Delante de mí,
junto a la vereda por donde voy caminando, estaciona una limusina a las puertas
de un hotel 5 estrellas. Bajan dos grandotes entrajados de negro, pisando
fuerte con relucientes zapatos negros y, en medio de ellos ha bajado un señor
elegante, delgado, rubio y de mocasines marrones; se le nota en el traje la
fina sastrería neoyorquina. El estilo de los mocasines me parece italiano. Alcanzo
a leer la marca Louis Vuitton en la maleta con sutiles arabescos que cuelga de
uno de sus hombros. Súbitamente, sin pensarlo, por instinto, llevo las manos a
los bolsillos de mis vaqueros y cruzo la calle, apuro el paso por la vereda
opuesta sin mirar hacia atrás, más asustado que cauteloso.
¿Temor?
¿Premonición? ¿Pánico? “¿Qué pasa, ñeri?”, me pregunta un conocido que se me
cruza con su oficio y pinta de malabarista. “¿no sale una moneda?”, manguea sin
mucha esperanza. Me detengo, compruebo que no me siguieron. El Falcon negro –la
limusina negra, quise decir–, sigue estacionada frente al hotel.
–Es que vi
entrar al hotel a un banquero extranjero, quizá uno del FMI –explico, todavía
sobresaltado, resollando.
–¿Ya los
trajeron? –pregunta el ñeri–. Tamo en el horno.
–Tiene toda
la apariencia –le contesto.
–Alejemosnó –sugiere
el malabarista, temblando, nervioso. Empezamos a caminar a paso firme en
dirección de nuestra huida.
–¿Tas seguro
que tiene esa apariencia delictiva?
–Maleta
Vuitton, traje neoyorquino, mocasines italianos….
–A la mierda…
¿no será un ministro, carajo? ¿tenía cara de Macri? ¿Viste que en este gobierno
todos tienen cara de Macri? ¡Tremendas apariencias delictivas!
Apuramos el
paso. Pienso en Alfie y no sé si no es peor su propia cara que la de Macri. Sí,
es peor.
–Tienen cara
de Alfie –le digo.
Al llegar a
la esquina nos sorprende un par de policías que nos ordena detenernos y nos
exige las cédulas. El ñeri saca de un bolsillo una corbata anudada, me la da
con disimulo y susurra:
–Ponétela
vos. Yo estoy jugado.
En un
santiamén me calzo la corbata bajo el cuello de la camisa.
El ñeri da
su cédula, lo ponen contra la pared, lo cachean.
–Yo la dejé en
casa, en la bermuda –digo–. Amaneció fresco y retomé los vaqueros que no usaba
desde noviembre –le explico al agente con respeto, lo llamo oficial, le pido
disculpas. Con tantos años de Bonomi, me había acostumbrado a que la policía
era parte del pueblo y además parecía.
Mira la corbata.
Mira la corbata.
–¿Qué hace
un señor como usted caminando con un pichi? ¿De dónde es usted?
–De Soriano –le
digo.
–¿Sojero?
Acompáñenos.
Por suerte
no andaba de saco. Fue peor haberme puesto la corbata. Me iban a pedir un
porcentaje, una masa de dinero que nunca vi y no iba a ser fácil demostrarles que no puedo
conseguir, mientras el ñeri permanecería detenido, en indagaciones.
–¡Qué
inseguridad! Ya no se puede trabajar en los semáforos ni parecer sojero. Y la
gente anda sintiendo los seis pesos por dólar que en diez días le sacaron del
bolsillo, sin contar las tarifas, pero esto que me contás del tipo del hotel es
la muerte, ñeri. Están creando las condiciones para endeudarnos y manotear todo
lo que puedan.
–Te digo más
–le digo al malabarista, saliendo de la seccional–, bajó de una limusina con
dos patovicas y seguro que adentro lo estaban esperando un montón de Ceos.
–¡Dios nos
libre y nos guarde!
Se persigna.
LA MARCHA DEL OPERATIVO
Llegué a
casa, me di un baño y encendí el televisor. Sabía que la policía había cambiado
pero la televisión seguía siendo la misma. De la marcha feminista
impresionante, con doscientas mil mujeres por Dieciocho, el tema era el
operativo policial, igual que cuando marchábamos con la FEUU los 14 de agosto y
por grande que era la movilización, la noticia que salía la armaban “incidentes
del final” entre cuatro infiltrados que
terminada la marcha zafaban de la autodefensa. Ya el título 1 de tapa de Búsqueda del día anterior, había sido
para el operativo, contra la marcha feminista que año a año en décadas, cada
vez más masiva, nunca produjo otro incidente que un par de manchas de alquitrán
en una edición. ¡¿Cuál éxito de operativo?! ¿De qué mierda habla la televisión?
