Los dos eran peores, pero Biden era más peor para algunos y Trump para otros.
Para Putin
era más peor Biden. Fue Obama el que empezó con el Maidán, las “sanciones” a
Rusia en 2014 y el golpe en Ucrania. Allí Biden jugó un papel protagónico.
Mientras Trump contó con el FBI tuvo a Biden contra las cuerdas con el affaire
ucraniano. Por su parte, cada vez que el Partido Demócrata sufrió filtraciones
de sus negociados culpó a Rusia de haberlo hackeado, mientras el Departamento
de Estado USA seguía rodeando a Rusia de más y más misiles. Finalmente, tras la
arrolladora victoria electoral de Zelensky en Ucrania, buen vecino de Rusia,
Trump consiguió pruebas contra la conspiración del hijo de Biden en Ucrania,
pero ni Fox lo levantaba ya con entusiasmo. El poder fáctico, el Estado Profundo
estaba dictando sentencia. Siempre y en principio contra Bernie Sanders (por
descontado) y en seguida a favor de Biden. Es cierto que el Deep siguió
acosando muy especialmente al gasoducto del báltico de Rusia a Alemania en
tiempos de Trump, pero Putin sabía que cuando Trump retiró las tropas yanquis
de Siria, el Deep las mandó volver. “No es contigo”, le decía Putin a Trump,
“es con todos los que ocupen tu lugar y peor que peor Biden”.
Para Irán
era peor Trump. El disfónico del reality show se retiró del 5 + 1 y le declaró
la guerra a Irán al proclamar su autoría del asesinato de Soleimani en Irak.
Además tiene lazos filiales con Netanyahu y hasta le inventó un “Acuerdo del
siglo” fantasioso. Biden fue el principal operador senaturial demócrata para
invadir Irak, pero difícilmente tras la difusión orquestada de las burlas de Obama
al teléfono de Macron sobre Netanyahu, Obama hubiese trasladado la embajada a
Jerusalén, tal lo hizo Trump.
También para
Cuba era peor Trump. Obama pensó más en los intereses del Imperio, muy
desgastado internacionalmente por el estancado bloqueo a Cuba, que en la
cuestión electoral. En cambio Trump se jugó a extremar las “sanciones” a más no
poder, impidiendo incluso las remesas, para asegurarse el voto gusano en La
Florida, un seis por ciento residente en Miami, pero desde hace un tiempo con
algunos puntos más de los escuálidos, que todos juntos no bajaron del 85 % a favor del Partido Republicano entre esas
colectividades, consolidando una holgada vitoria de Trump en un Estado donde en
otras ocasiones estuvo reñido.
Para China
cualquiera de los dos peores le daba lo mismo. Si volvían los globalistas
(Biden) volvía a ganar China (más que antes), si seguían los antiglobalistas (Trump)
seguía ganando China (también más que antes). No es que les chupen un huevo
pero, salvo la militar, las otras amenazas (comercial, financiera…) se las
toman con calma. Con enérgica paciencia todas.
Para
Venezuela también, cualquiera de los dos peores era lo mismo porque cualquiera
de los dos es el peor mismo. Desde George W. Bush hasta hoy, cada nuevo
Presidente de EEUU fue peor para Venezuela. Eso no va a cambiar. Venezuela es
desde la Revolución Bolivariana la mayor piedra en el zapato de USA.
LOS ENFOQUES DE LAS CORPORACIONES
A Biden lo
votó gran parte del capital financiero, casi todas las corporaciones
mediáticas, las tecnológicas, las operaciones de las encuestadoras y,
crecientemente, sectores del medio oeste y del norte decepcionados con el incumplimiento
de Trump de su promesa electoral de volver a poner de pie fuertemente la industria
o de colocar sin dificultades los granos (tuvo dificultades con China; se puede
hablar de un voto decisivo chino por cautelosos cumplimientos de la fase uno
del acuerdo de enero, luego de que en los meses más intensos de campaña
electoral, el Deep vendió misiles a Taiwán).
A Trump lo
votó otra gran parte del capital financiero, el lobby energético, gasífero y petrolero,
el lobby del gobierno de Israel y, crecientemente, sectores de la población
afro (con más de un 10 por ciento de trasiego de votos hacia los republicanos) y
latina (con más de un treinta). Esto se explica, además de por los muy
minoritarios grupos ya mencionados conspiradores contra Cuba desde hace sesenta
años y contra Venezuela desde hace veinte, por efecto, paradójico, del discurso
xenófobo de Trump. Muchos negros y latinos se sienten fundamentalmente
ciudadanos yanquis y temen la llegada torrencial de inmigrantes que les
disputen puestos laborales.
