“En La Teja,
Maroñas y el Cerro…” dijo el Chumbo.
El que el
Chumbo gastaba discando era un teléfono fijo sobre la mesa de la casilla del
Frente de Organización del que era Secretario. Esa noche de último domingo de
noviembre de 1989 en que, ya cerradas las urnas, comenzaba el escrutinio por la
televisión, había un grupo de militantes dispuestos a tramitar la información
que iban recibiendo, mientras por los canales que monitoreaban, intercalaban
datos de circuitos que adelantaba oficialmente La Corte Electoral con otros que
surgían directamente del conteo que registraban los periodistas en los
circuitos que estaban cubriendo para la tele, pero eran todos, tanto los de La
Corte como los de los canales, circuitos del centro o de la costa este
montevideana, en general de gente mayor por los números bajos de credenciales.
El Frente iba perdiendo sin levante en esos circuitos.
Esos
militantes estaban ansiosos y atareados, ocultando en el ajetreo el temor a la
decepción, cuando el Chumbo salió de su casilla agachando un poco la cabeza
para mirarlos en paneo por encima de los lentes. Les dijo sin mucho énfasis,
como si dijese una banalidad: “en Maroñas, La Teja y el Cerro no bajamos del
sesenta; estamos ganando Montevideo”. Y sí… con los números que se estaban
dando la única forma que tenían de ganar era ésa. En esos barrios el Frente ya
había ganado en el 84 pero no por cifras abrumadoras. El Chumbo dio media
vuelta y volvió a su casilla pero dejó quieto el teléfono. Hacía números en una
planilla.
Cuando
llegaron los delegados de mesa de los barrios más alejados del centro,
empezaron a cotejar las planillas, que empezaban a coincidir con las actas de
escrutinio.
El Chumbo
tenía razón. El Frente Amplio había ganado Montevideo por primera vez.
El 27 de
septiembre de 2020 la ganó por séptima vez consecutiva. En común, ambas
victorias tienen que el FA venía de duros golpes. En el 89 de la mayor escisión
de su historia; en 2020 de perder el gobierno nacional.
CUANDO LOS DE AFUERA NO SON DE PALO
La
revolución tiene que ganar la crítica, incluyendo la crítica de la revolución,
o autocrítica, para practicar y para no regalarle a la contrarrevolución la
crítica de la revolución. Si nuestra práctica se basa en la crítica de los
canales al aire, nos destruye. Así de simple. Necesitamos nuestra propia
crítica, con todas nuestras subjetividades autocríticas, para metabolizar
nuestros disensos.
En ambas
ocasiones mencionadas, mi autocrítica no coincidió en todo con ningún
compañero, porque no en todo todos pensamos lo mismo, pero cuando tomamos
decisiones colectivas, consensuadas o por mayoría, las cumplimos todos en
consenso de praxis, más acá de nuestra crítica. Al menos así se supone que
debería funcionar la metabolización disensual.
Cuando nos
dividieron en el 89, yo pensé que el principal error que nos hizo vulnerables
por ese golpe, provenía de siete años atrás. Hoy pienso que el golpe del 19, la
pérdida del gobierno, vino de un error fundamental 25 años anterior y
sostenido. Me refiero sólo a los errores determinantes, porque la resolución de
éstos abre el principio de resolución de los subalternos y porque la suma de
errores que concurren a una derrota es tan diversa como caudalosa. El único error
que nunca cometimos fue no luchar.
Para las
elecciones del 89 no teníamos tamaño de opción de gobierno nacional. En mi
opinión por haber marcado tamaño electoral menor prematuramente, en 1982, sin
necesidad, pero el General decidió desde la cárcel y correspondía que decidiera
él. Acaté y me jugué por su decisión que, en aquellas condiciones de
clandestinidad, era la nuestra sin más.
En los siete
años siguientes la presión de afuera fue decisiva. La DC internacional
(especialmente desde Chile) y la IS, lograron desgajar del FA a su sector más
votado en el 84, el PGP, y al PDC (su más votado en el 71). Procuraban
relegarnos a partido testimonial, pero la firme conducción del General, la
lealtad comunista, socialista, vertientista, tupamara (aún desde su solicitud
de ingreso pleno todavía no aceptada), entre los sectores mayoritarios, y sobre
todo las bases y la identidad frenteamplista que ya empezaba a predominar sobre
los sectores y la emergencia de nuevos líderes comunes, Tabaré Vázquez, Danilo
Astori, y el resumen del plebiscito contra la impunidad, nos permitió resistir,
ganar la intendencia capitalina con los barrios más populosos y constituirnos
desde entonces en opción de gobierno nacional.
Esta séptima
victoria montevideana, ahora también metropolitana, con mayoría absoluta
también en Canelones, es tal vez más importante que aquella primera, porque el
golpe de la pérdida del gobierno nacional fue más duro y difícil de revertir.
VOLVEMOS A TENER VOZ PROPIA
El mayor
error estratégico de la historia de la izquierda uruguaya fue el compromiso de
hecho con ANDEBU y las regalías al diario El País, porque nos ató a su agenda,
a sus objetivos y a su crítica. Error que empezó al permitir el cableado de una
sola empresa del oligopolio, en 1994 y culminó con la no utilización del canal
del PIT-CNT que autorizó Mujica desde 2015.
Botinelli
dice bien que la elección de 2019 la fuimos perdiendo desde que alcanzamos el
gobierno nacional. No mienten los números ni miente él cuando los hace, pero
tuvimos que caer a menos del 40 % en octubre para entender que, aunque sea por
streaming, tenemos que tener voz propia con vocación de marcar la agenda. Así
nació en mayo de este año Legítima
Defensa, cuya insólita masividad inmediata demuestra por sí sola lo
necesaria que era.
Nos tocó
repuntar en la más difícil, las departamentales y municipales, las menos
programáticas y más clientelísticas, pero aparecieron Cosse y Villar para
acompañar a Orsi en el aguante y emergió una generación de líderes aún más
valiosos que los tres más notorios en los quince años de gobierno, Oscar
Andrade, Mario Bergara, verbigracia Cosse y Orsi.
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