Esta columna tendría más gancho si su título explicitase el nombre del narco que la crónica de El País (y sus repetidoras de agenda) están dibujando cual Escobarito o Guzmanito uruguayo.
Caras y Caretas, en su edición especial del 21 aniversario, no lo nombra ni en el título ni en el colgado ni en el extenso e intenso copete ni en ningún lugar de tapa. El título es: “Piensa mal y acertarás”, pero se puede acertar más aún pensando peor.
El memorable, y de obligada remisión en el futuro, informe de Carlos Peláez en esa edición de 19 de agosto, no pierde de vista la actuación del Estado paraguayo y de la DEA en la menos sorprendente de las aristas del caso, el narcopoder.
El 21 de agosto, la colombiana revista Cambio, en nota de Alfredo Molano Jimeno, revela: “Un informe de la Comisión de la Verdad demuestra que la captura de Jesús Santrich fue una operación encubierta de la DEA, con apoyo de la Fiscalía de Néstor Humberto Martínez, para inducir a Iván Márquez a reincidir en el delito.
Una de las mayores revelaciones de la Comisión de la Verdad pasó casi desapercibida esta semana. Un anexo de 56 páginas, titulado “Los obstáculos para la continuidad de los procesos de paz en Colombia”, revela detalles inéditos de la operación de entrampamiento que terminó con la captura de Jesús Santrich y el rompimiento de un sector de las Farc, encabezado por Iván Márquez. La Comisión pudo documentar el papel que jugó Marlon Marín, sobrino del exjefe negociador de las Farc, en su intención de conducir a su tío o, en su defecto, a Jesús Santrich a que se involucraran en un negocio ilícito que deslegitimara el proceso. Asimismo, el documento deja claro que la DEA diseñó la operación, ejecutada por Marín y el coronel retirado del Ejército”.
¿Qué diseña el imperio del caos? Caos. Y contexto de violencia política.
Las embajadas saben que los gobiernos de Paraguay y de Uruguay ya están perdidos, en distintos sentidos y por distintos motivos, pero siempre y ahora especialmente, se trata de desestabilizar la institucionalidad. ¡Y la imagen país!, tal destacó, bien prevenido, Mario Bergara en Macondo, en buen sacrificio periodístico del programa, porque Bergara no pudo aportar mucho más que una espléndida sonrisa.
LOS INFILTRADOS
Ya fue escrito que “a partir de los años 1920 no es posible mantener clandestina una organización ciudadana por mucho tiempo, sin estar en connivencia con el poder o destruirlo. Si el dinero del delito no va a parar a ninguna de las organizaciones controladas de algún modo por el sistema, ya nadie puede confrontar a medio plazo a un poder medianamente informado, porque –esté en condiciones de probarlo o no– sabe en dónde se mueve cada uno. Por eso, desde hace ochenta años, ilegalizar un negocio es mafiosizarlo y es entregarlo a sus aparatos represivos”.
En ese presupuesto sobre la incidencia del desarrollo tecnológico en la información de las organizaciones se basó hace quince años la desclasificación documental del FBI de que Frank Costello, el capo histórico mayor del tráfico de cocaína, fue agente del mismo FBI. El negocio, desde el levantamiento de la ley seca, les había reportado billones de dólares al valor actual, pero con la desclasificación empezaba una nueva, más lucrativa fase del negocio.
Desde el Hollywood posterior al macartismo las películas de gánsteres habían sido un subproducto muy valioso del negocio de la mafiosización. Con la desclasificación, Hollywood produjo y lanzó, en 2006, la película Los infiltrados, de Martin Scorsese, a partir precisamente de la revelación, por desclasificación de archivos oficiales en los Estados Unidos, de que Frank Costello trabajaba para el FBI.
El tratamiento que dio Scorsese a la imagen de Costello fue contra voluminosa parte de la mitología usamericana sobre los gangs, la de Al Capone en Chicago durante la ley seca, con las destilerías clandestinas, la extorsión, el afortunado Luchiano con los lupanares, el calabrés Costello con la timba y luego las drogas clandestinizadas tras el levantamiento de la ley seca (“cualquier cosa que sea ilegal la vamos a vender” había dicho Costello cuando otras familias cuestionaron las posibilidades de éxito de un polvito sin olor, sin sabor, sin cultura, que en ese momento no mataba tanto como el alcohol adulterado; hoy, de distintas drogas ilegales, mueren de sobredosis en Estados Unidos, 90 mil personas por año).
En varias secuencias míticas, Costello en Los Angeles después de la alianza con Eisenhower para el desembarco en Italia, cuando se terminaron de derrumbar las bestias estilo Capone, mientras los “caballeros” como Luchy y Frank salían adelante. Capone transformando Chicago en un baño de sangre y viviendo algunos años dorados, porque era hombre de organización y no un frontera solitario como Dillinger, luego Costello y Luchiano superándolo en todo. Frank acordando con el Pentágono la libertad de Luchy a cambio de cooperar en la caída de Mussolini. Capone no podía. Era fascista. Su gente en la península y en Sicilia trabajó con el Duce. Así que soltaron a Luchy Luchiano. Lo pusieron en un avión para Casablanca o Marruecos, mientras los alemanes emitían una declaración del servicio de propaganda de Goebbels que decía: “Desde hace unos días se encuentra entre las filas del ejército de intervención de USA el conocido gangster americano Humphrey Bogart. Esa es la baja moral de nuestros enemigos, los aliados”.
“Claro que hablo con el FBI” dice Jack Nicholson, en un Costello cruel hasta rebasar la imagen de Capone y racista hasta odiar a Kennedy por irlandés y "negro", un Costello aggiornado con celulares de última generación, ajusticiado al final de la película, en un cierre que nos remite a la pregunta inicial que le hace Nicholson a un niño al inicio del film: “entre la banda y la policía ¿cuál es la diferencia?”. Al final todos son infiltrados porque sencillamente no hay infiltrados; es simplemente la manera de controlar el mismo negocio, el del sistema. Ni siquiera el delegado del gobierno chino que aparece en la transa de los microprocesadores es realmente un infiltrado. Tan si acaso un intruso.
La película ganó todos los Oscar bien merecidos y demostró con la recaudación de taquilla que el verdadero negocio siempre está empezando. La imagen del narco rindió aún más que el narco mismo.
En las telenovelas que miraba mi vieja el amor tenía “…cara de mujer”, el narco tiene cara de lumpen o en todo caso, desde el Costello de Nickolson hasta cualquiera de las series pedorras de Netflix, de muchacho de barrio pobre y siempre (después de todo Costello era calabrés), siempre latino.
Es rarísimo que de un negocio que tiene el cuerpo y el alma de su distribución entre wasp (blancos anglosajones protestantes), los veinte capos visibllisados sean latinos (¡por dios pentecostés!).
En escala nacional uruguaya sucede lo mismo. Un ex convicto vino a cubrir la imagen de “El productor rural”, que tituló El País sobre el traficante de las seis toneladas de cocaína incautadas en 2029, en el mayor procedimiento de contralor de aduanas uruguayas de la historia. El narcotraficante, ¿quién no lo sabe?, es del Borro y estaba infiltrado en la estancia.
Según la Reserva Federal de USA, un millón de dólares, en cien fajos de cien billetes de mil, pesa diez kilos. Según la prensa la cocaína incautada al productor rural, valía 1.300 millones de dólares. O sea, pesaba trece toneladas, ocho toneladas más que la soja cortada con merca. Es absolutamente seguro entonces, que los gurises del Borro, Casabó y Pueblo Victoria también han infiltrado instituciones financieras. Aunque El País no lo mencionó, seguramente se necesitó recurrir a algún servicio financiero para el cobro. ¿O las trece toneladas de billetes entraron por los pasajes de Cerro Norte o de Casavalle? En carretilla hasta el borde son trece mil millones de viajes.
DISPUTAR EL MERCADO
La cocaína, cuando la ilegalizaron era una sustancia prácticamente desconocidas, que solo podía usar alguien muy sofisticado como Sherlock Holmes. Era el símbolo de la sofisticación. “¿A quién le vamos a vender algo que no tiene color, ni aroma, ni sabor ni cultura, que euforiza y excita sin sedar ni alucinar o alucina y seda sin euforizar ni excitar”, dijeron los otros capos. “Si es ilegal lo vamos a vender –les contestó Costello–. Dentro de veinte años la cocaína será el café de los americanos”. Lo que siguió lo conocés. Hicieron excelentes negocios. No solo económicos, supieron aprovechar las redes del narcotráfico para operaciones contra revolucionarias en todo el mundo. Hasta que empezaron a echar a la DEA de los países donde, por exceso de guerras, no podían abrir nuevos frentes ni invadir y secuestrar al presidente como hicieron con el ex agente DEA Noriega en Panamá. Primero fue Chávez quien la echó de Venezuela, luego Evo Molares de Bolivia, después Rafael Correa de Ecuador, quien además desmanteló la base de Manta y denunció con éxito a nivel mundial las fumigaciones.
Mujica legalizó la marihuana para quitarle mercado al narcotráfico ilegal, que causa más daño que las drogas, y más aún con la falsa “guerra a las drogas” del Plan México y el Plan Colombia, que fueron diseños de caos y violencia política contra esos países, con más de un millón de muertos por resultado, pero igual que cuando se legalizó el alcohol, después de la ley seca, los grupos financieros que lavan el dinero y se quedan con la parte del león del crimen organizado, encuentran otros negocios. Para impedir que el tráfico se mafiosice, habría que legalizar todas las drogas. Somos grandecitos para decidir sobre nosotros mismos y, de última, suicidarse también es un derecho, pero mientras haya negocio en lavar dinero negro va a haber crimen organizado. ¿Vamos a legalizar los secuestros?
Si queremos caminar seguros a cualquier hora por cualquier calle de la ciudad, tal cual lo hacen en China o en Cuba, lo único que tenemos que ilegalizar sin falta es la banca privada, el lavado. Se llama socialismo. Otra magia no existe.
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