Esta semana la Eurocámara dio otro paso hacia la plutocratización absoluta de la censura en "Occidente". Con el pretexto de defender a las corporaciones mediáticas, obliga a las plataformas digitales a implementar sistemas algorítmicos que filtren contenidos protegidos.
“Los algoritmos funcionan bien si el objetivo son los grandes números, pero el margen de error es amplio -explica el analista Esteban Magnani en Página 12- y deberán ajustar la red para que no se le pase nada. Las sutilezas de la ironía, la crítica, los memes, las citas que permitan una discusión, las fotos personales donde aparezca una imagen protegida, los comentarios sobre contenidos ajenos, quedarán atrapadas por prevención. El “por si acaso” de estos grandes reguladores del flujo de Internet puede reducir lo disponible a lo simplemente inocuo”.
Detrás de esto está la guerra comercial por la torta publicitaria entre corporaciones y plataformas, la depreciación de esa torta -ahora tiene menos leudante o ya es decididamente ácima, porque la Internet no gasta en contenidos y no hay costo a trasladar-. Está el hecho de que presionaron corporaciones europeas contra plataformas yanquis -que, dicho sea de paso, si Trump insiste en obligar a China a sustituirlas en sus dispositivos para “occidente” lo van a “matar” aunque la sucesión sea Sanders-, está la concentración imperialista, como en toda la economía -Google y Facebook concentran el 60 por ciento de la torta digital- pero está también el comienzo del fin de la crítica, el comentario y la parodia, porque es deshonesto decir –como aduce la Eurocámara- que “la directiva protege los usos más interesantes”, cuando en realidad los desincentiva al obligar a prevenir usos no autorizados.
Esto lo vienen advirtiendo, desde hace años, Mark Zuckerberg de Facebook y Jimmy Walles de Wikipedia, en defensa de sus plataformas, pero diciendo una verdad. Se está perdiendo la esperanza de recuperar la red interactiva como espacio de libertad e igualdad. Es el famoso “derecho de imagen”, que apuntó hacia la plutocratización comunicativa desde que se construyó como sentido común para disociar parte del de autor, del de productor, del de la prima por presencia o sea, del valor trabajo, para ser una nueva conquista de plus valor, un derecho antihumano, porque el trabajo socialmente necesario para producirlo es enajenado por capital. La mirada que construye la imagen de Maradona, por ejemplo, es mínima de Maradona, máxima del cartel de sus enemigos. Y él, con su antiimperialismo, se encargó de que sus enemigos sean especialmente quienes pueden pagarla.
Por el contrario, el verdadero derecho es el de la devolución de la imagen, pero estamos todavía lejos de conquistarlo, con enormes bolsones de seres invisibilzados y cada vez más concentradas elites opacas tras el parapeto de los medios, cuyos ingresos más caudalosos nunca surgieron de la publicidad sino que resultan de las operaciones en definitiva políticas, e imágenes hiperconstruidas desde la plutocracia.
Por el contrario, el verdadero derecho es el de la devolución de la imagen, pero estamos todavía lejos de conquistarlo, con enormes bolsones de seres invisibilzados y cada vez más concentradas elites opacas tras el parapeto de los medios, cuyos ingresos más caudalosos nunca surgieron de la publicidad sino que resultan de las operaciones en definitiva políticas, e imágenes hiperconstruidas desde la plutocracia.
“Me acuerdo que cuando yo tenía doce años, había un canchero de Argentinos Juniors que, cuando yo entraba a la cancha, paraba un rato de trabajar, para sentarse en la platea a verme”, le dijo Maradona a El Gráfico, en Italia, en 1987, cuando él era la imagen más vista del mundo. La frase causó tal impacto global, que ese canchero tuvo sus diez minutos de fama internacional, televisión, radio, revistas. Uno de los periodistas que llegó hasta su modesta vivienda a preguntarle, para un video, si se daba cuenta que Maradona lo veía verlo -quizá el recuerdo más reciente que Maradona tiene de una mirada pública sobre su imagen verdaderamente propia, la de sus doce años; acaso por eso lo mencionó en El Gráfico-. “No –contestó el canchero-; nunca me di cuenta; yo lo veía a él”.
“¿Y él nunca se acordó de usted para ayudarlo?”, preguntó el periodista.
Entonces el canchero le devolvió a Maradona su última imagen pública verdaderamente propia.
“¿Si me dio plata querés decir? Noooooo… Mi vida está paga por haberlo visto”.
En cambio, cuando terminen de blindar la protección de toda imagen de los otros Paul Singer, fondistas buitres que no permiten que los miremos, si es que lo consiguen, miles de millones de vidas van a seguir endeudándose por no haberla visto.
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