Rodolfo Hernández Suárez |
Hace un montón de años los politólogos resumían las cuestiones electorales a “la batalla por el centro”. Algunos, desafasados talibanes del “centro”, todavía lo hacen, pero no hay elección en el mundo que no los contradiga. Desde Australia hasta Colombia. La disputa es entre polos o aparentes polos.
La batalla hoy, y desde hace un montón de años, es por el extremo antipolítico. A los paradigmáticos Trump y Bolsonaro, vino a sumarse en Colombia Rodolfo Hernández, dejando atrás al derechista que posó de moderado, Fico Gutiérrez, y muy atrás, perdiendo 17 puntos respecto a la anterior presidencial, al candidato de Centro Esperanza, Sergio Fajardo.
Daba hasta cierta pena ver a Fajardo reconocer los resultados favorables al Pacto Histórico de la izquierda de Gustavo Petro y a Hernández para pasar a segunda vuelta. “No estoy de moda”, dijo Fajardo.
No es la moda. Es la percepción de los pueblos donde los gobiernos no tienen poder. “Alguien que haga algo, por favor, que cambie la política”. Si habla duro, si se presenta en plan autsider, “anticorrupción” (aunque Hernández es el único de los candidatos colombianos que tiene proceso por corrupción; eso no importa; no sale en la tele; ni siquiera sale Hernández; apenas para decir y hacer algo violento y el resto que lo hagan las redes), si admira “a Hitler” (sic), si “lo confundió con Einstein” (sic), si ni siquiera conoce los departamentos de su propio país, el pueblo piensa que no es del stablisment y que ha de querer mandar. Pero en el capitalismo manda el capital, muy por encima de la política, de los gobierno e incluso del Estado.
En el documental de John Pilger “The coming war on China”(2016), Eric Le, dirigente empresarial y científico chino en EEUU dice, “aquí pueden cambiar de partido político pero no pueden cambiar de política; nosotros no podemos cambiar de partido guía pero la política la hemos cambiado varias veces”.
En el capitalismo hoy día, para hacernos creer que se puede cambiar la política desde la derecha, han llevado el “centro” al “extremo antipolítico”. Trump, Bolsonaro, Hernández, Milei (en la más reciente encuesta de Raúl Timmerman en Argentina, Milei mide ya 20 puntos y Bulrich supera a Larreta, el antiguo supuesto centro derecha).
La batalla "por el centro" es la más ubicua, demodé y retardataria que existe. El "centro" político es una construcción itinerante y no es una batalla cotidiana. Cuando las encuestas constatan un “centro”, hace ya años que se definió dónde fue colocado ideológico y político. Es una construcción en la que los partidos y gobiernos participan cada vez menos y los medios y los lobbys plutocráticos cada vez más, llevando el centro cada vez más hacia la derecha, siempre con la misma política, pero ahora en supuesto extremismo antipolítico.
Todos son “anticasta”. No parece: ¡Es joda! Por casta no se refieren a los banqueros ni a los dueños de la televisión, ni a los monopolistas de las distribuidoras de alimentos, ni a los jueces, ni a los militares, ni a los estancieros, ni a los dueños de frigoríficos enroscados al capital financiero, ni a los servicios de espionaje imperialistas, ni a los financieristas. Se refieren únicamente, exclusivamente y puntualmente y además al barrer, a los políticos que se reconocen tales, es decir, a los únicos que se puede cambiar aunque sea para cambiar sólo de partido.
Y cuando aparece con opción de gobierno un partido que quiere cambiar de política, tiene que jugar en la cancha de la disputa extrema. “Gano yo o Colombia se suicida”, dijo Petro, al comenzar la campaña para el balotaje y lo dijo dos veces y dijo bien.
Ahora lo acusan de “haber perdido el equilibrio”. Es lo que tenía que perder para ganar. Y ganar es un principio.
Esa cuestión de los equilibrios me recuerda a los elefantes que se balanceaban sobre la tela de una araña. Quieren hacer equilibrio en un gobierno capitalista que es más delgado que una tela de araña, pero además está condicionado por los poderes reales, que son tela de araña de alambres de púas. Como ven que resisten, porque blindan a los medios corporativos, se amontonan sobre la tela. Decenas, cientos de políticos y antipolíticos elefantes equilibristas, pero en realidad ninguno se preocupa por el equilibrio. Todos saben que caen en la red del reciclaje socialimperialista, liberalimperialista, neoliberalimperista, neonaziimperialista, las cartas en la manga del Tío Sam, que en Colombia las baraja Uribe.
Uribe tenía un plan A, su candidato propio, Iván Zuluaga. El plan B de Uribe era Federico Gutiérrez. Rodolfo Hernández es el plan C de Uribe y tiene Uribe todavía un plan D: que si gana Petro, la embajada impugne las elecciones (ya lo preparó con las declaraciones del embajador, que es el mismo que lo fue en Bolivia en 2018, de que rusos, venezolanos y cubanos iban a interferir en las elecciones, coartada portentosa para declararlas fraude y no olvidar que Almagro sigue allí, en la OEA).
