Mil números
son una tentación. Si uno los compra todos tiene alta probabilidad de sacar la
lotería. Si usted abre con afán científico el archivo de La Onda, con sus mil números
que éste completa, va a ver que el azar puso de título 1 del número 3, el
primero que aparece por antigüedad en el archivo, porque el viejo servidor
borró los dos primeros números, “Decenas de uruguayos mueren cada año de gripe”,
firmado J.C. Rossi.
En el número
mil, mueren decenas de uruguayos cada día de una enfermedad que Bolsonaro dijo
que es una “gripecita”, pero no sale en título uno de ningún medio masivo. Nos consta.
Revisar los
archivos veinte años después puede resultar una tarea bastante ingrata, incluso
a quienes hemos vivido con ellos de hígado para digerir información. Me gustaba
visitarlos presencialmente más que hoy a Google. El periodismo tiene ése, entre
sus pocos encantos -esto es personal-, ése y escribir contra reloj, adrenalina
a tope, porque los sucesos hacen así, se suceden. Uno pronostica el domingo y
el diario del lunes cubre nuevos sucesos o explora viejos archivos, que ratifican
o desmienten para mayor adrenalina, para mejor estima de cuánto ignoramos.
Veinte años
después, cuando infinitos sucesos se sucedieron para marcarnos los errores de
pronóstico, nos reconocemos ignorantes sin remordimiento, porque dice bien
Jaliffe, siempre se trata de no escribir lo que pasó, sino lo que va a pasar.
Yo escribí
con años de antelación que iba a ganar Tabaré en 2004 y que para eso teníamos
que hacer una campaña hacia el centro. Conocía de buena fuente la anécdota de
que Chávez, ya Presidente de Venezuela, le había dicho, “cuenta conmigo para lo
que necesites, ya sea que hable bien de ti o que hable mal de ti”. Supuse que
algo similar le había dicho Fidel y Vázquez lo utilizó, pero cuando llegó 2005
y vi que la estrategia de campaña se transformaba en programa de gobierno, lo
denuncié y advertí contra la falta de audacia, contra el abandono de canal uno,
contra “la patria forestal” que eran negocios de la oposición atados y bien
atados, en fin… contra la falta de vocación de poder y de política, a cuenta de
la gestión administrativa del gobierno.
Hoy pienso
que opinaba equivocado, que no se trataba de una coyuntura nacional, que nuestros
vecinos tampoco alcanzaban el punto de resolución política, precisamente por
aquella campaña que, más allá de la arenga sobre “hacer temblar las raíces de
los árboles”, no proponía en concreto un horizonte de cambio de poder. Porque
la prensa opositora, apabullante y aplastante en su hegemonía, respondía a
nuestras críticas con un muy razonable, “…nos perdimos el capítulo en que el
pueblo votó hacer la revolución”.
Hoy pienso
que, de nuestros presidentes progresistas en América del Sur, el único que hizo
todo bien fue Hugo Chávez, haya dicho lo que haya dicho en público y en privado
sobre sus pares.
Fue el único
que previó que la disyuntiva era confrontar o resignarse y que, para confrontar,
había que prepararse ante cualquiera de las posibles respuestas del enemigo.
Su más
cercano seguidor fue Evo Morales, en el centro territorial del Sur de este
continente isla. Ambos, Chávez y Evo, se proclamaron marxistas, definieron a
sus partidos socialistas, sin dejar por eso de integrar a todas las religiones,
los movimientos sociales, las tradiciones, pero con un proyecto de futuro, que
iba más allá de un “postneoliberalismo” incierto.
Hoy pienso
que no importa tanto cuán utópico sea el proyecto. Importa más nuestra
diversidad, qué peso tan diferente ponemos en nuestro plato de la balanza, qué
tan nuestro es el negocio que debemos defender.
Ser la “democracia
plena” del New York Times y del Washington Post no es un éxito nuestro, el
forestal y las tierras extranjerizadas no es un negocio nuestro; a la hora de
las campañas pautan para el statu quo y prestigian la plutocracia. Excitan
muchísimo a “nuestros” politólogos televisivos, pero no excitan a nuestro
pueblo ni le convienen.
