Primero
tomar partido por los humoristas a quienes los fascistas corrientes agreden con
denuncian penales.
Tomar
partido por Rafael Cotelo y sus colegas de radiodifusión, que es tomar partido
también por el carnaval, objetivo por elevación de la violencia fascista contra
Cotelo en el marco de una campaña que se hizo virulenta en febrero y va a
seguir creciendo, porque el carnaval es el pueblo censurando y Nunca Más a la
televisión censurando al pueblo y milicos censurando al carnaval.
Cantaba La
Mezcolanza, murga antecesora de la Falta, “un día nos dieron un juego en que
había que elegir/ y hoy el juego terminó/ que cante la murga yo elijo/ elijo al
trabajador”.
En muy
segundísimo término, tranquilos, meditar sobre el humor y su oficio, el humor y
sus bemoles.
Quienes nos
hemos autohomenajeado con títulos de Roberto Fontanarrosa, podemos recordar que
a Fontanarrosa le sorprendió primero y luego le molestó, que mucha gente se
identificara, no con su reírse de Boogie el aceitoso sino, con el desprecio a
quienes Boogie el aceitoso despreciaba. Descubrió, porque así se lo hacían
saber por cartas y comentarios en la calle, que muchos no se reían de Boogie
sino que se reían de sus víctimas. Al punto que dejó de dibujarlo. No se
rindió. Siguió riéndose de las bestias sanguinarias de las películas yanquis
pero atendió seriamente a los contextos de sus personajes. En Best Seller, por
ejemplo, magistral creación igual que Boogie, el público, me consta, de la sala
llevaba al mundo un pensamiento, un texto propio, lúcido.
Porque
Fontanarrosa tiene y son muy pocos quienes lo comparten, el don de escribir en
el idioma que la gente piensa, pero no para que la gente siga pensando las
mismas pelotudeces, sino para que pueda pensarse a sí misma con mayor lucidez.
El
pensamiento es lenguaje y según Bernard Dord, en Tendencias del teatro actual,
los textos de una obra, del tipo que sea, son varios: el del autor, que trabaja
millones de combinaciones de palabras para seleccionar siempre un pequeño
porcentaje de las que piensa, el del director que aporta otros millones de
combinaciones diferentes para el texto dicho y no dicho y las acciones e
impulsos de otras innumerables palabras conscientes e inconscientes, que
irradian en escena con mayor o menor energía, e incorporan más millones de
palabras combinadas en los pensamientos también conscientes e inconscientes
para impulsos y movimientos subtextuales o de inflexiones textuales de los
intérpretes o del intérprete y finalmente, los innumerables millones de
palabras combinadas en las emociones y los pensamientos del público, que es el
que va de la sala al mundo, operando transformaciones, en nuestra valiosísima
infinitesimal posibilidad, haciendo del teatro “palabra viva” como quiere Federico.
Fontanarrosa
escribe la palabra ya viva en el lenguaje, en el pensamiento de la gente y lo
hace con la más temible seriedad de un humorista de oficio.
EL GÉNESIS DE LA GASTRITIS
Al Negro
Fontanarrosa lo conocí en el teatro Circular la noche que festejamos los cinco
años de ¡Ah, Machos! en cartel. Él no había visto la obra y llegó a Montevideo
solo por esa noche y para verla, comer algo después en lo de Cervieri y
enseguida salir de vuelta a Rosario, porque era sábado y el domingo jugaba
Central en el Gigante de Arroyito.
Me senté en
la platea opuesta a la que él ocupó en el teatro. Al lado suyo estaba Divinski,
al lado mío Gustavo Fuentes. Nunca transpiré tanto como en la primera mitad de
esa función. Yo había adaptado, tomándome muchas libertades, el cuento de
Fontanarrosa que ocupaba esa mitad, El ocho era Moacyr, y mientras todo el
teatro se desternillaba de risa, yo miraba al rosarino que, impávido,
impasible, no esbozó ninguna sonrisa durante toda la representación del cuento.
