domingo, 25 de abril de 2021

Los errores que no volvería a cometer en La Onda

 



Mil números son una tentación. Si uno los compra todos tiene alta probabilidad de sacar la lotería. Si usted abre con afán científico el archivo de La Onda, con sus mil números que éste completa, va a ver que el azar puso de título 1 del número 3, el primero que aparece por antigüedad en el archivo, porque el viejo servidor borró los dos primeros números, “Decenas de uruguayos mueren cada año de gripe”, firmado J.C. Rossi.

 

En el número mil, mueren decenas de uruguayos cada día de una enfermedad que Bolsonaro dijo que es una “gripecita”, pero no sale en título uno de ningún medio masivo.  Nos consta.

 

Revisar los archivos veinte años después puede resultar una tarea bastante ingrata, incluso a quienes hemos vivido con ellos de hígado para digerir información. Me gustaba visitarlos presencialmente más que hoy a Google. El periodismo tiene ése, entre sus pocos encantos -esto es personal-, ése y escribir contra reloj, adrenalina a tope, porque los sucesos hacen así, se suceden. Uno pronostica el domingo y el diario del lunes cubre nuevos sucesos o explora viejos archivos, que ratifican o desmienten para mayor adrenalina, para mejor estima de cuánto ignoramos.

 

Veinte años después, cuando infinitos sucesos se sucedieron para marcarnos los errores de pronóstico, nos reconocemos ignorantes sin remordimiento, porque dice bien Jaliffe, siempre se trata de no escribir lo que pasó, sino lo que va a pasar.

 

Yo escribí con años de antelación que iba a ganar Tabaré en 2004 y que para eso teníamos que hacer una campaña hacia el centro. Conocía de buena fuente la anécdota de que Chávez, ya Presidente de Venezuela, le había dicho, “cuenta conmigo para lo que necesites, ya sea que hable bien de ti o que hable mal de ti”. Supuse que algo similar le había dicho Fidel y Vázquez lo utilizó, pero cuando llegó 2005 y vi que la estrategia de campaña se transformaba en programa de gobierno, lo denuncié y advertí contra la falta de audacia, contra el abandono de canal uno, contra “la patria forestal” que eran negocios de la oposición atados y bien atados, en fin… contra la falta de vocación de poder y de política, a cuenta de la gestión administrativa del gobierno.

 

Hoy pienso que opinaba equivocado, que no se trataba de una coyuntura nacional, que nuestros vecinos tampoco alcanzaban el punto de resolución política, precisamente por aquella campaña que, más allá de la arenga sobre “hacer temblar las raíces de los árboles”, no proponía en concreto un horizonte de cambio de poder. Porque la prensa opositora, apabullante y aplastante en su hegemonía, respondía a nuestras críticas con un muy razonable, “…nos perdimos el capítulo en que el pueblo votó hacer la revolución”.

 

Hoy pienso que, de nuestros presidentes progresistas en América del Sur, el único que hizo todo bien fue Hugo Chávez, haya dicho lo que haya dicho en público y en privado sobre sus pares.

 

Fue el único que previó que la disyuntiva era confrontar o resignarse y que, para confrontar, había que prepararse ante cualquiera de las posibles respuestas del enemigo.

 

Su más cercano seguidor fue Evo Morales, en el centro territorial del Sur de este continente isla. Ambos, Chávez y Evo, se proclamaron marxistas, definieron a sus partidos socialistas, sin dejar por eso de integrar a todas las religiones, los movimientos sociales, las tradiciones, pero con un proyecto de futuro, que iba más allá de un “postneoliberalismo” incierto.

 

Hoy pienso que no importa tanto cuán utópico sea el proyecto. Importa más nuestra diversidad, qué peso tan diferente ponemos en nuestro plato de la balanza, qué tan nuestro es el negocio que debemos defender.

 

Ser la “democracia plena” del New York Times y del Washington Post no es un éxito nuestro, el forestal y las tierras extranjerizadas no es un negocio nuestro; a la hora de las campañas pautan para el statu quo y prestigian la plutocracia. Excitan muchísimo a “nuestros” politólogos televisivos, pero no excitan a nuestro pueblo ni le convienen.

