jueves, 26 de febrero de 2009

El cine que maldice al destino manifiesto

Mickey Rourke es el luchador Ram, una especie de Martín Karadajián de Titanes en el Ring pero “americano”; es decir, la estrella de un espectáculo mucho más violento. No representa a un exótico armenio sino que es la caricatura del héroe yanqui por excelencia. Duerme con la bandera de USA en la cabecera de su cama. Se enfrenta al Ayatolá, en combates trucados que hacen delirar a un vasto público de idiotas. La historia de El luchador es la de su decadencia y caída. Una muy obvia, nada solapada metáfora sobre la política exterior estadounidense, dentro de una historia de drama personal de un hombre alejado veinte años de su momento de gloria (similar a la del propio Michey Rourke, que con esta película resurge, aspirando al Oscar).

Colin Farrel en Escondido en Brujas es un irlandés que ha matado a un niño como un daño colateral de su primer trabajo de sicario. Su patrón (Ralph Fiennes) es un mafioso inglés que por ajustar cuentas con Farrel termina matando a un enano, otro daño colateral y se suicida. Todo con bastante humor inglés.

Nicolas Cage en Peligro en Bangkok es un sicario yanqui contratado por la mafia tailandesa que tiene que matar a un líder muy querido por su pueblo. Finalmente debe suicidarse al matar a su patrón.

Por orden de estreno, estas tres películas nos mostraron: el callejón sin salida en que se ha metido Cage, la fatalidad irrevocable de Rourke en su desastrosa opción de volver a pelear con el Ayatolá de Teherán, la aviesa culpabilidad por los daños colaterales.

De las tres, la mejor película es El luchador, aunque Escondido en Brujas tenga tres o cuatro chistes buenos y una actuación aceptable de Colin Farrel.

Mickey Rourke tras el enorme éxito que obtuvo por poner cachonda a Kin Bassinger y hacer de Bukowski antes de tiempo, pasó veinte años de películas que no trascendieron. Ahora sí es Bukowski sin necesidad de maquillaje (y con veinte kilos más, todos de masa muscular). Y se desliza por la peli con absoluta naturalidad.

Es muy buena también la actuación de Marisa Tomei como bailarina del club nocturno que intenta redimir a Ram y aunque predecible en su desenlace, la película es sorprendente. Uno ya sabe lo que va a pasar, pero ocurre siempre más duro e intenso de lo previsto. Es de agradecer tanta intensidad al servicio de una mirada inteligente de la sociedad yanqui y de su historia, en la dirección de Darren Aronofsky. Probablemente es merecido el León de Oro que obtuvo y la Copa Volpi a Rourke como mejor actor en el Festival de Venecia.

En cambio la de Cage pasó desapercibida y denostada y sin embargo, tiene un remate muy interesante. Universaliza el tema cuando describe el desfile de campaña electoral del político tailandés muy similar al del asesinato de Kennedy. Sin dejar de ser entretenida y sin recurrir a más efectismos sangrientos que a los que el género en este tiempo obliga, Peligro en Bangkok permite otras lecturas sin forzarlas y cuando todo hace prever que tendrá uno de esos tan recurridos finales de cine z que se aplican a las películas de acción, el remate sorprende por lo sugerente y la adecua a todas las antiguas reglas del cine negro.

El escenario, Bangkok, tiene la fascinación de la ciudad que para siempre hemos asociado a Montalbán. Este es otro morir en Bangkok, en las antípodas del de Manolo Vázquez Montalbán. 

Nicolas Cage, luego de varios bodrios por el estilo de Volver a Los Ángeles, tiene aquí un papel con un proceso interior creíble y lo juega muy naturalmente. Shahkrit Yamnarm lo acompaña con corrección.

La Tailandia que supo ser también escenario de Conrad, Somersed Maugham, Graham Greene y Vázquez Montalbán dirá cuál de las correcciones es la apropiada.

Lo cierto es que con El luchador, Escondidos en Brujas y Peligro en Bangkok, los yanquis e ingleses se cuestionan en películas de entretenimiento sus andares por el mundo. Antes eso lo dejaban a las pelis más artesanales o de culto. En general se entretenían reafirmando su destino manifiesto. 

martes, 3 de febrero de 2009

La mirada del Che

El norteamericano Steven Soderbergh consiguió treinta millones de dólares en Europa que en Estados Unidos no se los daban para semejante propósito. Pero la película la distribuye la Fox y será un éxito en todo el mundo porque tiene los ingredientes necesarios para serlo. Para empezar, Soderberhe se dio el gusto de hacer la película bélica con el más atrayente mito posible, el Che Guevara. Los antecedentes marcaban tendencia, una caricaturesca con Jack Palance y Omar Shariff fue un fracaso. En tanto que la artesanal Diario de Bicicletas, asomó una puntita de lo que podía hacer la industria con semejante figura.