Muchos dicen
que Trump tuvo una gran votación. Superior a la de 2016 y contra todos los
pronósticos y aún mayor oposición del lobby mediático, ya que está vez la única
gran cadena que supuestamente lo apoya, Fox, tuvo menos fervor y las
tecnológicas censuraron parte de la campaña Steve Bannon. Es discutible.
Ciertamente las cinco grandes cadenas, incluida Fox, cortaron el discurso de
Trump post electoral denunciando fraude y lo sacaron del aire, o lo vapulearon
editorialmente (caso CNN), lo que demuestra, más allá de que que Trump
estuviera mintiendo o no con su denuncia (sustancialmente Trump no miente menos
que Bush y sucesores cuando transportaron a las cadenas televisivas en sus tanques
al invadir Afganistán e Irak), dónde radica el poder real o dónde se expresan
en primer término los poderes fácticos de la economía real. El mediático no es
el cuarto poder. Es el primero y si quiere mandar “que cierre el culo” al
mismísimo Presidente de USA, lo manda.
Es así desde
hace al menos un siglo, desde los sucesos en que basa Orson Welles su genial
Citizen Kane. Por eso es surrealista que se discuta la parte referida al
control hegemónico en la nueva Ley de medios en Uruguay, suponiendo “independencias
de periodistas y redactores de ‘información’” o canales del interior “alternativos”,
o “puede haber líneas editoriales”, entre la ingenuidad y el relativismo
kantiano con que lo hicieron en Legítima Defensa. La subordinación del poder
político al mediático en Uruguay es tan antigua que ya tallaba, con suficiente
antelación para actuar con sentido común, desde hace sesenta años, cuando un
gobierno blanco repartió las tres señales de la naciente televisión comercial
al aire, entre los dueños de las tres radios hegemónicas, aunque dos de ellos
eran colorados y sólo uno blanco.
La Ley de
medios frenteamplista fue un amague de tocada de hombro, postergado diez años
en veremos y cinco en reglamentaciones y no usufructuada en su único aspecto
relativo al poder (la concesión de Mujica de un canal al aire al PIT-CNT). la
actual Ley del gobierno, es un ataque gravísimo a ANTEL, pero en materia de dominio
de mensaje y control de agenda, el oligopolio hizo siempre lo que quiso y lo
que ahora expresa, al prestar displicente desatención al tímido dedo con que el
Frente gestualizó su “tengo que fingir un poco que quiero tocarte” es un “salí
de ahí, sacá de encuadre ese dedito ridículo” ni siquiera dicho, desdeñosamente
sonreído con una breve mirada sobre el hombro.
¿QUÉ PUEDE HACER BIDEN?
Algunos
analistas sugieren que ha nacido el “trumpismo”, porque para 2024 el magnate
inmobiliario puede volver a hacer campaña postulándose a Presidente, pero estas
ventajas de rivales pusilánimes por el insípido camino del medio, no va a
tenerlas siempre. De hecho, fue Sanders, con su exacto pronóstico de lo que
Trump haría (declararse ganador y protestar fraude) quien ha hecho nacer algo
nuevo en USA desde hace una década, que algún día se va a resumir en victoria.
Si es por
sus teorías conspirativas protonazis, el “trumpismo” nació en entreguerras del
siglo pasado y el auge de esas teorías en el mundo actual son apenas expresión de
que no tienen contrapeso de “sociedad de bienestar" imperialista alguna, de que
no hay New Deal ni Doctrina Truman, ni Plan Marshall, si siguiera Alianza para
el Progreso, que pueda el imperialismo proponer megaendeudado como está, para la
neoglobalización que plantea ya un nuevo Bretton Woods pero sin sistema SWIFT.
Se anuncia que el Presidente del Tesoro de Biden va a ser el CEO de Black Rock.
“Abandonad toda esperanza…”
Biden no
puede volver a los acuerdos Transpacífico y transatlántico que Trump estropeó,
sin hacerse cargo de los arrolladores avances chinos en estos cuatro años en la
nueva ruta de la seda, especialmente en este año en que la del gigante asiático
es la única gran economía que crece y bastante.
Biden no
puede, no tiene manera de volver atrás la consolidación de la unidad sino-rusa,
los gasoductos hasta Alemania en el Norte y Turquía en el centro, el avance
financiero digital chino y el fortalecimiento militar cualitativo ruso y hasta
de Corea ante las bravuconadas de Trump.
Puede, sí,
volver al Pacto Climático de París y al acuerdo con Irán, al desenfreno
acrítico del gasto militar y al guerrerismo “excepcionalista” de Obana (no
olvidemos que el Partido Demócrata es el gran partido doctrinario imperialista
de USA; aunque aparezca un tanto progre y liberal en lo interno no rehúye ninguna posibilidad de invadir otros países), pero su nombre actual no es Bond y Sean Connery ha muerto. Gran
actor más allá de fama, la figura de Connery remite a un pasado que no ha de
volver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario