martes, 29 de septiembre de 2020

Los subjetivismos autocríticos en el Frente

 


 

“En La Teja, Maroñas y el Cerro…” dijo el Chumbo.

 

El que el Chumbo gastaba discando era un teléfono fijo sobre la mesa de la casilla del Frente de Organización del que era Secretario. Esa noche de último domingo de noviembre de 1989 en que, ya cerradas las urnas, comenzaba el escrutinio por la televisión, había un grupo de militantes dispuestos a tramitar la información que iban recibiendo, mientras por los canales que monitoreaban, intercalaban datos de circuitos que adelantaba oficialmente La Corte Electoral con otros que surgían directamente del conteo que registraban los periodistas en los circuitos que estaban cubriendo para la tele, pero eran todos, tanto los de La Corte como los de los canales, circuitos del centro o de la costa este montevideana, en general de gente mayor por los números bajos de credenciales. El Frente iba perdiendo sin levante en esos circuitos.

 

Esos militantes estaban ansiosos y atareados, ocultando en el ajetreo el temor a la decepción, cuando el Chumbo salió de su casilla agachando un poco la cabeza para mirarlos en paneo por encima de los lentes. Les dijo sin mucho énfasis, como si dijese una banalidad: “en Maroñas, La Teja y el Cerro no bajamos del sesenta; estamos ganando Montevideo”. Y sí… con los números que se estaban dando la única forma que tenían de ganar era ésa. En esos barrios el Frente ya había ganado en el 84 pero no por cifras abrumadoras. El Chumbo dio media vuelta y volvió a su casilla pero dejó quieto el teléfono. Hacía números en una planilla.

 

Cuando llegaron los delegados de mesa de los barrios más alejados del centro, empezaron a cotejar las planillas, que empezaban a coincidir con las actas de escrutinio.

 

El Chumbo tenía razón. El Frente Amplio había ganado Montevideo por primera vez.

 

El 27 de septiembre de 2020 la ganó por séptima vez consecutiva. En común, ambas victorias tienen que el FA venía de duros golpes. En el 89 de la mayor escisión de su historia; en 2020 de perder el gobierno nacional.

 

CUANDO LOS DE AFUERA NO SON DE PALO

 

La revolución tiene que ganar la crítica, incluyendo la crítica de la revolución, o autocrítica, para practicar y para no regalarle a la contrarrevolución la crítica de la revolución. Si nuestra práctica se basa en la crítica de los canales al aire, nos destruye. Así de simple. Necesitamos nuestra propia crítica, con todas nuestras subjetividades autocríticas, para metabolizar nuestros disensos.

 

En ambas ocasiones mencionadas, mi autocrítica no coincidió en todo con ningún compañero, porque no en todo todos pensamos lo mismo, pero cuando tomamos decisiones colectivas, consensuadas o por mayoría, las cumplimos todos en consenso de praxis, más acá de nuestra crítica. Al menos así se supone que debería funcionar la metabolización disensual.

 

Cuando nos dividieron en el 89, yo pensé que el principal error que nos hizo vulnerables por ese golpe, provenía de siete años atrás. Hoy pienso que el golpe del 19, la pérdida del gobierno, vino de un error fundamental 25 años anterior y sostenido. Me refiero sólo a los errores determinantes, porque la resolución de éstos abre el principio de resolución de los subalternos y porque la suma de errores que concurren a una derrota es tan diversa como caudalosa. El único error que nunca cometimos fue no luchar.

 

Para las elecciones del 89 no teníamos tamaño de opción de gobierno nacional. En mi opinión por haber marcado tamaño electoral menor prematuramente, en 1982, sin necesidad, pero el General decidió desde la cárcel y correspondía que decidiera él. Acaté y me jugué por su decisión que, en aquellas condiciones de clandestinidad, era la nuestra sin más.   

 

En los siete años siguientes la presión de afuera fue decisiva. La DC internacional (especialmente desde Chile) y la IS, lograron desgajar del FA a su sector más votado en el 84, el PGP, y al PDC (su más votado en el 71). Procuraban relegarnos a partido testimonial, pero la firme conducción del General, la lealtad comunista, socialista, vertientista, tupamara (aún desde su solicitud de ingreso pleno todavía no aceptada), entre los sectores mayoritarios, y sobre todo las bases y la identidad frenteamplista que ya empezaba a predominar sobre los sectores y la emergencia de nuevos líderes comunes, Tabaré Vázquez, Danilo Astori, y el resumen del plebiscito contra la impunidad, nos permitió resistir, ganar la intendencia capitalina con los barrios más populosos y constituirnos desde entonces en opción de gobierno nacional.

 

Esta séptima victoria montevideana, ahora también metropolitana, con mayoría absoluta también en Canelones, es tal vez más importante que aquella primera, porque el golpe de la pérdida del gobierno nacional fue más duro y difícil de revertir.

 

VOLVEMOS A TENER VOZ PROPIA

 

El mayor error estratégico de la historia de la izquierda uruguaya fue el compromiso de hecho con ANDEBU y las regalías al diario El País, porque nos ató a su agenda, a sus objetivos y a su crítica. Error que empezó al permitir el cableado de una sola empresa del oligopolio, en 1994 y culminó con la no utilización del canal del PIT-CNT que autorizó Mujica desde 2015.

 

Botinelli dice bien que la elección de 2019 la fuimos perdiendo desde que alcanzamos el gobierno nacional. No mienten los números ni miente él cuando los hace, pero tuvimos que caer a menos del 40 % en octubre para entender que, aunque sea por streaming, tenemos que tener voz propia con vocación de marcar la agenda. Así nació en mayo de este año Legítima Defensa, cuya insólita masividad inmediata demuestra por sí sola lo necesaria que era.

 

Nos tocó repuntar en la más difícil, las departamentales y municipales, las menos programáticas y más clientelísticas, pero aparecieron Cosse y Villar para acompañar a Orsi en el aguante y emergió una generación de líderes aún más valiosos que los tres más notorios en los quince años de gobierno, Oscar Andrade, Mario Bergara, verbigracia Cosse y Orsi.

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