martes, 23 de febrero de 2010

Otro mundial para Mandela

Uno puede detener la trayectoria del personaje en un momento de victoria y hacer una película épica con final feliz. En el caso de Nelson Mandela ese momento pueden ser muchos, desde el 30 de abril de 1975, cuando se enteró en la cárcel de la Revolución de los Claveles, que pocos días antes sacudió Lisboa y el jefe revolucionario negro adivinó enseguida que ese hecho sacudiría África hasta la liberación de todas las colonias portuguesas, que estaban en las fronteras de la Sudáfrica del apartheid, de la segregación racial y de la represión brutal de la población negra por el régimen de los afrikáners.

Pudo detenerse un cineasta entonces en aquella gesta y haber sido Carlos Saura, montando para Fados, las secuencias del pueblo lisboeta en las calles, tras los Capitanes de Abril. O pudo ser el momento del triunfo de las tropas cubanas en Namibia, derrotando las últimas esperanzas de Ian Smith (el discriminador de Rodesia que terminó refugiado en Ciudad del Cabo) y abriendo paso al poder del Congreso Nacional Africano en Sudáfrica. Sin esa guerra, jamás hubiese llegado Mandela al Gobierno. El líder sudafricano siempre lo reconoció y lo tuvo muy en cuenta en su política internacional, a la cabeza de la condena del bloqueo de Cuba por los Estados Unidos.

Clint Eastwood, acorde con sus objetivos, elige para su película Invictus, un momento apenas posterior, el del mundial de rugby en que la inteligencia de Mandela, ya Presidente de Sudáfrica, transformó una gesta deportiva en un acto político a favor de la integración racial y nacional.

La intención de Eastwood fue poner a Mandela de protagonista de La cabaña del tío Tom, pero Mandela, cuyo verdadero deporte (por preferencia y práctica profesional) es el boxeo, le ganó por puntos. Sale de la película sin noquear (Eastwood tiene su gran oficio de operador político, después de todo), pero alzando los brazos ante un público que aplaude su técnica y sobre todo su temple, su paciencia, su saber estratégico y táctico, que aunque tergiversados en la película, se deducen del resultado.

A pesar de que en esa película, cuando le preguntan a Morgan Freeman (en el papel de Mandela) dónde invertir, el personaje dice –más en inglés que siempre–: “donde está el dinero, Estados Unidos, Arabia Saudí…(que en aquel momento era el aliado principal de la CIA de Bush, a través, ¡oh, misterios!, de Bin Laden)”. Es de esos pequeños diálogos que saturan la película de inexactitudes históricas y al espectador no informado, le dejan la sensación de que Mandela no fue revolucionario ni rebelde y ni siquiera africano, que fue más norteamericano que negro y un buen peón en la política de Washington. Nada más lejos de la verdad.

Porque lo cierto es que el actual presidente electo de Sudáfrica, y con vigencia para el próximo mundial de fútbol que se disputará en ese país, fue elegido Presidente por el Congreso Nacional Africano, aunque es el primero de sus líderes de orígenes no comunistas que accede a tal mandato, y aunque de todos modos reconoce a Mandela como jefe histórico.

Se llama Jacob Zuma el nuevo Presidente. Fue electo porque se colocó a la izquierda de lo que venía siendo una gestión de gobierno demasiado poco efectiva en la distribución de la riqueza y el poder, e incluso del poder cultural y de la máquina de producción subjetiva de prestigios. Jacob Zuma salió a la tele cantando un viejo tema de la guerrilla del Congreso de Mandela, Alcánzame mi ametralladora y conquistó a las masas africanas con propuestas identitarias para recuperar al menos el orgullo y la dignidad y la esperanza de salir por fin de la miseria, ante las dificultades para acceder a ciertos niveles de justicia social, por pactos políticos todavía activos desde los tiempos de Botha y su sucesor De Klerc (el Congreso necesitaba una mayoría de dos tercios para cambiar la constitución que dejaron los afrikaners, pero con Zuma, en la cuarta victoria electoral consecutiva, por mayoría absoluta, con crecimiento electoral, se logra el objetivo).

Esta vez el mundial en Sudáfrica será de fútbol, el juego de los negros, y se disputa a veinte años de la salida de Mandela de la cárcel. Es un período suficientemente largo para poner en el haber del gran líder revolucionario mundial, una política exterior coherente, que nunca abandonó a los movimientos libertarios y la lucha por las soluciones de paz y diálogo, por alto que fuese el precio a pagar por su gobierno (incluso brindó sus servicios ante los requerimientos de la izquierda abertzale en su conflicto con el estado Español) y demostró que el experimento del apartheid, que Israel siguió en Sudáfrica muy de cerca (junto al Chile de Pinochet y la Brasilia de Geisel), abasteciéndolo, para probar su aplicación posterior en Medio Oriente, no solo está destinado al fracaso, sino que es derrotado precisamente por la integración y la paz, lección que no estaría hoy en el tapete, si Mandela hubiese fracasado en su objetivos para aquel Mundial de 1996.

Pero tampoco es que ese Mundial (ni el próximo) haya sido, como lo plantea Eastwood el tema fundamental de la política de Mandela, ni mucho menos, ni como caricatura y ni siquiera para una película de Hollywood previsiblemente engañosa. La política de Mandela no fue centrista. Fue de izquierda inteligente y neta, aunque no logró reducir significativamente la pobreza de su pueblo. Y fue victoriosa en lo fundamental, un sostén para los dificilísimos procesos de la región, incluyendo a Mozanbique, Angola, Guinea Biseau y Cabo Verde. Habrá que esperar que la gestión de Jacob Zuma, con la necesaria recuperación de la autoestima africana, sea tan inteligente como la de Mandela.

En fin… para ponernos en una cuerda apropiadora como la de Clint, digamos que sería un gran homenaje a Mandela que el mundial lo ganase Uruguay, el primer país que realizó esa integración racial en el mundo, exactamente setenta años antes que Sudáfrica.