Sutileza, decoro
y hasta, si se quiere, frialdad politóloga –que casi nadie usa– es reconocer
que los cambios de época son también cambios de carácter.
Nicaragua
era violentamente dulce y tanto, cuando el mayor de los narradores me
garantizaba que no me equivoqué de aeropuerto al pasar la aduana en Managua,
pero Nicaragua fue perdiendo, alegre y tristemente, el oxímoron original, el
cortazariano, cuando el pueblo, cansado de tanta guerra, votó para que el FSLN
quedase en el poder pero entregase el gobierno, obligando a los yanquis a
dejarla en paz y aprendiendo el amargo “neoliberalismo” democrático (el
dictatorial lo había aprendido de Somoza), preparando un retorno del FSLN sin
violencia.
La derrota
electoral fue en 1989, cuando el Ejército Popular Sandinista no había podido
detener la guerra en la frontera con el Comando Sur de USA en ambos lados,
Honduras y Costa Rica –fundamentalmente la frontera con Honduras, pero Costa
Rica, sin ejército propio, está institucionalmente ligada al ejército de USA–. El
EPS seguía ganando esa guerra, pese al minado de los puertos nicos y a los
atentados de la contra interior, pese a que Reagan ordenó el Irán-contras, un
operativo encargado al coronel Oliver North, quien reconoció la participación
de la DEA con más de una tonelada de cocaína pura, para financiar el
derrocamiento de Ortega. La guerra se hacía interminable y el alto mando
sandinista decidió entregar el gobierno, conservando su poder.
Fue una
decisión política. Hubo opción de no entregarlo. Hubiese sido equivocadísima,
pero la hubo. Tomas Borge y Daniel Ortega Saavedra comprendieron (Fidel Castro también)
que el carácter de época para la emancipación continental no era el mismo del
23 de julio de 1961, cuando Carlos Fonseca Amador y Tomás Borge, entre otros,
fundaron el Frente Sandinista de Liberación Nacional, aún considerando que,
tras muchas derrotas de los focos guerrilleros, el sandinista había sido un
triunfo del foquismo.
LA
ACTUALIDAD DEL SANDINISMO
75,9 % de
los votos emitidos el domingo fueron al Frente Sandinista. La participación fue
del 65,2 %, 4 puntos menos que en la anterior convocatoria a elecciones que no
son obligatorias. El Partido liberal Constitucional fue, con 13,8% el más
votado de los otros cinco que disputaron al FSLN la Presidencia, las bancas en
el parlamento nacional y en el centroamericano. La madrugada del lunes todavía
la multitud festejaba en calles y plazas. También de noche, este lunes fue
veraniego para que la Juventud Sandinista llenara apacible la Plaza de la
Revolución, cantándose todo, y Daniel recordó la guerra, desde que Sandino vio
pasar el cortejo de Benjamín Zeledón comprometiéndose a liberar la patria o
morir.
En 1990,
perdidas las elecciones, en contexto internacional cambiante y confuso, el FSLN,
al igual que casi todos los partidos revolucionarios, sufrió escisiones, pero
no del tenor que le adjudicaron las corpos mediáticas.
El FSLN
obtuvo en las siguientes elecciones el 36% de los votos y los escindidos (Movimiento
Renovador Sandinista), apenas 1.5 %. En el FSLN permaneció, hasta su muerte en
2012, el único fundador que llegó vivo a la entrada en Managua, Tomás Borge, ex
ministro del Interior (quien formó, desde el gobierno, la nueva gendarmería
combatiente) y el ex ministro de Defensa (devenido Comandante en Jefe del
Ejército de Nicaragua) Humberto Ortega Saavedra, hermano de Daniel y el propio Daniel,
ex presidente y ex coordinador de la Junta de Gobierno de Reconstrucción
Nacional. Es decir, el núcleo duro en el poder del Estado, junto al jefe de la
Seguridad del Estado, Lenin Cerna, que pasó a ser asesor del Ejército. Y la
gran mayoría de los cuadros medios y de las bases que se incorporaron a la
guerra de diez años, que sucedió a la victoria del 79.
El FSLN
había ya alcanzado también parte del poder económico para el pueblo, con la
Reforma Agraria (aunque el encargado del reparto de tierras –acusado, con toda
la Dirección Nacional de aquel momento, de la llamada “piñata”–, Jaime Weelock,
no permaneció en el FSLN). Eso –en un marco estratégico de economía mixta–, más
la política social de los tres gobiernos recientes de Ortega, que repartió a
los agricultores granos de frijol y de maíz a modo socialista, explica la
actual autosuficiencia alimentaria de Nicaragua, que produce el 90 % de los
alimentos que consume y no es rehén de oligarcas, porque los campesinos que
garantizan el sustento son pequeños y medianos productores, y una empresa del
Estado, ya partícipe de la distribución, puede abarcar el mercado.
Agregále la
salud pública, la educación gratuita, todo lo rescatado de las privatizaciones
de Chamorro-Alemán-Bolaños, la drástica disminución de la violencia criminal, la
infraestructura vial, el incremento sostenido desde 2007 de viviendas y
alcantarillado y un servicio de comunicación del Frente, con empresas creadas
por el comandante Bayardo Arce, dirigidas por Carlos Fonseca Terán, con la
diaria participación radial de la compañera vicepresidenta Rosario Murillo, tal
cual lo hacía desde la montaña en la ofensiva final –es la Germán Araújo de los
nicos–.
