Siempre se
dijo “que el mundo es mundo” (“el mundo es limpio”), en latín “caelum, terra,
mare et aer, caeelumque sibelus; mundus est mundus”, incluso cuando el “mundus”,
sustantivo, para los latinos era un plato orbitado por el Sol y América no
existía, pero “mundus” adjetivo, en latín, significa “limpio”. “Inmundus”
significa “mugriento”.
“La Historia
Mundial es un tribunal que juzga al mundo”, decía Hegel, poniendo en tela de
juicio si el mundo es limpio o es inmundo, pero aceptando que el mundo es
mundo, en sentido tautológico, sin recurrir a su homónimo adjetivo, aunque
todavía no se hablaba de “mundialización”, término que precedió a “globalización”.
Aquel mundus
nunca ha dejado de mundializarse, excepto breves períodos de pestes o
catástrofes, que no provenían de una decisión política, pero esta vez… esta vez
la peste (COVID-19) irrumpió en la guerra híbrida, antecedida por la decisión
imperialista de encerrar las economías. “América first”, no al acuerdo comercial
transpacífico ni transatlántico, no al NAFTA, no al pacto 5 más 1 con Irán, no
a la UNESCO, casi no a la OTAN ni a la ONU y después de la pandemia, no a la
OMS. “¡Paremos el mundo!” o, al menos, “¡Paremos de globalizarlo!”, porque la
globalización la está ganando China.
Al principio
de la pandemia, las corporaciones mediáticas “occidentales” le dieron manija al
pánico al virus. Había que cerrarle las fronteras y detenerle a China el comercio
exterior, pero el problema cambio de signo pocos meses después, porque China
empezó a ganar también la desglobalización (ver Sergio Rodríguez Gelfenstein, Algunas pistas de cara al futuro
post-pandemia).
China no sólo se liberó del virus, con la experiencia de su secular guerra popular
prolongada, sino que lo hizo sin costo social que retrase el objetivo de celebrar
el centenario del PCCH, en 2021, con “pobreza cero” y “sociedad medianamente
acomodada”. El desempleo, en pandemia, creció al 5%, 2 o 2,5 % por encima del
desempleo friccional aceptable y mantiene el dogma del pleno empleo. En Hong
Kong evitó desmembramiento territorial (que en desglobalización es un riesgo
cierto; lo tienen, entre otros, México (amenazado de balcanización), EEUU (varios
estados rechazaron la presencia de los guardias federales y nacionales que
envió o quiso enviar Trump para reprimir las protestas de Black Matter Live) y,
sin ir más lejos, Argentina, tras las declaraciones del ex gobernador radical
mendocino, Alfredo Cornejo, por “la independencia de Mendoza” (quien no lo tome en serio es irresponsable).
Los países con fuerte y osada dirigencia estatal de la economía, que decidieron políticamente hacerla valer, salieron rápidamente y con eficacia de los aislamientos sanitarios, recuperaron sus economías y el comercio exterior. Entonces las economías neoliberales (no liberales), que no pueden estabilizarse por falta de gobierno sobre los poderes fácticos, se resignan a reengancharse en un nuevo impulso globalizador, sin haberse librado del virus y más declinantes que cuando el experimento Trump-Brexit, intentó parar el mundo para detener a China.
No pueden con el 5G, ni con las transferencias tecnológicas, ni con Huawei, ni con la energía limpia de Bill y
Melinda Gates para China, tras la única visita de un Primer Secretario del
PCCH y Presidente de la República Popular China a la casa propia de un par
de particulares en América, precisamente en Seatle (en lo de Bill y Melinda).
El mismo Xi Jimping que luego no viajó a reunirse en La Casa Blanca con Trump
para el protocolar acuerdo de “fase uno” y envió un funcionario jerárquico
menor que el esperado por el showman.
Desde que el
mundo no es mundo sino compartimentos estancos extremadamente desiguales, la
manija corporativa mediática “occidental” (el poder blando en que todavía
prevalece USA) dejó de girar hacia el pánico a la enfermedad, para hacerlo
hacia el pánico a la ciencia. Dejaron de culpar al “virus chino” y comenzaron a
culpar a las vacunas y al 5 G.
El tribunal
de la Historia Mundial que juzga al mundo al día de la fecha, declaró culpable
a la innovación tecnológica.
Y lo es. El
5 G es culpable de que Internet, 40 veces más rápida, pueda funcionar, ya
mismo, sin demasiado costo energético, para a corto plazo, comerciar con moneda
dura, convertible en monederos electrónicos sin pasar por el sistema SWIFT y su
control del dólar y sus “sanciones”.
Y las
vacunas son culpables de que, a fines del año próximo ya esté el mundo siendo
mundo otra vez.
La vacuna
rusa, Sputnik V, es la que va a llegar primero, por mayor trabajo muerto
invertido en más de un siglo, pero las chinas y la de Oxford (la universidad
inglesa que cuenta con el prestigio del Doctorado Honoris Causa de Maradona)
también transfieren tecnología (si Rusia lo hace, a Inglaterra no le queda
otra; una parte va a producir México y otra Argentina). Ninguna vacuna va a
costar más de quince dólares, porque después del anuncio del camarada Xi, de
que las vacunas chinas son de patente libre y con mil millones de dólares de
apoyo para su aplicación en los países en desarrollo, los yanquis –que
anduvieron por el inmundus tratando de comprar patentes y no pensaban cobrar
menos de doce dólares por cada dosis–, quedaron embretados.
También tuvieron que arreglar el T-MEC, prácticamente en los mismo términos que el NAFTA. Poco a poco vuelven a la civilización, pero no hay que darlos por vencidos. Siempre les quedan las ojivas nucleares.
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