No es muy difícil para un político mercancía electoral de
izquierda hacer autocrítica de verdad sin morir en el intento. Es imposible.
Si partimos de la base de que tenemos que ganar las
elecciones éstas, las próximas, las siempre inminentes y cada vez más
inminentes siempre, dentro de la correlación de medios que ya existe y no tenemos
tiempo ni fuerza para cambiar ya, con el sentido común construido por el
enemigo con todos sus medios, masivos y sociales, con su inagotable
financiamiento propio, de clase, entonces nuestros principales productos en el mercado
electoral, sólo pueden hablar para la tribuna, haciendo la “autocrítica” que
los medios y el sentido común mediáticamente creado les exigen.
No sólo es lo único que pueden decir, sino que es lo que
deben hacer, porque las elecciones es imprescindible ganarlas en la cancha que
se jueguen.
Sin embargo, por debajo de la plutocracia mediática, de
su poder de compra en el mercado judicial y hasta legislativo, avanza o debería
avanzar si es que el tiempo está a favor de los pobres, una democracia menos
incierta, donde la izquierda tenga su voz propia, su propio centro y no el
“centro” que la derecha le pone en la agenda cada vez más a la derecha.
Para avanzar esa democracia es necesario desmonetizar los
eufemismos y usar categorías científicas revolucionarias. Cuando la izquierda
era oposición, usó con necesaria demagogia la expresión “clientelismo” para
atacar un aspecto del antiguo cambio estructural que produjo el modelo
batllista desde principios del siglo pasado –con parte del Partido Nacional en
su bloque de poder, e incluso militares y hasta a veces la policía-, pero no
debió la izquierda atarse las manos a esa crítica-crítica, por mucho que la
hizo y tuvo que hacerla. Era una acusación de coyuntura.
El antiguo mecanismo del Pepe Batlle y luego de Luis para
que la categoría política pueblo
identificase sus conquistas con “el poncho de los pobres” (como definió
el Pepe Batlle al batllismo), había devenido corruptela barata, pero eso no
significa que no haya que identificar las conquistas con quienes las lograron.
Por el contrario. Y mucho más cuando se trata de una izquierda en el gobierno,
porque el sentido creado por el enemigo juega para naturalizar las conquistas
en “derechos” y hacerlas pasar por la “neutralidad” del Estado, que es,
siempre, un instrumento de opresión de clases.
Hoy muchos de nuestros dirigentes muestran asombro de que
mayorías –sobre todo de capas medias- favorecidas por gobiernos progresistas en
nuestro continente, terminen votando por los enemigos más acérrimos de esas
capas y sectores de clase, pero ¿dónde estaba la tarjeta del dirigente medio
que le aclarara al votante bombardeado por la ideología televisiva que su
prosperidad no era fruto exclusivo de su “mérito” personal ni de un dios
pentecostal u otro cualquiera –el de los católicos derechureros de la época del
Pepe, por ejemplo, que fue anticlerical, pero selectivo, como Artigas, porque
Artigas rechazó a los curas porteñistas y los echó rompiendo airadamente
relaciones con las autoridades del clero secular porteño y Batlle (cuyo
gabinete era preponderantemente masón), trajo de vuelta a los jesuitas, pero
sin concesiones en la separación entre Estado e Iglesia)?
¿Dónde estaba el cartel del club político –que Batlle
quiso que fuese soviet- o del comité de base del FA, para hacer pasar debajo de
la consigna de la fuerza política del pueblo que las conquistó, las conquistas
de esa categoría política, sin que la oligarquía las naturalizase como una
casual deriva del Estado?
Y lo más determinante: ¿Dónde estaba el diario “El Día”
que durante medio siglo hizo contrapeso, el símil de nuestra época al poder de
aquel diario –es decir un canal de televisión que hiciera auténtica
contrahegemonía como opción de gobierno con cierta cuota de poder?
Y para peor, muchos de nuestros dirigentes se pasaron
dirimiendo por los medios masivos del enemigo, las disputas internas del FA que
debieron haber fortalecido la estructura de bases de nuestra organización,
tramitándolas en exclusiva.
Después resulta que lo único que nos queda para
confrontar con el relato y la construcción de sentido de los misiles mediáticos
que posee en propiedad el imperialismo y la oligarquía monopolizando la
censura, es precisamente esa estructura de bases frentistas que, por intereses
o apretes personales a que fueron sometidos por los medios hegemónicos, muchos
de nuestros dirigentes, dejaron hecha un escarbadientes.
Deberían aprovechar estos días de asambleas y congreso
del FA (“la historia de la libertad es la historia de las asambleas”) para
hacer al menos en nuestro ámbito, prácticamente ya furtivo, una autocrítica
sincera, sin la moralina burguesa parcializada que les inyectó la agenda de los
dueños de los canales abiertos, la misma que hoy siguen los canales públicos.
Hicimos una gestión para ganar con el 90 % de los votos,
pero no avanzamos la democracia en término de poder popular y nos puede costar
el propio gobierno.
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