"Este tipo me manda preso" pensaba yo, viéndole la cara de enojo o de
inquisición. Pero siguió el espectáculo y Fontanarrosa siguió sin reírse. De lo
cual deduje que no le había gustado nada o que mi atrevimiento lo había
predispuesto contra toda la obra. Después, en lo de Cervieri, siguió serio
conversando con todos y en determinado momento, Fernando Toja me señaló y le
dijo:" Él es el adaptador del Sobrecogines" (que así le habíamos
puesto al cuento). Mi garganta sintió al instante el primer síntoma de la
gastritis que desde entonces no me ha abandonado. "Está muy bien" me
dijo Fontanarrosa. Comprendí que se trataba simplemente de que el humor es cosa
seria.
Cotelo y los
otros compañeros que tomaron para titular su programa radial “La mesa de los
galanes”, título icónico de Fontanarrosa, encaran la seriedad del contexto. “El
humor depende del contexto”, dice Pedro Saborido, del dúo Píter Capusotto, él y Diego
Capusotto supieron hacer a Micky Vainilla, por ejemplo, tan inconfundible como
el Hitler de Chaplin. Nadie se ríe de lo que se ríe Micky Vainilla porque Micky
Vainilla no se ríe y no se ríe Hitler cuando Chaplin se ríe de él. Bertold
Brecht, amigo de Chaplin, en la Alemania donde Hitler surgía, definió que el
humor es un mecanismo de distanciamiento.
En otro
contexto, en la Francia invadida por los nazis, Jean Louis Barrault hacía humor
catártico nacionalista francés. Porque los contextos de Brecht y de Barrault
eran opuestos, ambos se complementaban.
Barrault
decía: “pase usted primero, interventor, que yo soy el anfitrión". Brecht decía: “el hombre es muy útil,
General, puede matar; pero tiene un defecto, General, el hombre puede pensar”.
HUMOR Y VIOLENCIA POLÍTICA
La
Revolución Francesa empezó con un chiste. Cuando le informaron a la reina María
Antonieta que el pueblo no tenía pan, contestó: “¿no tienen pan? ¡que coman
pasteles!”. Hoy Susana Giménez le dice al pueblo argentino, “¿no tienen pan? ¡que
críen gallinas!”. Atenti.
Nada de
Francia es más vasto que su revolución. Ni siquiera su idioma. Ni siquiera el
Louvre. Ni siquiera el perimido mapamundi donde su imperio colonial es
gigantesco. La revolución francesa está en todas las que la sucedieron,
problematizada en Rusia, fidelizada en Cuba, paradójica en Vietman,
cartesianamente distanciada en China, más o menos central en todos los idiomas
de todas las historias de todos los países. Desde que
María Antonieta dijo aquello de "¿no tienen pan? ¡que coman pasteles!",
el humor es tan indivisible de la política como de esa vastedad.
En enero de
2015, la revista humorística francesa Charlie Hebdo sufrió un atentado mortal.
A mí su línea editorial no me gustaba del todo, digamos, pero una de las tapas
que esa línea produjo, cargaba algunas tintas de fascinación revolucionaria.
Ante el
atentado dije "je suis Charlie" y de inmediato agregué: "Y la
portada de mi próxima edición será con una caricatura de Stephane Charbonnier
acribillado por las balas que agujerean un Charlie y dice: "masacre en
París, Charlie también es de la mierda, tampoco esto puede detener las
balas", parafraseando la del hermano musulmán acribillado en tapa del
Charlie por las balas de la dictadura militar egipcia, apoyada por la OTAN, que
agujerean un Corán: "masacre en Egipto. El Corán c'est de la merde. No
puede detener las balas". Charb no dejó de dibujarle al árabe de Los
Hermanos Musulmanes una semisonrisa de signo tragicómico y estoy seguro que el
camarada Charbonnier se reiría de sí mismo y de su muerte y de la coincidencia,
con esa exacta semisonrisa.
El de
Antonieta fue tan buen chiste de humor negro, que se convirtió en un clásico y
en refrán, pero sólo lo rió una corte que en gran parte terminó guillotinada,
incluido su esposo, el Borbón Rey de Francia. Todos quienes después rieron con
aquel episodio no rieron del chiste de los pasteles sino de María Antonieta.
También rió
de ella Charbonnier cuando asistió a la fiesta de L'Humanité donde se
representó la farsesca "1789" de Teatre du Soleil dirigida por Ariane
Mnouchkine, que no sólo hizo la sátira de María Antonieta, sino también del
relato que sobre la huida a Varennes se hacía hasta entonces. Porque en
definitiva el humor también es un relato.