La cuestión se
presenta con candente actualidad si atendemos las recientes declaraciones del
maestro rural Pedro Castillo, candidato favorito a Presidente de Perú en el
balotaje del 6 de junio próximo, según todas las más recientes encuestas. Castillo
ganó sorprendiendo en la primera vuelta con un margen que ninguna encuesta
previó, representando a Perú libre, un partido que se define marxista-leninista
e, incluso, es tipificado por la prensa hegemónica “marxista-leninista-maoísta,
continuador del brazo político de Sendero Luminoso”, la guerrilla rural que
condujo Abimael Guzmán en los años ochenta. Castillo dobló la votación, en
primera vuelta, de la candidata de centro izquierda Verónica Mendoza que
aparecía favorita con un discurso desmarcado del chavismo porque, según los
politólogos, su afinidad chavista le había hecho perder las elecciones de 2016
en las que estuvo a un punto de pasar a balotaje. Castillo criticó duramente
los tacticismo electoreros de los otros tres candidatos de izquierda, se
declaró amigo del gobierno venezolano y les ganó a todos por paliza, pero
ahora, que disputa el balotaje con Keiko Fujimori, adopta el discurso de sus “parientes
ideológicos” vencidos, ahora aliados a él. El 22 de abril dijo que “el señor
Maduro no se meta a hablar de Perú y venga a llevarse a los delincuentes
venezolanos…” en referencia a los inmigrantes que son mal vistos por la población
peruana, según las encuestas.
La frase fue
un claro mandato de asesores de imagen, porque viene a responder a muy antiguas
referencias de Maduro a que muchos venezolanos emigrantes son maltratados en
los países de acogida, Perú, Ecuador y Colombia.
Tiempo
después de mis errores sobre lo inocuo de una imagen electorera bajo el
principio de ganar, leí un trabajo del español Javier Ortiz, que profundiza en
el concepto leninista “contemporizar es la muerte”. “Si la vida me diera de
nuevo la oportunidad -escribió Alberto Mastra-, de volver a vivirla otra vez…”
no contemporizaría por campaña electoral, porque, además, el principio de ganar
se ha vuelto de aplicación demasiado controvertible, con los desempeños de
campaña blanda de Martínez, Arauz y la propia Mendoza, a contrapelo de los de Luis
Arce y el propio Pedro Castillo y el costo del pensamiento débil a la hora de gobernar
se está reiterando en Argentina con síndrome Uruguay 2005. Apaguen a Zuasnábar
y escuchen bien los recientes resultados electorales. Estos pueblos están hartos
de eufemismos, sucedáneos y conciliábulos.
Por
supuesto, es mejor Pedro Castillo que Keiko Fujimori, Alberto Fernández que Mauricio
Macri y lo hubiesen sido Daniel Martínez que Luis Lacalle y Andrés Arauz que
Guillermo Lasso y, de aquí a Marte, Luis Arce es muchísimo mejor que Carlos
Mesa, pero sigue vigente la cuestión de las grandes ideas fuerza de la izquierda.
El 10 de
abril oí el discurso de apertura de Raúl Castro al octavo congreso del Partido
Comunista de Cuba. Más de dos horas que
dan para más de cien de discusiones, acuerdos y discrepancias, pero no puede
pasarme desapercibido que más de una vez dijo “el socialismo y por lo tanto la
independencia nacional”.
“Salvando
las distancias”, dijo antes de referirse a “las experiencias de China y Vietnam”.
Bueno, “salvando las distancias”, digo yo al referirme a Cuba, pero pienso,
desde filas sectoriales que nunca fueron la suya, que Vivián Trías cada día le
acierta mejor. Y lo dejo con los perfiles del estrado: Martí, Baliño, Mella,
Fidel. En nuestro país, tan raro, lo pongamos junto a quienes lo pongamos,
siempre el más avanzado va a ser Artigas. Siempre y cuando no lo reduzcamos, José
Gervasio Artigas alcanza, con su reglamento de tierras y los perros cimarrones,
para no quedarnos nunca cortos de propuestas y para desarrollar capacidad de
confrontación que permita concretarlas y sostenerlas.
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