Cuando los yanquis invadieron México por segunda vez (la primera fue entre 1846 y 1848, arrebatándole Texas y California, entre otros territorios, utilizando diferentes eufemismos, "indemnización por la guerra de independencia" entre los más cínicos -luego no dejaron de perfeccionar el cinismo hasta el actual "justicia infinita" con que destruyen estados enteros de Medio Oriente y Africa), los yanquis ocuparon Veracruz durante siete meses, después de tomarla a cañonazos el 23 de abril de 1914 y hubo protestas estudiantiles en toda América Latina (en Uruguay las encabezó, entre otros, el entonces universitario batllista José Enrique Rodó, en Argentina, entre otros, el ensayista Manuel Ugarte, el amor de Delmira Agustini), pero los bombardeos tuvieron una característica que se mantuvo hasta la invasión de Bahía de Cochinos por contrarrevolucionarios, marines y mercenarios, en Cuba, en 1961, no destruyeron por completo la capital con bombardeos aéreos.
Después de incontables invasiones y ocupaciones militares yanquis en Latinoamérica, entre ellas en reiteradas ocasiones Nicaragua, El Sanvador, Honduras, la propia Cuba en 1998, Dominicana, Haití, Panamá, Guatemala (derrocando a Arbenz, Juan Bosh, mandando asesinar a Sandino) y acciones encubiertas para establecer dictaduras reaccionarias a revoluciones como aquella de México, la de Farabundu Martí en El Salvador, la sandinista, la de Jacobo Arbenz y nuestras ya más conocidas en América del Sur -desde el Ecuador de Velazco al Plan Cóndor-, todo bajo la "doctrina Monroe" de "América para los americanos", que no fueron bombardeos aéreos devastadores, al principio porque los bombardeos aéreos para destruir ciudades comenzaron en Durango y Gernica en 1936, pero después porque no consideraban, que en su "patio trasero" como siguen denominando a América Latina, fuese necesario usar a tope su aviación, ya probada incluso en Nagasaki e Hiroshima, con arsenal nuclear.
Lo normal eran bombarderos limitados, desembarco de marines y ocupación, pero en Bahía de Cochinos, como reza la lápida con que Fidel la recordó en el lugar: "aquí llegaron; aquí quedaron".
Era la primera vez que los yanquis perdían una batalla contra su "patio trasero" y los cuestionamientos internos recayeron sobre el presidente de turno, John Kennedy, por no haber destruido antes la capital de Cuba con bombardeos aéreos, como luego no dejarían de hacer en todas sus innumerables invasiones posteriores (Panamá, Belgrado, Bagdad, Trípoli... -ahora lo harían en Damasco, Teherán, Moscú, Beijing, si pudieran, pero la primera de América Latina que no pudieron fue La Habana, porque cuando se venía el bombardeo, Fidel mostró misiles nucleares rusos, que Kruchev luego declaró a Kennedy que no sabía cómo el cubano los había conseguido y él se encargaría de que retornasen a Rusia. El Che escribió, tras la exhibición de los misiles, en aquel 1962, ante la inminencia del bombardeo aéreo de La Habana: “Es el ejemplo escalofriante de un pueblo que está dispuesto a inmolarse atómicamente para que sus cenizas sirvan de cimiento a sociedades nuevas y que cuando se hace, sin consultarlo, un pacto por el cual se retiran los cohetes atómicos, no suspira de alivio, no da gracias por la tregua; salta a la palestra para dar su voz propia y única, su posición combatiente, propia y única, y más lejos, su decisión de lucha aunque fuera solo”.
Así fue. Los yanquis perdieron después otras batallas en el continente, en Managua el 19 de junio de 1979, en Caracas el 13 de abril de 2002, entre otras, pero la primera se las ganó Fidel y les ganó después la más importante de todas en África, la batalla de Namibia.
Antes de morir, Fidel tuvo tiempo para convencerlos de que no pueden bombardear a Cuba desde el aire sin un costo gigantesco, pero no de que dejen de bombardearse a sí mismos -y a todos- desde su propio subsuelo, como asegura Trump que van a aumentar el fracking sin medida, sin considerar terremotos, cambios climáticos y otros "inventos de los chinos".
Fidel no tuvo tiempo de convencerlos pese a que, "sobrevivió a seiscientos treinta y siete atentados, a que su contagiosa energía fue decisiva para convertir una colonia en patria, a que no fue por hechizo de Mandinga ni por milagro de Dios que esa nueva patria pudo sobrevivir a once presidentes de los Estados Unidos, que tenían puesta la servilleta para almorzarla con cuchillo y tenedor".
sábado, 26 de noviembre de 2016
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