El humor es
un relato de victoria. El humor sube y pervierte. "Vinimos, vimos,
murió", fue el chiste de María Antonieta Hilary Clinton en Libia, aunque
los que se adelantaron ahí fueron los franceses. Ella llegó al festín. El
humorista uruguayo Darwin Desbocatti, en su sátira "El trensito de la
muerte", dice que a él, como humorista, los que le interesan son los
perdedores (en ese caso blancos y colorados), es sincero. Por mucho que se haya
puesto como ejemplo de que en Uruguay se ridiculiza al Presidente o al Primer
Senador sin que nadie se ofenda, el famoso cuplé de La Catalina 2005 sobre el
Pepe Mujica, en realidad no se ríe de Mujica. Se ríe con Mujica de Talamás y de
otros. Otra cosa es cuando el humorista se ríe de sí mismo, porque entonces el
relato de victoria es sobre la derrota misma, ya que el derrotado se convierte
en triunfador. Groucho Marx.
Eso quería
yo para Charlie en su tapa siguiente al atentado. Pero no, no se rió de la
muerte propia. Rió de la muerte de decenas de miles de hermanos musulmanes
durante el golpe de Estado que derrocó a su gobierno democráticamente electo en
Egipto, pero reírse de esta otra masacre con la misma viñeta cargada de
didáctica revolucionaria hubiese sido una elección política digna de Charb,
pero inconveniente para Francia, porque el abuso de la fuerza (y disparar con
AK 47 contra portadores de lápices lo es) sólo es legítimo por la propia
fuerza, como los bombardeos por la propia superioridad tecnológica, con la
justa inocencia de ese piloto maravillado que creía "adornar un árbol de
Navidad" mientras dejaba caer sus misiles sobre Bagdad. Micky Vainilla en
la airforce.
La tapa
sobre la masacre de París tenía que problematizar la cuestión de quién gana, de
qué perdedor nos reímos y el relato de victoria quedó para interiores: El
Profeta recibe a los asesinos echando humo por la cabeza: "tres millones
de ejemplares! Ayer era una revista moribunda... Y hoy tiene el mayor tiraje
del planeta... A quién se le ocurrió esta idea genial?"
El humor
señala el fallo, nuestro, de los otros, en nuestra cultura o en la ajena, pero
siempre vulnera (los chistes racistas de árabes que circulan en la Europa de
hoy son exactamente los mismos de judíos del año 35; apenas si cambió la
religión de los burlados, que la raza en parte tampoco, siguen siendo en parte
antisemitas). Por eso tal vez no hubo chiste de tapa siguiente. Hubo un mensaje,
no un chiste. Nadie la rió. El humor cedió ante la política dominante (nunca utilizo el término "políticamente correcto", porque así, en
abstracto, es tan laxo que no quiere decir nada, igual que su contrario "políticamente
incorrecto").
La tapa
siguiente resultó no ser humorística. Fue de fondo verde, donde el profeta
Mahoma, llevando por delante un cartel de Je suis Charlie como llevaba por
delante el Corán agujereado aquel musulmán, y dejando caer una lágrima, dice:
Tout est pardonné (todo queda perdonado). Está bien. En vez de resignificar la masacre,
significó el lanzamiento de la campaña contra el racismo para la que estuvo
citada la reunión de la redacción masacrada.
Después de
todo, los mártires de Charlie Hebdo no murieron por humoristas sino por
periodistas políticos y como tales, como tantos. Ésa sí que es una broma
macabra.
También es
macabro que los denunciantes del personaje Campiglia de Rafael Cotelo, hagan
campaña departamental riverense a ver cuál es el más Campiglia de todos. Porque
quien profiere los disparates es el personaje, no el autor; si vivieran en la
corte zarista, los politiqueros blancos y cabilldistas en pugna, meterían preso
a Dostoiesvsky por los crímenes de Karamazov.
En el
parlamento ganó Guillermo Domenech. Puntualizó que “en todo el interior del
país y especialmente en Rivera, se practica, y eso es promover la patria, la
endogamia, no el incesto”.
Usted
disculpe, Cotelo, pero Domenech es un personaje muy superior a los de
usted. Pa mí que ahí anda el espíritu de
Fontanarrosa.
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