Con diez o doce granaderas en el vallado de la iglesia del Cordón hubiese
bastado. ¿Cuántos robos hubo en los barrios mientras desplegaban todo la fuerza
en el Centro para que los medios le quiten protagonismo a una marcha recontra
pacífica con su propia auto seguridad?
Pero las
politiciales del informativo tenían armada otra operación.
Como hubo una denuncia de atropello policial por día en el Instituto de Derechos Humanos, desde que el “Guapo” Larrañaga tipificó “apariencia delictiva” a los piercings, los tatoo, las clavas de malabares y el pelo largo (como en la dictadura fascista). Entre otros a un malabarista en San José y varias al grito de" "se acabó el recreo" para dar palo a gusto, montaron un falso positivo que lavara la información. Un empleado de la Intendencia le llevó a la Presidenta del Sindicato un supuesto caso de agresión fuera de lugar y de hora de trabajo. Ella, precavida, no le dio bola, pero alguna corriente gremial pisó la cáscara de banana acompañando la denuncia. Las cámaras mostraban que el procedimiento policial habría sido correcto.
Como hubo una denuncia de atropello policial por día en el Instituto de Derechos Humanos, desde que el “Guapo” Larrañaga tipificó “apariencia delictiva” a los piercings, los tatoo, las clavas de malabares y el pelo largo (como en la dictadura fascista). Entre otros a un malabarista en San José y varias al grito de" "se acabó el recreo" para dar palo a gusto, montaron un falso positivo que lavara la información. Un empleado de la Intendencia le llevó a la Presidenta del Sindicato un supuesto caso de agresión fuera de lugar y de hora de trabajo. Ella, precavida, no le dio bola, pero alguna corriente gremial pisó la cáscara de banana acompañando la denuncia. Las cámaras mostraban que el procedimiento policial habría sido correcto.
LA SEÑAL DEL ENEMIGO
Para pensar
con la cabeza de la embajada ya están los canales de televisión, quienes los
compran, quienes los programan, quienes compran sus contenidos alienantes y
quienes después patinan por esa agenda en sus casas, las calles, las reuniones…
Dirigentes del Frente Amplio jamás debieron decir que debíamos escuchar la
señal del 46% de la reforma larrañaguista. Es una vergüenza propia. Es la
propia vergüenza.
Primero
porque tenemos nuestro criterio de verdad para rechazar la demagogia,
especialmente cuando viene fascistoide. También primero por respeto a los
gurises, que la rompieron militando contra la “reforma”, igual que por el “No a
baja” dando vuelta otro resultado difícilísimo, de otro plebiscito que muy
particularmente ganamos gracias a los gurises.
Segundo,
porque cuando parte de nuestros dirigentes nos boicoteó el voto rosado y lo perdimos llegando al
49%, ningún dirigente salió a decir que había que escuchar nuestra señal.Tampoco los dirigentes nuestros.
Chandler
decía, defendiéndose de las acusaciones de que en sus novelas los villanos no son como el público los imaginaba, definiendo la verosimilitud de los personajes de la novela policial: "si
los delincuentes pareciesen delincuentes no podrían ser delincuentes".
Y es cierto. Seguramente los nuevos emisarios de la banca imperialista andan de barba despareja como Lacalle Pou visitando la feria. Lo que el financierista que vi entrar al hotel tiene de delictivo no es la
apariencia. Es el aspecto. De todos modos, la solución de continuidad a lo que son es que dejen de parecer la "gente bien". Necesitamos más Chandler y menos Telemundo 12.
La
inseguridad es, y parece –que es más, decía Cervantes–, la del gurí que no sabe
si va a comer esta noche, la de la devaluación del peso, del salario, de la
jubilación, que ya se nos está viniendo con el disparo del dólar y va a seguir,
ya anunciada, con la suba de tarifas y precios, sin planes ni misión para los
vulnerados, con recorte presupuestal de novecientos millones de dólares, que
van a terminar fuera del país, fugados a las corridas, en cuanto estén firmados los papeles que trafica en su valija Vuitton, un funcionario de Wall Street.
El móvil del crimen con su modus operandi.
En sociedad, pocas cosas son más, pocas parecen lo que son. Nos lo advirtió el manco de Lepanto, Cervantes, El Príncipe de los Ingenios, preso en la cárcel de Sevilla.
En sociedad, pocas cosas son más, pocas parecen lo que son. Nos lo advirtió el manco de Lepanto, Cervantes, El Príncipe de los Ingenios, preso en la cárcel de Sevilla.
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