Pedro
Castillo Terrones vale un Perú, pero ¿qué vale más que un Perú? Un México.
El 6 de
junio, en sendos actos electorales, el antiimperialismo nuestro americano le
ganó al imperialismo yanqui más aún en México que en Perú y eso que en Perú le
ganó todo y un poco más, la Presidencia, la unidad popular y la movilización
para derrotarle a Luis Almagro otro golpe de Estado.
En México perdió
los estribos hasta la matriz del imperialismo anglosajón, portada del The
Economist. “El falso mesías” tituló su tapa proselitista preelectoral, sobre
imagen de Andrés Manuel López y sobre todo Obrador, crucificado, acusándolo de
soberanía militar y energética.
Asimismo,
perdió los estribos la USAID, financiando abiertamente a Claudio “X” González y
a su engendro PRIANDR, para comprobar una excepción a la ley y una ley: la
unión hizo la debilidad y toda campaña contra AMLO, si proviene de los “gringos”,
es campaña a favor de AMLO.
Obrador
comprendió de inmediato que entre las muchas historias que desconocen está la
de México. Indulgente y piadoso, pasadas las elecciones, recibió a Kamala
Harris (proveniente de Guatemala; perdidos los estribos, los “gringos” perdieron
de camino el orden de los itinerarios) y la llevó derecho a ver los murales de
la revolución. Se tomó su trabajo de comentárselos y Obrador no es de los que
se apuran al hablar.
Tampoco
conocen la de Nicaragua. Mismo proselitismo. Y se agrega Luis Almagro queriendo
expulsarla de la OEA, diciendo suponer que Ortega Saavedra no va a entregar el gobierno
si pierde las elecciones del próximo noviembre y aquí voy a precisar.
El Frente Sandinista
de Liberación Nacional ya entregó el gobierno cuando perdió las elecciones… y
tenía el poder. Lo sigue teniendo. Se ganó el respeto mayor para un nuevo ciclo
de vías electorales a la independencia nacional en la matria grande, ciclo al
que toda la izquierda aportó, empezando, aparte de algún episodio
aislado, por Cuba, Nicaragua (segunda en alcanzar el poder), y luego Venezuela, donde el
chavismo entregó la Asamblea Nacional cuando perdió las legislativas y acató el
plebiscito que perdió. Incluso en países donde el pueblo no tiene el poder, por
caso Uruguay, los compañeros nos enorgullecemos de que el Frente Amplio haya
entregado el gobierno cuando perdió las elecciones, aunque no tenía ni la más
remota posibilidad, ni el 0,0000001 por ciento de posibilidad de no entregarlo.
Nos enorgullecemos en realidad de nuestro discurso, porque nuestra voluntad es,
en tal sentido, por el momento, indemostrable. En cambio, el FSLN sí podía no
entregar el gobierno. Pienso que se hubiese equivocado muchísimo si no lo
hubiese hecho, pero podía no hacerlo. Entonces entiendo que aquí digamos que, tras recuperar el gobierno
en alianza con liberales históricos y con la jerarquía católica, el FSLN no
haya actuado en la izquierda de un catálogo suficientemente estricto, pero, con
todo respeto, e incluyendo el respeto propio a mi persona, ¿a quién le
ganamos para andar pontificando cuáles sandinistas son revolucionarios y cuáles
no?
Curiosamente,
casi todos los voceros hacia el exterior de Nicaragua electos por los medios,
son ex FSLN, un porcentaje electoral bastante menor entre la oposición.
Podría en el
ámbito literario distinguir a los sandinistas promocionados por Polanco de los
reconocidos explícitamente por Cortázar: especialmente Monge y Cabezas, y recordar, en el ámbito diplomático, la pasada de trapo de Daniel Ortega
Saavedra al Borbón cuando nos embistió con el “¿por qué no te callas?” y a Luis
Almagro cuando auspició golpes de Estado en Venezuela, en Brasil y en Bolivia.
Si Luis
Almagro escuchase a Carter sabría que en Managua le cantaron el himno: “luchamos
contra el yanqui, enemigo de la humanidad…”, se abstendría de hacer campaña
junto a la USAID, campaña en los efectos favorable al FSLN.
Y si
comprendiese el significado histórico de que, durante el gobierno de Alan
García, asistiendo a la victoria de Ollanta Humala, el embajador de Nicaragua en
Perú fue Tomás Borge, reflexionaría sobre el riesgo de precipitarse, sin
Bolivia, sin centro territorial y sin estribos, a lanzar a las fuerzas armadas
peruanas, desde arribita, contra sus licenciados castillistas, a una dictadura
más aventurera que la de J. Añez-Camacho.
Pedro
Castillo, literalmente a caballo, le está dando base social y partido a un
gobierno que nunca se había alcanzado en mejores condiciones para la matria de
Velazco y de Mariátegui.
Biden,
Blinken o Sullivan, quien sea que se esté ocupando del asunto desde el
Pentágono, a nuestro expulsado del Frente Amplio y nunca suficientemente
autocriticado Luis Almagro, se lo han de estar autocriticando ahora ellos también. Se le
nota a Luis en la cara.
Perú puede
ser el escenario en que además lo hagan expulsar, después de su muy mediocre
injerencia contra el canciller mexicano Marcelo Ebrad (uno de los más probables
sucesores de AMLO; el otro es Gerardo Fernández Noroña).
Cuenta
además el voto asegurado de Alberto Fernández junto a México mientras exista
una mañanera que AMLO pueda dedicar a los barcos. Es decir, de hoy a nueve
años, porque el 6 de junio la Cuarta Transformación aseguró el 2024.
Los gobernadores
definen la presidencial y de los 15 Estados en disputa ganamos 11 (teníamos sólo
1) para la 4T.
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