Benicio Del Toro comprendió la magnitud de esa ocasión única en la gran industria cinematográfica. En mi opinión, Del Toro es el responsable de que Che, el argentino sea la mejor película de Soderbergh que vi hasta momento en que aún no se ha estrenado Che, la guerrilla. A mí no me impresionó gran cosa Traffic y me pareció tediosa Sexo, mentiras y videos. Del Toro estudió obsesivamente a Guevara como si la mirada del Che le hubiese exigido esa tarea. La actuación de Del Toro es, por lejos, lo mejor de la peli, cuya duración de más de cuatro horas hizo que fuese exhibida en dos partes.

La primera (Che, el argentino, la que se estrenó la semana pasada) comienza y termina con el encuentro del Che con Fidel en México en 1956, narrando luego la peripecia del Movimiento 26 de julio hasta el triunfo de la revolución. El guión recurre a Flashbacks de una entrevista que le hizo una periodista estadounidense a Guevara en Nueva York en ocasión de la visita del dirigente cubano, que fue marcada por su famoso discurso en las Naciones Unidas en 1964.

Las secuencias que incluyen el material documental están montadas en blanco y negro, lo que permite al espectador diferenciar claramente el momento en que transcurre cada acción (además de los subtitulados con fechas) porque la aventura de Sierra Maestra, la toma de las villas, la batalla de Santa Clara, así como el viaje final hacia La Habana están en color, no demasiado intenso, de una fotografía jugada a la discreción y a lo esencial.

El personaje de Fidel (que en la película es secundario) también esta muy bien caracterizado por Damián Bichir, pero los que le dan el toque western a la trama son los de Camilo Cienfuegos, Almeida, El Baquerito y, por supuesto, el Che.

El rigor histórico de lo que ha elegido Soderbergh para mostrar es indiscutible. Se ajusta a los documentos existentes. La película toma partido por su protagonista (ninguna obra sobre él puede ser indiferente) pero lo humaniza completamente, también a partir de datos históricos y sobre todo por la comprometida actuación de Del Toro.

Todos tendremos algo más para pedirle a la película. A mí me hubiese gustado alguna secuencia del adiestramiento con el General Bayo. Una espectadora me comentó que hubiese preferido otros pasajes del discurso en la ONU. Pero ya la primera parte dura más de dos horas y si Soderbergh logró que pasen volando es porque cortó personajes y cinta sin pruritos y se ciñó al relato que eligió realizar y a los temas de mayor actualidad quizá, acaso también de mejor recibo en los mercados donde espera recuperar la inversión.

No faltan en el libreto los guiños para iniciados ni una buena compilación de los más ingeniosos diálogos y anécdotas que dejó aquella gesta decisiva, mítica, heroica, que marcó al siglo XX. La técnica se une a la sabiduría narrativa de Hollywood (el equipo es yanqui) y al servicio del lenguaje cinematográfico se potencian cuando tratan con estricto realismo una historia real.

La película ha sido aclamada en Cuba. Eso no sorprende. No se deja matiz de la actual línea oficial del Partido Comunista de Cuba sin contemplar (aunque el Granma pida más profundidad y calor para Fidel) y el conjunto del mensaje, rematado con la canción de Silvio Rodríguez Fusil contra fusil, es de una eficacia implacable. Lógicamente que en Sierra Maestra no aparece Ochoa, pero no se deja ningún otro tema polémico en el tintero. La visión del imperialismo estadounidense, de la independencia de Cuba, de los fusilamientos, de la corrupción, es la del Che tal cual, con toda su severidad y su idealismo, con su dureza sin perder la ternura, su carisma que ha imantado a millones de camisetas en el mundo y de banderas de equipos de fútbol. Camisetas y banderas que de buen modo Soderbergh carga de contenido. Porque el ejemplo del triunfo de la voluntad en Guevara va mucho más allá de la revolución y de la política. Sirve para todos los que actúen con radical honestidad.

Otra cuestión que la película no escatima a la discusión es el valor de las individualidades. Está en una de las preguntas de la periodista, en la respuesta del Che, pero sobre todo en la acción.

Che, el argentino me parece la mayor atracción de nuestra cartelera actual junto con otra joya de Isabel Coixet (la de La vida secreta de las palabras) llamada La elegida basada en la novela El animal moribundo de Philip Roth. Che... y La elegida son, por sus temáticas y tratamientos, películas casi antagónicas y, sin embargo, de algún modo se complementan. La de la Coixet es un ejemplo de cómo enternecerse sin perder el rigor estético.