lunes, 14 de septiembre de 2009

Buen día para Onetti

Fui a ver Mal día para pescar una tarde muy onettiana. El cielo estaba gris, la calle Colonia húmeda, el centro de Montevideo añoraba cosas que nunca habían sucedido. Yo había ido a visitar a un amigo que ahora estaba a porcentaje de otro, en el ramo de negocio donde él había sido el Campeón del Mundo y todavía tenía un resto –confundible con la mentira– de la creencia de Jacob en recuperar el título.

La película es excelente.

La realización y todos los aspectos técnicos, impecables. La historia perfectamente contada, con el ambiente y los personajes del relato de Onetti, puestos sin trucos en el cine uruguayo.


El director Álvaro Brechner –primer largometraje– no se achuchó ante la energía que iba brotando de las imágenes, porque es la difícil de descubrir –el viejo no se deja leer fácil– pero inexorable energía que mueve, desde las profundidades, las historias onettianas.

Jacob y el otro (cuento de 1965) sale intacto del tratamiento del guión (escrito por Brechner y uno de los protagonistas, el actor español Gary Piquer). En el final está la audacia más fiel al viejo. También el Príncipe tuvo piedad.

No me sorprende en absoluto que Onetti funcione en el cine. Es muy fílmica su narrativa. Lo fellinesco que se ve en Mal día para pescar es suyo. Hay mucho cine en toda su obra, desde Tiempo de Abrazar, salteándose El Pozo, pero deteniéndose fijamente en Para esta noche, Una tumba sin nombre, El astillero (de la que David Lipszyc hizo una película que por momentos también funciona pese al descreimiento de su director en la inmanencia cinematrográfica de la trama de la novela, que lo llevó a restar queriendo sumar). Brechner hace la operación contraria a la de Lipszyc. No le sobra ninguna escena del cuento, les toma todo el tiempo de que están hechas (en literatura como en cine tiempo se escribe siempre con mayúscula, decía el viejo –La muerte y la niña–), lentitud y vértigo siempre significativos.

El tratamiento de los ambientas es fiel también al trabajo de Onetti en El muerto de Olivera, que sería mejor si en vez de Camero lo protagonizara Darín, pero el guión es sabio.

Las actuaciones de Mal día para pescar son sensibles, hondas y funcionales, sin excepción. El gigante finlandés Jouko Ahola, muestra un registro interpretativo muy amplio y preciso desde sus ojos de angustia a su risa de chiquilín. El “Príncipe Orsini” (epígono de Larsen) es una lección de Gary Piquer. Exacto Troncoso en su desapego e ironía de editor de El Liberal. Hermética en su orgullo de la petisa rapaz hasta lo tragicómico, Antonella Costa. Un Díaz Grey, un relator deportivo y hasta un camillero y los otros, todos muy sanmarianos en sus idiosincrasias, ensuciando, malgastando, ocultando sin pundonor la capacidad de heroísmo que les fue dada.

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