El otro dice que escucha primero a los que no votan al FA. Lo dice... pero dudo mucho que lo haga, porque cuando criticó en televisión, en la recta final de la campaña electoral noviembre 2019, el programa de Lacalle (que era un librilllo, muy poco más que un volante, no se necesitaba ni tres minutos para leerlo), le preguntaron qué no le gustaba de ese programa, cuáles eran en concreto sus críticas para calificarlo de desastre, e, increíblemente, contestó que no lo había leído. ¡¿Entonces qué criticás, Intendente?! Ahora dice que los va a escuchar primero que a los votantes del FA. Ha de ser para sustentar sus descalificaciones. ¿O acaso para que lo convenzan? Porque si lo convenció Felipe González, mejor pueden convencerlo la ARU, el City... y ni qué decir la gente de ANDEBU.
En cambio Carolina escucha primero a los de abajo. Escucha a mi barrio y, con criterio artiguista, primero a los barrios más necesitados, al Oeste, al Norte y al Noreste, aunque hayan votado al FA en promedio superior al 60%, porque lo necesitábamos. No podían, ni pueden, permitir que gobierne quien le entrega el oído primero al imperialismo y a la oligarquía, que son muy gente y, por ahora, no son los que votan al FA.
Bien Carolina Cosse en mi barrio. Cambió Río Negro, Minas, Magallanes y Gaboto, todas de 18 al sur, por Rosa Luna, Martha Gularte, Carlos “Pirulo” Albín” y Lagrima Ríos. ¡Bien! Gracias, Carolina. Las calles que atravesaba a diario de niño hoy me enorgullecen más. Y el orgullo de lo mejor de lo nuestro es tan importante para la justicia cual la vergüenza de lo peor.
“Nombrar es reconocer”, dijo Carolina. Reconoció la lucha afro y LGTBQ en los nombres de Rosa, Martha, Pirulo y Lágrima. Yo agrego: desnombrar parte de Magallanes y Gaboto también es reconocer. Porque Minas y Río Negro son accidentales (geográfico, cromático), de proyecto extractivista (Villa de la Concepción de las Minas) y trascienden las palabras en historias departamentales, pero Gaboto y Magallanes es vindicar colonialistas en historias que terminaron con exterminios de pueblos aborígenes.
No pienso que las mujeres estén de moda. Las modas son pasajeras y de mi vida cada mujer es eterna. Mujica se equivoca al creer, aunque bien se haya disculpado de haberlo dicho que Carolina porque es mujer está de moda, pero tiene razón el Pepe al contraponer que el otro no está de moda. ¡Seguro que no están de moda los políticos medio pelo! De las más recientes treinta elecciones en el mundo (y muy particularmente en Nuestra América) ninguna la ganó, en ninguna creció, un medio pelo. Y cuando la ganó por izquierda alguno que después en el gobierno se volvió medio pelo (Boric, Fernández), se le cayó la aprobación popular al piso en poco tiempo. Por eso todavía te pido más, Carolina. En la gestión sos intachable y es el motivo de que el enemigo te persigue a vos y no al otro y de que el compañero no encuentra más reparo hacia vos que suponerte pasajera. Te trampean las inversiones e igual concretás a lo grande, a lo Antel Arena, pero en lo simbólico (que en política no es menor) tenemos que redoblar esta iniciativa reconocedora, extendiéndola a más calles, a los parques y a las avenidas.
Angela Dorotea Merkel, mi ídolo mayor entre todos los políticos actuales, en marzo de 2008, visitó el parlamento israelí y allí dijo que el pueblo alemán siente vergüenza por la persecución hitleriana de los hebreos. Bien por el pueblo alemán.
LAS CONSECUENCIAS SON TAMBIÉN COLECTIVAS
La culpa no es colectiva, pero sus consecuencias sí que en gran parte lo son. De ahí el acierto de Merkel.
Nuestros ancestros uruguayos participaron junto a los brasileños y a los argentinos de un genocidio contra el Paraguay. El holocausto guaraní fue tan terrible o más que el judío. Desde entonces los paraguayos son más pobres que los uruguayos. Yo no tengo la culpa. Pero les digo a los paraguayos que me repugna eso que hicieron mis ancestros y siento que el sentimiento que les cabe a quienes lo hicieron es la vergüenza y que de la ignominia y el saqueo de entonces surgen en enorme medida las desigualdades que hoy sufrimos. Y no de inferioridades de sus ancestros que ellos hayan heredado. Lo que les cabe a sus ancestros es el orgullo de no haber conformado un pueblo invasor. Y tiene sentido. Porque el orgullo sólo tiene sentido cuando es defensivo.
Cuando seguimos nombrando Venancio Flores y Fructuoso Rivera a nuestras más extensas avenidas, seguimos reproduciendo la ignominia de la que deberíamos, por nuestro propio bien además, avergonzarnos. Cuando seguimos llamándole Rivera al parque donde está el estadio Charrúa, encima le agregamos una burla histórica a las víctimas de un genocidio.
