El invento
del “espacio vital” y la “solución final” fue atribuido a Hitler para aplicarla
contra “la conspiración de comunistas, judíos y masones”, pero existe desde
siempre.
“La solución
final” consiste en acabar definitivamente con el enemigo, exterminarlo,
borrarlo de la historia, como corolario de la doctrina del “espacio vital”: Si
Hitler no terminaba con nosotros, nosotros terminaríamos con él, tal como
ocurrió. Cuando ocupó Austria, estaba, desde su punto de vista, simplemente
completando Alemania, pero cuando siguió con Checoslovaquia, Polonia y Bélgica,
argumentó que necesitaba esos espacios para sobrevivir, porque de lo contrario
comenzarían a marcarle la cuenta regresiva los enemigos del Tercer Reich, la
URSS por el Este, Francia por el Sur y luego todo el resto del mundo –algo así
como la “guerra preventiva” de Bush que ni Obama ni Trump pudieron discontinuar
y las reducciones a territorios de autonomía palestina impuestas por Israel–;
porque los judíos, para Hitler, eran comunistas en tanto se confundían en el
proletariado de Europa del Este y Central, pero también los gitanos y los
filocomunistas, socialistas, liberales, filoliberales, filomasones y así hasta
el infinito. Su espacio vital le obligaba a la “solución final” no sólo con
judíos, comunistas y masones, sino con todos los que se opusieran a su Imperio.
Pero esta historia conocida fue nada más que una reiteración, la más reciente y
famosa, de todos los periplos imperialistas. El nazismo no inventó la “solución
final”.
El nazismo
fue el primero que no pudo completarla. No pudo ni siquiera con los judíos
(aunque mató a seis millones) ni tampoco con los gitanos (que, porcentualmente,
fueron los más masacrados). Antes, los invasores anglosajones exterminaron más
de ciento ochenta naciones en América del Norte, los diversos imperios europeos
otras tantas en África y Asia y si en América del Sur se salvaron algunas, fue
casualidad histórico–religiosa. Masacraron las tres cuartas partes de la
población americana durante la llamada “conquista”; y en Asia, sólo en la
guerra de Manchuria, murieron treinta millones, casi tantos como en la Segunda
Guerra Mundial, más que en la Primera, mientras las hambrunas mataban también
de a treinta millones en la India o en China, sólo porque Inglaterra resolvía
otros destinos para los granos, en la década del setenta del siglo XIX, por
ejemplo.
Eran
masacres que se consideraba necesarias, según Malthus, porque para la población
de aquellas épocas eran porcentajes enormes de exterminio, con los que
aparentemente se amortiguaba la explosión demográfica.
LOS INFORMES DE LOS OFICIALES
SOVIÉTICOS
Pero la
humanidad resultó inderrotable, por mucho que se persiguió a sí misma. Hasta
los rusos sobrevivieron, pese a que la desventura nazi les mató 27 millones.
Entre ellos sobrevivió Vladimir Putin, quien la semana pasada fue a tributar
una ofrenda floral en la tumba común de los millones de resistentes caídos en
el sitio a Leningrado, que duró más de ochocientos días. Entre los mártires de
la defensa de Leningrado yacen los restos de su hermano, Víktor Putin.
Vladimir llegó
tarde al homenaje por el Holocausto en Jerusalén, donde compartió con el
Príncipe Carlos y con Macrón, entre otros. Dijo Vladimir Putin, que llegaba
conmovido por los testimonios que había leído, dados por los oficiales rusos
que habían liberado los campos de concentración (entre ellos del de Auschwitz,
liberación de la que se cumplieron 75 años, “Desafortunadamente sabemos el
antisemitismo, termina con Auschwitz”, le dijo Putin al Presidente de Israelí).
Según Sándor Márai, el célebre escritor húngaro, en su libro de memorias “Confesiones
de un burgués”, los soldados del Ejército Rojo que, a terrible costo de vidas, en
1944 desalojaron a los nazis de Budapest (a la que éstos habían entrado bajo
palio cuatro años antes) no eran rusos sino “asiáticos” (kazajos, kirsiguis,
turkmenos, tayicos, usbekos, quizás), que todos eran soviéticos del Ejército Rojo,
pero que rusos, de aspecto ruso y que hablaran ruso, sólo quedaban algunos
oficiales. Imaginen meses después cuando liberaron los campos y cuando
llegaron a Berlín el 9 de mayo de 1945, la noche en que el general ruso Gueorgui
Konstantínovich Zhúkov recibió del mariscal alemán Wilhelm Keitel, firmada en
presencia, el acta de rendición oficial de la Alemania nazi.
Al llegar
tarde a Jerusalén, Putin canceló la reunión con el Presidente de Argentina,
Alberto Fernández, que le había solicitado Cristina Kirchner. “Queda para otra
oportunidad”.
