viernes, 4 de enero de 2019

Luganaro




Existe en el mundo gran cantidad de líderes complejos, contradictorios, difíciles de encasillar, pero Bolsonaro no es ninguno de ellos.

Bolsonaro es simple, es un fascista corriente, un tipo que te dice “prefiero un hijo muerto a un hijo homosexual”, que le dice al mundo entero desde su intervención en el golpe de Estado, “voto la destitución de Dilma en homenaje al capitán que la torturaba (cuando Dilma estaba en prisión siendo garota)”, lo dijo con nombre y apellido y título (en homenaje a a fulano detal, “El Terror de Dilma”, así dijo), un fulano militar rosquero imperialista de cuyo nombre no me acuerdo ni quiero acordarme ni lo va a recordar la historia, aunque la historia nunca va a olvidar la frase del capitán Bolsonaro del 31 de agosto de 2016, un tipo que le dice a una colega suya parlamentaria, “no te violo porque no te lo merecés”, un simple fascista común que culpa de los males de Brasil a “los negros y los indios” y por si te quedaba alguna posibilidad de confundirte o de errarle a la percepción, hace apología del golpe fascista de 1964.

DE “EL TERROR DE DILMA” AL ILUSO OPTIMISMO FASCISTA

Precisamente el fascismo es eso, “la expresión más terrorista del capital financiero imperialista”. El ex capitán de la dictadura brasileña, gestor del golpe de Estado de 2016 se ilusiona con “el optimismo del pueblo brasileño para Bolsonaro” (Lugano) y con “la influencia de Bolsonaro en Uruguay y en toda la región” (Idem), pero las correlaciones de fuerzas actuales son bien distintas a las de los golpes fascistas de Mourau en Brasil (1964) y de Bordaberry en Uruguay (1973) aunque Bolsonaro sueña en voz alta con repetir la fórmula: “que los rojos se vayan del país o van a terminar todos presos como Lula”. 

Que Dios nos proteja pero no nos descuidemos. Es falsimedia la encuesta amenazante que propagó el ex capitán uruguayo sobre “las expectativas del pueblo”. No hay un 75 % de brasileños optimistas con Bolsonaro.

Primero, para impedirle al pueblo de Brasil volver a votar a Lula (favorito en todas las encuestas serias), los jueces instruidos por el Pentágono pisotearon los dos mil años que le costó a la humanidad el Estado de Derecho e invirtieron la carga de la prueba, sobornaron empresarios con “delaciones premiadas” que no son otra cosa que falsos testimonios sustituyendo pruebas a cambio de prisión domiciliaria, instalaron el Estado de Excepción con asesinatos políticos, el Comandante en Jefe del Ejército pronunciándose contra medidas de Habeas Corpus y cautelares para Lula, pero aun así, reconociendo el Comandante que, Lula libre revierte de por sí la situación.

En sus declaraciones a Subrayado, el ex capitán uruguayo no mencionó, quizás ignoraba, la otra encuesta que se había dado a conocer en esos días en Brasil y que sí reflejaba las verdaderas expectativas del pueblo brasileño acerca de Bolsonaro. Porque las encuestas suelen ser operaciones propagandista o insumos para operaciones políticas, según cómo se pregunte lo que luego se dice haber preguntado, además en el primero y más frecuente de los casos –el de la encuesta mencionada en la entrevista- , se adultera, precisamente para cumplir la función de propaganda, pero cuando se averigua, como insumo para operar, qué porcentaje está a favor del programa de Bolsonaro respecto a USA, se va al quid de la cuestión, ésa es la libra de Shylock. Se filtró a un medio alternativo que sólo estaba a favor un 25 % de los encuestados y un 75 % estaba en contra.

Todos los candidatos a integrantes del bloque de poder que hoy quiere inaugurar Bolsonaro con su asunción presidencial, están al tanto de esa encuesta, que es la que les interesa, desde la agroindustria hasta los militares en actividad, pasando por Itamaraty y las agencias de inteligencia de todas las potencias, incluida la con Lula potencia emergente Brasil.