Otro discurso es el de Vargas Llosa que quiere convencernos a los indoamericanos de que somos más pobres que los sajones por culpa de nuestras supuestas herencias vergonzosas y no porque nos hayan puesto las cañoneras en los puertos para imponernos el comercio desigual. Lo hace porque el orgullo y la vergüenza alientan o pesan en el ánimo de los combatientes, y éste es un mundo conflictuado por intereses principalmente económicos de los que él toma parte.
Con tanto nombre de cipayo a las calles de Pocitos, los opresores nos siguen ganando parte de la batalla cultural.
Yo tengo ancestros godos, gallegos, vascos, judíos, gitanos y charrúas y cuando hablo del orgullo hablo de mi abuela la charrúa más que de los otros. Necesitan menos vergüenza mis hermanos indígenas que, por ejemplo, mis hermanos españoles o ingleses. Y los charrúas en particular están necesitando orgullo a carradas. Mi abuela era de apellido Romero, que tiene dos acepciones, peregrino a Roma o gitano en el idioma romí, romerí o romero, gitano. Nació en el campo de los minuanes, entre Solís de Mataojo y Minas y era de rasgos tan definidamente indios como hermosa. Cuando le decían india, lo negaba, a regañadientes, y si insistían se excusaba en su apellido paterno para explicar que esos rasgos le vendrían por ser descendiente de gitanos.
Hace treinta años, entrevisté para La República a la antropóloga Mónica Sanz en la Facultad de Humanidades, y me enteré que cerca del 40 por ciento de los nacidos en los hospitales de nuestro país, descendemos (cercana o lejanamente) de las primeras naciones del continente americano. Sin embargo, vivimos “orgullosos” de ser un pueblo “que desciende de los barcos” (te explico, Alberto Fernández, que en este continente los únicos que descendieron todos de los barcos fueron los afros; de barcos europeos, eso sí, y no llegaron todos, porque para regular los precios en el mercado, los esclavistas europeos echaron por la borda de camino millones de africanos; muchos europeos vinieron en clase vip de aviones y, últimamente, en ese dinero virtual de toco y me fugo, que vos te empeñaste en que siga condicionando a Argentina), vivimos en general “orgullosos” a lo Alberto de ser más europeo que Europa y a la vez, nos jactamos de ser tolerantes y para nada racistas. Pero mi madre y mi abuela no tocaban el tema de sus rasgos y cuando alguien lo hacía, ellas (y de pendejo yo también) preferíamos decir que descendíamos de gitanos. ¡Cómo habrá sido ser indígenas para preferir el estigma de gitanos!
No lo digo por las masacres, ni por las villas miserias, ni por las charrúas que estrangulaban a sus recién nacidos para evitarles la vida en cautiverio. ¡¿Cómo habrá sido –digo– en la infancia de mi abuela?!. Y todavía hoy... La palabra “chiruza” por insulto. La humillación del marrano: Yo salgo a papá y al papá de papá. Ni me asomo a la línea materna de indias esclavas sobrevivientes de la chusma.
PARA EL COMBATE, TAMBIÉN EL PRESTIGIO
El orgullo charrúa, al igual que el orgullo gay, o el orgullo palestino o el orgullo femenino, lo necesitamos todos para ser menos inhumanos.
La culpa de los crímenes que los nazis cometieron contra los judíos –y los gitanos, y los comunistas, y los homosexuales– no recae también sobre sus hijos, y los hijos de sus hijos, y los hijos de los hijos de sus hijos, por muy otra que fuera la torva concepción hereditaria del mal y del honor que tuvieran los judíos congregados ante Pilatos, según San Mateo, cuando dijo: “Y entonces el pueblo respondió a Pilatos: ‘¡Caiga la sangre de este hombre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!’”, pero cada cual es responsable de la reparación de las injusticias o de su perpetuidad y naturalización. En esa lucha también combaten los sentimientos.
Por supuesto que tenemos que escuchar también al embajador yanqui. ¡A todos! Menos a Felipe González, porque si escuchamos al embajador yanqui, ya sabemos qué piensan sus lacayos. Pero primero lo primero: la autoridad de la que emana la representación, que en una sociedad con explotados y explotadores, nunca es de todos.
Vos representás primero a quienes te eligieron. Es más. Estás mandatado por ellos y tenés que escuchar primero que nada el mandato. No sos “El rey sol”. No te eligió Dios.
Primero escuchá a la indiada (no la confundas con “la gilada que ya está adentro y no tiene otra que votarme igual” porque no es así; casi todos los partidos y frentes de izquierda de Europa desaparecieron o están en vías de hacerlo porque perdieron el voto del mandato). Y después, si querés, escuchálo a Juan de Garay, Yamandú.
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