No están pidiendo equilibrio. Están pidiendo que Petro no ofrezca nada cierto en el marco donde pueden resolverse los problemas colombianos, que no es el limitado al estado-nación Colombia. Ése es el plan E de Uribe y la embajada.
DE REAGAN A MUJICA
Dicha por Hernández la palabra “anticorrupción” sería un chiste para reír a carcajadas, si no fuera trágico. Petro lo puso en su lugar. “La corrupción no se combate con videos de tic-toc sino arriesgando la vida”.
En Uruguay tenemos un “autsider” verdadero, que arriesgó la vida, no juega en las alfombras mullidas de los palacios y vive al modo artiguista, el Pepe Mujica, pero el primero que inauguró esta nueve era de ofertas de productos de mercado político no tradicional para un electorado frustrado por demagogias menos sofisticadas, fue Estados Unidos, en los 70’, con el cowboy de películas Ronald Reagan (hacía el mismo tipo de papeles que Volodimir Zelensky hizo en la televisión ucraniana; siguieron haciéndolos desde sus presidencias pero en la vida real).
Le siguió en los 90’ Silvio Berlusconi en Italia, que luego, en 2009 ascendió a la Presidencia al non plus ultra de los “autsiders”, Beppe Grillo del Movimiento 5 Estrellas. En América son incontables los casos de corruptos “anticorrupción”, políticos de siempre fungiendo de antipolíticos. Hoy tenemos varios de presidentes, desde Bolsonaro hasta Lasso.
En Uruguay se nos fue Talvi, y anda medio perdido Juan Sartori, pero ya van a aparecer otros. Es cuestión de marketing.
De todos modos, el fenómeno Hernández (la táctica de que trabajen los medios y las redes, que él no aparece a debatir ni a tirar ideas ni mucho menos programa, sólo impostura “decente”) tiene un límite. El explícito apoyo del uribismo no lo deja mentir tanto. Y Petro encaró muy bien la campaña de segunda vuelta ya desde el discurso del domingo 29.
Petro en ese discurso detalló el alcance de los lobbys que se beneficiarían con su programa productivista, pero resaltó a los jóvenes. Se trata de dos nichos de recepción que pueden resultar antagónicos si no prioriza adecuadamente. Para Petro no puede valer lo mismo la gurisada que salió a la calle en las protestas, poniéndole el pecho a las balas, que los que pueda sumar por arriba, en pactos cupulares.
Es un equilibrio imposible y de equilibrios y equilibristas caídos está gastada la cuerda floja de la política red tela de araña.
EL MILITARISMO YANQUI
Petro o Hernández, Hernández o Petro, cualquiera de ambos va a tener que convivir y acatar o enfrentar, un panorama militar sumamente adverso. Estados Unidos tiene ocho bases militares en Colombia. Están ahí para definir política. La injerencia en asuntos internos llega al punto de que pocas semanas antes de la primera vuelta electoral en Colombia, Estados Unidos la declaró principal aliada extra OTAN.
Pudo pensarse cuando Biden entró directamente a la confrontación bélica con Rusia, a las constantes provocaciones a China, cercada por las bases que aumentó Obama con su “pivot hacia el Este” desde 2008, que al meterse militarmente con las grandes potencias, para compensar con la fuerza armada, en que todavía es competitivo y quizás hegemónico, el declive y la decadencia de su potencial económico y sobre todo comercial, que EEUU flexibilizaría sus relaciones con países en posición subalterna o emergente, pero no está ocurriendo eso.
EEUU está quemando naves en casi todos los ámbitos de conflicto. El mes pasado, probablemente con participación estelar del servicio inglés MI6, hubo golpe en Pakistán, destituyendo al primer ministro Imran Khan, con maniobras judiciales y parlamentarias pero, en definitiva, con tres semanas de cabildeos militares y un decisivo pronunciamiento del comandante en jefe señalando los compromisos con EEUU.
En Colombia el ya mencionado plan E incluye injerencias que hagan imposible y fatal, a Hernández o a Petro, cumplir con la promesa que ambos hicieron de reestablecer relaciones diplomáticas con Venezuela, más relaciones comerciales con China, apoyo a la CELAC y a un resurgir de la UNASUR. Está en juego la moneda Sur propuesta por Lula. Está en juego una réplica latinoamericana al desafío al dólar que se está dando en el ámbito ecuménico.
Ninguno de los dos contendientes en el balotaje del domingo 19 de junio, tiene mayoría parlamentaria. El encierro al que está siendo sometido Pedro Castillo en Perú para atarle las manos gubernativas, puede reiterarse en el caso colombiano.
De un laberinto se sale por arriba. El arriba de Petro es un millón de votos más (llegar a los 9 millones 500 mil), pero luego seguir la consigna de su compañera de fórmula Francia Márquez, “salir de la OTAN”. Evitar la encerrona.
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