LOS TRES PROBLEMAS INSOLUBLES PARA BOLSONARO

De menor a mayor: Saltearse Itamaraty, como decidió hacer Bolsonaro en su relación con Trump y en la designación del canciller Ernesto Araujo, ajeno a la doctrina soberanista que rigió la política exterior brasileña desde 1974, es perder el saber hacer del que el propio Lula no prescindió jamás, al punto que diplomáticos uruguayos en Brasilia me decían que no había decisión del gobierno de Lula sobre política internacional que no proviniera de Itamaraty. El unilateralismo de Bolsonaro y el bloque histórico actuante desde tiempos de Geisel (retomando los de Getulio y Goulart) son una contradicción insuperable.

Esa contradicción se expresó por ejemplo cuando Bolsonaro anunció que sus tres primeros viajes serían a Washington, a Taiwan y a Tel Avid

A la molestia de Itamaraty se sumó de inmediato la de la agroindustria, uno de los bastiones financieros electorales de Bolsonaro junto al Pentágono y la banca especulativa. La agroindustria brasileña depende vitalmente de sus exportaciones a China. Eso es así desde hace muchas décadas y cada vez más, pero China nunca había condicionado su comercio a cuestiones políticas desde que en 1978 Deng Xiao Ping logró que la Asamblea Popular Nacional aprobara la consigna “No mostrar el brillo, desarrollar las capacidades y jamás aspirar al liderazgo”. Ahora la consigna es otra, cambió a poco de asumir Trump y amenazar al Mundo y muy especialmente a China con la desglobalización que apoyan Araujo y Bolsonaro.

Las consignas principales de Deng fueron reelectas congreso tras congreso del Partido Comunista Chino y de la Asamblea Popular, entre cientos de nuevas consignas adoptadas durante los gobiernos de Yan Zeming, Hu Hintao, Wen Jiabao, desde la política compleja transitoria del hijo único y sus excepciones, hasta el aumento de las hipotecas estatales del usufructo de la tierra que le corresponde a cada chino, propiedad enteramente de la República Popular y la construcción de la “sociedad armónica”, pero cuando Trump colmó de amenazas sus tuits contra China, la institucionalidad popular china exigió un plenario de mil quinientos delegados de todo el país para decidir qué postura llevarían Xi Jimping y Li Quequian a la cumbre de la Florida con Trump y al G-20  de Hamburgo (abril y julio de 2017, respectivamente), porque se trataba de una modificación de la línea trazada por Deng. Ahora China tenía que variar, estaba obligada a ejercer un cierto liderazgo político mundial, ante el retiro de USA del carácter globalista de su política económica y así lo expresó Xi al afirmar que China sería firme custodia del libre comercio.

No habían pasado 24 horas de la designación de la Ministra de Agricultura de Bolsonaro, Tereza Cristina, de la bancada ruralista, cuando ella aseguró que China seguiría siendo el principal socio comercial de Brasil, pero eso no alcanzó para que el lobby agroindustrial ganara la partida. En su asunción, el canciller afirmó textualmente: "La globalización es marxista, el cambio climático es un invento de la izquierda y el aborto y el matrimonio gay forman parte de un plan izquierdista para impedir el nacimiento del niño Jesús". Y, para enfrentar todo eso, propuso un alineamiento con Trump y sugirió inclusive un “pacto cristiano” entre Brasil, Rusia y Estados Unidos para enfrentar el “globalismo marxista" (TN Noticias).  A veces China simplemente anota, pero puede tomar medidas enérgicas.

Puede sustituir compras a Brasil con apertura hacia el México de AMLO, que sí tiene estabilidad institucional y legitimidad electoral avasallante y sin fraude, e incluso, con agroindustria yanqui, ahora que en Buenos Aires Trump transformó el G20 en un G2, en una cumbre con Xi, de la que salió anunciando grandes conquistas para los productores rurales de USA en exportaciones a China, a costa ¡del presupuesto de Defensa! Trump celebró el acuerdo alcanzada en reducción de gastos militares, en un tuit que lo convierte en el primer mandatario de la historia de USA que reniega de su propio presupuesto belicista, “este año gastamos 700.000 millones de dólares en armas… ¡es una locura!”.

