viernes, 7 de octubre de 2022

Occidente colectivo, este pequeño lugar

 

John Gielgud y Ralph Richardson en Home

Todos los políticos y todos los periodistas del occidente colectivo, sin excepción, cada vez que dicen “todo el mundo”, se refieren únicamente al occidente colectivo. Ni siquiera a la mayor parte del mundo. Le llaman “todo el mundo” a 450 millones de Europeos, 330 millones de estadounidenses, 39 millones de canadienses y una mitad de los 650 millones del Caribe y América Latina. Total: 1144 millones, bastante menos de la sexta parte de los 8000 millones que poblamos La Tierra, tendiendo a ser, en pocos años, menos de la séptima parte y, en rigor, no somos más de los cinco personajes, tan a cuento de nosotros, de la obra Home del dramaturgo inglés David Storey, que en Uruguay se conoció con el título de Este pequeño lugar, dirigida por Héctor Manuel Vidal, con memorables actuaciones de Mecha Bustos, Rafael Salzano,Juver Salcedo, Lilián Olhagaray y Victor Newbery, que dicen la verdad mintiendo.


¿Por qué mienten? Los oficialistas del imperialismo y sus cipayos para justificar las crisis concretas de los países que destruyen desde sus gobiernos. ¿Hiperinflación (inducida)?. “como en todo el mundo”, dicen. ¿Aumento de la desigualdad y de la pobreza? “Como en todo el mundo”, afirman. Se cantan una canción de cuna.


Los opositores porque carecen de medios alternativamente competitivos y tienen la agenda marcada por el enemigo, entonces les está prohibido decir que China, por ejemplo, no es “como todo el mundo”, que allí sacaron en estos años a 800 millones de la pobreza, que allí la inflación sigue siendo de una sola cifra anual y baja (lo mismo Perú y Bolivia, también por ejemplo), porque no pueden parecer proorientales ni patriagranderos. Se autocensuran para que no los censuren. Si se salen del libreto de “como todo el mundo”, dejan de ser opositores en la “alternancia”.


De la “ultraderecha” dicen lo mismo: que “está creciendo en todo el mundo” y se refieren, en realidad, únicamente, al occidente colectivo, a Home.


Pero aún así, conviene estudiar un poco ese crecimiento. Hacerse algunas preguntas desde este pequeño lugar.


¿QUIÉN PERDIÓ EN BRASIL?


Lula ganó. Derrotó la cárcel, el escarnio, el lawfare y va a ser por tercera vez Presidente, pero también ganó Bolsonaro. Salió del gobierno con más poder del que entró. Ahora tiene la mayoría del Congreso, fuerte partido político propio, muchos gobernadores estaduales y nueve años menos que Lula.


Creció la ultraderecha. Igual que en todo el occidente colectivo y desde hace bastante tiempo. Perdió Biden, porque los dos, Lula más incondicional que Bolsonaro (porque éste podría llegar a condicionar su afinamiento si en 2024 gana Trump), son partidarios del BRICS. Los candidatos que podían asumir la posición antiBRICS, el “centrao” y la “socialdemocracia”, sacaron cuatro y tres por ciento respectivamente.


Si es verdad que la ultraderecha crece en todo el occidente colectivo, también lo es que desaparece el “centro” y la “socialdemocracia”. Pero no en todo el occidente crece la izquierda. En Brasil sí, en Brasil Lula le doblá el brazo a Fenando Henrique Cardoso y a Leonel Brizola a fines del siglo pasado y el partido de Brizola hoy, conducido por Ciro Gomes, apenas llega sin resto alguno al tres por ciento, mientras Lula obtiene el 48,4 %. Fue un proceso de treinta años de construcción de PT. Si observamos ese mismo período en el resto del occidente colectivo, vemos la misma caída de la “socialdemocracia” pero a manos mayormente de la derecha extrema.


En mayo de 2017 se producía la bancarrota del PSF en las elecciones francesas (hoy no alcanza al 3%) y la ingobernabilidad del PSOE y la caída del PASOK, en el Estado español y en Grecia respectivamente, junto a la crisis de todos los otros partidos "socialdemócratas" europeos, desde los escandinavos (donde el mes pasado cedieron el gobierno a la ultraderecha) hasta la más antigua sepultura del de Bettino Craxi en Italia, suplantado por el PDI, que cae ahora mismo también, ante el extremo derechista Fratelli d’Italia, de Giorgia Meloni.


Decía Eduardo Víctor Haedo que "los cadáveres políticos son odres de vino nuevo". Ya el Partido Socialista Francés había prácticamente desaparecido en 1969 y Francois Mitterrand lo refundó para ser Presidente en tres períodos. El Partido Socialista de Uruguay perdió hasta su más mínima representación parlamentaria en 1962 cuando Emilio Frugoni se oponía a la unidad de la izquierda sin exclusiones. Vivian Trías, Carlos Machado y José Pedro Cardozo lo llevaron al Frente y lo resucitaron hasta hacerlo gozar de buena salud.