Agregále
también que Ortega estableció comercio ganar-ganar con aliados clave de USA
(China-Taiwán, Surcorea, entre otros). Cuando Washington los apreta para que
pierdan la relación con Nicaragua, se suman a los reclamos de otros socios
comerciales del imperio: que deje de impedirles buenos negocios.
Aparte de
eso, “afuera, afuera, que digan lo que quieran”, canta la juventud en la plaza.
DANIEL, EL
DEMONIO
Por
supuesto, cuando Daniel Ortega Saavedra gobernó Nicaragua entre 1979 y 1990, los
medios imperialistas ya lo catalogaban de dictador, en el mismo casillero que a
Fidel, Brézhnev, Chernenko, Andrópov, Deng, Yan Zemin, Kim Il-sung y Ton Dúc
Táng. Cuando pasó a ser el candidato presidencial del FSLN en 1996, 2001 y 2006,
no hubo cargo del que no lo hayan acusado, robo, narcotráfico, estupro… también
compartidos con otros lideres que molestaban al Pentágono (les falta “influjo
psíquico”, que ahora imputaron a Correa). Daniel salió suficientemente manchado
para que cualquier fake news posterior le llueva sobre mojado. A partir de
2006, cuando gana las elecciones con el 38 % de los votos y vuelve a ser presidente
de la república en alianza con una fracción liberal, vuelve a ser, por supuesto,
“el dictador comunista”, pero además “el que tranzó con los grandes empresarios
y con la jerarquía católica”.
Los grandes
empresarios y la jerarquía católica local lo abandonaron al tiro, y ya se
sabía. El domingo el único obispo votante fue el de León, departamento donde el
Frente sacó su segunda mejor votación, 78%, después de Región Autónoma
Atlántico Norte, donde sacó el 88%.
La campaña
permanente de demonización, se crispó cuando Daniel Ortega Saavedra demostró
que se había preparado para volver más sabio. Cuando el Borbón mandoneó a
Chávez “¿Por qué no te callas?” y éste le contestó parafraseando a Artigas “con
la verdad no ofendo ni temo” (si hubiese dicho “libertad” hubiese sido cita,
pero no se aplicaba a la situación), fue Daniel quien dio el mejor discurso de
la cumbre iberoamericana, describiendo con exactitud los perjuicios que están
causando a América muchas empresas españolas y vascas.
El mismo
domingo de la victoria del FSLN, en Virginia, el trumpismo ganó la gobernación.
Es el costo de ochenta años de macartismo en Hollywood-Netflix (está faltando
la serie “Ortega” para completar la saga “Chávez”, “El mecanismo lavajato”…).
No entienden ni siquiera que financiar abiertamente desde instituciones
estatales yanquis con registros oficiales a Claudio X González, PAN, PRI, PRD
en México y a los Chamorro y sus partidos en Nicaragua, es propaganda electoral
para Obrador y para Ortega (cada cual a su modo y según sus posibilidades).
Creen que cuando un cuate les dice, “mande, gringuito”, es sin ironía o cuando
Sandino dijo a Sacasa, “para mí los yanquis son calabaza”, se refería a
Halloween.
Cuando los
yanquis invadieron Venezuela desembarcando en Chuao, la compañera Constanza
dijo que Venezuela “es la Cuba de nuestra generación”, la revolución que nos
toca defender. A mis hermanitos les toca Venezuela. A mis hijos Bolivia. Cuba a
todos siempre todavía, pero la revolución nuestramericana de mi generación es
Nicaragua.
De todos
colores la pintó en “La montaña es algo más que una inmensa estepa verde”, el
comandante Omar Cabezas, siempre al firme en el FSLN, pero rojinegra de miles y
miles de banderas que le ganaron la calle al golpe de 2018. La revista alemana
Nueva Sociedad, socialimperialista, publicó entonces, que el comandante Tomás
Borge, al marcharse en 2007 al Perú, que eligió Tomás destino diplomático con
igual acierto geopolítico al boliviano de su amigo Che Guevara, le ordenó a
Ortega, “el poder no se entrega”.
¡Mirá si
Tomás iba a pensar que Daniel necesitaba alguna orden por tres días de “guarimba”
con maras contratadas –algunas desde El Salvador–, para no entregar el poder
que no entregaron ni por diez años de guerra de frontera, con 50 mil milicianos
sandinistas muertos, perdiendo las elecciones en aquel chantaje y entregando el
gobierno –contó Daniel el lunes, que Fidel le dijo en aquellos años, “nosotros
tuvimos Bahía de Cochinos, pero ustedes tienen una cada dos días”– y que
alcanzar poder popular les costó cien años de guerra de guerrillas prolongada,
desde Zeledón hasta el Meme Altesor y Luis Alpuin, cayendo en la ofensiva final
y Marcos Conteris asesinado en una emboscada de la contra! Porque entregarlo
cuesta mucho más de 50 mil muertes. Yo me hice frenteamplista en septiembre de
1973, porque el Frente Amplio había apoyado a Chile y no le lloraba lágrimas de
cocodrilo.
Mucho relato
contra, vas a encontrar si googleás, mirás televisión, leés los diarios, las
diarias, comunicados políticos, de derecha, de centro, de centroderecha…
Si nostalgia
es cual dice González Tuñón, “la cita sutil que nos une al pasado con decoro”,
ese patetismo de los doctores Destouches, gargajeando de costado su
colaboración con Vichy o con Prisa o con la USAID, rumiando por las
revoluciones y por la juventud que los traicionan, no es nostalgia. Es
hegemonía corporativa mediática nomás. Con su blindaje político.
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