba viene,
Ya podemos
golpear la mesa con el puño.
que sostuvo
hasta ayer nuestra frente con lágrimas.
Ya podemos
mirar la torre cristalina
de nuestra
poderosa cordillera nevada
porque en el
alto orgullo de sus alas de nieve
brilla el
fulgor severo de una nieve lejana
donde están
enterradas las garras invasoras.
El Ejército
Rojo en las puertas de Prusia. ¡Oíd, oíd!
oscuros,
humillados, héroes radiantes de corona caída,
oíd, aldeas
deshechas y taladas y rotas,
oíd, campos
de Ucrania donde la espiga puede renacer con orgullo,
oíd,
martirizados, ahorcados, oíd, guerrilleros muertos tiesos
bajo la
escarcha con las manos que muerden todavía el fusil,
oíd,
muchachas, niños desamparados, oíd, cenizas sagradas
de Pushkin y
Tolstói, de Pedro y Suvorov,
oíd, en esta
altura meridiana el sonido
que en las
puertas de Prusia golpea como un trueno."
No hay comentarios:
Publicar un comentario