El drama de la “socialdemocracia” de corte europeo tiene un aspecto referido al dominio de las palabras. La socialdemocracia como aspiración colectiva de multitudes sigue tan campante por el mundo (a diestra más que a siniestra; eso sí), de Este a Oeste (más de Oeste). En parte porque los partido comunistas no entregaron nunca el nombre original del partido de Lenin, el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. El propio Lenin defendió el término original, a mansalva, cuando llamaba "socialtraidores", "socialchovinistas", o "socialimperialistas", a los "socialdemócratas" que apoyaron las guerras imperialistas y permanecieron en la Segunda Internacional cuando Gramsci (que fue el Presidente de la Tercera), Rosa Luxemburgo y Lenin, entre otros, fundaron los actuales partidos comunistas. Hasta Stalin, que tenía el tic grotesco de querer imitar giros discursivos de Lenin (un poco a la manera de Rivera con Artigas), llegó a llamarla "socialfascismo".


E igual que Stalin se llevó a su deriva una parte del prestigio de la palabra "comunista", aunque al menos cuatro partidos comunistas siguen gobernando cuatro de las naciones políticamente más estables y económicamente potentes de La Tierra, casi un tercio del planeta, líderes no tan individualizados se llevaron a los "partidos socialdemócratas" fuera de todos los gobiernos influyentes de La Tierra (a excepción de Alemania como socio minoritario en decadencia de unos “verdes” que están a su derecha) pero la palabra "socialdemocracia" mantiene un prestigio importante, pese a las derrotas y al abandono que de la propia palabra hicieron los que llevaron a esos partidos a un inoperante "socialiberalismo" o "socialneoliberalismo" centroderechista –inoperante por ellos; porque la derecha autodefinida "liberal" y "neoliberal" de origen, lo operaron sin resabios gramaticales socialdemócratas.


La palabra no deja de ser asediada por las formaciones que suplantan a aquellos partidos "socialistas" o "socialdemócratas", desde la izquierda (Unidas Podemos, La Francia Insumisa, Sinn Fein, Syriza, Die Linke, entre otros que bogan en Europa).


¿QUIÉN PERDIÓ AL PERDER EL “CENTRO” Y LA “SOCIALDEMOCRACIA”?


En Brasil, por supuesto perdió Biden. Lula es categórico: “Esas decenas de miles de millones de dólares que le dio a Zelensky, Biden debió destinarla a paliar el hambre en África”. Bolsonaro es trumpista. Ambos siguen la agenda BRICS y se abstuvieron de sancionar a Rusia económicamente y de condenarla políticamente por los referéndum del dombass, Zaporiye y Jersón.


La derrota del centro y de la “socialdemocracia”, tiene otro aspecto, referido a la credibilidad de la izquierda en general. Cuando Jean Luc Mélenchon coincide con Marine Le Pen –y con los otros partidos de ultraderecha emergentes y en franco ascenso en Europa– en el cuestionamiento a la OTAN, el antisistemismo, la soberanía ante Estados Unidos, la Europa de Brest a Vladivostock (el imperativo gaullista que acaba de retomar Ángela Dorotea Merkel, tras los atentados a los Nord Stream), pese a la buena campaña del líder de La Francia Insumisa, existe una idea general de que "se lo van a comer en dos panes", incluso aunque llegue al gobierno, porque existe un relato disciplinador de la izquierda desde los medios hegemónicos (con más fuerza en Europa), que, quiera o no, haya estado o no en la misma bolsa donde la ponen los operadores de derecha, esa izquierda está cargada de atavismos transatlánticos norteños.


En cambio a Le Pen (e incluso a Meloni) se las ve más duras, un hueso más difícil de roer por el stablishment, se las ve más decididas a medidas antisistema. Porque no se mancharon en apoyo a gobiernos "socialistas" de esos que terminaron incumpliendo todo lo que prometieron (el de Hollande –y Macron, a cuya derecha no cabe nada; todo es izquierda comparado con él–, inclusive Le Pen; el de Draghi –Letta-Beppe–, en naciones que tantos cadáveres del colonialismo e imperialismo tienen en el ropero, y son cadáveres sin poítica, sin roble para vino).


Ahora Blinken, Macron y otros gobernantes de Estados Unidos, Francia, España e Inglaterra, están devolviendo a las “agencias de noticias” la palabra “imperialismo”, para referirse a Rusia, del modo en que devolvieron la palabra “oligarquía” en 2014. Macron lo hizo incluso en su reciente gira africana. En Mali, no paran de reírle el chiste y de firmar acuerdos militares con Rusia, para estar prevenidos.


El colonialismo está muy presente en el presente de los franceses; todavía no es un recuerdo borrado por los medios, aunque se hayan roto cinco décadas de unibipartidismo "socialista"-conservador, que apuntalaba esa cultura, porque Macron es el representate de los medios hegemónicos –la plutocracia; fue el Jefe de asociaciones y anexiones de Rochild and Company–, de Wall Street, del Pentágono y de esa Unión Europea que de Europea no tiene más que el legado colonialista.


Por lo tanto, Le Pen, Meloni, Orban, son, nos guste o no –a mí no me gustan–, alternativas, como lo es en Estados Unidos, Trump, quien afirma que el gobierno de Kiev no es su aliado, y lleva las de ganar el martes 8 de noviembre en las elecciones de medio término.


Y todos se levantan mientras Macron y Haveck pierden legitimidad en las urnas y en las calles, esos grandes lugares.

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