A pocos
kilómetros, hacinado en una estrecha franja plagada de contaminaciones, el
pueblo semita gazatí está a un paso de la inhabitabilidad, mientras sigue
explotando demográficamente.
La explosión
demográfica se produce con fuerza mayor en los pueblos y etnias más perseguidos
y nada tiene de extraño. Es una ley etológica. Las especies fuertes de la
naturaleza, leones o elefantes por ejemplo, se reproducen sin explosión (los
elefantes suelen tener dos crías por hembra, algunas veces en la agonía, lo
mismo que los leones). En cambio las ratas y las cucarachas, se multiplican
explosivamente, como reacción natural para evitar el exterminio de que viven
amenazadas.
La angustia
es un factor de concepción (el antropólogo italiano Luiggi De Marchi señala la
explosión demográfica como otro mecanismo de defensa de las especies perseguidas).
Sin ir más lejos, se puede ver entre los seres humanos: se multiplica la
natalidad de naciones pobres y excluidas, perseguidas y marginadas racial,
social o económicamente.
Los
distintos ritmos de crecimiento demográfico siguen expresando las
persecuciones. Entre nosotros nacen más niños en asentamientos, en villas
miserias, en favelas, que en los barrios residenciales; en EEUU crece más la
población chicana que la WASP. En Medio Oriente crece más la población
palestina que la judía, pese a que en el conflicto que mantienen la relación de
asesinados palestinos y asesinados israelíes es en proporción de diez a uno,
desde hace cincuenta años. El "Tercer Mundo" crece más aceleradamente que el "Primero". África va a ser en la década del 30 el continente más poblado.
Puede
decirse, por ejemplo, que en Estados Unidos los mexicanos están devolviendo la
invasión y rescindiendo los contratos de compraventa por Texas y Nuevo México y
de ahí la histeria demagógica de Trump y su muro inútil. Y cada vez muere menos
gente en el mundo. Las tragedias del bloqueado, bombardeado, invadido Irak y
todavía ocupado por tropas yanquis e inglesas pese a que el Parlamento y el
Primer Ministro irakíes les ordenaron a los ocupantes que se vayan, las
tragedias de los diez Vietnam de las últimas décadas no alcanzaron los números
de seis millones de judíos en las cámaras de gas o un millón y medio de
armenios degollados por los turcos, por poner sólo dos ejemplos del siglo pasado,
sin remontarnos a Atila si se consideran los porcentajes de humanidad existente entonces
que alcanzaban aquellas masacres.
EL MUNDO AL REVÉS
Lo que no
entiendo, y lo digo desde mi sefaradí Abelenda y desde mi muy probablemente
marrano González –porque ningún descendiente de españoles puede estar seguro de
no ser judío, pero con apellidos tan aptos, por lo comunes, para camuflar a
cualquiera, tengo mayores probabilidades que otros de ser descendiente de
marranos– y lo digo también desde mi convicción sionista –porque, aunque
comparto lo que dice el manifiesto de los judíos antisionistas de que el
sionismo perdió validez desde la forma en que construyó un Estado judío, jamás tuve dudas
de que los terroristas judíos que atentaban contra la ocupación inglesa de
Palestina, lo hacían cuando no había otra forma políticamente legítima de
expresar la resistencia–. Entiendo que todo pueblo–nación tiene derecho a tener
su Estado y autodeterminarlo libremente. El judío igual que el palestino, por
supuesto. No es tan complejo como “criticó” Alberto Fernández.
Lo que no
entiendo es que el costoso y enorme poder que acumulamos los judíos en duros
siglos sin Estado (como acumularon poder sin Estado otros pueblos culturalmente
milenarios, entre ellos mis también ancestrales vascos), hayamos comenzado a
menguarlo desde que incumplimos las resoluciones de la ONU (el marco donde los
primeros sueños de Einstein y Ben Gurion habían prosperado –enseguida Einsten
advirtió de la deriva nefasta de los dirigentes sionistas–) y lo hayamos
seguido menguando con Dayan, Sharon, Nethanayu, con la persistencia en las
ocupaciones, con la paradójica recurrencia de la teoría del “espacio vital
nacional” por un pueblo que la sufrió.
Israel ha
esgrimido el holocausto para en vez de cobrárselo al militarismo imperialista
de la guerra que lo provocó, usarlo (a favor de éste) como excusa para vapulear
pueblos más débiles que nada tuvieron que ver con aquello, pero en este mundo
por enésima vez globalizado, no hay débil que no tenga un socio mayor más
fuerte y éste, a su vez, otro aún más fuerte.