 

La cuestión se presenta con candente actualidad si atendemos las recientes declaraciones del maestro rural Pedro Castillo, candidato favorito a Presidente de Perú en el balotaje del 6 de junio próximo, según todas las más recientes encuestas. Castillo ganó sorprendiendo en la primera vuelta con un margen que ninguna encuesta previó, representando a Perú libre, un partido que se define marxista-leninista e, incluso, es tipificado por la prensa hegemónica “marxista-leninista-maoísta, continuador del brazo político de Sendero Luminoso”, la guerrilla rural que condujo Abimael Guzmán en los años ochenta. Castillo dobló la votación, en primera vuelta, de la candidata de centro izquierda Verónica Mendoza que aparecía favorita con un discurso desmarcado del chavismo porque, según los politólogos, su afinidad chavista le había hecho perder las elecciones de 2016 en las que estuvo a un punto de pasar a balotaje. Castillo criticó duramente los tacticismo electoreros de los otros tres candidatos de izquierda, se declaró amigo del gobierno venezolano y les ganó a todos por paliza, pero ahora, que disputa el balotaje con Keiko Fujimori, adopta el discurso de sus “parientes ideológicos” vencidos, ahora aliados a él. El 22 de abril dijo que “el señor Maduro no se meta a hablar de Perú y venga a llevarse a los delincuentes venezolanos…” en referencia a los inmigrantes que son mal vistos por la población peruana, según las encuestas.

 

La frase fue un claro mandato de asesores de imagen, porque viene a responder a muy antiguas referencias de Maduro a que muchos venezolanos emigrantes son maltratados en los países de acogida, Perú, Ecuador y Colombia.

 

Tiempo después de mis errores sobre lo inocuo de una imagen electorera bajo el principio de ganar, leí un trabajo del español Javier Ortiz, que profundiza en el concepto leninista “contemporizar es la muerte”. “Si la vida me diera de nuevo la oportunidad -escribió Alberto Mastra-, de volver a vivirla otra vez…” no contemporizaría por campaña electoral, porque, además, el principio de ganar se ha vuelto de aplicación demasiado controvertible, con los desempeños de campaña blanda de Martínez, Arauz y la propia Mendoza, a contrapelo de los de Luis Arce y el propio Pedro Castillo y el costo del pensamiento débil a la hora de gobernar se está reiterando en Argentina con síndrome Uruguay 2005. Apaguen a Zuasnábar y escuchen bien los recientes resultados electorales. Estos pueblos están hartos de eufemismos, sucedáneos y conciliábulos.

 

Por supuesto, es mejor Pedro Castillo que Keiko Fujimori, Alberto Fernández que Mauricio Macri y lo hubiesen sido Daniel Martínez que Luis Lacalle y Andrés Arauz que Guillermo Lasso y, de aquí a Marte, Luis Arce es muchísimo mejor que Carlos Mesa, pero sigue vigente la cuestión de las grandes ideas fuerza de la izquierda.

 

El 10 de abril oí el discurso de apertura de Raúl Castro al octavo congreso del Partido Comunista de Cuba.  Más de dos horas que dan para más de cien de discusiones, acuerdos y discrepancias, pero no puede pasarme desapercibido que más de una vez dijo “el socialismo y por lo tanto la independencia nacional”.

 

“Salvando las distancias”, dijo antes de referirse a “las experiencias de China y Vietnam”. Bueno, “salvando las distancias”, digo yo al referirme a Cuba, pero pienso, desde filas sectoriales que nunca fueron la suya, que Vivián Trías cada día le acierta mejor. Y lo dejo con los perfiles del estrado: Martí, Baliño, Mella, Fidel. En nuestro país, tan raro, lo pongamos junto a quienes lo pongamos, siempre el más avanzado va a ser Artigas. Siempre y cuando no lo reduzcamos, José Gervasio Artigas alcanza, con su reglamento de tierras y los perros cimarrones, para no quedarnos nunca cortos de propuestas y para desarrollar capacidad de confrontación que permita concretarlas y sostenerlas.  

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