EL PROBLEMA DEFINITIVO

A Itamaraty y a la agroindustria se suma precisamente la cuestión militar.

Lo nuevo más relevante de lo que va de este siglo y milenio ha sido la unión sinorrusa. Vertiginosa a partir de las sanciones de Obama  por la decisión soberana de Crimea, la cooperación entre las dos potencias centrales asimétricas creció a niveles que hacen irrisoria la sugerencia de Araujo de “pacto Brasil, USA, Rusia”, especialmente porque en el desglose de la cooperación asimétrica en América Latina, por ejemplo, Rusia tiene la más alta categoría de sociedad militar con Venezuela a la vez que China, de sociedad comercial y los militares en actividad brasileños tampoco proclamaron lealtad a Trump sino a Vilas Boas. No es exactamente lo mismo.

Nunca en los milenios de historia de las dos civilizaciones que hoy se unen en el centro territorial de la isla global (Mackinder) había habido ni siquiera una tregua a un estado de beligerancia del que en cinco años no ha quedado ni rastro. China, la más antigua, provee a Rusia de manufacturas, robótica, innovación tecnológica de punta a cambio de escudo militar y energía básicamente. Políticamente son países soberanos, que no dependen de USA, salvo para evitar el holocausto nuclear y medioambiental como todos dependemos de todos.

Los militares en actividad brasileños (no confundir con los clubes de retiro de nostálgicos del 64) son los mismos que dieron escolta a los buques de Petrobrás que sostuvieron la resistencia de Chávez contra el sabotaje en PDVSA, los mismos que cuando el secuestro del Comandante amenazaron subir si no era liberado, los que en 2016 ante los llamados de parlamentarios golpistas de derecha (entre ellos Bolsonaro) para que sumaran armas y bagajes, rehusaron mencionando la Constitución.

Una vez que los medios (lavándole la cara a la vez que generando con décadas de trabajo muerto, las circunstancias subjetivas para el ascenso del fascismo) instalaron a Bolsonaro de un día para otro, desde la nada al favoritismo electoral -preso y proscrito Lula-, Vilas Boas levantó bandera de contrainsurgencia popular en caso de Lula libre. No hay falsa bandera sin mimetismo, pero también el mimetismo depende de correlaciones de fuerza, es un compromiso más y todos saben que con la misma velocidad con que ascendió puede volver Bolsonaro a la nada, es simple cuestión de que insiste en mantener la línea económica de su discreto impulsor, Temer. 

Tengo para mí (lo escribí en este medio cuando nadie suponía que Bolsonaro lo haría Ministro de Justicia y él aceptaría,) que Moro es el hombre del Pentágono en el gabinete psicópata y neófito del capitán retirado. La medida cautelar que liberaba a Lula ahora, cuando el gobierno Bolsonaro todavía no colapsó porque no ha empezado, surgió del sistema plutocrático judicial que Moro controla, pero un día antes de que la Suprema Corte la tratara, Vilas Boas reunió a todos generales en activo y volvieron a presionar y a marcarle la cancha a la Corte con el argumento de que Lula libre es insurgencia popular.

Los militares han decidido que la fecha de liberación de Lula no sea anterior a que Bolsonaro muestre el polvo de sus uñas y éste, en su asunción, se limitó a amenazar a “la ideología de género” y a “la ideología marxista”, anunciar la baja del salario mínimo, la expulsión de funcionarios simpatizantes del Partido de los Trabajadores y el retiro de toda conquista al movimiento LGBT, mientras entrega territorio brasileño para bases yanquis.

Ideología de género es el machismo en el patriarcado, pero Bolsonaro se refiere al feminismo y el marxismo es una ciencia revolucionaria, con sus pruebas y sus errores, de los trabajadores para destrabar el desarrollo de las fuerzas productivas de la fase imperialista del capitalismo. Ideológico es pretenderlos ideología. Mientras haya opresión de género va a haber feminismo y mientras haya trabajadores va a haber marxismo.

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