El imperio
nazi fue el primero que no pudo aplicar la "solución final" y,
seguramente ya nadie va a poder, porque la disuasión nuclear lo impide y sólo
puede terminar con el planeta entero, con el holocausto de toda la humanidad.
Es perverso que pretendan hacerlo en nombre del holocausto de aquellos judíos proletarios
comunistas semitas, algunos imperialistas y colonialistas blancos europeos, a
los que Putin les llegó tarde, tal vez para apretar su agenda evitando comentarles
los discursos, después del suyo en que abogó por sostener una reunión entre los
líderes de China, Francia, Estados Unidos, Reino Unido y Rusia en 2020 para
discutir los desafíos globales. “Para otra oportunidad”, como la reunión con
Fernández.
EL "ACUERDO DEL SIGLO"
Antes de volver a Moscú, Putin visitó al Presidente Palestino, Mahmoud Abbas y a Putin le siguió Macron. No así Fernández. Es probable que ya entonces, Putin, Abbas y Macron se hayan puesto de acuerdo en rechazar el "Acuerdo del silglo" que, con bombos y platillos, iba a anunciar poco después Trump, en la Casa Blanca, en presencia de Netanyahu y de nadie más.
El "Acuerdo", consistía -así, en pasado- porque murió aislado desde que Palestina ni siquiera participó del mismo y toda comunidad internacional lo rechazó, aunque Netanyahy viajó a Moscú para intentar convencer a Putin de que Jerusalen debía permanecer como capital de Israel y que no había que volver a las fronteras anteriores a 1969 ni devolver a Siria los Altos del Golan, mientras Palestina renunciaría a la parte de Jerusalen que establecen para su capital las resoluciones de la ONU y se resignaría a no recuperar los territorios ocupados ilegalmente por Israel y a permanecer como islotes dentro de Israel, sin más fronteras con el mundo.
Putin rechazó todo acuerdo que no incluya a la parte palestina -a la que Trump ni siquiera le había avisado que habían acordado- y que vulnere las resoluciones de la ONU y del Consejo de Seguiridad.
A Trump le sirvió para su campaña electoral, más allá del fiasco largamente predecible, A pesar del entusiasmo del stablishment demócrata por recibir a Guaidó y amenazar a Venezuela con "aplastar al gobierno de Maduro". A Nancy Pelossi se la vio aplaudiendo enfervorizada su doctrina Monroe y de que a Bernie Sanders ya empezaron por Iowa a robarle las elecciones internas, asegurando una candidatura demócrata apoyada por las corporaciones mediáticas.
Putin llegó tarde a Jerusalen porque quiso -no llega tarde si no quiere- pero Netanyahu llegó tarde a Moscú por cumplir con Trump. Y Putin ya lo sabía antes de iniciar su gira por Oriente Medio.
EL "ACUERDO DEL SIGLO"
Antes de volver a Moscú, Putin visitó al Presidente Palestino, Mahmoud Abbas y a Putin le siguió Macron. No así Fernández. Es probable que ya entonces, Putin, Abbas y Macron se hayan puesto de acuerdo en rechazar el "Acuerdo del silglo" que, con bombos y platillos, iba a anunciar poco después Trump, en la Casa Blanca, en presencia de Netanyahu y de nadie más.
El "Acuerdo", consistía -así, en pasado- porque murió aislado desde que Palestina ni siquiera participó del mismo y toda comunidad internacional lo rechazó, aunque Netanyahy viajó a Moscú para intentar convencer a Putin de que Jerusalen debía permanecer como capital de Israel y que no había que volver a las fronteras anteriores a 1969 ni devolver a Siria los Altos del Golan, mientras Palestina renunciaría a la parte de Jerusalen que establecen para su capital las resoluciones de la ONU y se resignaría a no recuperar los territorios ocupados ilegalmente por Israel y a permanecer como islotes dentro de Israel, sin más fronteras con el mundo.
Putin rechazó todo acuerdo que no incluya a la parte palestina -a la que Trump ni siquiera le había avisado que habían acordado- y que vulnere las resoluciones de la ONU y del Consejo de Seguiridad.
A Trump le sirvió para su campaña electoral, más allá del fiasco largamente predecible, A pesar del entusiasmo del stablishment demócrata por recibir a Guaidó y amenazar a Venezuela con "aplastar al gobierno de Maduro". A Nancy Pelossi se la vio aplaudiendo enfervorizada su doctrina Monroe y de que a Bernie Sanders ya empezaron por Iowa a robarle las elecciones internas, asegurando una candidatura demócrata apoyada por las corporaciones mediáticas.
Putin llegó tarde a Jerusalen porque quiso -no llega tarde si no quiere- pero Netanyahu llegó tarde a Moscú por cumplir con Trump. Y Putin ya lo sabía antes de iniciar su gira por Oriente Medio.
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